"Decidme, si jamás vistéis, igual dolor que mi mal …"
La procesión de las Damas de la Virgen de la Piedad ha recorrido en la noche de este Lunes Santo las calles del centro de Astorga. Al regreso al Santuario de Fátima ha tenido lugar el canto del 'Ave María' a la Virgen.
![[Img #43007]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7253_piedad-174.jpg)
Poema del pregón de Antonio B. Celada Alonso. Año 1003
Soledad y... Piedad
Dos nombres para una madre,
mi Parroquia supo dar.
Uno es precioso y solemne,
le llamamos SOLEDAD,
y el nombre no menos bello:
LA VIRGEN DE LA PIEDAD.
Para ese nombre primero
una estrofa singular,
la firma Gómez Manrique,
creo que no tiene igual.
“Vos, hombres, que transitáis
por la vía mundanal
decidme, si jamás vistéis,
igual dolor que mi mal …”
Y será Lope de Vega,
quien con gran inspiración
las palabras de la Virgen
las escuchó y las copió:
Ay, hijo, la Virgen dice
¿qué Madre vio como yo
tantas espadas sangrientas
traspasar su corazón...?
¿Dónde está vuestra hermosura...?
¿Quién los ojos eclipsó,
donde se miraba el cielo
como de su mismo autor…?
![[Img #42994]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/2910_piedad-013.jpg)
Fragmento de la novela 'Barrabás' de Pär Lagerkvist
Quedó mirando el pórtico vacío, y uno de los guardias lo golpeó, al tiempo que le gritaba: “¿Qué haces ahí con la boca abierta? Vete, ¡estás libre!” Entonces se despertó, salió por la misma puerta, y cuando vio al Otro que arrastraba la cruz por la calle, lo siguió. ¿Por qué? No lo sabía. Ni por qué se había quedado durante horas observando al crucificado y su larga agonía, ¡tan luego él, que nada tenía que ver con Él!
¿Habían sido obligadas a quedarse allí las personas que se hallaban al pie de la cruz? A menos que lo hubiesen querido, nada las obligaba a subir allí para exponerse a la infección de esos lugares inmundos. Pero eran los padres o los amigos íntimos del Hombre, y, cosa extraña, no parecían temer la contaminación.
Esa mujer debía de ser su madre, aunque en nada se le parecía. Pero ¿quién hubiera podido asemejársele? Tenía el aspecto de una campesina ruda y tosca. De vez en cuando, se pasaba el dorso de la mano sobre la boca y la nariz, que le goteaba, porque estaba a punto de llorar. Sin embargo, no lloraba. Su pesar era diferente del de los otros, como era diferente la forma en que lo miraba. Sí, era su madre. Experimentaba, sin duda, una compasión más profunda que la de cualquier otro; pero parecía reprocharle haberse prestado para hacerse crucificar. Lo había querido, sin duda, Él, tan puro e inocente, y no podía aprobar su conducta. Siendo su madre, estaba segura de que era inocente. Nunca lo hubiera considerado culpable. Sea cual fuere lo que hubiese hecho, lo habría considerado siempre inocente.
![[Img #42997]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/5766_piedad-026.jpg)
![[Img #42995]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/3288_piedad-018.jpg)
El espectador no tenía madre. Padre tampoco; en verdad, ni lo había oído nombrar. No recordaba tampoco a pariente alguno. Si lo hubieran crucificado no habría habido tantas lamentaciones como las que acompañaban a aquel Hombre. Las gentes se golpeaban el pecho y se comportaban como si nunca hubieran tenido que hacer frente a una desgracia semejante. Las lágrimas y los suspiros no cesaban. Era espantoso.
Conocía al crucificado de la derecha. Si éste lo hubiera visto se habría imaginado que había venido por él, para verlo sufrir. No era así. Pero no se afligía de verlo en la cruz. Si alguien merecía la muerte, era ese canalla, aunque por un motivo bien diferente del invocado en la sentencia. ¿Por qué, pues, lo miraba, y no al del medio, que sufría la crucifixión en su lugar y por quien había venido; Aquel que lo había llevado contra su voluntad a ese sitio con un extraño poder? ¿Un poder? Si alguien parecía impotente era ese hombre.
Imposible ver a un condenado más digno de lástima. Los otros dos eran enteramente diferentes y no parecían sufrir de la misma manera. Era evidente que tenían una mucho mayor reserva de fuerzas. Él no podía ni siquiera enderezar la cabeza, que colgaba hacia adelante.
