El suicidio
![[Img #42215]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/8654_ancianos-santa-colomba-147.jpg)
Hace unos días asistí a una jornada sobre el suicidio organizada por el Departamento de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón donde trabajo. Tema interesante sobre el que pasado el impacto inicial de sorpresa, estupor, incredulidad, sigue girando un silencio helador. Lo paradójico es que las cifras que se barajan en torno al suicidio son tan alarmantes que ha pasado a ser considerado una prioridad de salud pública. Según datos de la OMS cerca de 800.000 personas en el mundo se quitan la vida al año, lo que representa una muerte cada 40 segundos. Más que las que producen los homicidios y las guerras juntas.
Hay que tener en cuenta además que si bien no todos los suicidios son por enfermedad, suicidio y enfermedad mental están intrínsecamente relacionados, como dos caras de la misma moneda. Fuentes de la OMS indican que alrededor del 90% de los casos de suicidio se asocian a trastornos mentales. Muchas enfermedades mentales, predominantemente la depresión grave o los trastornos de personalidad, acaban en el intento de suicidio o suicidio efectivo, como forma de escape y última alternativa al tremendo sufrimiento de quienes las padecen. Nadie o casi nadie se quiere morir, y los que mueren por suicidio tampoco de haber encontrado otra salida.
El impacto de la muerte por suicidio afecta sobre todo a la familia y personas más cercanas, dejando en ellas una cicatriz imborrable, algo de lo que habló la presidenta de Después del Suicidio-Asociación de Supervivientes (DSAS) Cecilia Borrás Murcia, madre de un joven de 19 años que se quitó la vida en el año 2009. En una conferencia que me conmovió profundamente por la fuerza de la verdad de sus declaraciones, puso de relieve que un alto porcentaje de personas que se suicidan (40%) no mueren en los hospitales sino en casa, convirtiendo súbitamente el hogar y refugio en un escenario sospechoso, casi criminal, en el que irrumpe la policía para tomar pruebas sin que puedas tocar nada, mucho menos al ser querido. Comparó el nivel de estrés de la muerte por suicidio con el que se vive en un campo de concentración.
Cuando eso inesperado ocurre, continuó diciendo Cecilia, toca gestionar la noticia y responder a la pregunta clave, el porqué de esa muerte, y eso no es tarea fácil ni muchas veces tiene respuesta -solo un 10 o un 15 por ciento deja una carta o un wasap que no siempre explica el suceso-. Ello nos lleva a hacer una moviola al revés preguntándonos qué influencia hemos tenido, por acción u omisión, en la decisión de morir, replanteándonos las propias creencias sobre el suicidio -¿qué ha pasado si éramos una familia normal?-, sintiéndonos culpables y abandonados.
El suicidio, apostilla Cecilia, es la única muerte interpretable que a los supervivientes nos hace sentir analfabetos de la vida.
Se habló, lo hizo el catedrático emérito de Historia de la Medicina y Bioética Diego Gracia, de los problemas éticos en los confines de la vida, entendiendo por confines el principio y el final, momentos ambos marcados por el sentimiento de incertidumbre que tan mal manejamos los humanos. Cuando una persona dice que quiere morir, afirmó el profesor, en realidad quiere decir que quiere vivir de otra manera. Ello me llevo a recordar la entrevista que Ingmar Bergman concedió a El País el 7 de abril del año 2000 defendiendo el suicidio como muerte natural, “yo decidiré cuando ha llegado la hora de morir (…) No se habla lo suficiente de lo duro que es volverse viejo, de lo humillante que resulta sentir que la vida del espíritu se va extinguiendo, y que las propias entrañas te traicionan y sabotean“. Bergman viviría después de realizar estas declaraciones siete años más.
Tampoco se habla lo suficiente acerca del suicidio, ‘la muerte innombrable’, y si se hace muchas veces se hace mal, desde una postura ‘amarillista’ y sensacionalista que hay que evitar. El suicidio debería estar en las secciones de salud de los periódicos y no en las de sucesos.
Se habló de más cosas en una jornada de gran calidad, pero yo quería rescatar éstas para dar un poco de luz al único problema filosófico, a juicio de Camus, verdaderamente serio de la existencia.
