ENTREVISTA / Alfonso Mateo-Sagasta, escritor
"Al novelista histórico no se le permite falsear la verdad, pero ¿qué es la verdad?"
Entrevistamos al escritor de novela histórica Alfonso Mateo-Sagasta antes de su encuentro con los lectores en el ciclo 'Tardes de Autor'.
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Astorga Redacción: Historiador, arqueólogo (y librero) antes de ser escritor. ¿En qué medida su propia formación intelectual le decantó hacia la literatura y concretamente hacia la novela histórica?
Alfonso Mateo Sagasta: No solo mi formación intelectual, sino mi inclinación ya antes de estudiar Historia. Yo estudié Historia porque me encantaba, quizá, por haber leído magníficas novelas históricas. De adolescente no existía 'Juego de Tronos'. Nosotros somos una generación de Salgari y Julio Verne. En la adolescencia hubo libros que me entusiasmaron y me abrieron nuevas perspectivas como 'Bomarzo', 'El siglo de las luces', y un poco más adelante apareció Umberto Eco con ‘El nombre de la rosa’, que cambió la perspectiva de lo que era una novela ambientada en otra época. Eso y que ya estaba estudiando Historia, me llevó a escribir mi primera novela histórica, ‘El olor de las especias’, usando gran parte de lo que había trabajado como arqueólogo en torno a la época medieval.
A partir del momento en que vi que podía escribir una novela me planteé realmente dedicarme a escribir. Entonces tienes que dedicarte a leer obras interesantes, distintas, variadas, y de calidad. Mi primer gran reto fue leer el Quijote. Y ese fue para mí el gran descubrimiento del mundo, descubrí todo lo que encierra el Quijote, todo lo que lo rodea. Entendí qué era el Quijote, cómo estaba construido. También me encontré con el gran misterio de Avellanea, cómo hace un puente entre las dos partes del Quijote de Cervantes, que para mí es fundamental para entrar en la segunda parte, y descubrí que dentro había todo un mundo de envidias, celos y demás pasiones. Y entonces comencé a leer e investigar sobre Avellaneda y descubrí que era un gran misterio literario.
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¿Y de alguna manera le ha influido?
Totalmente. Sobre todo en la forma de ver la literatura, de entenderla, de saber qué escribe un escritor. Sobre qué escribimos. Todos hablamos de nosotros mismos. Cuando a mí me preguntan: ¿tú eres escritor de novela histórica?, les digo: yo ambiento mis novelas en periodos históricos, pero siempre escribo de mí mismo, como todos. Entonces se me ocurrió la segunda parte del juego, que es muy cervantino. Cervantes juega que hay tres autores de ‘El Quijote’, está él, está Cide Hamete Benengeli y está el traductor del texto que a veces opina también, sobre todo en la segunda parte. Entonces esto tiene una segunda vuelta. Pensé, si yo me invento un personaje del siglo XXI que es Isidro Montemayor, el protagonista de esta novela que va a interactuar con los literatos del siglo XVII, ya que son los escritores que vemos y mamamos a diario, ¿por qué no va a influir este personaje en estos autores? Es un personaje que entra en contacto con Lope de Vega, Tirso de Molina y Vélez de Guevara... es el momento además en el que están escribiendo sus obras maestras. Y lógicamente él actúa de una forma que se verá reflejada en esas obras maestras. Yo convierto a un personaje del siglo XXI en generador de esas obras del Siglo de Oro español, pues es él quien le va a descubrir a Lope de Vega escribiendo Fuenteovejuna, o a Vélez de Guevara en el momento de la gestación del Diablo Cojuelo o a Tirso de Molina qué tiene que hacer con los cigarrales. A Alonso de Contreras le dice lo que tiene que hacer con la historia de su vida. Es un personaje que en esta posición se convierte en el detonante de todo el Siglo de Oro. Incluso va a ser el detonante de la segunda parte de ‘El Quijote’.
