El fin de saga de los Lanuza en el Valle de Montemilanos
Antonio-Esteban González Alonso es natural de Toral de los Vados (León). Ha sido crítico de cine en COPE Lugo y viñetista de humor en TV Lugo y TV Ponferrada. También es caricaturista y autor de seis libros sobre el Bierzo.
Antonio-Esteban González Alonso. La inevitable muerte de Miguelín Lanuza; Ediciones Atlantis, 2019
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'La inevitable muerte de don Miguelín Lanuza' consta de once narraciones, de las cuales ocho podríamos decir que cuentan retazos de la saga de los Lanuza en Villamor del Valle de Montemilanos.
El primero de los cuentos, el que da título al libro y el más extenso, cuenta como aconteció en época muy reciente el final de esta saga. En esas ocho narraciones encontramos ecos de unas en las otras, como lugares de paso para entreverar una narración más amplia, continua. Podríamos decir que estos cuentos van en hábito de novela o de ‘nivola’, y que de ser el caso estaría narrada ‘in media res’.
Muchos son los hilvanes que podrían seguirse para dar cuenta de ella y del acontecer urbano y del de la casona de Villamor. Vidas que se entreveran y dan sentido, a partir del mito fundacional de la casona, a los habitantes del valle de Montemilanos.
La división de esta ‘nivola’ en cuentos diferenciados le permite a Antonio Esteban González Alonso, el autor del libro, variaciones estilísticas que no serían propias de esa novela por capítulos. Así en ‘Poldo’ (71), una narración en la que se cartean un antiguo futbolista local, emigrado a Francia, con todos sus crasos errores ortográficos y el progresivo afrancesamiento de sus expresiones. La sorpresa pierde efectividad así que transcurre el cuento.
![[Img #42117]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/6650_val-final-de-bolos-105.jpg)
Una característica llamativa son los nombres de los cientos de personajes que fluyen por estos cuentos, algunos de los cuales nomadean de una narración a otra. Por ejemplo: Prisca de Jesús Lanuza, Uriel Laurel, Etelvino Jesús, Estanislao Migaza, Manuel Rodríguez Rodríguez, cronista oficial de Villamor, Desiderio, el cartero, Germán López Quiroga, cronista oficial -a la muerte de Manuel Rodríguez- de Montemilanos y sus siete lugares, Enedino Reignosa, Ángel Fole (posible castellanización del insigne narrador lucense, Anxel Fole, que se inmortalizó por su libro de cuentos ‘A lús do candil’), Miguel del Santísimo Sacramento del Altar Ferrer y Lanuza; pero también Martín Lanuza, como heterónimo del coronel del cuento de García Márquez, que tras trece años de ausencia y soledad recibirá una serie de misteriosas cartas. Aunque no es García Márquez quien más y mejor apadrinaría esta saga de cuentos, sino que, a nuestro parecer, lo haría mejor el escritor de Mondoñedo, Álvaro Cunqueiro.
Desvela en este estilo fantasioso un itinerario de quehaceres maravillados y contraépicos que dan fe de la intimidad de estos personajes. Por ejemplo: “Martín Lanuza, tras su jubilación, consumía su tiempo redactando en verso notas necrológicas para ‘Las Riberas del Valle’, semanario editado en Villamor". Personaje que, en sus ratos de ocio, también construye su propio ataúd. O el caso de Enedino Reigosa, donde parodia a un escritor de éxito, enamorado de la ’Sota de Oros’, “un naipe de Heraclio Fournier-Vitoria- en España." O el caso de Miguelín Lanuza, en el primero de los cuentos, que consume su vida en la escritura de la ‘Historia de un artilugio llamado water closet'. Aprovechará entonces nuestro autor para darnos cuenta de los hallazgos que contendría, de publicarse, el libro sobre la historia del retrete, lo que resta agilidad a la narración sobre Enedino y el final de su saga.
