Para una poética del río (Fragmento)
El Orinoco siempre ha sido motivo principal de inspiración de poetas y juglares, quienes han visto en el padre de los ríos venezolanos el símbolo de la permanencia y la fugacidad. El río que se va, pero siempre está allí, serpenteante, pasando por debajo del puente, ha ejercido influencia en la sensibilidad de quienes nacieron en los territorios del río, llegaron, pasaron o nacieron en sus orillas.
![[Img #43192]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/3503_orinoco_9_1200x480.png)
Parte I: En la búsqueda de la ciudad de oro
El Orinoco siempre ha sido motivo principal de inspiración de poetas y juglares, quienes han visto en el padre de los ríos venezolanos el símbolo de la permanencia y la fugacidad. El río que se va, pero siempre está allí, serpenteante, pasando por debajo del puente, ha ejercido influencia en la sensibilidad de quienes nacieron en los territorios del río, llegaron, pasaron o nacieron en sus orillas.
Los conquistadores españoles le cantaron con entusiasmo. Durante los tiempos de la Colonia, cuando la angostura del Orinoco se llamaba Angostura [1], el mismo río2 fue llamada a entrar en él, una y dos veces y muchas veces como sentencia siempre abierta y cumplida.
Los que de otras tierras allende el mar llegaron a ver el Orinoco buscaban el resplandor áureo de una ciudad vestida en oro (Manoa), cuyo escenario pronto se convirtió en ilusión. La imagen de la Arcadia ancestral fue la fuerza que los impulsó a la conquista de ese inmenso boscaje después llamado América. Atraídos por el magnetismo de los minerales, llegaron españoles y franceses a las selvas del Orinoco para fundirse con el paisaje orinoquense. Deslumbrados se internaron en los confines de las aguas para hallar el resplandor del oro.
Entre el ensimismado Colón y su tripulación hubo una atracción por descubrir los secretos de ese río que rugía como dragón en la cercanía con el mar. ¿Qué lazo unía al navegante con el infinito Orinoco? Apenas llegó al golfo de Paria imaginó que estaba en la comarca del Paraíso bíblico. Entonces decidió cambiar la búsqueda de la canela y la pimienta por la del oro, que suponía abundante en aquellos parajes surcados por grandes ríos, en cuyos cauces brillaban los más ansiados tesoros. En los ojos alucinados de los conquistadores las pepitas de oro eran imágenes por demás irresistibles, como para no quedarse e internarse en la selva, tras la huella de la quimera dorada: La ciudad de oro, donde “sus reyes se empolvaban de oro o se duchaban en una laguna de arenas áureas, a pocos pasos de las casas y los palacios salvajes de una ciudad llamada Manoa”.
![[Img #43190]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/6863_descarga-1.jpg)
Parte II: Imágenes del río
La noche fluvial es la mirada del ojo: bajo la sombra circular en la orilla del río, la tierra nos ha enseñado inmemorablemente los oficios de la permanencia. Su llamado nos invita a entrar en el secreto de las aguas y piedras que surgieron del fondo del cielo para mostrarnos el alma de los espacios siderales.
La poca luz de la tarde arroja destellos sobre las aguas. Cae el cielo como metáfora de su propia belleza. Es la hora del limbo, bajo la lluvia de la contemplación desde el malecón mojado, mi visión del río se hunde donde los colores del crepúsculo se difuminan y pierden. En ese momento divino, decrece la intensidad. Aparecen las imágenes del agua: fluyen delante de mí fugitivas. No son capiteles de un tiempo pasado. Transcurren veloces cambiando de forma.
Agua de la infancia
El río es la evocación de la infancia: "...En la antigua Angostura, frente al Orinoco en su parte más angosta (ochocientos metros), transcurrió mi segunda niñez y adolescencia. Los morichales, las flores y frutas ardorosas del trópico, los animales, las consejas, comprendieron mi vida de entonces. La vulgaridad siempre estuvo abolida de aquel transcurrir donde me encantaban las nubes, las estrellas auténticas y las "estrellas" del cine, las excursiones a los campos, los sueños. Una vez vi anclada en el Orinoco una goleta llamada Safo, cuyo nombre me atrajo..." ¿Qué queda en la memoria de la poeta de aquel paraíso añorado? El tiempo ido es solo palabra que refleja un instante fugaz, imagen borrosa que se trae desde las profundidades de un pasado que solamente se vive en la recordación. Pero el río, inmenso y poderoso, está allí como siempre. No se ha ido, todavía no ha sido cercenado por el hombre.
La mirada se relaja complacida, llena de imágenes. Sólo la visión del puente contra el cielo oscureciéndose como esqueleto de dinosaurio, se alza a lo lejos entre luces y colores. El extasiado toma en cuenta el paso de las pequeñas gaviotas que pasan a ras del agua, una tras otra, casi silenciosas hacia el oriente. El fin del instante fue para los ojos del poeta, espejismo.
La noche es mancha que se mueve fluvial. Desde el chapitel de una de sus torres, el Señor de la Casa de Cristal lanza sus ojos al dios del agua que se alimenta de hierbas. Ve la luz de un cielo que se inflama como si fuera dragón.
