ENTREVISTA / Néstor Rojas, poeta venezolano en Astorga
Néstor Rojas, Orinocándose
Néstor Rojas, poeta, artista plástico, periodista, pensador y un montón de cosas más, y buena persona que podríamos decir. Estudió en la Universidad Autónoma de México y allí tuvo como maestros y guías a dos ineludibles e importantísimos poetas, Octavio Paz y José Emilio Pacheco. Luego cuatro años en Dublín, también en París donde tuvo una gran actividad con los escritores latinoamericanos. También vivió en Barcelona. Con obras como ‘Transfiguraciones’, ‘Sepia’ ‘Diario de Fulmar’, ‘Aforismos’, ‘Textos metamórficos’, ‘Azul colibrí’ , que es el libro de las pérdidas, ‘Entre dos orillas’. Premios numerosos: el más importante es el Premio Nacional de Poesía en Venezuela.
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“Solo una cosa quisiera que nunca me faltara / para seguir andando, / la poesía: mi alimento”. Está claro que eres poeta y sin ese alimento no vivirías.
La poesía para mí es una manera de ver el mundo. Es un vivir, un estar y un vivir; incluso es una manera de respirar. Creo que lo que determina el tono y el ritmo en un poeta es su manera de respirar y una manera de ver las cosas, de ver y sentir el mundo. Desde pequeño me arropó la presencia de la poesía. Mi padre y abuela eran poetas sin escribir nunca un verso. Abuela los construía décimas mentalmente y yo era su escribano. Siempre me llamó la atención su manera de ver e interpretar el mundo. Veían más allá de lo que veían los demás. Para mí eso fue mi primer acercamiento con la poesía. Un contacto con ese ámbito de lo sagrado, donde confluye una cosmogonía, un entramado de misterios, todavía hoy indescifrables para mí. Escribir entonces es como acercarse a ese misterio. Hacerlo visible a través de las palabras.
Aquellos eran unos versos de ‘Amanezco entre las piedras’, un poema de tu libro inédito todavía, ‘Los ínfimos naufragios’. Néstor Rojas, poeta, artista plástico, periodista, pensador y un montón de cosas más, y buena persona que podríamos decir. Estudió en la Universidad Autónoma de México y allí tuvo como maestros y guías a dos ineludibles e importantísimos poetas, Octavio Paz y José Emilio Pacheco. Luego cuatro años en Dublín, en París donde tuviste una gran actividad con los escritores latinoamericanos. También vivió en Barcelona... Tú eres prácticamente un hombre del mundo y quiero recordarte unos versos de José Emilio Pacheco: “Pasamos por el mundo sin darnos cuenta / sin verlo/ como si no estuviera allí/ o no fuéramos / parte infinitesimal de todo esto.” Tú no estás pasando por el mundo sin darte cuenta ¿o sí?
Esos versos de José Emilio Pacheco al cual conocí sin duda cambiaron mi visión de entender la vida. Al poeta mexicano le hice una entrevista, aunque rehuía las entrevistas y evitaba los ‘medios’. Era un poco escurridizo. Su poesía fue como un deslumbramiento para mí, más incluso que la de Octavio Paz, porque es una poesía que ahonda en el tiempo como un camino, no como un espacio. Sí, desde mi adolescencia me lancé a los caminos, me fui de mi casa cuando tenía dieciseis años a recorrer otros ámbitos, otras geografías de mi país; llegué a una tierra alta, donde pasaba horas en la montaña escuchando el sonido de los animales. Conocí a un brujo en ese lugar que se llama Guarapiche, ubicado en el oriente, en estado Sucre, que decían que se transformaba en tigre. Yo me iba todos los días a la montaña para espiarlo, a ver si era verdad que se transformaba en tigre, y me iba detrás de él, y pude comprobar que sí se transformaba en tigre. Es increíble cómo descubrí que el hombre era un ilusionista. Hizo creerme que se transformaba en tigre y yo pensé que era un tigre. Esa visión del más allá, esa visión de otra dimensión siempre me resulta llamativa, porque mi abuela también parecía tener un pacto con el universo, como si se transportara a otros ámbitos, porque incluso a veces aunque no estaba con ella la sentía como si estuviera conmigo. Y en la poesía de José Emilio Pacheco descubrí esa conexión con el tiempo, con otra dimensión, como lo que ahora dicen de esos mundos paralelos. Creo mucho en eso, y los caminos para mí son la posibilidad de ir más allá, no son los caminos reales, hay otros caminos imaginarios. La poesía es un camino de la imaginación.
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¿Y te han marcado todos esos lugares por los que has pasado o más bien eres extranjero en todas las tierras?
Creo que me siento extranjero en todas las partes que voy. Soy como un marinero en tierra firme. Como un trashumante del espacio. Un andante con poco equipaje. Toda mi vida lo que he hecho es recorrer caminos, transitar pueblos buscando ampliar mi visión del mundo. Para mí el mundo es realmente una aldea, una encrucijada con muchos caminos que se bifurcan, pero hay otros mundos más allá del nuestro. En Venezuela hay una ciudad que se llama Maturín, que cuando yo iba con mi papá a vender pan allí, que es la zona petrolera, donde habitan indígenas kariña y donde también mi papá tenía una relación con una mujer indígena, decían que esa ciudad era otra ciudad, porque a veces los carros se desaparecían y la gente se asustaba; pero no era que desaparecían era que pasaban a otra dimensión. Y siempre me llamaba mucho la atención que cuando iba con él, siendo niño, me daba el automóvil para que lo condujera. Yo tenía apenas diez años. En el asiento colocaba una caja de refrescos y me ponía a manejar, y él se embriagaba y dejaba que yo condujera por aquella carretera oscura. Una vez pasando por un puentecito angosto, que era de un solo sentido, venía un carro del otro lado y yo dije bueno, aquí nos matamos todos, y entonces como pude me estacioné para luego seguir. Iba siempre pensando que se me abriera el espacio para yo pasar a esa otra ciudad que decían que existía y todavía hoy sigo pensando que existía un portal en ese pueblo...Fíjate: ese estado se llama Monagas y una vez en Irlanda me volví a topar con esa palabra, pero con h intercalada: Había llegado al condado que se llama Monaghan, la misteriosa la tierra de los celtas. Allí vivía en una ciudad que se llamaba Newbliss, con muchos lagos. Todo los días entraba al bosque, en que decían que salían hadas y gnomos y duendes…
Aquí en Asturias también salen hadas en los bosques…
Bueno, a mí me salieron las hadas…(risas). Hay como una búsqueda… y cuando me preguntaste si andaba por el mundo sin darme cuenta a veces pienso que sí, vivo como a veces sin darme cuenta. Lo más importante creo que es hacerse invisible para acceder a lo invisible.
