"El domingo de su primera salida a la calle, aquel paso era la atracción de Astorga"
En el 75º aniversario de que la Cofradía de La Entrada de Jesús en Jerusalén recibiera el entrañable paso de La Borriquilla, rescatamos un fragmento del pregón que en 1985 el escritor José Antonio Carro Celada, ya fallecido, ofreció en el inicio de la Semana Santa, en el que relata cómo siendo un niño de cinco años del barrio de Rectivía vivió la llegada del paso. La crónica de la procesión que ha salido este Domingo de Ramos la completamos un texto extraído de la novela 'El evangelio según el hijo' de Norman Mailer.
![[Img #42923]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6892_borriquilla-009.jpg)
Fragmento del Pregón del año 1985, 'En tiempos del vivo pulacho', pronunciado por José Antonio Carro Celada
Yo sé que la Semana Santa de Astorga ha sido más que nada un tiempo celebrativo de infancia y religiosidad. Y permitidme que así la evoque ahora, porque en mi vida, como en la de otros niños astorganos, hay muchos hilos que nos atan a ella.
Sin duda mi primer recuerdo data del año en que se estrenó ‘La Borriquilla’ de mi natal parroquia de Rectivía. Estaba yo muy enfermo, el domingo de su primera salida a la calle. Aquel paso era la atracción de Astorga. Yo me iba a perder la ocasión de acompañarlo con mi pequeño ramo de olivo, pero lo pude ver cruzar por Puerta Obispo desde el balcón de casa. La estampa borrosa y lejana, arremolinada de niños, me ha acompañado siempre. He visto muchas veces, muy de cerca, el paso. Cubierto con lonas bajo las pesas del reloj de la catedral, donde antaño Valentina alquilaba los reclinatorios para las misas pontificales y pausadas novenas catedralicias. Lo he tocado reverentemente en el cabildo de la antigua iglesia de San Pedro, he observado con detalle la tierna mirada de Jesús sobre el asnillo gris y la alegría contenida de aquellos niños que parecen ‘ninots’ de falla, pero que tienen mi edad, mis años, son niños desde que yo lo fui y en ellos me reconozco siempre.
![[Img #42924]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/852_borriquilla-006.jpg)
![[Img #42925]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1398_borriquilla-031.jpg)
Permitidme que os haga una confidencia. Yo he podido vivir en mi niñez una Semana Santa de Astorga de uso privado, sensitivamente doméstica. Hay pasos que, al verlos desfilar solemnes entre claveles o renqueantes, me hacen sentir por dentro que son como míos, que los tengo sujetos en mi primera memoria porque fueron huéspedes de mi casa durante mi primera niñez.
Uno de ellos, el Cristo de los Afligidos de San Andrés, durmió conmigo en mi habitación a la espera de que mi padre aplicara su sabiduría de artesano y le reparara los dedos. Aquella estatua inmensamente dolorida estuvo recostada sobre el piso de mi alcoba, presidió mis miedos y mis imaginaciones, hizo también sus milagros de pan y vino. Hoy cuando la veo izada, venerable y oscilante, me parece como si no fuera verdad, como si la viera erguida en sueños, pero aún continuase yacente y desvalida a los pies de mi cama.
Otra imagen fue la de Pilatos, tosca, nariguda, de pómulos prominentes. Aguardaba también a que mi padre convirtiera con la gubia su luenga barba en ridícula perilla. No acierto a saber por qué razón se empeñaron los cofrades en quitarle prosopopeya y arrogancia para dejarlo escueto, un poco imberbe y un mucho monigote. A Pilatos lo recuerdo arrinconado en el taller de mi padre, cubierto de serrín.
![[Img #42922]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/5323_borriquilla-015.jpg)
![[Img #42927]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6240_borriquilla-034.jpg)
Estos tres pasos —‘La borriquilla”, el Cristo San Andrés y Pilatos— son como el triduo de mi Semana Santa infantil, de mi imaginería casera. Los he palpado, he grabado sus miradas y posturas y conozco todos y cada uno de los pliegues de sus túnicas. Pero únicamente recuerdo haber jugado con la estatua de Pilatos, a quien no sé por qué nunca traté con respeto. Le colgaba collares de agavanzas, le calzaba sobre la nariz unas gafas de cartón y celofán verde que vendían en Casa del Rizo. En cambio con qué respeto y aturdimiento y emoción sentía la presencia del crucificado, el invitado de mi niñez. Aquella acepción de personas, de trato y de acogida fue para mí como una fabulilla o una parábola o una catequesis familiar.
Norman Mailer. Fragmento de 'El evangelio según el hijo'
Como deseaba que nuestra entrada en Jerusalén diera confianza a los míos, envié por delante a dos de mis discípulos y les dije: “Id al pueblo que está delante de vosotros, y buscad un pollino que está atado, sobre el cual no ha montado todavía ningún hombre. Cuando lo encontréis, traédmelo. Decidle a su dueño que el Señor necesita a ese animal.”