A menudo el humor desborda. Así en los títulos de los libros que escribe Eneldino Reigosa o en los consejos ridículos que deja en sus obras donde Antonio Esteban ironiza sobre los gustos literarios de los españoles. O cuando nos cuenta sobre el origen del nombre de Miguel del Santísimo Sacramento del Altar Ferrer y Lanuza (fin de la saga).
No menos desternillante y felliniano es el modo en que se produce el final de esta familia ya sin descendencia, con un fin de estirpe a lo Wittelsbach en una aldehuela gallega: “Intentó levantar una mano para pedir ayuda porque se veía ahogar. Vivina sonreía y lo abrazaba con pasión. Las palabras de amor de la mujer resonaban en los oídos de Miguelín como el eco de una tormenta desatada que rodase de monte en monte. Gritó el hombre, pero sus gritos se perdieron entre las carnes de la mujer. Se axfisiaba y acertó a decir algo que ella no escuchó, mientras lo abrazaba.
-Si...si... hu...biera...sa...bido… que...el a...mor...era...esto….Si hubiera...sa...bi...do…” (47)
![[Img #42119]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/9200_vigo-2016-465.jpg)
Pero el humor radica sobre todo en el uso de la fantasía al modo cunqueriano, entroncando muy frecuentemente con el mundo de lo fantástico y adivinatorio. Las abuelas que acompañan a los últimos varones de la saga, Amaranta y Prisca, utilizan los dados, las cartas de Heraclio Fournier o las runas para olisquear la muerte y los amoríos.
Otro personaje, fuera de saga, que se traslada de un cuento a otro es Ernestina Figueruelo Matamoros, que sale de su cuento homónimo para urdir celestinescamente el engaño en la narración de Enedino Reigosa (el escritor enamoriscado de la Sota de Oros)
Hay varios elementos en este libro de cuentos que proporcionan unidad y que van encaminados a un mismo fin. De entre los cuales he elegido a modo de muestra el ‘canto del cuclillo’, que bien resuena desde los cuentos de Cunqueiro o desde la Sinfonía Pastoral de Beethoven, y “unos pájaros de plumas verdosas que anidan en los altos de San Vitul, en el hayedo, donde se halla la casa solar de los Ferrer y Lanuza”. No cabe duda de que tanto el cuclillo como los pájaros de plumas verdes son los preámbulos de la muerte tanto individual como de la propia saga Ferrer y Lanuza.
En ‘La carta’, poco antes de que Prisca de Jesús Lanuza muriese se dice que: “una bandada de pájaros verdes levantó el vuelo cuando Prisca de Jesús Lanuza buscó, con su mirada sin luz, el roquedal desde donde se divisaba el río, aquietado en su último recodo.” (93)
En el desenlace de este cuento, tras el fuego que se inicia en la biblioteca de la casona-palacio de los Lanuza, escribe: “ (...) y entonces sí supimos que algo trágico había ocurrido. Los pájaros verdes sobrevolaban el valle errabundos (...)” (102)
En ‘La muerte de un general’, el general Estanislao Migaza, levitador, luego de su última ascensión acaecida a los 118 años, propone al reverendo don Evangelino que sea el desvirgador de su joven y última hija de tan solo 16 años, Rosa de Lima, “de quien las malas lenguas,- entre las de incluyo la mía- y que hace huir, espantados, a unos pájaros verdes que buscaban sombra en el hayucal, con un temblor desacompasado de alas.” (132) Ronda por ahí la muerte y la cuenta atrás pronosticada por el cuclillo que “descuenta las horas, los días y los años.” Y al final de esta misma narración, tras un desastre que evoca las señales telúricas y uranias del Viernes Santo, “el cronista de Villamor y los siete lugares”, constata: “(...) dos pájaros verdes venidos de los altos de Visonia, volaban hacia el infinito."
