El ojo del hincha
![[Img #42084]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/4865_p4200363.jpg)
El fútbol es víscera. Aplicarle razón le arrebata el alma. No hay día que salpique una pasión en forma de agravio o injusticia, cuando el resultado es adverso, y si es favorable, imposible sustraerse a la chanza contra el derrotado. Es suma y resta de euforias y humillaciones.
Los puristas en la materia tratan de alejarse de las emociones del hincha, pero siempre vuelven la mirada a la polémica porque es el oxígeno de este deporte. Los periodistas especializados, antes orgullosos de escribir o narrar en equidistancias que no desvelasen adscripciones deshonrosas en el sagrado deber de informar siéndolo y pareciéndolo, hoy son, en pluma y boca, voceros de los postulados radicales que se vierten en los territorios comanches del estadio, hollados por los ultras erigidos en guardia pretoriana de las esencias puristas y presencias aguerridas del club. La relevancia de la comunicación (y esto es tan válido para el fútbol como para la política), exige desdeñar la objetividad. La militancia, en equipo o partido, es el pedigrí del tertuliano, ese ser ubicuo que lo mismo habla de un fuera de juego, de las honduras filosóficas de Kant, que de las farragosas teorías de la formación del cosmos, con la suprema habilidad de ocultar en la charlatanería un batiburrillo conceptual.
Muchos de estos apóstoles sometieron a los aficionados a la revolución redentora que iba a suponer la llegada de las nuevas tecnologías al fútbol. Los errores humanos quedarían desterrados para siempre por la sentencia inapelable de las máquinas. El árbitro podría enmendar en cuestión de segundos un yerro en un posible penalti o en un fuera de juego, aunque fuese por milímetros. Para lo que no hay solución, ni se la espera, es para el error del ídolo del equipo, cuando mande al anfiteatro el balón que le han colocado para introducirlo en la portería con un sencillo y sutil toque de su pie archimillonario. Y mientras esto se dé, que va para largo, el fútbol tendrá un inmenso componente humano.
Bueno, pues el invento ya está en marcha. Se llama VAR, un nombre que, fonéticamente, en este país, no puede resultar más revelador. Y apenas se ha jugado la mitad de la temporada, ha suscitado tantas o más polémicas que cuando el colegiado, de carne y hueso, es decir primitivo, confuso y confundido, decidía al puro huevo de su intuición, en cuestión de décimas de segundo, ante masas que solo estaban para encenderse en la furia por el honor vilipendiado de sus colores. En Europa se acaba de instaurar en esta eliminatoria de octavos, y ya ven la que se ha armado. Pese a todo, algo se ha avanzado: una leve socialización de la controversia entre el bípedo y el artilugio. El sufrido referee ya no está solo para recibir el contumaz improperio de caco, sin entrar en más detalle; pues, para el insulto, las canchas futboleras son academias de la lengua.
En esa especie de conciliábulo de generales de estado mayor en la estrategia futbolística que se reúnen tras los partidos, ya empieza el calentamiento. Ahora, con el VAR, si se ve claro el empujón, hay que matizar si es lo suficientemente intenso para derribar al futbolista, o la víctima ha exagerado para hacer picar al árbitro. Estamos a las puertas del próximo gran debate de la tecnología en el fútbol. Me adelanto, y sugiero que todos los jugadores, incluso los del banquillo, salten al terreno de juego monitorizados como para una prueba de la apnea del sueño que, por si no lo saben, precisa de veinticinco cables conectados a una pantalla para analizar todas las reacciones del paciente mientras se encuentra en brazos de Morfeo. Evidente, las funciones del cableado se adaptarían a los pormenores del juego. Por ejemplo, sería clarificador un intensómetro de esos empujones y establecer un umbral, en nueva unidad de medida, para pitar la falta. Tampoco estaría de más, algún medidor de agresividad, en los ojos si se da el caso, para conocer al dedillo y obrar en consecuencia, la intencionalidad de una entrada peligrosa. Aquí podrán caber distintas escalas, desde la mera sanción, hasta las tarjetas amarilla o roja.
Vamos con el árbitro. Nada de persona humana. Un androide dotado en su estructura de decenas de microcámaras que cubran todo el perímetro del campo, de las gradas, de las alturas, de las bajuras y de los cuatro puntos cardinales en suficientes metros a la redonda. Solo aptos aquellos con un margen de error medible en megamillones.
¿Fútbol ficción? Puede. ¿Irónico? Mucho ¿Exagerado? También. Pero los visionarios siempre han partido de la desproporción a los ojos vista del presente. Las nuevas tecnologías prometen perfecciones todavía por pulir, cuando no, imposibles; y, sobre todo, valoración y reconocimiento, de las causas nocivas que a la vista están. El VAR, el bálsamo amarillo para el fútbol en paz, sin la acritud de los agravios y la gracia de la justicia, no ha traído sensibles mejoras.
En otra de estas reuniones de sesudos comentaristas de presencia mediática con carné y bufanda, en una jugada de fuera de juego por una rodilla adelantada, visibilizada en el VAR, abundaron en la justicia de la decisión del gol anulado porque era infracción aunque fuese por milímetros. A los mismos, unas semanas después, les oí, respecto a una jugada casi idéntica, que eso era una decisión extremista….el perjudicado era su equipo. Este talante confirma que el fútbol solo se ve con los colores de la camiseta de la que se es forofo. Que de nada servirán imágenes paradas y líneas divisorias si la maquinita de marras aborta el griterío desbocado en las gradas de ¡¡¡goooool!! Desgraciadamente, en esto, como en otras cosas, digamos también la política, la cordura se posa sobre las vísceras.