‘Ladrones de tinta’ cuenta la generación de la segunda parte de ‘El Quijote’, que es la madre de todas las novelas. Juego con un personaje de hoy que ha creado toda esa literatura del Siglo de Oro de la cual él mismo se nutre. A ese jugar a la retroalimentación constante que es propia de la literatura, la histórica sí está en relación con la reinvención de la historia, que está en una reelaboración permanente. No existe la historia como tal. Pues es sólo una elaboración intelectual y mi apuesta va por contar la historia de España de otra manera. Que en este periodo no es una decadencia permanente, no es ese horror. Eran los dueños del mundo. Lo normal, lo suyo, en toda Europa era morirse de hambre en la calle. La enfermedad era lo normal en el siglo XVII. Dentro de la normalidad eran los amos del mundo.
No faltan algunos novelistas (e incluso críticos y lectores) con ciertas pretensiones intelectuales que miran con desdén el género histórico, identificado con la literatura comercial, y más aún cuando se combina con la novela de intriga. Y todo ello después de que, por ejemplo, Eco superará la dicotomía en El nombre de la rosa. ¿Qué opinión le merecen estos prejuicios?
Partiendo de que el género histórico está denostado, pero quien así hable no hablará de Tolstoi, ni de Dickens, ni de Baudelaire, ni de García Márquez, ni de Mújica Lainez, ni de Alejo Carpentier... Esos, parece ser, no son género histórico, resulta que esos son ‘grandes escritores’. Pero yo digo que son grandes escritores que escriben en género histórico… Otra cosa sería si dijeras en tu pregunta que el género histórico apuesta por la divulgación histórica. Y en eso estoy de acuerdo, una cosa es el género histórico o los escritores que pretendemos escribir género histórico, pero primando la literatura, pero que hay otros que utilizan el género histórico como una herramienta social de divulgación histórica. Con lo cual las novelas, si lo son, se convierten en docudramas en realidad. Eso en Francia se la llama divulgación histórica, que está fenomenal, y además es necesario. En España no hay este género de divulgación histórica y se le pide a la novela histórica que cubra ese hueco. Y ahí estamos perdidos, pues generamos novelas históricas de muy mala calidad, ya que la apuesta se queda en eso que denominamos divulgación histórica.
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¿La novela histórica debe tener un equilibrio adecuado entre historia o literatura? ¿Sirve para conocer el pasado o para conocer el presente? ¿Cuáles son sus virtudes y sus peligros?
Es que son preguntas de tesis doctoral. La novela histórica, ante todo tiene que ser novela. Otra cosa es que socialmente se le atribuye una responsabilidad, cosa que no pasa con ningún otro tipo de escritos. Al novelista histórico no se le permite falsear la verdad, pero ¿qué es la verdad? Existe la verdad pactada, consensuada. Existen los parámetros entre los cuales consideramos que vamos a narrarnos. La verdad no existe. Con los mismos datos puedes contar cosas y llegar a conclusiones completamente distintas. Desde mi punto de vista sí es importante diferenciar el pasado de la historia. El pasado son los datos que han ocurrido y que han dejado rastros, y la historia es el establecimiento de una cadena que une todos esos datos en una sucesión de causas y efectos que nos vuelven comprensible ese pasado. Aquí curiosamente todo cuadra, sin embargo en la realidad nunca cuadra nada.
A los escritores de novela histórica nos exigen ceñirnos a la realidad. ¿Pero a qué realidad quiere usted que me atenga? ¿A la que a usted le gusta? Yo como escritor de novela histórica tengo cuidado con los detalles, intento no falsear los datos. Pero con los datos que tengo puedo decir muchísimas cosas diferentes. Lo que hay que tener claro es cómo lo quiere ver uno y sobre todo que prime la literatura. Tener claro lo que quieres contar. Mi planteamiento es que la historia se escribe mirando al futuro. El futuro es lo fundamental, el futuro es lo que nos va a decir cómo tenemos que narrarnos. A partir de ahí la historia se construye como quieras, porque es muy fácil.
![[Img #41652]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/5003_ladrones-de-tinta-alfonso-mateo-sagasta-novela-d_nq_np_673563-mlu28314436868_102018-f.jpg)
Pasemos a su obra. Usted comienza con una novela de ambientación medieval, 'El olor de las especias'. ¿De dónde surge la idea?