Vamos a hacer un repaso por alguna de tus obras:‘Transfiguraciones’, ‘Sepia’ ‘Diario de Fulmar’, ‘Aforismos’, ‘Textos metamórficos’, ‘Azul colibrí’ que es un libro donde yo encuentro pérdidas irreparables: libro de las pérdidas; ‘Entre dos orillas’: muy poético, en el que hay que mirar más bien hacia fuera ,con imágenes muy amplias. Premios numerosos; el más importante es el Premio Nacional de Poesía en Venezuela. Hace un momento nombrabas a la abuela paterna, que te marcoó. Yo creo que tu abuela paterna y por tanto tú sois portadores de una cultura ancestral, tal vez precolombina, que debes de conservar y mantener. ¿Te sientes como un portador heredero de la cultura que comentabas al hablar de tu abuela paterna?
Sí ,sí, claro. Mi abuela tenía su origen en la cultura negra, la cultura de África; y su manera de pensar era totalmente diferente a la de mi abuela materna que era hija de españoles.
Y además de Castilla.
Eso es, de Castilla. Mi abuela materna vivía en un lugar donde abundaban los descendientes de los españoles. Se llama Carúpano esa ciudad. A orillas del mar. Y mi abuela paterna vivía un poco más allá, en una ciudad que se llamaba Río Caribe donde vivían personas de color. Desde ese lugar mágico se podía ver Trinidad. Sus padres eran descendientes de Trinidad. Hablaba inglés. Por eso era muy común pasar de noche desde Río Caribe a Trinidad. Tenía una manera muy diferente de ver las cosas y unas creencias muy misteriosas. Abuela a veces conversaba conmigo y tenía una gran capacidad de pensar, pero metafóricamente. Hablaba en metáforas, en parábolas. Su voz era la voz de una poeta, de un profeta. Y cuando hablaba acertaba. Hablaba poco, pero cuando hablaba daba en el blanco. Y daba en el blanco porque te descubría, incluso descubría lo que pensabas. Era difícil engañar a mi abuela, muy difícil engañarla; porque cuando ya uno decía algo ella ya sabía lo que le iba a decir. Me siento heredero de esa tradición de mi abuela que sin duda me marcó mucho más que mi abuela materna de origen español. Mi maestra, amiga, cómplice era mi abuela paterna.
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Antes dejaba caer que siendo muy pequeño te habías ido de casa. Creo saber que te refugiaste en una pequeña casa aislada donde te dedicaste a leer y leer y leer.
Me fui a los 16 años de mi casa, en rebeldía con mi entorno, en rebeldía con la gente de mi pueblo y me fui a ese lugar que se llama Guarapiche, donde lo que hacía era leer, escribir, trotar hasta dos veces al día, en la mañana a veces en la noche, a veces hasta tres veces al día. Caminaba para llegar al liceo más de una hora...Cuando me instalé en esa casa, que era la de mi hermana mayor por parte de mi madre, había una gran biblioteca con muchísimos libros. Me llamó la atención que hubiera una colección de biografías. Y comencé a leer las biografías de tantos escritores que dejaron un aporte para la literatura.
Y para escribir qué es más importante ¿soñar haber vivido desde la imaginación?
Has nombrado tres palabras que son fundamentales, que más que palabras son estados del alma o ámbitos de la creación. No puedes escribir si no has vivido. El sueño tiene que ver con esa otra vida que vives. El sueño es la prolongación de la vida, como otra dimensión o ámbito de la vida. Generalmente cuando duermo no sueño mucho; pero hay personas que suenan mucho, porque el sueño es lo más parecido a la muerte. Todavía nadie sabe para donde va cuando sueña. Borges pasó toda la vida tratando de descifrar los sueños y casi toda su obra es como una ensoñación. Borges encontraba al otro Borges en sus sueños. Anoche estaba haciendo unas anotaciones sobre por qué escribo, y me di cuenta que uno escribe en primer lugar para vivir. Yo particularmente escribo para sentirme vivo. Para vivir mi vida y otras vidas. Considero que en la sociedad moderna la gente vive para trabajar, pero no es feliz. Yo soy feliz escribiendo un poema y leyendo un libro.
Ya que dices eso tengo aquí un verso tuyo de ‘Salamanquesas en casa de la abuela’, Un verso que es una pregunta y que me encantaría que me respondieras: “¿Quién llena el vacío de un corazón lleno de grietas?” ¿Quién llena ese vacío?
Yo comencé a hablar muy tarde. Mi primer acercamiento con las palabras fue a los nueve años, que fue cuando comencé a hablar. Alguien me preguntó en estos días que por qué no hablaba antes de esa edad. Yo le dije que no era que no sabía hablar, si no me daba la gana. Con las palabras pude acercarme a los demás y llenar ese vacío que sabía llevaba por dentro. Las palabras para mí fueron una salvación. Una tabla en el naufragio que me permitió salvarme. Porque había en mí mucha rebeldía, mucha rabia por dentro desde que nací. Ese resentimiento no era contra nadie, sino contra el destino. Yo siempre me preguntaba, por qué tuve que nacer donde abrí los ojos por vez primera. Era como no querer estar en el lugar donde estaba. Había nacido en un lugar áspero, lleno de arena, pajonales y farallones. Imagínate a un niño y a un adolescente viviendo en un paisaje así, duro, con plantas xerófilas, de espinas y chaparros. El chaparro es un árbol con muchas pieles. La hoja es tan rugosa como una lija. Y mi tierra era un lugar de chaparros y serpientes, de barrancos y arenales y mucho sol. Por eso la gente era arisca y muy poco dada a las palabras. Más bien silenciosa…
Casi como los leoneses.