![[Img #42996]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6626_piedad-029.jpg)
![[Img #42998]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/2710_piedad-034.jpg)
Pero he ahí que la enderezó un poco; elevó un poco el pecho magro y sin vello; jadeante, pasó la lengua sobre los labios secos. Gimió algo como significando que tenía sed. Los soldados estabán un poco más abajo, jugando a los dados para entretenerse mientras los condenados se decidían a morir, y no lo oyeron. Pero uno de sus allegados descendió hacia donde estaban y les dijo: “Tengo sed”. Refunfuñando, un soldado se levantó, empapó una esponja en un recipiente de barro cocido y se la alcanzó en la punta de una pértiga. No bien sintió el gusto de lo que se le ofrecía, no quiso más. El bruto del soldado encontró esto muy cómico, y, cuando se reunió con sus compañeros, todos bromearon con él. ¡Demonios!
Los parientes, o los que parecían tales, miraron desesperados al infeliz crucificado. Respiraba cada vez con mayor dificultad y era evidente que muy pronto moriría. Y más valía, por cierto, que acabara pronto, a fin de que cesase de sufrir. Tal era también el pensamiento del que miraba: ¡si eso acabara de una vez! Se apresuraría en seguida a huir y no volvería a acordarse jamás... Pero de repente la colina entera se ensombreció, como si el sol hubiera perdido su brillo, y en la oscuridad el crucificado clamó con voz potente: “Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Las palabras resonaron en forma lúgubre. ¿Qué significaban? ¿Y por qué semejante oscuridad? Era pleno día. Era incomprensible.
La visión de las tres cruces, apenas perceptibles allá arriba, daba escalofríos. Seguramente iba a suceder algo terrible. Los soldados se levantaron de un salto y tomaron sus armas. Sucediera lo que sucediese, se precipitaban siempre sobre sus armas. Estaban allí alrededor de la cruz blandiendo lanzas, y los oyó cambiar murmullos de espanto. ¡He aquí que tenían miedo! ¡Ya no bromeaban! Eran supersticiosos, naturalmente.
![[Img #43000]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/4265_piedad-041.jpg)
![[Img #43002]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7330_piedad-071.jpg)
Él también tuvo miedo. Y se alegró cuando volvió un poco de claridad y todo comenzó a retomar su aspecto normal. La luz llegaba lentamente, como al amanecer. Se expandía por la colina y por los olivos vecinos; los pájaros, que habían enmudecido, volvieron a gorjear. Sí, aquello recordaba realmente el amanecer.
Los allegados, allá arriba, estaban silenciosos. Ya no se oían llantos ni quejidos. Se contentaban con mirar al Hombre en la cruz... ¡Y hasta los soldados hacían lo mismo! ¡Todo había quedado tan calmo!
Ahora podía alejarse todo lo que quisiera. Había terminado. El sol brillaba nuevamente y las cosas estaban como siempre. La noche había durado sólo mi momento, durante la muerte del Hombre.
Sí, ahora se iría. Era necesario irse, era evidente. Ya nada lo retenía. No tenía ninguna razón para quedarse, ya que el Otro había muerto. Descendieron el cuerpo de la cruz: lo vio antes de partir. Los dos hombres lo envolvieron en una mortaja de tela fina: lo vio también. El cuerpo estaba completamente blanco, y los sepultureros lo movían con tantas precauciones como si hubieran temido hacerle el menor mal y causarle dolor; procedían de una manera muy extraña, pues, ¿acaso no había el Hombre padecido el suplicio de la cruz y todo lo demás? En verdad, eran gentes extrañas. Pero la madre miraba con ojos sin lágrimas al que había sido su Hijo. Su rostro tosco y cetrino parecía incapaz de expresar el dolor. Pero sucedía que no podía explicarse lo que había pasado, y no podría perdonarlo jamás. A ella la comprendía mejor.
![[Img #42999]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/3473_piedad-046.jpg)
![[Img #43001]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7623_piedad-082.jpg)
Cuando pasaron juntos, a corta distancia de él, los hombres llevando el cadáver envuelto, las mujeres siguiendo el lúgubre cortejo, una de ellas, señalando a Barrabás, dijo algo en voz baja a su madre. Ésta se detuvo y lo miró con un aspecto tan lleno de desesperación y de reproche que jamás podría olvidarlo.
Continuaron descendiendo del Gólgota y tomaron luego otro camino a la izquierda.
Los siguió desde bastante lejos para que nadie reparase, hasta un huerto de la vecindad, donde depositaron el cadáver en un sepulcro tallado en la misma roca. Después de haber rezado cerca del sepulcro, hicieron rodar una gran piedra delante de la entrada y se marcharon.
