Micro-pecados capitales
![[Img #43183]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/5829_sol-dsc_0065.jpg)
Lujuria.- Mira a la mujer vestida de blanco que tiene de frente, a escasos metros. Ve como ella le mira, fijamente, en su expresión hay un punto de lascivia. Con los labios en forma de piñón le lanza un beso. Tiene pecho abundante que a él le gustaría tocar con las manos, ya imagina tanteando su volumen, pero la mujer no deja de moverse de un lado para otro. Ahora se dirige a una mesa y apoyada en el borde se quita la bata, los zapatos de cordones, las medias, la blusa, la falda, dejando al descubierto su ropa interior de encaje rosa. Si él estuviera más cerca le tocaría los muslos, le metería la mano ahí, donde está húmedo y cálido. Ya lo siente, ya lo puede sentir. De pronto nota un manotazo en plena cara. “Osús qué hombre, no puede una ni trabajar en paz, además, mirad cómo está”. La que habla es otra trabajadora de la residencia que tiene al lado, roja de indignación, bastante feusca.
Las risas del colectivo de mayores le devuelven a la realidad. Él permanece sentado en su silla de ruedas delante de un tazón de leche que humea, sin poder disimular la erección. La auxiliar a la que hace un momento había visto desvestirse, completamente uniformada, sigue frente a él y se tapa la boca entre risas.
De la Envidia.- Levanta la vista y mira la ropa puesta a secar de la vecina del tercero, blanca como la leche, estirada, distribuida en el tendal según un orden rigurosamente doméstico: primero las sábanas que, aunque desgastadas, lucen puntillas primorosas, luego las camisas, los calcetines, las bragas, los pañuelos -ya casi nadie usa pañuelos-. Ella tiene montones de ropa más nueva y moderna, pero siempre acaba juntando en la lavadora los pantalones vaqueros con la lencería fina… o desparejando piezas. Y esto que le pasa con la ropa le pasa con todo. Mientras mira ondear la colada de la vecina nota como un gusanillo la corroe por dentro.
Soberbia.- Nadie hubiera imaginado que a pesar de su apariencia insignificante, como de no matar una mosca, poco a poco iba a subir en el escalafón de ALFI S.A. hasta convertirse en el hombre de confianza del director gerente. Pero ocurrió. Y tras traicionar secretos de lo más inconfesables ha pasado a ser el mandamás de la empresa.
Apuntando con su montblanc a su antiguo jefe, sin importarle que escuchen todos, le dice: “Sabías muchas cosas, Mariano, pero hoy aprenderás una que no se te va a olvidar en la vida: No pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”.
Avaricia e ira.- Es la primera vez que el niño ve el mar y quiere meterlo en un hoyo que excava en la arena. Se pasa las horas muertas llevando a paladas el agua a su hoyo. Lo que no sabe es que existe un fenómeno llamado marea, ajeno a su voluntad, que hace que su gozo, lo mismo que el hoyo, acabe inundado por el agua.
(…) Y Siente tanta rabia el niño ante lo infructuoso de su esfuerzo que en un acto instintivo se pone a patalear en medio de la playa, pero el agua, lejos de mermar, sube y sube. Entonces coge una piedra y arremete, zas, zas, zas, contra una colonia de mejillones tan diminutos como inocentes.
La gula.- La gente no sabe que los cubos de basura son testigos mudos del apetito insaciable de sus miembros, sobre todo en las tardes de domingo y fútbol. Y el frigorífico (es) cómplice.
Pereza.- No sabe por qué -en realidad nunca se lo ha planteado- pero le ocurre que cuando empieza algo, por muy nimio que sea, nunca lo termi…
Lujuria.- Mira a la mujer vestida de blanco que tiene de frente, a escasos metros. Ve como ella le mira, fijamente, en su expresión hay un punto de lascivia. Con los labios en forma de piñón le lanza un beso. Tiene pecho abundante que a él le gustaría tocar con las manos, ya imagina tanteando su volumen, pero la mujer no deja de moverse de un lado para otro. Ahora se dirige a una mesa y apoyada en el borde se quita la bata, los zapatos de cordones, las medias, la blusa, la falda, dejando al descubierto su ropa interior de encaje rosa. Si él estuviera más cerca le tocaría los muslos, le metería la mano ahí, donde está húmedo y cálido. Ya lo siente, ya lo puede sentir. De pronto nota un manotazo en plena cara. “Osús qué hombre, no puede una ni trabajar en paz, además, mirad cómo está”. La que habla es otra trabajadora de la residencia que tiene al lado, roja de indignación, bastante feusca.
Las risas del colectivo de mayores le devuelven a la realidad. Él permanece sentado en su silla de ruedas delante de un tazón de leche que humea, sin poder disimular la erección. La auxiliar a la que hace un momento había visto desvestirse, completamente uniformada, sigue frente a él y se tapa la boca entre risas.
De la Envidia.- Levanta la vista y mira la ropa puesta a secar de la vecina del tercero, blanca como la leche, estirada, distribuida en el tendal según un orden rigurosamente doméstico: primero las sábanas que, aunque desgastadas, lucen puntillas primorosas, luego las camisas, los calcetines, las bragas, los pañuelos -ya casi nadie usa pañuelos-. Ella tiene montones de ropa más nueva y moderna, pero siempre acaba juntando en la lavadora los pantalones vaqueros con la lencería fina… o desparejando piezas. Y esto que le pasa con la ropa le pasa con todo. Mientras mira ondear la colada de la vecina nota como un gusanillo la corroe por dentro.
Soberbia.- Nadie hubiera imaginado que a pesar de su apariencia insignificante, como de no matar una mosca, poco a poco iba a subir en el escalafón de ALFI S.A. hasta convertirse en el hombre de confianza del director gerente. Pero ocurrió. Y tras traicionar secretos de lo más inconfesables ha pasado a ser el mandamás de la empresa.
Apuntando con su montblanc a su antiguo jefe, sin importarle que escuchen todos, le dice: “Sabías muchas cosas, Mariano, pero hoy aprenderás una que no se te va a olvidar en la vida: No pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”.
Avaricia e ira.- Es la primera vez que el niño ve el mar y quiere meterlo en un hoyo que excava en la arena. Se pasa las horas muertas llevando a paladas el agua a su hoyo. Lo que no sabe es que existe un fenómeno llamado marea, ajeno a su voluntad, que hace que su gozo, lo mismo que el hoyo, acabe inundado por el agua.
(…) Y Siente tanta rabia el niño ante lo infructuoso de su esfuerzo que en un acto instintivo se pone a patalear en medio de la playa, pero el agua, lejos de mermar, sube y sube. Entonces coge una piedra y arremete, zas, zas, zas, contra una colonia de mejillones tan diminutos como inocentes.
La gula.- La gente no sabe que los cubos de basura son testigos mudos del apetito insaciable de sus miembros, sobre todo en las tardes de domingo y fútbol. Y el frigorífico (es) cómplice.
Pereza.- No sabe por qué -en realidad nunca se lo ha planteado- pero le ocurre que cuando empieza algo, por muy nimio que sea, nunca lo termi…