De otro modo en la tierra
![[Img #43189]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6624_063.jpg)
El poema suyo que más me gusta es uno que se ocupa de unas tumbas abandonadas, excavadas en la roca con forma humana, vaciadas hace mucho de los restos en las cuales la lluvia se ha estancado y refleja el cielo. Dicen algunos de sus versos: «Las nubes en el agua / entregan lo celeste a su reflejo / como si sepultado / se fuera a recoger, cuando se escapa». Sin embargo el que mejor le define a él es otro, uno que dedica a las aves más humildes de los aires, a los pardales: «Son los más indefensos. / Sacian la sed con poco / en los pequeños charcos. / De semillas, de migas / se alimentan. Sostienen / su leve cuerpecillo / en el fulgor del aire. / Nada piden, están / de otro modo en la tierra, / como en desposesión, / pues casi todo sobra. / Pero vuelan, celebran / la plenitud del mundo. / Son los más inocentes. / Así tú».
Son palabras del poeta José Luis Puerto, reconocido con el premio Castilla y León de las Letras a toda su trayectoria, un vivir creando su literatura a la vez que rescatando voces a punto de desaparecer, como quien sabe con seguridad que buena parte de lo que pueda haber de sagrado en la existencia está en el lenguaje. De ahí esos poemas inesperados, sucesiones de nombres que se extinguen, «platero, campaninas, sirinduela, conventino, la puente, cortinal, chaguarzo, guilindina, cogolmillo, igüea, espeñitas, cirigüeña, escalerón, esquila, campocasa…», que a medida que se alejan de la vida se vuelven algo extraño pero hipnótico, algo que tiene forma de palabra en cuyo interior ha muerto su sentido, o está muriendo, para pasar a ser huella que existe porque ha existido.
![[Img #43188]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/5728_138.jpg)
Hace años le pregunté si creía que la poesía acabaría también por ser absorbida por la industria cultural, banalizada. Contestó entonces que la poesía, a diferencia del espectáculo y de todas las formas camaleónicas del entretenimiento, no tiene público sino lectores y que estos recrean en su sensibilidad la experiencia originaria que gestó el poema, que lectores y autores forman un círculo extremadamente fiel que mantiene en cada generación, por mecanismos misteriosos, el sentido del mundo para ponerlo en las manos de todos.
El poema suyo que más me gusta es uno que se ocupa de unas tumbas abandonadas, excavadas en la roca con forma humana, vaciadas hace mucho de los restos en las cuales la lluvia se ha estancado y refleja el cielo. Dicen algunos de sus versos: «Las nubes en el agua / entregan lo celeste a su reflejo / como si sepultado / se fuera a recoger, cuando se escapa». Sin embargo el que mejor le define a él es otro, uno que dedica a las aves más humildes de los aires, a los pardales: «Son los más indefensos. / Sacian la sed con poco / en los pequeños charcos. / De semillas, de migas / se alimentan. Sostienen / su leve cuerpecillo / en el fulgor del aire. / Nada piden, están / de otro modo en la tierra, / como en desposesión, / pues casi todo sobra. / Pero vuelan, celebran / la plenitud del mundo. / Son los más inocentes. / Así tú».
Son palabras del poeta José Luis Puerto, reconocido con el premio Castilla y León de las Letras a toda su trayectoria, un vivir creando su literatura a la vez que rescatando voces a punto de desaparecer, como quien sabe con seguridad que buena parte de lo que pueda haber de sagrado en la existencia está en el lenguaje. De ahí esos poemas inesperados, sucesiones de nombres que se extinguen, «platero, campaninas, sirinduela, conventino, la puente, cortinal, chaguarzo, guilindina, cogolmillo, igüea, espeñitas, cirigüeña, escalerón, esquila, campocasa…», que a medida que se alejan de la vida se vuelven algo extraño pero hipnótico, algo que tiene forma de palabra en cuyo interior ha muerto su sentido, o está muriendo, para pasar a ser huella que existe porque ha existido.
Hace años le pregunté si creía que la poesía acabaría también por ser absorbida por la industria cultural, banalizada. Contestó entonces que la poesía, a diferencia del espectáculo y de todas las formas camaleónicas del entretenimiento, no tiene público sino lectores y que estos recrean en su sensibilidad la experiencia originaria que gestó el poema, que lectores y autores forman un círculo extremadamente fiel que mantiene en cada generación, por mecanismos misteriosos, el sentido del mundo para ponerlo en las manos de todos.