Sí, sí, eran muy silenciosos. Para esas personas las palabras eran esenciales. Las usaban como unas herramientas para una relación muy arisca con el mundo. La otra cosa es que tampoco ayudaba mucho la temperatura, muy calurosa. Hasta la atmósfera nos impedía hablar. Por eso todo para mí era como muy agrio. Como agrio de colmena. Pero en ese lugar había otra cosa que me atrapaba. Que me encantaba. De ahí, de ese encantamiento nació mi relación con las palabras: a mí me servían para nombrar ese otro mundo con el que soñaba.
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No quiero pasar por alto un poemario: ‘Los Ínfimos naufragios’, …
Ahora le cambié el nombre y se llama ‘ Íntimos naufragios’...
Yo estoy en la primera edición…
Es que tengo un problema, que nunca termino los poemas…Para mí los libros siempre son borradores.
Ahora que dices eso, la primera vez que copié el título puse ‘Los íntimos naufragios’.
Es que lo agarré de ti, porque cuando me lo devolviste, escribiste íntimos y me pareció que ese era el título…
Para mí es el poemario más reflexivo, el más importante, es intimista. Creo que es puro expresionismo pictórico con bellas e impactantes imágenes. En este poemario están, creo yo, la memoria y las pérdidas.
Sí, por eso se llama ‘Íntimos naufragios’. Ese poemario surgió cuando llego aquí, a España y me encuentro un país extraño para mí. No tan extraño desde el punto de vista cultural, pues había estado en Barcelona hace muchos años. Para mí la poesía española fue una fuente de la cual bebí muy joven. Leía a los poetas españoles. Hay un poeta español que es José Ángel Valente. No sé cómo llegó a mis manos una antología que se llamaba ’Punto Cero.’ Y comencé a leerlo con mucho gusto, pues sentí que en ese poeta había ensamblado la tradición francesa con la española. En Latinoamérica o los poetas son afrancesados o siguen la tradición española. Para mí la tradición española es muy importante. Por ejemplo me deslumbraba la elegía de Jorge Manrique a su padre. Ese largo poema nunca me lo quité de encima.
Es pura filosofía además.
Más de filosofía es una sabiduría. El habla de mi abuela era sabiduría, no filosofía. Era una sabiduría ancestral, como tú dices, una sabiduría de la sangre, una sabiduría de la tierra, de olfatear el aire y saber cuándo va a llover, de ver las estrellas y saber tu propia configuración molecular, cómo la gente cambia con el estado del tiempo, algo que nosotros hemos perdido. Ese libro surgió cuando llegué y me di cuenta que otra vez estaba en el exilio, no por voluntad propia. Había sido expulsado nuevamente, había sido sacado del vientre de mi patria y estaba naciendo otra vez; pero estaba naciendo con el corazón desfondado, con heridas. Estaba en un espacio que para llegar a él tuve que borrar, pasar muchas tierras y llegar a esta tierra y de repente llegar a un sitio como Astorga donde veía que la gente pasaba a mi lado como si yo no existiera. Como si andaban en otro mundo y yo estuviera en otro. Y aparte de eso, cuando llegué estaba como ‘incidido’, como dividido. Mi cuerpo estaba aquí, andaba como sonámbulo, caminando, autómata. Mi alma se había quedado en Venezuela, en esas tierras del sol. Mi alma se había quedado en esos farallones. Andaba como ave, como zamuro, espiando otros aires en otros cielos. Mi alma se había quedado en esos farallones de Chimire, pero mi cuerpo estaba aquí en Astorga. Y entonces comencé a verme, comencé a verme como decía Beltor Brecht desde arriba. Fue como una especie de trance, como que hubiera salido de mi cuerpo para alcanzar mi alma que quedaba allá. Entonces tenía que alcanzarla y traerla aquí. Y por eso me puse a escribir “Íntimos naufragios”. Todavía a veces creo que no estoy aquí.
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Te voy a dar un punto de referencia de esa Venezuela, que es el río Orinoco. El río Orinoco yo no sé si te mira, no sé si te sueña, no sé si para ti es un refugio emocional y si se ve que tu encuentras un Orinoco epidérmico y otro hipodérmico. O sea, uno externo y otro profundo. ¿Qué es ’orinocarse’?
Desbarrancarse, embarrancarse. El Orinoco es una presencia, más que un río es una presencia que me llama, que me convoca de noche y de día a sus aguas. Es un río que corre mucho adentro, que anda entre mis pensamientos, es un fluir muy íntimo que me aleja y me acerca, que tiene dos corrientes. El río Orinoco es de más allá y de más acá, pero de ambos lados es mío. Eso lo supe cuando un día pasé el puente de Angostura y llegué a Ciudad Bolívar para verme de este lado y me puse a vivir a orillas del río y pasé veinte años viendo el río y tomaba fotografías de los crepúsculos más hermosos que he visto en mi vida, los crepúsculos que bañaban de luces del río, y entonces, la relación de ese río conmigo se hizo de tal manera profunda, que a veces, cuando estoy dormido, pienso que estoy a la orilla del río. A veces creo que soy el Orinoco, a veces me siento el Orinoco ‘orinocándose’. Yo vivía a orillas del Orinoco y todos los días veía sus aguas, sus crepúsculos. Lo veía correr haciendo zig zag como una gran serpiente entre la selva. El Orinoco es el puro origen, casi desconocido; porque el río comienza como una gota de agua y va creciendo y viajando, va arrastrándose entre tierra y entre árboles y entre grandes rocas de la primera edad de la Tierra. Porque Guayana es uno de los lugares más antiguos de la tierra, donde tú ves las rocas que son rocas ígneas, que son rocas volcánicas, rocas de la primera edad de la Tierra, y el río va transcurriendo desde el cerro Parima, en Colombia y va bajando y va bajando, y los otros ríos van como abrazándolo,y se va haciendo una gran corriente, y de repente pasaba por mi casa, y pasaba cerca de mis pies y yo lo veía de cerca y hablaba con él. En agosto, cuando llega la crecida del río, hay la tradición de un pez mítico que se llama la sapoara. Es un pez hermosísimo como de oro, que sale nada más que en agosto; pero en ese mes la gente bajaba al malecón a la orilla del río y festejaba la crecida del río, y salían peces como la sapoara, también salía el pijotero y un pescado muy sabroso que a mí me encantaba que es el bocachico, un pescado muy pequeñito pero que tiene muchísimas espinas, que hay que comérselo tasajeado. Y entonces la gente llegaba la orilla y celebraba y se embriagaban, y algunos se quedaban mirando su reflejo en el río y se lanzaban y se ahogaban. Se lanzaban como ofrendas al río y yo no podía creer eso, pues yo soy de la otra orilla del río, soy de otra tierra más seca que está más allá que se llama Anzoátegui. Y de la orilla de acá está el Estado Bolívar. Ya he dicho que el río tiene dos corrientes y yo tengo dos corrientes. Una corriente profunda que va arrastrando todo y otra corriente superficial, epidérmica y otra que va más abajo. Pero la corriente de arriba es lo que ves. A veces ves el río crecido y lo ves revuelto. Pero cuando está tranquilo parece que sólo tiene una corriente, pero hay otra que no se ve no pero está, profunda. Por debajo hay otro río que nunca ves.
