Catalina Tamayo
Sábado, 06 de Abril de 2019

La dictadura del pensamiento único

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“¿Cuándo acabaremos de entender que la política  de los Estados debe ser la justicia y la igualdad de acciones, en pesos y medidas y en nivelar a los hombres por sus méritos y no por eso que titulan cuna?” (El cura de Algeciras, en Solís, R. El Cádiz de las cortes)

 

 

De la amarga experiencia del siglo pasado hemos aprendido lo que no queremos, lo que no se debe de hacer, y que la democracia, o la socialdemocracia es la mejor forma de gobierno que tenemos hoy, pues se puede decir que ha logrado las sociedades más igualitarias hasta ahora. En Europa, fue aceptada mayoritariamente hasta los años ochenta del siglo veinte. Pero ya había sido aceptada en la antigüedad griega, principalmente en la ciudad de Atenas, no porque fuera una forma de gobernar mejor que la monarquía o la oligarquía, sino porque era la más adecuada para el gobierno de esos seres de conocimiento limitado que somos los humanos. La verdad es que no hay nadie suficientemente sabio como para confiarle el gobierno en la convicción de que lo hará bien o de que sabe con seguridad lo que es bueno para nosotros. La virtud de la democracia consiste en creer que no solo unos pocos, sino todos tienen la facultad de pensar, y además en crear un espacio público, esto es, un espacio deliberativo, donde basándose en la igualdad, la libertad y la solidaridad se intercambian ideas y puntos de vista sobre asuntos que nos conciernen a todos.

 

Sus valores o ideales –la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia– han marcado el progreso moral y político europeo hasta ahora, y sería conveniente que marcaran el progreso del mundo. Por eso, no deberíamos renunciar a estos valores y tendríamos que cuidar de que no se perdieran, porque nada está ganado para siempre, ni  tan siquiera lo que parece más sólido. Aunque nos parezca increíble, vivir en la democracia no es una garantía de que no surjan posiciones que tienen poco de demócratas. De hecho, la somnolencia democrática en la que nos hemos sumergido desde hace un tiempo a esta parte ha hecho que bajemos la guardia y que permitamos que entren como por una brecha posiciones antidemocráticas. Una de esas que ha penetrado es la posición denominada “pensamiento único”, más conocida como ‘lo políticamente correcto’.

 

Este pensamiento está constituido por ideas acerca de distintas realidades: la mujer, la violencia, el sexo, el acoso, los animales, la migración, la religión, la organización del territorio español, incluso el lenguaje. Se trata de ideas sobradamente conocidas por todos gracias a la mayoría de los medios de comunicación de masas, especialmente de casi todas las televisiones, que, junto con algunos políticos, se han encargado de propalar. Aparecen como verdades que se dan valor a sí mismas, y que repetidas incesante y monopolísticamente se tornan hipnóticas o dictados. Por eso, nos parecen verdades inquebrantables, dogmas, verdades reveladas por la divina progresía, que no se pueden cuestionar o poner en duda. Es un pensamiento que pretende ser hegemónico: decirnos lo que tenemos que pensar, lo que tenemos que decir, lo que es bueno y lo que es malo, incluso lo que es democrático. En esta medida, atenta contra la libertad de pensamiento del individuo, uno de los derechos fundamentales del hombre, lo que le hace ser humano y no oveja, y por lo tanto le impide pensar por sí mismo y tomar las riendas de su propia vida. Conviene no olvidar que Arendt, filósofa alemana y judía, tras escuchar en el juicio a Eichmann, un hombre suave y pequeño, sin apariencia de haber matado a millones de judíos, que este alegaba en su defensa que todas sus acciones respondían a la obediencia debida a sus superiores, llegó a la  conclusión, según Victoria Camps, “de que el pensamiento es lo que nos hace humanos y lo que les faltó a todos los que secundaron el holocausto judío, que pensar es lo que dejaron de hacer…”

 

De esta manera, el pensamiento único es una forma de dominación, que conserva gestos democráticos, que incluso pretende entender mejor que nadie en qué consiste la democracia, pero que en el fondo contiene pulsiones autoritarias. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice un refrán. Es una posición extrema, que como todos los extremismos bordea el fanatismo. En su uniformidad encuentran cobijo, atraídos por el magnetismo de sus creencias fuertes y sólidas, sencillas y fáciles de formular, todos aquellos que buscan protegerse, sobre todo en estos tiempos en los que la realidad desconcierta y no saben dónde situarse. Sin duda, pertenecer a un grupo donde todos piensan lo mismo conforta y facilita el estar en el mundo. Pensar a través del grupo es tan acogedor y da tanta seguridad, hasta hace sentirse fuerte. Por eso, la mayoría prefiere esquivar la opinión que brota de su libertad interior, esto es, le tiene miedo a la libertad, porque esta implica sentirse solo e inseguro. En el fondo de todo, está ese anhelo de salvación que ha nutrido a las religiones y hoy alimenta proyectos terrenales, como el nacionalismo, el feminismo o el colectivo LGTBI, todos grupos donde guarecerse.

 

Ay, pero si alguien –un Sócrates de los de ahora– tuviera la osadía, fuera capaz de correr el riesgo, basándose en hechos empíricos y argumentos racionales, y no porque sí, ni sin más, de criticar o cuestionar estas ideas, que, además de la libertad individual, conculcan otros derechos fundamentales, recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en la propia Constitución Española, como el derecho a la igualdad y a la justicia, incluso el derecho a la solidaridad, será primero calificado, según la idea que se critique, con los nombres más abyectos, como machista, homófobo, maltratador de animales, xenófobo, islamófobo o fascista. Podría añadir otros nombres: franquista, español, cavernícola, retrógrado. Esto hará que quede estigmatizado, marcado, como se marca a una res, o como se marcaba en otro tiempo a los esclavos negros. Después, defenestrado ya a la España de blanco y negro, será excluido y marginado socialmente.

 

 

Ya no lo llamarán para quedar, dejarán de hablarle y ni siquiera lo mirarán. Será un apestado. Puro sectarismo. Es cierto, y esto ya es un avance, no le darán un tiro en la nuca ni le pondrán una bomba debajo del coche, como les ocurrió a otros en otro tiempo, no tan lejano, y en este mismo país, por oponerse también a ideas consideradas sacrosantas, pero le darán otra muerte, la muerte social o civil. El disidente molesta y hay que eliminarlo.

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