‘El olor de las especias’ es una historia que transcurre en la frontera entre Castilla y León y los Reinos Musulmanes. Me apetecía hablar de los conflictos entre cristianos y musulmanes en el siglo X. Y de ese permanente conflicto que nos han contado en el colegio que es muy tardío, en realidad es menos bullente que el que se daba entre castellanos y leoneses por ejemplo, o dentro de los musulmanes entre sí. También me llamaban mucho la atención las grandes diferencias que hay en el mundo musulmán, que no es monolítico. Me interesaba reflejar la similitud de aquel estado de cosas con la guerra entre Irán e Irak. Es así como funciona la novela, intentando entender una cosa puedes llegar a entender la otra, la que forma parte de nuestra realidad.
Tenemos un gran desconocimiento de la historia musulmana.
Eso fue lo que me pasó a mí, ten en cuenta que todavía no habían empezado los atentados terroristas.
Forman parte de nuestras raíces ¿no?
Ya se estaba hablando mucho de Europa en los 80. Pero para tener el proyecto de una Europa unida se necesita una tarea común. En esta época, hacia el 91 se hizo también la exposición del Palazzo Grassi, en Venecia. Una exposición espectacular de los celtas de Europa, considerada como la gran civilización que aglutina a toda Europa. Hay una apuesta ideológica por pensar que los celtas son los primeros paneuropeos. La historia es crear una ilación que genere una comunidad. Aquí como en el caso de la actualidad de los neanderthales hay un componente ideológico importante. Ideológicamente la historia se está construyendo sin darnos cuenta. La historia está en constante creación de comunidad.
![[Img #41651]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/2910_dsc_4561.jpg)
Recientemente ha saltado usted hasta el siglo XIX, en Mala hoja. Un cambio notable de paisaje histórico ¿no?
‘Mala hoja’, para mí es un novelón. Es la novela más bonita que he escrito. A mí me gusta mucho escribir sensorialmente y sensualmente. Para mí los olores, los sabores, los aromas son fundamentales. Cuando intento llevar a un personaje a otro periodo histórico intento hacerle sentir en ese momento del pasado. Intento hacer sentir lo que es no lavarse durante quince días. Cómo olería una habitación con una minúscula ventana, donde a lo mejor se sahumaba el espacio, en la cual los orinales se vaciaban solo por la noche, donde vivían con los animales, el trato con la enfermedad. Todo eso cómo huele. Todos esos detalles es lo que te pueden hacer sentir en otro tiempo.
Enredado en la sensorialidad de las hechuras y el disfrute de los puros decidí escribir una novela de amor y de puros. Para mí el amor es el eje de cualquier historia. Me puse a investigar sobre puros, me fui a Cuba. Allí me impregné del siglo XIX español de Cuba. Te das de bruces con la esclavitud, con la literatura cubana del XIX, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés... Una vida más dura que los algodonales en Estados Unidos. Un mundo increíble del que no somos conscientes. Al final es una historia sensual, con dos hombres mayores hablando en torno a una cena en un restaurante de La Habana. Salen luego al patio y uno le ofrece al otro fumar el mejor habano del mundo. El otro lo acepta con escepticismo y se pone a fumarlo. Siguen charlando, uno es tabaquero y el otro azucarero. La conversación a raíz de la cual va saliendo la historia de amor de cada uno de ellos. Uno está forrado y tiene miles de esclavos y el otro es un tabaquero cuya máxima ilusión era conseguir el tabaco perfecto y el amor de su mujer. Mala hoja es una expresión cubana referida a quién no sabe hacer bien el amor.
¿Existe algún periodo, algún personaje o algún acontecimiento sobre el que todavía no ha escrito, pero le gustaría escribir?