![[Img #43005]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1738_piedad-092.jpg)
![[Img #43004]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/3110_piedad-101.jpg)
![[Img #43003]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1207_piedad-118.jpg)
![[Img #43006]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7158_piedad-158.jpg)
A su vez se acercó y permaneció inmóvil. No rezó, pues era un malhechor cuya oración no hubiera sido escuchada porque él no había expiado su crimen. Por otra parte, no conocía al muerto. Sin embargo, quedó allí un momento.
Luego se dirigió también a Jerusalén.
![[Img #43007]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7253_piedad-174.jpg)
Poema del pregón de Antonio B. Celada Alonso. Año 1003
Soledad y... Piedad
Dos nombres para una madre,
mi Parroquia supo dar.
Uno es precioso y solemne,
le llamamos SOLEDAD,
y el nombre no menos bello:
LA VIRGEN DE LA PIEDAD.
Para ese nombre primero
una estrofa singular,
la firma Gómez Manrique,
creo que no tiene igual.
“Vos, hombres, que transitáis
por la vía mundanal
decidme, si jamás vistéis,
igual dolor que mi mal …”
Y será Lope de Vega,
quien con gran inspiración
las palabras de la Virgen
las escuchó y las copió:
Ay, hijo, la Virgen dice
¿qué Madre vio como yo
tantas espadas sangrientas
traspasar su corazón...?
¿Dónde está vuestra hermosura...?
¿Quién los ojos eclipsó,
donde se miraba el cielo
como de su mismo autor…?
![[Img #42994]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/2910_piedad-013.jpg)
Fragmento de la novela 'Barrabás' de Pär Lagerkvist
Quedó mirando el pórtico vacío, y uno de los guardias lo golpeó, al tiempo que le gritaba: “¿Qué haces ahí con la boca abierta? Vete, ¡estás libre!” Entonces se despertó, salió por la misma puerta, y cuando vio al Otro que arrastraba la cruz por la calle, lo siguió. ¿Por qué? No lo sabía. Ni por qué se había quedado durante horas observando al crucificado y su larga agonía, ¡tan luego él, que nada tenía que ver con Él!
¿Habían sido obligadas a quedarse allí las personas que se hallaban al pie de la cruz? A menos que lo hubiesen querido, nada las obligaba a subir allí para exponerse a la infección de esos lugares inmundos. Pero eran los padres o los amigos íntimos del Hombre, y, cosa extraña, no parecían temer la contaminación.
Esa mujer debía de ser su madre, aunque en nada se le parecía. Pero ¿quién hubiera podido asemejársele? Tenía el aspecto de una campesina ruda y tosca. De vez en cuando, se pasaba el dorso de la mano sobre la boca y la nariz, que le goteaba, porque estaba a punto de llorar. Sin embargo, no lloraba. Su pesar era diferente del de los otros, como era diferente la forma en que lo miraba. Sí, era su madre. Experimentaba, sin duda, una compasión más profunda que la de cualquier otro; pero parecía reprocharle haberse prestado para hacerse crucificar. Lo había querido, sin duda, Él, tan puro e inocente, y no podía aprobar su conducta. Siendo su madre, estaba segura de que era inocente. Nunca lo hubiera considerado culpable. Sea cual fuere lo que hubiese hecho, lo habría considerado siempre inocente.
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El espectador no tenía madre. Padre tampoco; en verdad, ni lo había oído nombrar. No recordaba tampoco a pariente alguno. Si lo hubieran crucificado no habría habido tantas lamentaciones como las que acompañaban a aquel Hombre. Las gentes se golpeaban el pecho y se comportaban como si nunca hubieran tenido que hacer frente a una desgracia semejante. Las lágrimas y los suspiros no cesaban. Era espantoso.
Conocía al crucificado de la derecha. Si éste lo hubiera visto se habría imaginado que había venido por él, para verlo sufrir. No era así. Pero no se afligía de verlo en la cruz. Si alguien merecía la muerte, era ese canalla, aunque por un motivo bien diferente del invocado en la sentencia. ¿Por qué, pues, lo miraba, y no al del medio, que sufría la crucifixión en su lugar y por quien había venido; Aquel que lo había llevado contra su voluntad a ese sitio con un extraño poder? ¿Un poder? Si alguien parecía impotente era ese hombre.
Imposible ver a un condenado más digno de lástima. Los otros dos eran enteramente diferentes y no parecían sufrir de la misma manera. Era evidente que tenían una mucho mayor reserva de fuerzas. Él no podía ni siquiera enderezar la cabeza, que colgaba hacia adelante.