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Voy a hacer ahora una pequeña parada en tu poética. Hay un poema titulado ‘Las palabras’ que define tu manera de ver la poesía. Y dice así: “El poema es la evidencia de una magia divina / Aunque no alivia ni cura el dolor / amaina caídas y tropiezos. / Nos salva del fondo más oscuro de nosotros mismos.”
Hablé un poco hace rato de la magia. Hay un químico que se llamaba Mendeleiev que descubrió los pesos atómicos de los elementos químicos, pero dejó espacios para aquellos elementos que aún desconocía. Para mí las palabras también tienen un peso químico, un peso espiritual. Las palabras no fueron creadas por los hombres. Fueron un regalo de los dioses de las altas estrellas a los hombres para comunicarse y estuvieran en comunión con el universo y con esas estrellas, con esos ancestros. Nosotros tenemos unos ancestros que obviamos, que olvidamos. No podemos vivir de espaldas a nuestros orígenes. Esas palabras tienen una energía y yo desde la adolescencia entendí que las palabras hay que manejarlas con muchísima responsabilidad. Porque las palabras pueden salvarte, pero también hundirte. Y esa oscuridad que hay dentro de nosotros es como la oscuridad del universo. Porque como dice el Kybalión, un documento hermético del S XIX, todo lo que hay arriba es igual a lo que está abajo. En el fondo de nosotros mismos hay una gran oscuridad, hay gran vacío que hemos intentado llenar con cosas y hemos perdido de vista el alma. El alma es lo que nos religa con el universo. No le llamemos Dios, llamemos Universo. Hay una confluencia de fuerzas y de estrellas y de iluminaciones y de alma con la cual nosotros estamos religados...Entonces las palabras son como esas energías que nos permiten encontrarnos o perdernos. Con ellas nos encontramos con nosotros mismos o divorciarnos de nosotros mismos. Entendí que para eso eran las palabras; pero aparte de eso hay una magia y esa magia solamente la encuentras en la poesía. En un poeta verdadero encuentras que detrás de cada palabra que escribe hay un alma. Es que cada palabra tiene un alma, y los números son como la ecuación de cada palabra.
Ayer volví a releer un poema de Arthur Rimbaud, porque la primera vez que fui a París andaba perdido, porque siempre ando perdido, y yo me dejo llevar y el destino me llevó a un hotel donde había estado Arthur Rimbaud. Yo no lo busqué. Mis pasos me llevaron a ese hotel y cuando llegué al hotel, la recepcionista me dijo que no había habitaciones, tan solo una pero había que hacerla, pues en la noche había estado una pareja. Yo le dije que no me importaba, que me dejara ir para acomodar mis cosas y que después hicieran la habitación. La habitación era algo así como un desorden romántico, poético y caótico. Regado por todo el piso y sobre la cama había un montón de flores. En el pretil de una ventanita había dos botellas de vino, una de las cuales estaba semivacía. Y cuando miré las paredes, vi que todas las estaban escritas con poemas de Rimbaud y Baudelaire. Y me dije, pues el universo me regaló esto. La cama estaba alborotada y olía a perfume de mujer y olía a sexo. En la mañanita, a las siete yo dije bueno aquí estuvo el amor. Aquí estuvo la poesía. Y eso es grandioso.
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Tengo aquí una cita de Sebastián de Toledo, virrey de México, que escribía en 1669: “Inútil es que los habitantes de la Nueva España traten de vivir en Europa, porque siempre estarán los ojos fijos en la memoria de su tierra” ¿Cómo vives tú ahora mismo desde aquí a miles de kilómetros tu tierra?
Te voy a responder con una historia. En América nació de una relación de una indígena con un español el indio Garcilaso de la Vega.
O sea, el Inca Garcilaso de la Vega que muere el mismo año que el Garcilaso de la Vega del Renacimiento español.
No era blanco, porque se le notaba en su color y en su forma de ver el mundo y su habla era de otras tierras desconocidas, era americana. Pero él se empeñó en que tenía que conocer su tradición, sus raíces ibéricas. Y se vino para España. Quiso también buscar a su padre y a la familia de su padre. Se vino a España y comenzó a averiguar, y lo que encontró por todos los lados fue el desprecio. Y que le dijeran que no era español. El indio Garcilaso de la Vega es como la metáfora de ese encuentro de culturas que en el caso de América no fue un encuentro muy feliz de culturas. En mi caso sucedió todo lo contrario. Llegué a España y España me abrió las puertas y España me abrazó y aquí he encontrado amistades y vivo como si estuviera en mi tierra. Me he sentido mejor aquí en España que en mi propia tierra.
Desde España he podido ver mi tierra, pero con otros ojos. Como redescubrir mi país en una tierra que siento como mía. Esa sangre y cultura española se me ha revelado no como misterio, sino como una realidad que siempre ha estado conmigo.
Hay un libro de Federico García Lorca que impactó muchísimo cuando comencé a leer poetas españoles. Se trata de ‘ Poeta en Nueva York’, libro totalmente diferente a todo lo que era la poesía y la literatura española, con una profundidad que me dio miedo. En ese libro vemos a un García Lorca que no es el del Romancero, es el García Lorca que unía todas las tierras, todas las Américas. Este libro me marcó para siempre.