![[Img #42118]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/6227_vigo-2016-620.jpg)
Otro tanto sucede en ‘La evitable muerte de don Miguelín Lanuza: “Al otro lado del vetusto caserón de Lanuza, la bandada de extraños pájaros verdes que había graznado desagradablemente durante la ceremonia nupcial en la que Miguel del Santísimo Sacramento del Altar Ferrer y Lanuza y Vibiana Voces Rodrigo de Alba. Se habían unido en matrimonio, levantó el vuelo cuando Amaranta de Jesús buscaba con paso incierto el roquedal (viático al Aqueronte) desde el que se divisaba el río, manso, en su último recodo antes de perderse en el páramo salitroso.” (45) Para un poco más adelante añadir: “Amaranta se detuvo al escuchar el graznido de los pájaros verdes (...) Los naipes de don Heraclito le habían advertido que iba a morir (...)” (46) para, al terminar esta narración, tras la muerte de don Miguel y el fin de la saga, escribir: “en el bosque de hayas un cuclillo -el cronista oficial de Montemilanos dijo que era un cuclillo asustado- no sabía o no podía o no quería lanzar al aire oloroso a tierra mojada, su canto imperial, mientras en el horizonte lejano, unos pájaros verdes buscaban nuevos caminos graznando victoriosamente.”
Tres cuentos completan la serie: ‘La enigmática sonrisa del dictador’, donde en clave de humor, casi de humor negro, se contrapone la rigidez paranoica de los censores del régimen a la curiosidad del dictador ante el extraño pareado de una cartela de bienvenida, escrito por un niño. El dictador vive en su propia cárcel, un oasis delimitado por la enorme prisión en que ha convertido el ‘reino’, y pretenderá liberarse mediante una licencia gastronómica muy berciana sugerida por la cartela del niño.
‘Una Historia del camino’, en la que trata de una peregrinación en pos de un peregrino ancestro. El ancestro se repite como aparición de muchos peregrinos e indica que el camino le finalizará antes de llegar a Santiago. En este caso el aparecido fue uno de esos peregrinos frustrados; pero precisamente es aquel al que el peregrino de ahora está buscando: su abuelo. Así la aparición cambia de sentido y rompe el conjuro jacobeo.
Y el último de los cuentos ‘Treinta monedas de plata’, una lectura de la traición de Judas, muy breve, pero muy bien narrada, que fabula sobre las causas y vínculos hasta en la propia muerte entre Jesucristo y Judas Iscariote.
Antonio-Esteban González Alonso. La inevitable muerte de Miguelín Lanuza; Ediciones Atlantis, 2019
'La inevitable muerte de don Miguelín Lanuza' consta de once narraciones, de las cuales ocho podríamos decir que cuentan retazos de la saga de los Lanuza en Villamor del Valle de Montemilanos.
El primero de los cuentos, el que da título al libro y el más extenso, cuenta como aconteció en época muy reciente el final de esta saga. En esas ocho narraciones encontramos ecos de unas en las otras, como lugares de paso para entreverar una narración más amplia, continua. Podríamos decir que estos cuentos van en hábito de novela o de ‘nivola’, y que de ser el caso estaría narrada ‘in media res’.
Muchos son los hilvanes que podrían seguirse para dar cuenta de ella y del acontecer urbano y del de la casona de Villamor. Vidas que se entreveran y dan sentido, a partir del mito fundacional de la casona, a los habitantes del valle de Montemilanos.
La división de esta ‘nivola’ en cuentos diferenciados le permite a Antonio Esteban González Alonso, el autor del libro, variaciones estilísticas que no serían propias de esa novela por capítulos. Así en ‘Poldo’ (71), una narración en la que se cartean un antiguo futbolista local, emigrado a Francia, con todos sus crasos errores ortográficos y el progresivo afrancesamiento de sus expresiones. La sorpresa pierde efectividad así que transcurre el cuento.
