Samuel Yebra Pimentel
Sábado, 19 de Enero de 2019

El libro del frío que se presenta en Astorga

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No se entiende que año tras año llegue el ‘jinete del cubo’ a las puertas del Ayuntamiento a pedir una palada de carbón y se la denieguen.

 

En el cuento de Kafka titulado ‘El  jinete del cubo’ es la mujer del carbonero la que impide que este satisfaga esa ayuda: “Tiene que ser un cliente antiguo, muy antiguo para que así me hable al corazón”, dice el carbonero cuando el jinete se acerca levitando a su morada para rogarle: “Mi cubo está vacío, ya no puedo cabalgar sobre él. Sed buenos. Tan pronto pueda lo pagaré.” Levita sobre el frío y tal vez el hambre que lo han vuelto transparente, como ese mendigo de Astorga, Nicolás, al que nadie habla, molesto de ver para quienes nos aturden con fiestas, salvas y francachelas.

 

Esta es la principal transparencia que ha cultivado el actual equipo de gobierno de Astorga, la de asomarse al portalillo y negarse a la sensibilidad. (Tal vez como práctica de una fijeza funcional muy cartesiana.)

 

Si como dicen desde IU “la puesta en marcha de un plan de choque contra la pobreza energética dotado (con tan solo) 10000 € paliaría las situaciones de pobreza energética…” no  me cabe por qué no se viene haciendo ya. Además este dinero podría detraerse de tanta celebración espuria, de tantos fastos decimonónicos y napoleónicos que penden de unas mentes que han perdido el sentido y la crítica de lo que es accesorio frente a lo más necesario.

 

Hay quien confunde la transparencia con la invisibilidad, mejor dicho con la invisibilización, y entonces no confunden, se confunden. Se ocultan, queriéndose invisibles. Como lo de los Plenos, espacios para el ejercicio de la democracia participativa y activa, convocados a horas para que nadie pueda ser testigo. Otra manera de invisibilizar e impedir la participación ciudadana desde este gobierno. Hasta dijeron que los retransmitirían.

 

La Concejalía de Sociales lo ha venido (no) haciendo en estos cuatro años de ‘ausencia social’. No se le han visto atisbos de lucha por atajar las desigualdadades, mucho menos las carencias. Si saliera de su cubículo bien calentito a la calle y le llegará el hilillo de voz vergonzante del muchacho aterido del cuento y le pidiera una palada del peor carbón: “La  pagaré toda, claro está, pero no ahora, no ahora.” Respondería como en el cuento de Kafka: “¿Qué  tañido de campanas son esas dos palabras, ‘no ahora’? (...)”

 

Nada, le dice la concejala al alcalde, "no hay nadie, no oigo nada, solo están dando las tres y nosotros cerramos. Hace un frío terrible; es probable que mañana tengamos mucho trabajo aún.” El alcalde, que todavía y a estas alturas de la jugada sigue de corderito de Agnus Dei, prefiere fomentar sus juguetitos bélicos, su particular potlatch, sus simulacros de que ya no podría pasar nada más, y mientras tanto lo más necesario, los gritos en el cielo del aterido jinete se postergan para luego, en un derroche y dispendio eterno, sin principios ni fin.

 

Estaría bien que tras las cuentas de los dispendios (mera balumba) que tan arbitrarias han resultado ser, y cuyas guías vegetales pretendieron enredarnos los oídos y seducirnos la mirada. -Y no sirve decir que en otro caso no se habrían hecho, pues en democracia lo primero son los procedimientos y luego la eficacia, la verdad pragmática. Lo de la democracia es una posición moral. Si se invierten las tornas tal vez tuviéramos mejores resultados, pero dejamos de ser demócratas-. Decía que se deberían de hacer también las cuentas de lo que fue más necesario y no se hizo, de lo desrealizado, de lo expulsado de la realidad e innominado, pero que hubiera servido de ayuda a los astorganos y astorganas que viven en la precariedad.

 

Entonces compararíamos las cuentas del derroche de los fastos con el ahorro del dolor de ese hipotético caso. Las prioridades siguen estando claras.

 

Mi próximo artículo versará sobre la democracia en América, es decir de los modos democráticos en la Concejalía de Cultura.

 

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