Y desde hoy esperamos, Néstor, la llegada y publicación de tus poemarios para disfrutar de esos versos que no ocultan emociones y desafíos en una vida de trashumante en mares y barquero en tierra firme. Hoy, orinocándote, mar y tierra vienen a desembocar a Astorga.
“Solo una cosa quisiera que nunca me faltara / para seguir andando, / la poesía: mi alimento”. Está claro que eres poeta y sin ese alimento no vivirías.
La poesía para mí es una manera de ver el mundo. Es un vivir, un estar y un vivir; incluso es una manera de respirar. Creo que lo que determina el tono y el ritmo en un poeta es su manera de respirar y una manera de ver las cosas, de ver y sentir el mundo. Desde pequeño me arropó la presencia de la poesía. Mi padre y abuela eran poetas sin escribir nunca un verso. Abuela los construía décimas mentalmente y yo era su escribano. Siempre me llamó la atención su manera de ver e interpretar el mundo. Veían más allá de lo que veían los demás. Para mí eso fue mi primer acercamiento con la poesía. Un contacto con ese ámbito de lo sagrado, donde confluye una cosmogonía, un entramado de misterios, todavía hoy indescifrables para mí. Escribir entonces es como acercarse a ese misterio. Hacerlo visible a través de las palabras.
Aquellos eran unos versos de ‘Amanezco entre las piedras’, un poema de tu libro inédito todavía, ‘Los ínfimos naufragios’. Néstor Rojas, poeta, artista plástico, periodista, pensador y un montón de cosas más, y buena persona que podríamos decir. Estudió en la Universidad Autónoma de México y allí tuvo como maestros y guías a dos ineludibles e importantísimos poetas, Octavio Paz y José Emilio Pacheco. Luego cuatro años en Dublín, en París donde tuviste una gran actividad con los escritores latinoamericanos. También vivió en Barcelona... Tú eres prácticamente un hombre del mundo y quiero recordarte unos versos de José Emilio Pacheco: “Pasamos por el mundo sin darnos cuenta / sin verlo/ como si no estuviera allí/ o no fuéramos / parte infinitesimal de todo esto.” Tú no estás pasando por el mundo sin darte cuenta ¿o sí?
Esos versos de José Emilio Pacheco al cual conocí sin duda cambiaron mi visión de entender la vida. Al poeta mexicano le hice una entrevista, aunque rehuía las entrevistas y evitaba los ‘medios’. Era un poco escurridizo. Su poesía fue como un deslumbramiento para mí, más incluso que la de Octavio Paz, porque es una poesía que ahonda en el tiempo como un camino, no como un espacio. Sí, desde mi adolescencia me lancé a los caminos, me fui de mi casa cuando tenía dieciseis años a recorrer otros ámbitos, otras geografías de mi país; llegué a una tierra alta, donde pasaba horas en la montaña escuchando el sonido de los animales. Conocí a un brujo en ese lugar que se llama Guarapiche, ubicado en el oriente, en estado Sucre, que decían que se transformaba en tigre. Yo me iba todos los días a la montaña para espiarlo, a ver si era verdad que se transformaba en tigre, y me iba detrás de él, y pude comprobar que sí se transformaba en tigre. Es increíble cómo descubrí que el hombre era un ilusionista. Hizo creerme que se transformaba en tigre y yo pensé que era un tigre. Esa visión del más allá, esa visión de otra dimensión siempre me resulta llamativa, porque mi abuela también parecía tener un pacto con el universo, como si se transportara a otros ámbitos, porque incluso a veces aunque no estaba con ella la sentía como si estuviera conmigo. Y en la poesía de José Emilio Pacheco descubrí esa conexión con el tiempo, con otra dimensión, como lo que ahora dicen de esos mundos paralelos. Creo mucho en eso, y los caminos para mí son la posibilidad de ir más allá, no son los caminos reales, hay otros caminos imaginarios. La poesía es un camino de la imaginación.
¿Y te han marcado todos esos lugares por los que has pasado o más bien eres extranjero en todas las tierras?
Creo que me siento extranjero en todas las partes que voy. Soy como un marinero en tierra firme. Como un trashumante del espacio. Un andante con poco equipaje. Toda mi vida lo que he hecho es recorrer caminos, transitar pueblos buscando ampliar mi visión del mundo. Para mí el mundo es realmente una aldea, una encrucijada con muchos caminos que se bifurcan, pero hay otros mundos más allá del nuestro. En Venezuela hay una ciudad que se llama Maturín, que cuando yo iba con mi papá a vender pan allí, que es la zona petrolera, donde habitan indígenas kariña y donde también mi papá tenía una relación con una mujer indígena, decían que esa ciudad era otra ciudad, porque a veces los carros se desaparecían y la gente se asustaba; pero no era que desaparecían era que pasaban a otra dimensión. Y siempre me llamaba mucho la atención que cuando iba con él, siendo niño, me daba el automóvil para que lo condujera. Yo tenía apenas diez años. En el asiento colocaba una caja de refrescos y me ponía a manejar, y él se embriagaba y dejaba que yo condujera por aquella carretera oscura. Una vez pasando por un puentecito angosto, que era de un solo sentido, venía un carro del otro lado y yo dije bueno, aquí nos matamos todos, y entonces como pude me estacioné para luego seguir. Iba siempre pensando que se me abriera el espacio para yo pasar a esa otra ciudad que decían que existía y todavía hoy sigo pensando que existía un portal en ese pueblo...Fíjate: ese estado se llama Monagas y una vez en Irlanda me volví a topar con esa palabra, pero con h intercalada: Había llegado al condado que se llama Monaghan, la misteriosa la tierra de los celtas. Allí vivía en una ciudad que se llamaba Newbliss, con muchos lagos. Todo los días entraba al bosque, en que decían que salían hadas y gnomos y duendes…
Aquí en Asturias también salen hadas en los bosques…
Bueno, a mí me salieron las hadas…(risas). Hay como una búsqueda… y cuando me preguntaste si andaba por el mundo sin darme cuenta a veces pienso que sí, vivo como a veces sin darme cuenta. Lo más importante creo que es hacerse invisible para acceder a lo invisible.