Una característica llamativa son los nombres de los cientos de personajes que fluyen por estos cuentos, algunos de los cuales nomadean de una narración a otra. Por ejemplo: Prisca de Jesús Lanuza, Uriel Laurel, Etelvino Jesús, Estanislao Migaza, Manuel Rodríguez Rodríguez, cronista oficial de Villamor, Desiderio, el cartero, Germán López Quiroga, cronista oficial -a la muerte de Manuel Rodríguez- de Montemilanos y sus siete lugares, Enedino Reignosa, Ángel Fole (posible castellanización del insigne narrador lucense, Anxel Fole, que se inmortalizó por su libro de cuentos ‘A lús do candil’), Miguel del Santísimo Sacramento del Altar Ferrer y Lanuza; pero también Martín Lanuza, como heterónimo del coronel del cuento de García Márquez, que tras trece años de ausencia y soledad recibirá una serie de misteriosas cartas. Aunque no es García Márquez quien más y mejor apadrinaría esta saga de cuentos, sino que, a nuestro parecer, lo haría mejor el escritor de Mondoñedo, Álvaro Cunqueiro.
Desvela en este estilo fantasioso un itinerario de quehaceres maravillados y contraépicos que dan fe de la intimidad de estos personajes. Por ejemplo: “Martín Lanuza, tras su jubilación, consumía su tiempo redactando en verso notas necrológicas para ‘Las Riberas del Valle’, semanario editado en Villamor". Personaje que, en sus ratos de ocio, también construye su propio ataúd. O el caso de Enedino Reigosa, donde parodia a un escritor de éxito, enamorado de la ’Sota de Oros’, “un naipe de Heraclio Fournier-Vitoria- en España." O el caso de Miguelín Lanuza, en el primero de los cuentos, que consume su vida en la escritura de la ‘Historia de un artilugio llamado water closet'. Aprovechará entonces nuestro autor para darnos cuenta de los hallazgos que contendría, de publicarse, el libro sobre la historia del retrete, lo que resta agilidad a la narración sobre Enedino y el final de su saga.
A menudo el humor desborda. Así en los títulos de los libros que escribe Eneldino Reigosa o en los consejos ridículos que deja en sus obras donde Antonio Esteban ironiza sobre los gustos literarios de los españoles. O cuando nos cuenta sobre el origen del nombre de Miguel del Santísimo Sacramento del Altar Ferrer y Lanuza (fin de la saga).
No menos desternillante y felliniano es el modo en que se produce el final de esta familia ya sin descendencia, con un fin de estirpe a lo Wittelsbach en una aldehuela gallega: “Intentó levantar una mano para pedir ayuda porque se veía ahogar. Vivina sonreía y lo abrazaba con pasión. Las palabras de amor de la mujer resonaban en los oídos de Miguelín como el eco de una tormenta desatada que rodase de monte en monte. Gritó el hombre, pero sus gritos se perdieron entre las carnes de la mujer. Se axfisiaba y acertó a decir algo que ella no escuchó, mientras lo abrazaba.
-Si...si... hu...biera...sa...bido… que...el a...mor...era...esto….Si hubiera...sa...bi...do…” (47)
Pero el humor radica sobre todo en el uso de la fantasía al modo cunqueriano, entroncando muy frecuentemente con el mundo de lo fantástico y adivinatorio. Las abuelas que acompañan a los últimos varones de la saga, Amaranta y Prisca, utilizan los dados, las cartas de Heraclio Fournier o las runas para olisquear la muerte y los amoríos.
Otro personaje, fuera de saga, que se traslada de un cuento a otro es Ernestina Figueruelo Matamoros, que sale de su cuento homónimo para urdir celestinescamente el engaño en la narración de Enedino Reigosa (el escritor enamoriscado de la Sota de Oros)
Hay varios elementos en este libro de cuentos que proporcionan unidad y que van encaminados a un mismo fin. De entre los cuales he elegido a modo de muestra el ‘canto del cuclillo’, que bien resuena desde los cuentos de Cunqueiro o desde la Sinfonía Pastoral de Beethoven, y “unos pájaros de plumas verdosas que anidan en los altos de San Vitul, en el hayedo, donde se halla la casa solar de los Ferrer y Lanuza”. No cabe duda de que tanto el cuclillo como los pájaros de plumas verdes son los preámbulos de la muerte tanto individual como de la propia saga Ferrer y Lanuza.