Ahora me dedico mucho al siglo XIX, porque ha sido demasiado despreciado y a mí me interesa muchísimo. Para mí es el siglo fundamental que nos daría una nueva esperanza, porque creo que en el XIX es donde se genera lo que somos ahora mismo. Somos lo que nos han enseñado, una sociedad triste y cainita que nos matamos entre nosotros. Las Guerras Carlistas, la Guerra Civil. Pero incluso esto depende de perspectivas. Nos hemos empeñado en narrar las Guerras Carlistas como una sucesión de ‘guerracivilismo’. Los mismos muertos hubo en Italia y en Alemania, pero ellos lo narraron de una manera distinta. En Italia se llama el ‘risorgimento’, que suena glorioso, y al fin y al cabo es lo mismo, es la lucha de los liberales contra el absolutismo. La nueva sociedad, el Gatopardo. El nuevo mundo. Pero eso mismo son nuestras Guerras Carlistas. El Carlismo representa el mantenimiento del absolutismo con el peso de la Iglesia, la tradición; y los liberales intentan romper con eso que al fin y al cabo es lo mismo que hizo Garibaldi. Muchos de nuestros liberales se van a América y vuelven. Ese mismo movimiento en Italia se ha tratado de forma gloriosa. Nosotros también estábamos fraguando una nación. Vamos a cambiar el chip. Es que nosotros también nos estábamos inventando al mismo tiempo que lo hacían en Italia y Alemania. Eso es una perspectiva narrativa, puramente literaria, y es que eso merece la pena intentarlo.
![[Img #41650]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/7352_51jud5v5l9l_sx322_bo1204203200_.jpg)
¿Como lector, tiene los mismos gustos que como escritor?
No, leo muy poca novela histórica. Leo mucho ensayo. Lo que más leo son autores clásicos y en este momento lo que más me interesa son los escritores románticos. Algo que siempre había despreciado. Para mí Espronceda, Bécquer, Larra eran algo a evitar y sin embargo esos son los que se están inventando al país. Cuándo Mesonero Romanos está escribiendo los tipos de España, se está inventando una nación. Está diciendo cómo somos, lo cual es alucinante. Ni siquiera ellos son conscientes de eso. En ese grupo romántico se está gestando lo que luego vamos a considerar que es lo normal de los españoles. Ahora leo a Mesonero Romanos con otra perspectiva, ha dejado de ser un costumbrista rancio para convertirse en un generador de ideología. ¿Qué está haciendo cuando está escribiendo ‘El Maragato’, ‘El Chulo madrileño’, ‘El Guapito de Sevilla’…? Para qué hace eso. Qué sentido tiene. Está creando tipos que nosotros reconocemos. Está creando una comunidad, una sociedad. Es el momento cultural fundamental en Europa, pues el Romanticismo está generando naciones. Ellos hacen una apuesta que para mí es equivocada, están dando una identidad legendaria pero ahora es un lastre.
Astorga Redacción: Historiador, arqueólogo (y librero) antes de ser escritor. ¿En qué medida su propia formación intelectual le decantó hacia la literatura y concretamente hacia la novela histórica?
Alfonso Mateo Sagasta: No solo mi formación intelectual, sino mi inclinación ya antes de estudiar Historia. Yo estudié Historia porque me encantaba, quizá, por haber leído magníficas novelas históricas. De adolescente no existía 'Juego de Tronos'. Nosotros somos una generación de Salgari y Julio Verne. En la adolescencia hubo libros que me entusiasmaron y me abrieron nuevas perspectivas como 'Bomarzo', 'El siglo de las luces', y un poco más adelante apareció Umberto Eco con ‘El nombre de la rosa’, que cambió la perspectiva de lo que era una novela ambientada en otra época. Eso y que ya estaba estudiando Historia, me llevó a escribir mi primera novela histórica, ‘El olor de las especias’, usando gran parte de lo que había trabajado como arqueólogo en torno a la época medieval.
A partir del momento en que vi que podía escribir una novela me planteé realmente dedicarme a escribir. Entonces tienes que dedicarte a leer obras interesantes, distintas, variadas, y de calidad. Mi primer gran reto fue leer el Quijote. Y ese fue para mí el gran descubrimiento del mundo, descubrí todo lo que encierra el Quijote, todo lo que lo rodea. Entendí qué era el Quijote, cómo estaba construido. También me encontré con el gran misterio de Avellanea, cómo hace un puente entre las dos partes del Quijote de Cervantes, que para mí es fundamental para entrar en la segunda parte, y descubrí que dentro había todo un mundo de envidias, celos y demás pasiones. Y entonces comencé a leer e investigar sobre Avellaneda y descubrí que era un gran misterio literario.