Vamos a hacer un repaso por alguna de tus obras:‘Transfiguraciones’, ‘Sepia’ ‘Diario de Fulmar’, ‘Aforismos’, ‘Textos metamórficos’, ‘Azul colibrí’ que es un libro donde yo encuentro pérdidas irreparables: libro de las pérdidas; ‘Entre dos orillas’: muy poético, en el que hay que mirar más bien hacia fuera ,con imágenes muy amplias. Premios numerosos; el más importante es el Premio Nacional de Poesía en Venezuela. Hace un momento nombrabas a la abuela paterna, que te marcoó. Yo creo que tu abuela paterna y por tanto tú sois portadores de una cultura ancestral, tal vez precolombina, que debes de conservar y mantener. ¿Te sientes como un portador heredero de la cultura que comentabas al hablar de tu abuela paterna?
Sí ,sí, claro. Mi abuela tenía su origen en la cultura negra, la cultura de África; y su manera de pensar era totalmente diferente a la de mi abuela materna que era hija de españoles.
Y además de Castilla.
Eso es, de Castilla. Mi abuela materna vivía en un lugar donde abundaban los descendientes de los españoles. Se llama Carúpano esa ciudad. A orillas del mar. Y mi abuela paterna vivía un poco más allá, en una ciudad que se llamaba Río Caribe donde vivían personas de color. Desde ese lugar mágico se podía ver Trinidad. Sus padres eran descendientes de Trinidad. Hablaba inglés. Por eso era muy común pasar de noche desde Río Caribe a Trinidad. Tenía una manera muy diferente de ver las cosas y unas creencias muy misteriosas. Abuela a veces conversaba conmigo y tenía una gran capacidad de pensar, pero metafóricamente. Hablaba en metáforas, en parábolas. Su voz era la voz de una poeta, de un profeta. Y cuando hablaba acertaba. Hablaba poco, pero cuando hablaba daba en el blanco. Y daba en el blanco porque te descubría, incluso descubría lo que pensabas. Era difícil engañar a mi abuela, muy difícil engañarla; porque cuando ya uno decía algo ella ya sabía lo que le iba a decir. Me siento heredero de esa tradición de mi abuela que sin duda me marcó mucho más que mi abuela materna de origen español. Mi maestra, amiga, cómplice era mi abuela paterna.
Antes dejaba caer que siendo muy pequeño te habías ido de casa. Creo saber que te refugiaste en una pequeña casa aislada donde te dedicaste a leer y leer y leer.
Me fui a los 16 años de mi casa, en rebeldía con mi entorno, en rebeldía con la gente de mi pueblo y me fui a ese lugar que se llama Guarapiche, donde lo que hacía era leer, escribir, trotar hasta dos veces al día, en la mañana a veces en la noche, a veces hasta tres veces al día. Caminaba para llegar al liceo más de una hora...Cuando me instalé en esa casa, que era la de mi hermana mayor por parte de mi madre, había una gran biblioteca con muchísimos libros. Me llamó la atención que hubiera una colección de biografías. Y comencé a leer las biografías de tantos escritores que dejaron un aporte para la literatura.
Y para escribir qué es más importante ¿soñar haber vivido desde la imaginación?
Has nombrado tres palabras que son fundamentales, que más que palabras son estados del alma o ámbitos de la creación. No puedes escribir si no has vivido. El sueño tiene que ver con esa otra vida que vives. El sueño es la prolongación de la vida, como otra dimensión o ámbito de la vida. Generalmente cuando duermo no sueño mucho; pero hay personas que suenan mucho, porque el sueño es lo más parecido a la muerte. Todavía nadie sabe para donde va cuando sueña. Borges pasó toda la vida tratando de descifrar los sueños y casi toda su obra es como una ensoñación. Borges encontraba al otro Borges en sus sueños. Anoche estaba haciendo unas anotaciones sobre por qué escribo, y me di cuenta que uno escribe en primer lugar para vivir. Yo particularmente escribo para sentirme vivo. Para vivir mi vida y otras vidas. Considero que en la sociedad moderna la gente vive para trabajar, pero no es feliz. Yo soy feliz escribiendo un poema y leyendo un libro.
Ya que dices eso tengo aquí un verso tuyo de ‘Salamanquesas en casa de la abuela’, Un verso que es una pregunta y que me encantaría que me respondieras: “¿Quién llena el vacío de un corazón lleno de grietas?” ¿Quién llena ese vacío?
Yo comencé a hablar muy tarde. Mi primer acercamiento con las palabras fue a los nueve años, que fue cuando comencé a hablar. Alguien me preguntó en estos días que por qué no hablaba antes de esa edad. Yo le dije que no era que no sabía hablar, si no me daba la gana. Con las palabras pude acercarme a los demás y llenar ese vacío que sabía llevaba por dentro. Las palabras para mí fueron una salvación. Una tabla en el naufragio que me permitió salvarme. Porque había en mí mucha rebeldía, mucha rabia por dentro desde que nací. Ese resentimiento no era contra nadie, sino contra el destino. Yo siempre me preguntaba, por qué tuve que nacer donde abrí los ojos por vez primera. Era como no querer estar en el lugar donde estaba. Había nacido en un lugar áspero, lleno de arena, pajonales y farallones. Imagínate a un niño y a un adolescente viviendo en un paisaje así, duro, con plantas xerófilas, de espinas y chaparros. El chaparro es un árbol con muchas pieles. La hoja es tan rugosa como una lija. Y mi tierra era un lugar de chaparros y serpientes, de barrancos y arenales y mucho sol. Por eso la gente era arisca y muy poco dada a las palabras. Más bien silenciosa…
Casi como los leoneses.
Sí, sí, eran muy silenciosos. Para esas personas las palabras eran esenciales. Las usaban como unas herramientas para una relación muy arisca con el mundo. La otra cosa es que tampoco ayudaba mucho la temperatura, muy calurosa. Hasta la atmósfera nos impedía hablar. Por eso todo para mí era como muy agrio. Como agrio de colmena. Pero en ese lugar había otra cosa que me atrapaba. Que me encantaba. De ahí, de ese encantamiento nació mi relación con las palabras: a mí me servían para nombrar ese otro mundo con el que soñaba.