En ‘La carta’, poco antes de que Prisca de Jesús Lanuza muriese se dice que: “una bandada de pájaros verdes levantó el vuelo cuando Prisca de Jesús Lanuza buscó, con su mirada sin luz, el roquedal desde donde se divisaba el río, aquietado en su último recodo.” (93)
En el desenlace de este cuento, tras el fuego que se inicia en la biblioteca de la casona-palacio de los Lanuza, escribe: “ (...) y entonces sí supimos que algo trágico había ocurrido. Los pájaros verdes sobrevolaban el valle errabundos (...)” (102)
En ‘La muerte de un general’, el general Estanislao Migaza, levitador, luego de su última ascensión acaecida a los 118 años, propone al reverendo don Evangelino que sea el desvirgador de su joven y última hija de tan solo 16 años, Rosa de Lima, “de quien las malas lenguas,- entre las de incluyo la mía- y que hace huir, espantados, a unos pájaros verdes que buscaban sombra en el hayucal, con un temblor desacompasado de alas.” (132) Ronda por ahí la muerte y la cuenta atrás pronosticada por el cuclillo que “descuenta las horas, los días y los años.” Y al final de esta misma narración, tras un desastre que evoca las señales telúricas y uranias del Viernes Santo, “el cronista de Villamor y los siete lugares”, constata: “(...) dos pájaros verdes venidos de los altos de Visonia, volaban hacia el infinito."
Otro tanto sucede en ‘La evitable muerte de don Miguelín Lanuza: “Al otro lado del vetusto caserón de Lanuza, la bandada de extraños pájaros verdes que había graznado desagradablemente durante la ceremonia nupcial en la que Miguel del Santísimo Sacramento del Altar Ferrer y Lanuza y Vibiana Voces Rodrigo de Alba. Se habían unido en matrimonio, levantó el vuelo cuando Amaranta de Jesús buscaba con paso incierto el roquedal (viático al Aqueronte) desde el que se divisaba el río, manso, en su último recodo antes de perderse en el páramo salitroso.” (45) Para un poco más adelante añadir: “Amaranta se detuvo al escuchar el graznido de los pájaros verdes (...) Los naipes de don Heraclito le habían advertido que iba a morir (...)” (46) para, al terminar esta narración, tras la muerte de don Miguel y el fin de la saga, escribir: “en el bosque de hayas un cuclillo -el cronista oficial de Montemilanos dijo que era un cuclillo asustado- no sabía o no podía o no quería lanzar al aire oloroso a tierra mojada, su canto imperial, mientras en el horizonte lejano, unos pájaros verdes buscaban nuevos caminos graznando victoriosamente.”
Tres cuentos completan la serie: ‘La enigmática sonrisa del dictador’, donde en clave de humor, casi de humor negro, se contrapone la rigidez paranoica de los censores del régimen a la curiosidad del dictador ante el extraño pareado de una cartela de bienvenida, escrito por un niño. El dictador vive en su propia cárcel, un oasis delimitado por la enorme prisión en que ha convertido el ‘reino’, y pretenderá liberarse mediante una licencia gastronómica muy berciana sugerida por la cartela del niño.
‘Una Historia del camino’, en la que trata de una peregrinación en pos de un peregrino ancestro. El ancestro se repite como aparición de muchos peregrinos e indica que el camino le finalizará antes de llegar a Santiago. En este caso el aparecido fue uno de esos peregrinos frustrados; pero precisamente es aquel al que el peregrino de ahora está buscando: su abuelo. Así la aparición cambia de sentido y rompe el conjuro jacobeo.
Y el último de los cuentos ‘Treinta monedas de plata’, una lectura de la traición de Judas, muy breve, pero muy bien narrada, que fabula sobre las causas y vínculos hasta en la propia muerte entre Jesucristo y Judas Iscariote.