¿Y de alguna manera le ha influido?
Totalmente. Sobre todo en la forma de ver la literatura, de entenderla, de saber qué escribe un escritor. Sobre qué escribimos. Todos hablamos de nosotros mismos. Cuando a mí me preguntan: ¿tú eres escritor de novela histórica?, les digo: yo ambiento mis novelas en periodos históricos, pero siempre escribo de mí mismo, como todos. Entonces se me ocurrió la segunda parte del juego, que es muy cervantino. Cervantes juega que hay tres autores de ‘El Quijote’, está él, está Cide Hamete Benengeli y está el traductor del texto que a veces opina también, sobre todo en la segunda parte. Entonces esto tiene una segunda vuelta. Pensé, si yo me invento un personaje del siglo XXI que es Isidro Montemayor, el protagonista de esta novela que va a interactuar con los literatos del siglo XVII, ya que son los escritores que vemos y mamamos a diario, ¿por qué no va a influir este personaje en estos autores? Es un personaje que entra en contacto con Lope de Vega, Tirso de Molina y Vélez de Guevara... es el momento además en el que están escribiendo sus obras maestras. Y lógicamente él actúa de una forma que se verá reflejada en esas obras maestras. Yo convierto a un personaje del siglo XXI en generador de esas obras del Siglo de Oro español, pues es él quien le va a descubrir a Lope de Vega escribiendo Fuenteovejuna, o a Vélez de Guevara en el momento de la gestación del Diablo Cojuelo o a Tirso de Molina qué tiene que hacer con los cigarrales. A Alonso de Contreras le dice lo que tiene que hacer con la historia de su vida. Es un personaje que en esta posición se convierte en el detonante de todo el Siglo de Oro. Incluso va a ser el detonante de la segunda parte de ‘El Quijote’.
‘Ladrones de tinta’ cuenta la generación de la segunda parte de ‘El Quijote’, que es la madre de todas las novelas. Juego con un personaje de hoy que ha creado toda esa literatura del Siglo de Oro de la cual él mismo se nutre. A ese jugar a la retroalimentación constante que es propia de la literatura, la histórica sí está en relación con la reinvención de la historia, que está en una reelaboración permanente. No existe la historia como tal. Pues es sólo una elaboración intelectual y mi apuesta va por contar la historia de España de otra manera. Que en este periodo no es una decadencia permanente, no es ese horror. Eran los dueños del mundo. Lo normal, lo suyo, en toda Europa era morirse de hambre en la calle. La enfermedad era lo normal en el siglo XVII. Dentro de la normalidad eran los amos del mundo.
No faltan algunos novelistas (e incluso críticos y lectores) con ciertas pretensiones intelectuales que miran con desdén el género histórico, identificado con la literatura comercial, y más aún cuando se combina con la novela de intriga. Y todo ello después de que, por ejemplo, Eco superará la dicotomía en El nombre de la rosa. ¿Qué opinión le merecen estos prejuicios?
Partiendo de que el género histórico está denostado, pero quien así hable no hablará de Tolstoi, ni de Dickens, ni de Baudelaire, ni de García Márquez, ni de Mújica Lainez, ni de Alejo Carpentier... Esos, parece ser, no son género histórico, resulta que esos son ‘grandes escritores’. Pero yo digo que son grandes escritores que escriben en género histórico… Otra cosa sería si dijeras en tu pregunta que el género histórico apuesta por la divulgación histórica. Y en eso estoy de acuerdo, una cosa es el género histórico o los escritores que pretendemos escribir género histórico, pero primando la literatura, pero que hay otros que utilizan el género histórico como una herramienta social de divulgación histórica. Con lo cual las novelas, si lo son, se convierten en docudramas en realidad. Eso en Francia se la llama divulgación histórica, que está fenomenal, y además es necesario. En España no hay este género de divulgación histórica y se le pide a la novela histórica que cubra ese hueco. Y ahí estamos perdidos, pues generamos novelas históricas de muy mala calidad, ya que la apuesta se queda en eso que denominamos divulgación histórica.