![[Img #42215]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/8654_ancianos-santa-colomba-147.jpg)
Hace unos días asistí a una jornada sobre el suicidio organizada por el Departamento de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón donde trabajo. Tema interesante sobre el que pasado el impacto inicial de sorpresa, estupor, incredulidad, sigue girando un silencio helador. Lo paradójico es que las cifras que se barajan en torno al suicidio son tan alarmantes que ha pasado a ser considerado una prioridad de salud pública. Según datos de la OMS cerca de 800.000 personas en el mundo se quitan la vida al año, lo que representa una muerte cada 40 segundos. Más que las que producen los homicidios y las guerras juntas.
Hay que tener en cuenta además que si bien no todos los suicidios son por enfermedad, suicidio y enfermedad mental están intrínsecamente relacionados, como dos caras de la misma moneda. Fuentes de la OMS indican que alrededor del 90% de los casos de suicidio se asocian a trastornos mentales. Muchas enfermedades mentales, predominantemente la depresión grave o los trastornos de personalidad, acaban en el intento de suicidio o suicidio efectivo, como forma de escape y última alternativa al tremendo sufrimiento de quienes las padecen. Nadie o casi nadie se quiere morir, y los que mueren por suicidio tampoco de haber encontrado otra salida.
El impacto de la muerte por suicidio afecta sobre todo a la familia y personas más cercanas, dejando en ellas una cicatriz imborrable, algo de lo que habló la presidenta de Después del Suicidio-Asociación de Supervivientes (DSAS) Cecilia Borrás Murcia, madre de un joven de 19 años que se quitó la vida en el año 2009. En una conferencia que me conmovió profundamente por la fuerza de la verdad de sus declaraciones, puso de relieve que un alto porcentaje de personas que se suicidan (40%) no mueren en los hospitales sino en casa, convirtiendo súbitamente el hogar y refugio en un escenario sospechoso, casi criminal, en el que irrumpe la policía para tomar pruebas sin que puedas tocar nada, mucho menos al ser querido. Comparó el nivel de estrés de la muerte por suicidio con el que se vive en un campo de concentración.
Cuando eso inesperado ocurre, continuó diciendo Cecilia, toca gestionar la noticia y responder a la pregunta clave, el porqué de esa muerte, y eso no es tarea fácil ni muchas veces tiene respuesta -solo un 10 o un 15 por ciento deja una carta o un wasap que no siempre explica el suceso-. Ello nos lleva a hacer una moviola al revés preguntándonos qué influencia hemos tenido, por acción u omisión, en la decisión de morir, replanteándonos las propias creencias sobre el suicidio -¿qué ha pasado si éramos una familia normal?-, sintiéndonos culpables y abandonados.
El suicidio, apostilla Cecilia, es la única muerte interpretable que a los supervivientes nos hace sentir analfabetos de la vida.
Se habló, lo hizo el catedrático emérito de Historia de la Medicina y Bioética Diego Gracia, de los problemas éticos en los confines de la vida, entendiendo por confines el principio y el final, momentos ambos marcados por el sentimiento de incertidumbre que tan mal manejamos los humanos. Cuando una persona dice que quiere morir, afirmó el profesor, en realidad quiere decir que quiere vivir de otra manera. Ello me llevo a recordar la entrevista que Ingmar Bergman concedió a El País el 7 de abril del año 2000 defendiendo el suicidio como muerte natural, “yo decidiré cuando ha llegado la hora de morir (…) No se habla lo suficiente de lo duro que es volverse viejo, de lo humillante que resulta sentir que la vida del espíritu se va extinguiendo, y que las propias entrañas te traicionan y sabotean“. Bergman viviría después de realizar estas declaraciones siete años más.
Tampoco se habla lo suficiente acerca del suicidio, ‘la muerte innombrable’, y si se hace muchas veces se hace mal, desde una postura ‘amarillista’ y sensacionalista que hay que evitar. El suicidio debería estar en las secciones de salud de los periódicos y no en las de sucesos.
Se habló de más cosas en una jornada de gran calidad, pero yo quería rescatar éstas para dar un poco de luz al único problema filosófico, a juicio de Camus, verdaderamente serio de la existencia.