Y fueron, y pronto encontraron un pollino, joven y fogoso, y lo trajeron. Monté sobre ese animal, que hasta entonces no había conocido jinete, y me agarré a su crin. Pues si no podía dominar a aquel joven animal, ¿cómo podría calmar la agitación que reinaba en los corazones de los hombres que me esperaban en el Templo?
Al cabo de un rato, el pollino dejó de saltar y soltar coces, y pudimos avanzar en procesión. Me gustaba aquel animal.
![[Img #42933]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/9757_borriquilla-115.jpg)
![[Img #42928]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7578_borriquilla-037.jpg)
![[Img #42929]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/5328_borriquilla-038.jpg)
![[Img #42936]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7312_borriquilla-048.jpg)
No tardé en sentir hambre, tanta como si jamás hubiera comido. Vi una higuera llena de hojas, e hice trotar al pollino hacia ella a fin de comer hasta hartarme. Pero en sus ramas no encontré ni un higo maduro.
¿Acaso un mal viento soplaba en nuestra dirección? Le dije a la higuera: “Que jamás nadie coma fruto de ti.”
Pero un peso aplastó mi corazón por maldecir aquellas raíces. “Soy el Hijo de Dios”, me dije, “pero también un hombre; ¡qué poco le cuesta al hombre entregarse a la más alocada destrucción!”
Comprendí que Satanás todavía estaba al acecho, como un halcón que escruta los campos en busca de una pequeña criatura y luego cae en picado para cazarla, y por ello había castigado yo a la higuera.
![[Img #42932]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6123_borriquilla-106.jpg)
![[Img #42934]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/5874_borriquilla-134.jpg)
![[Img #42931]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/4022_borriquilla-044.jpg)
Entonces la multitud de hombres y mujeres que caminaban por delante de mí empezaron a coger ramas de las palmeras que había en el camino y formaban con ellas una alfombra a mi paso. Cantaban: “¡Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el reino de nuestro David que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Y algunos gritaban: “¡Bendito sea el rey que viene en nombre del Señor!” Esas gentes de Jerusalén (la mayoría de las cuales jamás me habían visto) nos daban la bienvenida; en las ventanas, muchos nos saludaban. Las noticias de nuestras buenas obras habían llegado a Jerusalén antes que nosotros.
Pero no podía olvidarme de la higuera. Sus ramas debían de estar ya desnudas. Esos pensamientos me hicieron meditar acerca del fin de la ciudad de Tiro. Mil años antes había vivido un gran esplendor; era conocida por sus mesas de ébano, sus esmeraldas y sus telas púrpura, sus tenderetes de miel y bálsamo, su coral y su ágata y sus cofres de cedro. Pero el mar la arrasó. ¿Ocurriría lo mismo con Jerusalén, tan opulenta ahora como lo había sido Tiro entonces?
![[Img #42930]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/2330_borriquilla-041.jpg)
![[Img #42935]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7453_borriquilla-139.jpg)
Contemplé aquellos enormes edificios blancos de columnas altísimas, y no supe si contemplaba un templo o la sede del gobierno romano. Me dije: “Más vale tener buen nombre que grandes riquezas”, pero fueron palabras demasiado piadosas (pues mi corazón había dado un brinco al ver aquellas riquezas). De modo que también dije: “La boca de una mujer desconocida es un pozo profundo. Y una gran ciudad es como una mujer desconocida.”
![[Img #42948]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/9387_paparron018.jpg)
![[Img #42947]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1299_ninas.jpg)
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Fragmento del Pregón del año 1985, 'En tiempos del vivo pulacho', pronunciado por José Antonio Carro Celada
Yo sé que la Semana Santa de Astorga ha sido más que nada un tiempo celebrativo de infancia y religiosidad. Y permitidme que así la evoque ahora, porque en mi vida, como en la de otros niños astorganos, hay muchos hilos que nos atan a ella.
Sin duda mi primer recuerdo data del año en que se estrenó ‘La Borriquilla’ de mi natal parroquia de Rectivía. Estaba yo muy enfermo, el domingo de su primera salida a la calle. Aquel paso era la atracción de Astorga. Yo me iba a perder la ocasión de acompañarlo con mi pequeño ramo de olivo, pero lo pude ver cruzar por Puerta Obispo desde el balcón de casa. La estampa borrosa y lejana, arremolinada de niños, me ha acompañado siempre. He visto muchas veces, muy de cerca, el paso. Cubierto con lonas bajo las pesas del reloj de la catedral, donde antaño Valentina alquilaba los reclinatorios para las misas pontificales y pausadas novenas catedralicias. Lo he tocado reverentemente en el cabildo de la antigua iglesia de San Pedro, he observado con detalle la tierna mirada de Jesús sobre el asnillo gris y la alegría contenida de aquellos niños que parecen ‘ninots’ de falla, pero que tienen mi edad, mis años, son niños desde que yo lo fui y en ellos me reconozco siempre.
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Permitidme que os haga una confidencia. Yo he podido vivir en mi niñez una Semana Santa de Astorga de uso privado, sensitivamente doméstica. Hay pasos que, al verlos desfilar solemnes entre claveles o renqueantes, me hacen sentir por dentro que son como míos, que los tengo sujetos en mi primera memoria porque fueron huéspedes de mi casa durante mi primera niñez.