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El fútbol es víscera. Aplicarle razón le arrebata el alma. No hay día que salpique una pasión en forma de agravio o injusticia, cuando el resultado es adverso, y si es favorable, imposible sustraerse a la chanza contra el derrotado. Es suma y resta de euforias y humillaciones.
Los puristas en la materia tratan de alejarse de las emociones del hincha, pero siempre vuelven la mirada a la polémica porque es el oxígeno de este deporte. Los periodistas especializados, antes orgullosos de escribir o narrar en equidistancias que no desvelasen adscripciones deshonrosas en el sagrado deber de informar siéndolo y pareciéndolo, hoy son, en pluma y boca, voceros de los postulados radicales que se vierten en los territorios comanches del estadio, hollados por los ultras erigidos en guardia pretoriana de las esencias puristas y presencias aguerridas del club. La relevancia de la comunicación (y esto es tan válido para el fútbol como para la política), exige desdeñar la objetividad. La militancia, en equipo o partido, es el pedigrí del tertuliano, ese ser ubicuo que lo mismo habla de un fuera de juego, de las honduras filosóficas de Kant, que de las farragosas teorías de la formación del cosmos, con la suprema habilidad de ocultar en la charlatanería un batiburrillo conceptual.
Muchos de estos apóstoles sometieron a los aficionados a la revolución redentora que iba a suponer la llegada de las nuevas tecnologías al fútbol. Los errores humanos quedarían desterrados para siempre por la sentencia inapelable de las máquinas. El árbitro podría enmendar en cuestión de segundos un yerro en un posible penalti o en un fuera de juego, aunque fuese por milímetros. Para lo que no hay solución, ni se la espera, es para el error del ídolo del equipo, cuando mande al anfiteatro el balón que le han colocado para introducirlo en la portería con un sencillo y sutil toque de su pie archimillonario. Y mientras esto se dé, que va para largo, el fútbol tendrá un inmenso componente humano.
Bueno, pues el invento ya está en marcha. Se llama VAR, un nombre que, fonéticamente, en este país, no puede resultar más revelador. Y apenas se ha jugado la mitad de la temporada, ha suscitado tantas o más polémicas que cuando el colegiado, de carne y hueso, es decir primitivo, confuso y confundido, decidía al puro huevo de su intuición, en cuestión de décimas de segundo, ante masas que solo estaban para encenderse en la furia por el honor vilipendiado de sus colores. En Europa se acaba de instaurar en esta eliminatoria de octavos, y ya ven la que se ha armado. Pese a todo, algo se ha avanzado: una leve socialización de la controversia entre el bípedo y el artilugio. El sufrido referee ya no está solo para recibir el contumaz improperio de caco, sin entrar en más detalle; pues, para el insulto, las canchas futboleras son academias de la lengua.
En esa especie de conciliábulo de generales de estado mayor en la estrategia futbolística que se reúnen tras los partidos, ya empieza el calentamiento. Ahora, con el VAR, si se ve claro el empujón, hay que matizar si es lo suficientemente intenso para derribar al futbolista, o la víctima ha exagerado para hacer picar al árbitro. Estamos a las puertas del próximo gran debate de la tecnología en el fútbol. Me adelanto, y sugiero que todos los jugadores, incluso los del banquillo, salten al terreno de juego monitorizados como para una prueba de la apnea del sueño que, por si no lo saben, precisa de veinticinco cables conectados a una pantalla para analizar todas las reacciones del paciente mientras se encuentra en brazos de Morfeo. Evidente, las funciones del cableado se adaptarían a los pormenores del juego. Por ejemplo, sería clarificador un intensómetro de esos empujones y establecer un umbral, en nueva unidad de medida, para pitar la falta. Tampoco estaría de más, algún medidor de agresividad, en los ojos si se da el caso, para conocer al dedillo y obrar en consecuencia, la intencionalidad de una entrada peligrosa. Aquí podrán caber distintas escalas, desde la mera sanción, hasta las tarjetas amarilla o roja.
Vamos con el árbitro. Nada de persona humana. Un androide dotado en su estructura de decenas de microcámaras que cubran todo el perímetro del campo, de las gradas, de las alturas, de las bajuras y de los cuatro puntos cardinales en suficientes metros a la redonda. Solo aptos aquellos con un margen de error medible en megamillones.
¿Fútbol ficción? Puede. ¿Irónico? Mucho ¿Exagerado? También. Pero los visionarios siempre han partido de la desproporción a los ojos vista del presente. Las nuevas tecnologías prometen perfecciones todavía por pulir, cuando no, imposibles; y, sobre todo, valoración y reconocimiento, de las causas nocivas que a la vista están. El VAR, el bálsamo amarillo para el fútbol en paz, sin la acritud de los agravios y la gracia de la justicia, no ha traído sensibles mejoras.
En otra de estas reuniones de sesudos comentaristas de presencia mediática con carné y bufanda, en una jugada de fuera de juego por una rodilla adelantada, visibilizada en el VAR, abundaron en la justicia de la decisión del gol anulado porque era infracción aunque fuese por milímetros. A los mismos, unas semanas después, les oí, respecto a una jugada casi idéntica, que eso era una decisión extremista….el perjudicado era su equipo. Este talante confirma que el fútbol solo se ve con los colores de la camiseta de la que se es forofo. Que de nada servirán imágenes paradas y líneas divisorias si la maquinita de marras aborta el griterío desbocado en las gradas de ¡¡¡goooool!! Desgraciadamente, en esto, como en otras cosas, digamos también la política, la cordura se posa sobre las vísceras.