No quiero pasar por alto un poemario: ‘Los Ínfimos naufragios’, …
Ahora le cambié el nombre y se llama ‘ Íntimos naufragios’...
Yo estoy en la primera edición…
Es que tengo un problema, que nunca termino los poemas…Para mí los libros siempre son borradores.
Ahora que dices eso, la primera vez que copié el título puse ‘Los íntimos naufragios’.
Es que lo agarré de ti, porque cuando me lo devolviste, escribiste íntimos y me pareció que ese era el título…
Para mí es el poemario más reflexivo, el más importante, es intimista. Creo que es puro expresionismo pictórico con bellas e impactantes imágenes. En este poemario están, creo yo, la memoria y las pérdidas.
Sí, por eso se llama ‘Íntimos naufragios’. Ese poemario surgió cuando llego aquí, a España y me encuentro un país extraño para mí. No tan extraño desde el punto de vista cultural, pues había estado en Barcelona hace muchos años. Para mí la poesía española fue una fuente de la cual bebí muy joven. Leía a los poetas españoles. Hay un poeta español que es José Ángel Valente. No sé cómo llegó a mis manos una antología que se llamaba ’Punto Cero.’ Y comencé a leerlo con mucho gusto, pues sentí que en ese poeta había ensamblado la tradición francesa con la española. En Latinoamérica o los poetas son afrancesados o siguen la tradición española. Para mí la tradición española es muy importante. Por ejemplo me deslumbraba la elegía de Jorge Manrique a su padre. Ese largo poema nunca me lo quité de encima.
Es pura filosofía además.
Más de filosofía es una sabiduría. El habla de mi abuela era sabiduría, no filosofía. Era una sabiduría ancestral, como tú dices, una sabiduría de la sangre, una sabiduría de la tierra, de olfatear el aire y saber cuándo va a llover, de ver las estrellas y saber tu propia configuración molecular, cómo la gente cambia con el estado del tiempo, algo que nosotros hemos perdido. Ese libro surgió cuando llegué y me di cuenta que otra vez estaba en el exilio, no por voluntad propia. Había sido expulsado nuevamente, había sido sacado del vientre de mi patria y estaba naciendo otra vez; pero estaba naciendo con el corazón desfondado, con heridas. Estaba en un espacio que para llegar a él tuve que borrar, pasar muchas tierras y llegar a esta tierra y de repente llegar a un sitio como Astorga donde veía que la gente pasaba a mi lado como si yo no existiera. Como si andaban en otro mundo y yo estuviera en otro. Y aparte de eso, cuando llegué estaba como ‘incidido’, como dividido. Mi cuerpo estaba aquí, andaba como sonámbulo, caminando, autómata. Mi alma se había quedado en Venezuela, en esas tierras del sol. Mi alma se había quedado en esos farallones. Andaba como ave, como zamuro, espiando otros aires en otros cielos. Mi alma se había quedado en esos farallones de Chimire, pero mi cuerpo estaba aquí en Astorga. Y entonces comencé a verme, comencé a verme como decía Beltor Brecht desde arriba. Fue como una especie de trance, como que hubiera salido de mi cuerpo para alcanzar mi alma que quedaba allá. Entonces tenía que alcanzarla y traerla aquí. Y por eso me puse a escribir “Íntimos naufragios”. Todavía a veces creo que no estoy aquí.
Te voy a dar un punto de referencia de esa Venezuela, que es el río Orinoco. El río Orinoco yo no sé si te mira, no sé si te sueña, no sé si para ti es un refugio emocional y si se ve que tu encuentras un Orinoco epidérmico y otro hipodérmico. O sea, uno externo y otro profundo. ¿Qué es ’orinocarse’?
Desbarrancarse, embarrancarse. El Orinoco es una presencia, más que un río es una presencia que me llama, que me convoca de noche y de día a sus aguas. Es un río que corre mucho adentro, que anda entre mis pensamientos, es un fluir muy íntimo que me aleja y me acerca, que tiene dos corrientes. El río Orinoco es de más allá y de más acá, pero de ambos lados es mío. Eso lo supe cuando un día pasé el puente de Angostura y llegué a Ciudad Bolívar para verme de este lado y me puse a vivir a orillas del río y pasé veinte años viendo el río y tomaba fotografías de los crepúsculos más hermosos que he visto en mi vida, los crepúsculos que bañaban de luces del río, y entonces, la relación de ese río conmigo se hizo de tal manera profunda, que a veces, cuando estoy dormido, pienso que estoy a la orilla del río. A veces creo que soy el Orinoco, a veces me siento el Orinoco ‘orinocándose’. Yo vivía a orillas del Orinoco y todos los días veía sus aguas, sus crepúsculos. Lo veía correr haciendo zig zag como una gran serpiente entre la selva. El Orinoco es el puro origen, casi desconocido; porque el río comienza como una gota de agua y va creciendo y viajando, va arrastrándose entre tierra y entre árboles y entre grandes rocas de la primera edad de la Tierra. Porque Guayana es uno de los lugares más antiguos de la tierra, donde tú ves las rocas que son rocas ígneas, que son rocas volcánicas, rocas de la primera edad de la Tierra, y el río va transcurriendo desde el cerro Parima, en Colombia y va bajando y va bajando, y los otros ríos van como abrazándolo,y se va haciendo una gran corriente, y de repente pasaba por mi casa, y pasaba cerca de mis pies y yo lo veía de cerca y hablaba con él. En agosto, cuando llega la crecida del río, hay la tradición de un pez mítico que se llama la sapoara. Es un pez hermosísimo como de oro, que sale nada más que en agosto; pero en ese mes la gente bajaba al malecón a la orilla del río y festejaba la crecida del río, y salían peces como la sapoara, también salía el pijotero y un pescado muy sabroso que a mí me encantaba que es el bocachico, un pescado muy pequeñito pero que tiene muchísimas espinas, que hay que comérselo tasajeado. Y entonces la gente llegaba la orilla y celebraba y se embriagaban, y algunos se quedaban mirando su reflejo en el río y se lanzaban y se ahogaban. Se lanzaban como ofrendas al río y yo no podía creer eso, pues yo soy de la otra orilla del río, soy de otra tierra más seca que está más allá que se llama Anzoátegui. Y de la orilla de acá está el Estado Bolívar. Ya he dicho que el río tiene dos corrientes y yo tengo dos corrientes. Una corriente profunda que va arrastrando todo y otra corriente superficial, epidérmica y otra que va más abajo. Pero la corriente de arriba es lo que ves. A veces ves el río crecido y lo ves revuelto. Pero cuando está tranquilo parece que sólo tiene una corriente, pero hay otra que no se ve no pero está, profunda. Por debajo hay otro río que nunca ves.
