Néstor Rojas divisa el Orinoco, allá, tras el Teleno...
Néstor Rojas es uno de los exiliados venezolanos que ha recalado en España. En su caso en Astorga, donde lleva viviendo seis meses. Es un escritor y artista plástico que en 2016 ganó el Concurso Nacional de Poesía, enmarcado en las ediciones del Festival Mundial de Poesía de Venezuela, uno de los premios más importantes de Venezuela. El viernes dará un recital en la Casa de Panero en Astorga. Tomás Néstor se pone en su lugar y hace una semblanza melancólica, pero esperanzada sobre su futuro y el de su país.
![[Img #41811]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/9679_242-3.jpg)
… y no porque se alce sobre los hombros de Pedro Mato o realice equilibrios malabares en las aristas de las torres catedralicias… Como dársenas de un puerto-refugio cobijan sus pupilas imágenes, recuerdos y memoria de un entonces que sigue siendo mañana, ahora y hoy, en Caracas, en Astorga. Diríase que fronteras, mares, cuencas hidrográficas… son, a veces, dolor y malestar de apuntes de geopolíticos, distancias entre cartografías y husos horarios, quisicosas que una mirada entornada hacia el recuerdo recorre sin necesidad de artilugios volanderos ni precisiones barométricas.
Alejo Carpentier, que consagraba la primavera con concierto barroco, intuía el Orinoco en su recorrido -o cualquier otro gran río- como materialización del tiempo: pasado o tiempo del recuerdo, presente o tiempo de la intuición, futuro o tiempo de la espera. Toda una simbología del hoy que fluye descabellado ante ese futuro que aguarda ya en construcción.
Veedor de este tiempo de la intuición y de este ahora venezolano, Néstor Rojas cree en la palabra crecida en la necesidad, esperanzada; la nace nueva cada día sabiendo mantener el aliento ante tanta necedad y engaño. Convoca color y forma para (re)crear un mundo posible donde el ser humano halle cobijo cuando sea acosado por la intemperie o el desánimo. Quisiera él mismo elegir entre matria, patria o quietud duradera sin acotamiento de mapas ni fronteras. Le gustaría, no lo dudo, la autoinmolación de palabras, inútiles, incapaces de mantener y definir sin claroscuros la idea de una ética y dignidad humanas. “El hombre -escribe Néstor Rojas en su libro de aforismos- tiene el mismo destino que el viento: la libertad”.
Tiempo para los adioses no tuvo aunque sí para contemplar corajudo la casa desvalida, ya en ruinas; tampoco, para recoger los papeles de una vida acreditada en lugares y ambientes tan intensamente vividos. Poemarios, ensayos, antologías y otros escritos -Diario de <>, Transfiguraciones, Los trabajos del tiempo…- quedaron apilados en una de esas esquinas, suspicaces o ingenuas según la hora del día o de la noche, en las que la luz vertical ampara las miradas y protege el disimulo. Imagino chamarileros de uniforme, debidamente (des)acreditados, desparramándolo todo como esparcimiento inútil hasta arrojarlos por las quebradas caraqueñas; o acaso sean nuevos dueños de aquello los gatos callejeros; se convocan seguramente desde hace meses con su propio orden del día, ruegos y descartes para decidir o, según la atmósfera, para empapelarse y saciar con los escritos sus carencias; ellos nunca levantarán sospechas de rebelión ni serán castigados por desobedecer al régimen.
¿Y la biblioteca del poeta? No debiera haber piedad ni sosiego para cuantos hayan convertido en cascotes los textos con la palabra nunca moribunda de sus maestros Octavio Paz y José Emilio Pacheco, de Rafael Cadenas, Roberto Juarroz, Otero Silva, Vicente Huidobro y de tantos otros.
“Ter onde cair, morto, é motivo de partir” escribió el poeta brasileño Marcos Siscar; sin duda alguna escuchó estas palabras el creador venezolano; y partió para continuar, para vivir. Él sabe que la fuerza hasta alcanzar la cima, al menos en este hoy, está en la esperanza, en seguir hacia, en la vida. Halló acomodo en este territorio casi al noroeste, también de itinerantes durante siglos. Aquí, en Astorga, ni olvido ni silencio le robarán la palabra, ni los dioses, tan atentos al devenir, se atreverán a cegar su memoria.
No cabe duda alguna de que a Néstor Rojas le están naciendo textos, de que sus pinturas más bien expresionistas, no neocubistas, zarandean su creatividad sin descanso; de esta manera continuará ‘orinocándose’ como si respirara allá. Intuyo poemarios en que escribirá el sueño de abrazar las dos orillas oceánicas, con o sin naufragios; algún pájaro de la infancia, tal vez un colibrí azul o multicolor, juegue veloz vuelo en torno a su cabeza.