![[Img #42996]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6626_piedad-029.jpg)
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Pero he ahí que la enderezó un poco; elevó un poco el pecho magro y sin vello; jadeante, pasó la lengua sobre los labios secos. Gimió algo como significando que tenía sed. Los soldados estabán un poco más abajo, jugando a los dados para entretenerse mientras los condenados se decidían a morir, y no lo oyeron. Pero uno de sus allegados descendió hacia donde estaban y les dijo: “Tengo sed”. Refunfuñando, un soldado se levantó, empapó una esponja en un recipiente de barro cocido y se la alcanzó en la punta de una pértiga. No bien sintió el gusto de lo que se le ofrecía, no quiso más. El bruto del soldado encontró esto muy cómico, y, cuando se reunió con sus compañeros, todos bromearon con él. ¡Demonios!
Los parientes, o los que parecían tales, miraron desesperados al infeliz crucificado. Respiraba cada vez con mayor dificultad y era evidente que muy pronto moriría. Y más valía, por cierto, que acabara pronto, a fin de que cesase de sufrir. Tal era también el pensamiento del que miraba: ¡si eso acabara de una vez! Se apresuraría en seguida a huir y no volvería a acordarse jamás... Pero de repente la colina entera se ensombreció, como si el sol hubiera perdido su brillo, y en la oscuridad el crucificado clamó con voz potente: “Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Las palabras resonaron en forma lúgubre. ¿Qué significaban? ¿Y por qué semejante oscuridad? Era pleno día. Era incomprensible.
La visión de las tres cruces, apenas perceptibles allá arriba, daba escalofríos. Seguramente iba a suceder algo terrible. Los soldados se levantaron de un salto y tomaron sus armas. Sucediera lo que sucediese, se precipitaban siempre sobre sus armas. Estaban allí alrededor de la cruz blandiendo lanzas, y los oyó cambiar murmullos de espanto. ¡He aquí que tenían miedo! ¡Ya no bromeaban! Eran supersticiosos, naturalmente.
![[Img #43000]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/4265_piedad-041.jpg)
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Él también tuvo miedo. Y se alegró cuando volvió un poco de claridad y todo comenzó a retomar su aspecto normal. La luz llegaba lentamente, como al amanecer. Se expandía por la colina y por los olivos vecinos; los pájaros, que habían enmudecido, volvieron a gorjear. Sí, aquello recordaba realmente el amanecer.
Los allegados, allá arriba, estaban silenciosos. Ya no se oían llantos ni quejidos. Se contentaban con mirar al Hombre en la cruz... ¡Y hasta los soldados hacían lo mismo! ¡Todo había quedado tan calmo!
Ahora podía alejarse todo lo que quisiera. Había terminado. El sol brillaba nuevamente y las cosas estaban como siempre. La noche había durado sólo mi momento, durante la muerte del Hombre.
Sí, ahora se iría. Era necesario irse, era evidente. Ya nada lo retenía. No tenía ninguna razón para quedarse, ya que el Otro había muerto. Descendieron el cuerpo de la cruz: lo vio antes de partir. Los dos hombres lo envolvieron en una mortaja de tela fina: lo vio también. El cuerpo estaba completamente blanco, y los sepultureros lo movían con tantas precauciones como si hubieran temido hacerle el menor mal y causarle dolor; procedían de una manera muy extraña, pues, ¿acaso no había el Hombre padecido el suplicio de la cruz y todo lo demás? En verdad, eran gentes extrañas. Pero la madre miraba con ojos sin lágrimas al que había sido su Hijo. Su rostro tosco y cetrino parecía incapaz de expresar el dolor. Pero sucedía que no podía explicarse lo que había pasado, y no podría perdonarlo jamás. A ella la comprendía mejor.
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Cuando pasaron juntos, a corta distancia de él, los hombres llevando el cadáver envuelto, las mujeres siguiendo el lúgubre cortejo, una de ellas, señalando a Barrabás, dijo algo en voz baja a su madre. Ésta se detuvo y lo miró con un aspecto tan lleno de desesperación y de reproche que jamás podría olvidarlo.
Continuaron descendiendo del Gólgota y tomaron luego otro camino a la izquierda.
Los siguió desde bastante lejos para que nadie reparase, hasta un huerto de la vecindad, donde depositaron el cadáver en un sepulcro tallado en la misma roca. Después de haber rezado cerca del sepulcro, hicieron rodar una gran piedra delante de la entrada y se marcharon.
![[Img #43005]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1738_piedad-092.jpg)
![[Img #43004]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/3110_piedad-101.jpg)
![[Img #43003]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1207_piedad-118.jpg)
![[Img #43006]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/7158_piedad-158.jpg)
A su vez se acercó y permaneció inmóvil. No rezó, pues era un malhechor cuya oración no hubiera sido escuchada porque él no había expiado su crimen. Por otra parte, no conocía al muerto. Sin embargo, quedó allí un momento.
Luego se dirigió también a Jerusalén.






