La historia es siempre actual (Para nuestras hijas)
![[Img #41861]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/9796_1.jpg)
Nos cansa la novedad (Mr Clooney, es tan sólo café, señor, en plan carnaval) por no ser realmente nueva y, sin embargo, nos hipnotiza como si lo nuevo fuese necesariamente un sinónimo del progreso o un atisbo de felicidad, o sea, el sueño del progreso. Pero lo que es peor y más aterrador es tener que anticipar lo viejo, sobre todo cuando éste vuelve disfrazado… de (lo) nuevo.
Así intento plasmar la emoción (sí, una comedura de coco es una emoción o quizá el resultado de la dopamina caduca provocada por la saturación de ignorancia que percibo continuamente) que siento delante del tópico (y no debe serlo) que reza: quien no conozca la historia está condenado a repetirla.
Pero ¿qué es la historia? No es sólo una narrativa más. La filosofía también es historia, y esa lucha reinstaladora que ha triunfado, en parte, gracias a la historia de la educación, debe ser digna de celebrarse todos los años, Sus Señorías.
La historia es la historia de la existencia del ser humano y su entorno (el planeta, el cosmos, Dios (sic), el nuevo dominio de los partes meteorólogos en los telediarios, en su pulso por desplazar el aburrimiento del fútbol). No es sólo una narrativa más, sino el gran relator (¿ironía de moda o palabra útil?) de nuestra conciencia moral, o cómo ha sido ser un ser a lo largo del ser.
De manera optimista podría afirmar que aprendemos poco y muy lentamente porque somos unos necios por naturaleza. Más negativamente, podría meterme con La Ilustración y La Modernidad por los grandes divorcios que han provocado en el mundo intelectual. Supongo que ésta se parece al pensamiento conservador de Jaime Mayor Oreja y su amigo Rémi Brague https://www.farodevigo.es/sociedad/2019/02/12/impulsan-plataforma-intelectuales-europeos-favor/2049955.html y si lo es, me da igual, porque me ayuda a comprender la derecha aún más rancia, la que no sabe nada de Ravensbrück, la que se agarra a su tradición y ¡punto!
Por cierto, los que se escandalizan ante la paradoja binaria feminismo (de esa índole)/Vox, hablando del falso nuevo, les contesto que tampoco es un escándalo nuevo en el ámbito del pensamiento ambivalente - ¿quién puede comprender, Señora Merkel, que hubiere judíos militantes dentro de la Unión Demócrata Cristiana?
La ilustración separó, mediante la fragmentación académica, una visión tal vez facilona del hombre (una visión también más sagrada, si soy honesto y tolerante con mis adversarios) de su espejo más generoso, más cristiano (imagen y semejanza etc.), más holístico.
Sin embargo, La Ilustración, guste o no, era y es la masiva letra pequeña de la ‘revolución copernicana’ y todos sabemos, si sabemos algo de historia, que aquella causó una rabieta tremenda en la Santa Sede… tanto que La Iglesia ha tenido que recurrir al abuso de niños por ya no poder abusar de científicos.
Y si esta frase última se pasa de demagogia retro, os regalo la siguiente: El fin del franquismo fue el fin de la contrarreforma - los BBCeros ya son católicos protestantes, o sea, cristianos à la carte - hipócritas light.
Y, un poco después, la caída del muro de Berlín significó (una vez más) la emancipación del individuo frente a la tendencia totalizadora del Estado Colectivo. La palabra comunista ya forma parte del daño colateral léxico - así es la historia también. Las palabras cambian. Pero más que los conceptos. Y menos que las ideas. Yo, a menudo, pienso que los extremistas carecen de extremidades tiernas.
Seremos la palabra (divina) hecha carne pues, pero la historia conserva las sutilezas de una educación sentimental que va mucho más allá de unas fechas, sus fechorías… o unos huesos, estos últimos, Esther Muñoz, huérfanos de un respeto más urgente que la gesta de cambiar algunos nombres de calles - me tengo que meter con ambos bandos - que bien podrían servir para recordarnos la cantidad de imbéciles que hemos gestionado. ¡Por el amor de una monja honrada y la limpieza histórica!
