José Paulino Cordero
Lunes, 29 de Julio de 2013

Y la cabra sigue siendo tozuda...

Y de repente va y se me cae una cana al teclado del ordenador. ¿Una cana? No lo digo porque empiecen a aparecer esos tonos blancos en la pelambrera escasa, ni porque uno de esos miles de filamentos se desprenda del cuero cabelludo. No. Lo digo porque se me acaba de incrustar entre las teclas y no soy capaz de sacarla. Soplando tampoco, leñe, que se ha quedado con la raíz en el hueco de la tecla y no sale la muy puñetera.

Bueno, con la obsesión indisimulada de ver qué hago para sacármela del teclado aunque no regrese al peinado, escribo sobre la evolución de las especies… De las especies de ordenadores y maquinitas varias con las que nos obsequian los de la manzana que no se pudre a pesar del mordisco, y otras compañías. Y pienso (otro pelo se me ha caído en forma de cana. ¡Mari Trini, aunque no sean estrellas, que son pelos, ayúdame!) que nos está comiendo la tecnología, a algunos, los menos avezados, nos está devorando.

Recuerdo aquel supermercado de una marca que te regalaba puntos por cada peseta de compra y que luego pegabas (con lengua, quiero decir, mojado el sello previamente en la lengua, en un catálogo que te regalaba una sartén para que le dijera al cazo aquello de ¡qué me tiznas!), en el que una muy hábil cajera iba anotando en un papel casi de estraza los precios de los artículos y los sumaba con una agilidad desbordante, remarcando especialmente el rabo del 1 y la visera del 5. 

Pocos años más tarde, se quitó el bolígrafo del dedo y digitalmente golpeaba el teclado numérico dándole al enter después de cada anotación. Y la suma era automática. Ya no recuerdo si antes de cerrarlo, ese mercado tuvo tiempo de marear al cliente (ya no digamos al cajero) con el sonido cada vez que el código de barras pasa por el lector.

Y así miles de cosas que cambian y cambian. ¡Otra cana!... Bueno, menos mal que los ordenadores no tienen canas (más que nada porque no les da ni tiempo a envejecer).

Pero… la cabra es la única que no ha cambiado en decenas de años, o digo cientos. Sigue siendo la más tozuda del rebaño, con diferencia.
 



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