Mantiene el creador venezolano la ventana abierta a cualquier hora, día sí y también la noche. Nunca se ahuyenta la luz, alguna forma de luz. Sigue atento escuchando; a la espera. Una llamada. Monosílaba. ¡¡Ya!! Y será, entonces. ¡¡Ya!!
… y no porque se alce sobre los hombros de Pedro Mato o realice equilibrios malabares en las aristas de las torres catedralicias… Como dársenas de un puerto-refugio cobijan sus pupilas imágenes, recuerdos y memoria de un entonces que sigue siendo mañana, ahora y hoy, en Caracas, en Astorga. Diríase que fronteras, mares, cuencas hidrográficas… son, a veces, dolor y malestar de apuntes de geopolíticos, distancias entre cartografías y husos horarios, quisicosas que una mirada entornada hacia el recuerdo recorre sin necesidad de artilugios volanderos ni precisiones barométricas.
Alejo Carpentier, que consagraba la primavera con concierto barroco, intuía el Orinoco en su recorrido -o cualquier otro gran río- como materialización del tiempo: pasado o tiempo del recuerdo, presente o tiempo de la intuición, futuro o tiempo de la espera. Toda una simbología del hoy que fluye descabellado ante ese futuro que aguarda ya en construcción.
Veedor de este tiempo de la intuición y de este ahora venezolano, Néstor Rojas cree en la palabra crecida en la necesidad, esperanzada; la nace nueva cada día sabiendo mantener el aliento ante tanta necedad y engaño. Convoca color y forma para (re)crear un mundo posible donde el ser humano halle cobijo cuando sea acosado por la intemperie o el desánimo. Quisiera él mismo elegir entre matria, patria o quietud duradera sin acotamiento de mapas ni fronteras. Le gustaría, no lo dudo, la autoinmolación de palabras, inútiles, incapaces de mantener y definir sin claroscuros la idea de una ética y dignidad humanas. “El hombre -escribe Néstor Rojas en su libro de aforismos- tiene el mismo destino que el viento: la libertad”.
Tiempo para los adioses no tuvo aunque sí para contemplar corajudo la casa desvalida, ya en ruinas; tampoco, para recoger los papeles de una vida acreditada en lugares y ambientes tan intensamente vividos. Poemarios, ensayos, antologías y otros escritos -Diario de <>, Transfiguraciones, Los trabajos del tiempo…- quedaron apilados en una de esas esquinas, suspicaces o ingenuas según la hora del día o de la noche, en las que la luz vertical ampara las miradas y protege el disimulo. Imagino chamarileros de uniforme, debidamente (des)acreditados, desparramándolo todo como esparcimiento inútil hasta arrojarlos por las quebradas caraqueñas; o acaso sean nuevos dueños de aquello los gatos callejeros; se convocan seguramente desde hace meses con su propio orden del día, ruegos y descartes para decidir o, según la atmósfera, para empapelarse y saciar con los escritos sus carencias; ellos nunca levantarán sospechas de rebelión ni serán castigados por desobedecer al régimen.
¿Y la biblioteca del poeta? No debiera haber piedad ni sosiego para cuantos hayan convertido en cascotes los textos con la palabra nunca moribunda de sus maestros Octavio Paz y José Emilio Pacheco, de Rafael Cadenas, Roberto Juarroz, Otero Silva, Vicente Huidobro y de tantos otros.
“Ter onde cair, morto, é motivo de partir” escribió el poeta brasileño Marcos Siscar; sin duda alguna escuchó estas palabras el creador venezolano; y partió para continuar, para vivir. Él sabe que la fuerza hasta alcanzar la cima, al menos en este hoy, está en la esperanza, en seguir hacia, en la vida. Halló acomodo en este territorio casi al noroeste, también de itinerantes durante siglos. Aquí, en Astorga, ni olvido ni silencio le robarán la palabra, ni los dioses, tan atentos al devenir, se atreverán a cegar su memoria.
No cabe duda alguna de que a Néstor Rojas le están naciendo textos, de que sus pinturas más bien expresionistas, no neocubistas, zarandean su creatividad sin descanso; de esta manera continuará ‘orinocándose’ como si respirara allá. Intuyo poemarios en que escribirá el sueño de abrazar las dos orillas oceánicas, con o sin naufragios; algún pájaro de la infancia, tal vez un colibrí azul o multicolor, juegue veloz vuelo en torno a su cabeza.
Mantiene el creador venezolano la ventana abierta a cualquier hora, día sí y también la noche. Nunca se ahuyenta la luz, alguna forma de luz. Sigue atento escuchando; a la espera. Una llamada. Monosílaba. ¡¡Ya!! Y será, entonces. ¡¡Ya!!