Las prisas electoralistas engendran las chapuzas más evitables. Todo dicho en plan abogado del diablo - que es el deber de la prensa libre… tampoco me gustaría vivir en la avenida Goebbels.
La modernidad, gracias a la ciencia y al pensamiento crítico sin los complejos impuestos por miedo a Dios, tiene su historia, su psicología, su antropología, su filosofía, su física cuántica etc. Pero esas categorías corren el riesgo de ahogar la presencia del hombre como un constante trasversal, que dirían los de la derecha. Y les entiendo. Pero que comprendan que tanto en las disciplinas eruditas como en la historia del ser humano como agente moral, la narrativa de nuestra conducta debe incluir la historia como el oxígeno - la historia no es un cementerio para orgías palimpsestuosas de bibliotecas abandonadas en las fosas de la miopía…la historia es el eco de siempre.
La memoria histórica es una frase de su/nuestra época, indispensable, pero a la luz del rigor, es también una consigna oximorónica: no hay memoria sin la historia, si quitamos los pequeños milagros de la naturaleza que, por ejemplo, nos ayudan a coordinar la cuchara en su viaje hacia la boca sin tener que pensar.
La historia no es el instinto domado. La historia es quienes somos, incluso independientemente de la interpretación ética de las hazañas acumuladas. Uno puede intentar tergiversar la justicia e incluso la injusticia, pero distorsionar el derecho a saber encorsetando la historia como si fuese tan sólo una categoría más del saber es peor que fingir un beso de consuelo o agarrar una bandera para cubrir las heridas de la experiencia, como si ella, la experiencia, tan sólo tuviera validez según las etiquetas ideológicas, o los libros de texto su validez, según la comunidad autónoma que fuere, la catalana o la bávara, vasca o… inglesa.
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![[Img #41861]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/9796_1.jpg)
Nos cansa la novedad (Mr Clooney, es tan sólo café, señor, en plan carnaval) por no ser realmente nueva y, sin embargo, nos hipnotiza como si lo nuevo fuese necesariamente un sinónimo del progreso o un atisbo de felicidad, o sea, el sueño del progreso. Pero lo que es peor y más aterrador es tener que anticipar lo viejo, sobre todo cuando éste vuelve disfrazado… de (lo) nuevo.
Así intento plasmar la emoción (sí, una comedura de coco es una emoción o quizá el resultado de la dopamina caduca provocada por la saturación de ignorancia que percibo continuamente) que siento delante del tópico (y no debe serlo) que reza: quien no conozca la historia está condenado a repetirla.
Pero ¿qué es la historia? No es sólo una narrativa más. La filosofía también es historia, y esa lucha reinstaladora que ha triunfado, en parte, gracias a la historia de la educación, debe ser digna de celebrarse todos los años, Sus Señorías.
La historia es la historia de la existencia del ser humano y su entorno (el planeta, el cosmos, Dios (sic), el nuevo dominio de los partes meteorólogos en los telediarios, en su pulso por desplazar el aburrimiento del fútbol). No es sólo una narrativa más, sino el gran relator (¿ironía de moda o palabra útil?) de nuestra conciencia moral, o cómo ha sido ser un ser a lo largo del ser.
De manera optimista podría afirmar que aprendemos poco y muy lentamente porque somos unos necios por naturaleza. Más negativamente, podría meterme con La Ilustración y La Modernidad por los grandes divorcios que han provocado en el mundo intelectual. Supongo que ésta se parece al pensamiento conservador de Jaime Mayor Oreja y su amigo Rémi Brague https://www.farodevigo.es/sociedad/2019/02/12/impulsan-plataforma-intelectuales-europeos-favor/2049955.html y si lo es, me da igual, porque me ayuda a comprender la derecha aún más rancia, la que no sabe nada de Ravensbrück, la que se agarra a su tradición y ¡punto!