¿La novela histórica debe tener un equilibrio adecuado entre historia o literatura? ¿Sirve para conocer el pasado o para conocer el presente? ¿Cuáles son sus virtudes y sus peligros?
Es que son preguntas de tesis doctoral. La novela histórica, ante todo tiene que ser novela. Otra cosa es que socialmente se le atribuye una responsabilidad, cosa que no pasa con ningún otro tipo de escritos. Al novelista histórico no se le permite falsear la verdad, pero ¿qué es la verdad? Existe la verdad pactada, consensuada. Existen los parámetros entre los cuales consideramos que vamos a narrarnos. La verdad no existe. Con los mismos datos puedes contar cosas y llegar a conclusiones completamente distintas. Desde mi punto de vista sí es importante diferenciar el pasado de la historia. El pasado son los datos que han ocurrido y que han dejado rastros, y la historia es el establecimiento de una cadena que une todos esos datos en una sucesión de causas y efectos que nos vuelven comprensible ese pasado. Aquí curiosamente todo cuadra, sin embargo en la realidad nunca cuadra nada.
A los escritores de novela histórica nos exigen ceñirnos a la realidad. ¿Pero a qué realidad quiere usted que me atenga? ¿A la que a usted le gusta? Yo como escritor de novela histórica tengo cuidado con los detalles, intento no falsear los datos. Pero con los datos que tengo puedo decir muchísimas cosas diferentes. Lo que hay que tener claro es cómo lo quiere ver uno y sobre todo que prime la literatura. Tener claro lo que quieres contar. Mi planteamiento es que la historia se escribe mirando al futuro. El futuro es lo fundamental, el futuro es lo que nos va a decir cómo tenemos que narrarnos. A partir de ahí la historia se construye como quieras, porque es muy fácil.
Pasemos a su obra. Usted comienza con una novela de ambientación medieval, 'El olor de las especias'. ¿De dónde surge la idea?
‘El olor de las especias’ es una historia que transcurre en la frontera entre Castilla y León y los Reinos Musulmanes. Me apetecía hablar de los conflictos entre cristianos y musulmanes en el siglo X. Y de ese permanente conflicto que nos han contado en el colegio que es muy tardío, en realidad es menos bullente que el que se daba entre castellanos y leoneses por ejemplo, o dentro de los musulmanes entre sí. También me llamaban mucho la atención las grandes diferencias que hay en el mundo musulmán, que no es monolítico. Me interesaba reflejar la similitud de aquel estado de cosas con la guerra entre Irán e Irak. Es así como funciona la novela, intentando entender una cosa puedes llegar a entender la otra, la que forma parte de nuestra realidad.
Tenemos un gran desconocimiento de la historia musulmana.
Eso fue lo que me pasó a mí, ten en cuenta que todavía no habían empezado los atentados terroristas.
Forman parte de nuestras raíces ¿no?
Ya se estaba hablando mucho de Europa en los 80. Pero para tener el proyecto de una Europa unida se necesita una tarea común. En esta época, hacia el 91 se hizo también la exposición del Palazzo Grassi, en Venecia. Una exposición espectacular de los celtas de Europa, considerada como la gran civilización que aglutina a toda Europa. Hay una apuesta ideológica por pensar que los celtas son los primeros paneuropeos. La historia es crear una ilación que genere una comunidad. Aquí como en el caso de la actualidad de los neanderthales hay un componente ideológico importante. Ideológicamente la historia se está construyendo sin darnos cuenta. La historia está en constante creación de comunidad.
Recientemente ha saltado usted hasta el siglo XIX, en Mala hoja. Un cambio notable de paisaje histórico ¿no?
‘Mala hoja’, para mí es un novelón. Es la novela más bonita que he escrito. A mí me gusta mucho escribir sensorialmente y sensualmente. Para mí los olores, los sabores, los aromas son fundamentales. Cuando intento llevar a un personaje a otro periodo histórico intento hacerle sentir en ese momento del pasado. Intento hacer sentir lo que es no lavarse durante quince días. Cómo olería una habitación con una minúscula ventana, donde a lo mejor se sahumaba el espacio, en la cual los orinales se vaciaban solo por la noche, donde vivían con los animales, el trato con la enfermedad. Todo eso cómo huele. Todos esos detalles es lo que te pueden hacer sentir en otro tiempo.