Uno de ellos, el Cristo de los Afligidos de San Andrés, durmió conmigo en mi habitación a la espera de que mi padre aplicara su sabiduría de artesano y le reparara los dedos. Aquella estatua inmensamente dolorida estuvo recostada sobre el piso de mi alcoba, presidió mis miedos y mis imaginaciones, hizo también sus milagros de pan y vino. Hoy cuando la veo izada, venerable y oscilante, me parece como si no fuera verdad, como si la viera erguida en sueños, pero aún continuase yacente y desvalida a los pies de mi cama.
Otra imagen fue la de Pilatos, tosca, nariguda, de pómulos prominentes. Aguardaba también a que mi padre convirtiera con la gubia su luenga barba en ridícula perilla. No acierto a saber por qué razón se empeñaron los cofrades en quitarle prosopopeya y arrogancia para dejarlo escueto, un poco imberbe y un mucho monigote. A Pilatos lo recuerdo arrinconado en el taller de mi padre, cubierto de serrín.
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Estos tres pasos —‘La borriquilla”, el Cristo San Andrés y Pilatos— son como el triduo de mi Semana Santa infantil, de mi imaginería casera. Los he palpado, he grabado sus miradas y posturas y conozco todos y cada uno de los pliegues de sus túnicas. Pero únicamente recuerdo haber jugado con la estatua de Pilatos, a quien no sé por qué nunca traté con respeto. Le colgaba collares de agavanzas, le calzaba sobre la nariz unas gafas de cartón y celofán verde que vendían en Casa del Rizo. En cambio con qué respeto y aturdimiento y emoción sentía la presencia del crucificado, el invitado de mi niñez. Aquella acepción de personas, de trato y de acogida fue para mí como una fabulilla o una parábola o una catequesis familiar.
Norman Mailer. Fragmento de 'El evangelio según el hijo'
Como deseaba que nuestra entrada en Jerusalén diera confianza a los míos, envié por delante a dos de mis discípulos y les dije: “Id al pueblo que está delante de vosotros, y buscad un pollino que está atado, sobre el cual no ha montado todavía ningún hombre. Cuando lo encontréis, traédmelo. Decidle a su dueño que el Señor necesita a ese animal.”
Y fueron, y pronto encontraron un pollino, joven y fogoso, y lo trajeron. Monté sobre ese animal, que hasta entonces no había conocido jinete, y me agarré a su crin. Pues si no podía dominar a aquel joven animal, ¿cómo podría calmar la agitación que reinaba en los corazones de los hombres que me esperaban en el Templo?
Al cabo de un rato, el pollino dejó de saltar y soltar coces, y pudimos avanzar en procesión. Me gustaba aquel animal.
![[Img #42933]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/9757_borriquilla-115.jpg)
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No tardé en sentir hambre, tanta como si jamás hubiera comido. Vi una higuera llena de hojas, e hice trotar al pollino hacia ella a fin de comer hasta hartarme. Pero en sus ramas no encontré ni un higo maduro.
¿Acaso un mal viento soplaba en nuestra dirección? Le dije a la higuera: “Que jamás nadie coma fruto de ti.”
Pero un peso aplastó mi corazón por maldecir aquellas raíces. “Soy el Hijo de Dios”, me dije, “pero también un hombre; ¡qué poco le cuesta al hombre entregarse a la más alocada destrucción!”
Comprendí que Satanás todavía estaba al acecho, como un halcón que escruta los campos en busca de una pequeña criatura y luego cae en picado para cazarla, y por ello había castigado yo a la higuera.
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Entonces la multitud de hombres y mujeres que caminaban por delante de mí empezaron a coger ramas de las palmeras que había en el camino y formaban con ellas una alfombra a mi paso. Cantaban: “¡Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el reino de nuestro David que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Y algunos gritaban: “¡Bendito sea el rey que viene en nombre del Señor!” Esas gentes de Jerusalén (la mayoría de las cuales jamás me habían visto) nos daban la bienvenida; en las ventanas, muchos nos saludaban. Las noticias de nuestras buenas obras habían llegado a Jerusalén antes que nosotros.
Pero no podía olvidarme de la higuera. Sus ramas debían de estar ya desnudas. Esos pensamientos me hicieron meditar acerca del fin de la ciudad de Tiro. Mil años antes había vivido un gran esplendor; era conocida por sus mesas de ébano, sus esmeraldas y sus telas púrpura, sus tenderetes de miel y bálsamo, su coral y su ágata y sus cofres de cedro. Pero el mar la arrasó. ¿Ocurriría lo mismo con Jerusalén, tan opulenta ahora como lo había sido Tiro entonces?
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Contemplé aquellos enormes edificios blancos de columnas altísimas, y no supe si contemplaba un templo o la sede del gobierno romano. Me dije: “Más vale tener buen nombre que grandes riquezas”, pero fueron palabras demasiado piadosas (pues mi corazón había dado un brinco al ver aquellas riquezas). De modo que también dije: “La boca de una mujer desconocida es un pozo profundo. Y una gran ciudad es como una mujer desconocida.”
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