La lista de lo necesario
![[Img #41867]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/5188_sol-autorretratoyjaula.jpg)
"Conozco muchos que andan por ahí con
la lista
de lo que necesitan.
Aquel a quien la lista es presentada, dice:
es mucho.
Mas aquel que la ha escrito dice: esto es lo mínimo.
Pero hay quien orgullosamente muestra
su breve lista".
La primera vez que escuché este poema de Bertolt Brech fue un domingo de mayo y mediodía del año 2012 en la presentación de la Antología de Poesía Indignada ‘Esto no rima’ coordinada por el poeta de San Román de la Vega Abel Aparicio que tuvo lugar en una taberna ya desaparecida del barrio más castizo de Madrid llamada ‘La taberna encantada’. Fue al final de la presentación, en la parte de micro abierto, cuando una chica salió a recitarlo de memoria, mientras un grupo de jóvenes dibujantes pintaba unos pájaros encerrados en jaulas y nos pintaba a nosotros, asistentes al acto. Dos años más tarde utilizaría este poema para iniciar mi blog como una declaración de intenciones y posicionamiento ante la escritura.
Hoy lo rescato mientras escribo confinada en el último rincón de la casa que estamos desmantelando para iniciar una reforma que lleva años pidiendo a gritos ser ejecutada. Mientras vamos cambiando los muebles de sitio y tirando cosas que jamás usamos, me doy cuenta que los espacios libres recuperan la belleza que tuvieron cuando hace veintiún años nos dispusimos a habitarlos. Fue el vacío de la casa -una casa de 1.930, techos altos, amplios ventanales en busca de la luz- el que nos cautivó, y es de nuevo ese vacío, un vacío que poco a poco fuimos llenando sin permiso, víctimas tan solo de nuestro afán colonizador, el que en el trasvase de trastos de una habitación a otra reivindica su lugar. En realidad nunca dejó de hacerlo.
Sí, las cosas y los espacios nos hablan. “Hablo con mis objetos cuando los veo tristes” que diría Édouard Levé en su libro ‘Autorretrato’. Y esta casa que mañana abandonaré temporalmente llevando lo estrictamente necesario (cepillo de dientes, enseres de aseo, ropa, ordenador, pendrive, apuntes, “El corazón de las tinieblas” como lectura del mes, móvil, sin móvil no soy nada, cargador, sin cargador el móvil no es nada…) me susurra al oído que la lista de lo que necesito para vivir es mucho más pequeña que la cantidad de objetos que he ido acumulando todos estos años.
Y eso mismo aplicado a lo inmaterial de la vida, para llegar al final de la misma libre de equipaje, pero con el convencimiento absoluto de haber vivido a conciencia, de haberle extraído todo el meollo.
Puesto que solo tenemos dos certezas, nacer y morir, -lo que pasa en medio es absolutamente contingente-, hago recuento y no quiero abandonar este mundo sin, por ejemplo, gritar hasta desgañitarme desde lo alto de una montaña, pintar una pared convirtiéndola en poética, disfrazarme de otro, dormir la siesta una tarde de primavera bajo la dulce sombra de un almendro, acabar la obra de teatro que inicié en la adolescencia, seguir una o dos ideas irracional y ciegamente, volar una comenta que contenga los colores del arco iris, leer ‘La Odisea’ hasta el final, cometer tres o cuatro actos inconfesables, um… y recitar de memoria y a los cuatro vientos el poema "Conozco muchos que andan por ahí con la lista de lo que necesitan…”
![[Img #41867]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2019/5188_sol-autorretratoyjaula.jpg)
"Conozco muchos que andan por ahí con
la lista
de lo que necesitan.
Aquel a quien la lista es presentada, dice:
es mucho.
Mas aquel que la ha escrito dice: esto es lo mínimo.
Pero hay quien orgullosamente muestra
su breve lista".
La primera vez que escuché este poema de Bertolt Brech fue un domingo de mayo y mediodía del año 2012 en la presentación de la Antología de Poesía Indignada ‘Esto no rima’ coordinada por el poeta de San Román de la Vega Abel Aparicio que tuvo lugar en una taberna ya desaparecida del barrio más castizo de Madrid llamada ‘La taberna encantada’. Fue al final de la presentación, en la parte de micro abierto, cuando una chica salió a recitarlo de memoria, mientras un grupo de jóvenes dibujantes pintaba unos pájaros encerrados en jaulas y nos pintaba a nosotros, asistentes al acto. Dos años más tarde utilizaría este poema para iniciar mi blog como una declaración de intenciones y posicionamiento ante la escritura.
Hoy lo rescato mientras escribo confinada en el último rincón de la casa que estamos desmantelando para iniciar una reforma que lleva años pidiendo a gritos ser ejecutada. Mientras vamos cambiando los muebles de sitio y tirando cosas que jamás usamos, me doy cuenta que los espacios libres recuperan la belleza que tuvieron cuando hace veintiún años nos dispusimos a habitarlos. Fue el vacío de la casa -una casa de 1.930, techos altos, amplios ventanales en busca de la luz- el que nos cautivó, y es de nuevo ese vacío, un vacío que poco a poco fuimos llenando sin permiso, víctimas tan solo de nuestro afán colonizador, el que en el trasvase de trastos de una habitación a otra reivindica su lugar. En realidad nunca dejó de hacerlo.
Sí, las cosas y los espacios nos hablan. “Hablo con mis objetos cuando los veo tristes” que diría Édouard Levé en su libro ‘Autorretrato’. Y esta casa que mañana abandonaré temporalmente llevando lo estrictamente necesario (cepillo de dientes, enseres de aseo, ropa, ordenador, pendrive, apuntes, “El corazón de las tinieblas” como lectura del mes, móvil, sin móvil no soy nada, cargador, sin cargador el móvil no es nada…) me susurra al oído que la lista de lo que necesito para vivir es mucho más pequeña que la cantidad de objetos que he ido acumulando todos estos años.
Y eso mismo aplicado a lo inmaterial de la vida, para llegar al final de la misma libre de equipaje, pero con el convencimiento absoluto de haber vivido a conciencia, de haberle extraído todo el meollo.
Puesto que solo tenemos dos certezas, nacer y morir, -lo que pasa en medio es absolutamente contingente-, hago recuento y no quiero abandonar este mundo sin, por ejemplo, gritar hasta desgañitarme desde lo alto de una montaña, pintar una pared convirtiéndola en poética, disfrazarme de otro, dormir la siesta una tarde de primavera bajo la dulce sombra de un almendro, acabar la obra de teatro que inicié en la adolescencia, seguir una o dos ideas irracional y ciegamente, volar una comenta que contenga los colores del arco iris, leer ‘La Odisea’ hasta el final, cometer tres o cuatro actos inconfesables, um… y recitar de memoria y a los cuatro vientos el poema "Conozco muchos que andan por ahí con la lista de lo que necesitan…”