Enredado en la sensorialidad de las hechuras y el disfrute de los puros decidí escribir una novela de amor y de puros. Para mí el amor es el eje de cualquier historia. Me puse a investigar sobre puros, me fui a Cuba. Allí me impregné del siglo XIX español de Cuba. Te das de bruces con la esclavitud, con la literatura cubana del XIX, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés... Una vida más dura que los algodonales en Estados Unidos. Un mundo increíble del que no somos conscientes. Al final es una historia sensual, con dos hombres mayores hablando en torno a una cena en un restaurante de La Habana. Salen luego al patio y uno le ofrece al otro fumar el mejor habano del mundo. El otro lo acepta con escepticismo y se pone a fumarlo. Siguen charlando, uno es tabaquero y el otro azucarero. La conversación a raíz de la cual va saliendo la historia de amor de cada uno de ellos. Uno está forrado y tiene miles de esclavos y el otro es un tabaquero cuya máxima ilusión era conseguir el tabaco perfecto y el amor de su mujer. Mala hoja es una expresión cubana referida a quién no sabe hacer bien el amor.
¿Existe algún periodo, algún personaje o algún acontecimiento sobre el que todavía no ha escrito, pero le gustaría escribir?
Ahora me dedico mucho al siglo XIX, porque ha sido demasiado despreciado y a mí me interesa muchísimo. Para mí es el siglo fundamental que nos daría una nueva esperanza, porque creo que en el XIX es donde se genera lo que somos ahora mismo. Somos lo que nos han enseñado, una sociedad triste y cainita que nos matamos entre nosotros. Las Guerras Carlistas, la Guerra Civil. Pero incluso esto depende de perspectivas. Nos hemos empeñado en narrar las Guerras Carlistas como una sucesión de ‘guerracivilismo’. Los mismos muertos hubo en Italia y en Alemania, pero ellos lo narraron de una manera distinta. En Italia se llama el ‘risorgimento’, que suena glorioso, y al fin y al cabo es lo mismo, es la lucha de los liberales contra el absolutismo. La nueva sociedad, el Gatopardo. El nuevo mundo. Pero eso mismo son nuestras Guerras Carlistas. El Carlismo representa el mantenimiento del absolutismo con el peso de la Iglesia, la tradición; y los liberales intentan romper con eso que al fin y al cabo es lo mismo que hizo Garibaldi. Muchos de nuestros liberales se van a América y vuelven. Ese mismo movimiento en Italia se ha tratado de forma gloriosa. Nosotros también estábamos fraguando una nación. Vamos a cambiar el chip. Es que nosotros también nos estábamos inventando al mismo tiempo que lo hacían en Italia y Alemania. Eso es una perspectiva narrativa, puramente literaria, y es que eso merece la pena intentarlo.
¿Como lector, tiene los mismos gustos que como escritor?
No, leo muy poca novela histórica. Leo mucho ensayo. Lo que más leo son autores clásicos y en este momento lo que más me interesa son los escritores románticos. Algo que siempre había despreciado. Para mí Espronceda, Bécquer, Larra eran algo a evitar y sin embargo esos son los que se están inventando al país. Cuándo Mesonero Romanos está escribiendo los tipos de España, se está inventando una nación. Está diciendo cómo somos, lo cual es alucinante. Ni siquiera ellos son conscientes de eso. En ese grupo romántico se está gestando lo que luego vamos a considerar que es lo normal de los españoles. Ahora leo a Mesonero Romanos con otra perspectiva, ha dejado de ser un costumbrista rancio para convertirse en un generador de ideología. ¿Qué está haciendo cuando está escribiendo ‘El Maragato’, ‘El Chulo madrileño’, ‘El Guapito de Sevilla’…? Para qué hace eso. Qué sentido tiene. Está creando tipos que nosotros reconocemos. Está creando una comunidad, una sociedad. Es el momento cultural fundamental en Europa, pues el Romanticismo está generando naciones. Ellos hacen una apuesta que para mí es equivocada, están dando una identidad legendaria pero ahora es un lastre.