Por cierto, los que se escandalizan ante la paradoja binaria feminismo (de esa índole)/Vox, hablando del falso nuevo, les contesto que tampoco es un escándalo nuevo en el ámbito del pensamiento ambivalente - ¿quién puede comprender, Señora Merkel, que hubiere judíos militantes dentro de la Unión Demócrata Cristiana?
La ilustración separó, mediante la fragmentación académica, una visión tal vez facilona del hombre (una visión también más sagrada, si soy honesto y tolerante con mis adversarios) de su espejo más generoso, más cristiano (imagen y semejanza etc.), más holístico.
Sin embargo, La Ilustración, guste o no, era y es la masiva letra pequeña de la ‘revolución copernicana’ y todos sabemos, si sabemos algo de historia, que aquella causó una rabieta tremenda en la Santa Sede… tanto que La Iglesia ha tenido que recurrir al abuso de niños por ya no poder abusar de científicos.
Y si esta frase última se pasa de demagogia retro, os regalo la siguiente: El fin del franquismo fue el fin de la contrarreforma - los BBCeros ya son católicos protestantes, o sea, cristianos à la carte - hipócritas light.
Y, un poco después, la caída del muro de Berlín significó (una vez más) la emancipación del individuo frente a la tendencia totalizadora del Estado Colectivo. La palabra comunista ya forma parte del daño colateral léxico - así es la historia también. Las palabras cambian. Pero más que los conceptos. Y menos que las ideas. Yo, a menudo, pienso que los extremistas carecen de extremidades tiernas.
Seremos la palabra (divina) hecha carne pues, pero la historia conserva las sutilezas de una educación sentimental que va mucho más allá de unas fechas, sus fechorías… o unos huesos, estos últimos, Esther Muñoz, huérfanos de un respeto más urgente que la gesta de cambiar algunos nombres de calles - me tengo que meter con ambos bandos - que bien podrían servir para recordarnos la cantidad de imbéciles que hemos gestionado. ¡Por el amor de una monja honrada y la limpieza histórica!
Las prisas electoralistas engendran las chapuzas más evitables. Todo dicho en plan abogado del diablo - que es el deber de la prensa libre… tampoco me gustaría vivir en la avenida Goebbels.
La modernidad, gracias a la ciencia y al pensamiento crítico sin los complejos impuestos por miedo a Dios, tiene su historia, su psicología, su antropología, su filosofía, su física cuántica etc. Pero esas categorías corren el riesgo de ahogar la presencia del hombre como un constante trasversal, que dirían los de la derecha. Y les entiendo. Pero que comprendan que tanto en las disciplinas eruditas como en la historia del ser humano como agente moral, la narrativa de nuestra conducta debe incluir la historia como el oxígeno - la historia no es un cementerio para orgías palimpsestuosas de bibliotecas abandonadas en las fosas de la miopía…la historia es el eco de siempre.
La memoria histórica es una frase de su/nuestra época, indispensable, pero a la luz del rigor, es también una consigna oximorónica: no hay memoria sin la historia, si quitamos los pequeños milagros de la naturaleza que, por ejemplo, nos ayudan a coordinar la cuchara en su viaje hacia la boca sin tener que pensar.
La historia no es el instinto domado. La historia es quienes somos, incluso independientemente de la interpretación ética de las hazañas acumuladas. Uno puede intentar tergiversar la justicia e incluso la injusticia, pero distorsionar el derecho a saber encorsetando la historia como si fuese tan sólo una categoría más del saber es peor que fingir un beso de consuelo o agarrar una bandera para cubrir las heridas de la experiencia, como si ella, la experiencia, tan sólo tuviera validez según las etiquetas ideológicas, o los libros de texto su validez, según la comunidad autónoma que fuere, la catalana o la bávara, vasca o… inglesa.
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