Voy a hacer ahora una pequeña parada en tu poética. Hay un poema titulado ‘Las palabras’ que define tu manera de ver la poesía. Y dice así: “El poema es la evidencia de una magia divina / Aunque no alivia ni cura el dolor / amaina caídas y tropiezos. / Nos salva del fondo más oscuro de nosotros mismos.”
Hablé un poco hace rato de la magia. Hay un químico que se llamaba Mendeleiev que descubrió los pesos atómicos de los elementos químicos, pero dejó espacios para aquellos elementos que aún desconocía. Para mí las palabras también tienen un peso químico, un peso espiritual. Las palabras no fueron creadas por los hombres. Fueron un regalo de los dioses de las altas estrellas a los hombres para comunicarse y estuvieran en comunión con el universo y con esas estrellas, con esos ancestros. Nosotros tenemos unos ancestros que obviamos, que olvidamos. No podemos vivir de espaldas a nuestros orígenes. Esas palabras tienen una energía y yo desde la adolescencia entendí que las palabras hay que manejarlas con muchísima responsabilidad. Porque las palabras pueden salvarte, pero también hundirte. Y esa oscuridad que hay dentro de nosotros es como la oscuridad del universo. Porque como dice el Kybalión, un documento hermético del S XIX, todo lo que hay arriba es igual a lo que está abajo. En el fondo de nosotros mismos hay una gran oscuridad, hay gran vacío que hemos intentado llenar con cosas y hemos perdido de vista el alma. El alma es lo que nos religa con el universo. No le llamemos Dios, llamemos Universo. Hay una confluencia de fuerzas y de estrellas y de iluminaciones y de alma con la cual nosotros estamos religados...Entonces las palabras son como esas energías que nos permiten encontrarnos o perdernos. Con ellas nos encontramos con nosotros mismos o divorciarnos de nosotros mismos. Entendí que para eso eran las palabras; pero aparte de eso hay una magia y esa magia solamente la encuentras en la poesía. En un poeta verdadero encuentras que detrás de cada palabra que escribe hay un alma. Es que cada palabra tiene un alma, y los números son como la ecuación de cada palabra.
Ayer volví a releer un poema de Arthur Rimbaud, porque la primera vez que fui a París andaba perdido, porque siempre ando perdido, y yo me dejo llevar y el destino me llevó a un hotel donde había estado Arthur Rimbaud. Yo no lo busqué. Mis pasos me llevaron a ese hotel y cuando llegué al hotel, la recepcionista me dijo que no había habitaciones, tan solo una pero había que hacerla, pues en la noche había estado una pareja. Yo le dije que no me importaba, que me dejara ir para acomodar mis cosas y que después hicieran la habitación. La habitación era algo así como un desorden romántico, poético y caótico. Regado por todo el piso y sobre la cama había un montón de flores. En el pretil de una ventanita había dos botellas de vino, una de las cuales estaba semivacía. Y cuando miré las paredes, vi que todas las estaban escritas con poemas de Rimbaud y Baudelaire. Y me dije, pues el universo me regaló esto. La cama estaba alborotada y olía a perfume de mujer y olía a sexo. En la mañanita, a las siete yo dije bueno aquí estuvo el amor. Aquí estuvo la poesía. Y eso es grandioso.
Tengo aquí una cita de Sebastián de Toledo, virrey de México, que escribía en 1669: “Inútil es que los habitantes de la Nueva España traten de vivir en Europa, porque siempre estarán los ojos fijos en la memoria de su tierra” ¿Cómo vives tú ahora mismo desde aquí a miles de kilómetros tu tierra?
Te voy a responder con una historia. En América nació de una relación de una indígena con un español el indio Garcilaso de la Vega.
O sea, el Inca Garcilaso de la Vega que muere el mismo año que el Garcilaso de la Vega del Renacimiento español.
No era blanco, porque se le notaba en su color y en su forma de ver el mundo y su habla era de otras tierras desconocidas, era americana. Pero él se empeñó en que tenía que conocer su tradición, sus raíces ibéricas. Y se vino para España. Quiso también buscar a su padre y a la familia de su padre. Se vino a España y comenzó a averiguar, y lo que encontró por todos los lados fue el desprecio. Y que le dijeran que no era español. El indio Garcilaso de la Vega es como la metáfora de ese encuentro de culturas que en el caso de América no fue un encuentro muy feliz de culturas. En mi caso sucedió todo lo contrario. Llegué a España y España me abrió las puertas y España me abrazó y aquí he encontrado amistades y vivo como si estuviera en mi tierra. Me he sentido mejor aquí en España que en mi propia tierra.
Desde España he podido ver mi tierra, pero con otros ojos. Como redescubrir mi país en una tierra que siento como mía. Esa sangre y cultura española se me ha revelado no como misterio, sino como una realidad que siempre ha estado conmigo.
Hay un libro de Federico García Lorca que impactó muchísimo cuando comencé a leer poetas españoles. Se trata de ‘ Poeta en Nueva York’, libro totalmente diferente a todo lo que era la poesía y la literatura española, con una profundidad que me dio miedo. En ese libro vemos a un García Lorca que no es el del Romancero, es el García Lorca que unía todas las tierras, todas las Américas. Este libro me marcó para siempre.
Y desde hoy esperamos, Néstor, la llegada y publicación de tus poemarios para disfrutar de esos versos que no ocultan emociones y desafíos en una vida de trashumante en mares y barquero en tierra firme. Hoy, orinocándote, mar y tierra vienen a desembocar a Astorga.