El Orinoco es, con palabras del poeta venezolano Alarico Gómez (1922-1955): Agua del agua de las aguas tiernas, / agua del malecón, agua de frente, / agua de la balandra y de las piernas, / agua del corazón puro y caliente, / agua de mar -que nunca de cisternas-, / agua del toro azul de la corriente, / agua para el marinero de la mina: / aguafuerte, aguamiel, aguamarina, / Y amo tu multitud en las orillas..." ; "...entre los mereyales y en el río..." O el esqueleto de un colibrí sobre la cónsola, / o un escapulario con arena del Orinoco, como bien lo canta otro poeta venezolano, Rafael Pineda (1926)
![[Img #43193]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/1566_orinocoes23112017-830x547.jpg)
En toda infancia hay un río, siempre un río, o el recuerdo de un río. O de un mar que se recuerda sin saber si existió o no. Ya desde los primeros años, el agua bautismal y purificadora rodea al poeta que vive a orillas de un río. Las aguas inundan su memoria. Los recuerdos se instalan persistentes como materia del verso. En los comienzos el agua es un elemento concreto que brilla y resuena en el lenguaje que se hace poema.
Más tarde, el agua es sólo la experiencia y el oficio, transmutándose en río convertido en fuente de vida, en ente cósmico y purificador y, sobre todo, en revelación del tiempo: el transcurrir del río es viaje, no hacia la muerte, sino hacia el cambio. El río es la vida que no termina: el agua que gira y transcurre con esperanza de vida eterna.
Desde la infancia sostenida por el agua, el poeta ve la posibilidad de la creación a través del sueño. Pero las aguas del río siempre tocan las orillas de lo que ya ha vivido.
El río va marcando la vida de los que nacen y crecen viendo las aguas de su origen. El poeta reconoce el porvenir del agua y renace en ella. Estas reminiscencias manifiestan la profunda afinidad con el agua que arrastra la infancia. Este renacimiento en el agua, que el poeta siente, puede también interpretarse como bautismo. Los poemas del río muestran los rasgos subjetivos del paisaje: allí el poeta intenta explicar su sentimiento profundo y verdadero. Al hacerlo verbalmente, reconoce lo real y se funde más con lo que el ama profundamente.
La conciencia se desarrolla unida al agua. Percibe el mundo a través de los instintos, que subsiste y aparece en el proceso de creación. Por la vía de la razón el hombre no se transforma en cualquier cosa, sólo en aquello que como posibilidad existe ya en él. Así, la forma de relación más importante de la infancia, la relación con la madre, es compensada por el arquetipo cuando se anuncia el fin de la infancia.
Por tanto, el agua está ligada a los orígenes de los poetas nacidos a la orilla del río, junto a un sentimiento cósmico de universalidad: las imágenes se despliegan para finalmente desembocar en una afirmación de sentido cósmico sobre sus orígenes, que podrían simbolizar también los orígenes de la poesía referida al Orinoco.
Para Bachelard "el sitio en que se ha nacido es menos una extensión que materia; es granito o tierra, viento o sequedad, agua o luz. En él naturalizamos nuestras ensoñaciones; gracias a él nuestro sueño cobra una sustancia justa; a él le pedimos nuestro color fundamental. El agua se convierte en fuente de vida eterna”.
El agua dinamizada es germen que otorga vida a la fuente inagotable: La Poesía, que emerge desde las imágenes más conscientes de las aguas. Lo orgánico constituye la primera sintaxis está sujeta a una gramática de las ensoñaciones.
![[Img #43191]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2019/731_descarga.jpg)
[1] Se toma como fecha de su fundación en la Angostura del río el 22 de Mayo de 1764. Diego de Ordaz fundó Santo Tomé de Guayana en 1532 en las cercanías de lo que es hoy San Félix. En 1579 desaparece hostigada por los ataques del pirata holandés Adriano Jasón. La reconstruye Antonio Berrío en 1591 y el inglés Kegnals, cumpliendo órdenes de Sir Walter Raleigh la quema en 1618. Los conquistadores españoles la vuelven a reconstruir. En 1764 es mudada a la angostura del Orinoco.
En 1777, la Capitanía General de Venezuela estaba conformada por seis provincias, entre las cuales el estado Bolívar formaba, junto a los estados Amazonas y Delta Amacuro, la Provincia de Guayana, cuya capital recibía el nombre de Angostura (hoy Ciudad Bolívar). Luego de la separación de 1856 del Territorio Federal Amazonas, la Provincia de Guayana pasó, en el año 1864, a llamarse estado Guayana. En 1881 Guayana se convirtió en una de las nueve grandes entidades políticas en que se dividió el país, recibiendo el nombre de Gran Estado Bolívar, conformado por Guayana y Apure. En el año 1887 es segregado de la Provincia de Guayana, actual estado Delta Amacuro. En 1889 se dio la separación y establecimiento de la autonomía de los estados Apure y Guayana y es a partir de la Constitución de 1901 cuando se cambia el nombre de estado Guayana por estado Bolívar
2 Es el río que limita al estado por toda su parte norte y está ligado íntimamente a la historia de Guayana. Su nombre en idioma nativo significa “Padre de todos los ríos” es el principal del estado y su mayor afluente y gran motor de su economía es El Caroní.
Parte I: En la búsqueda de la ciudad de oro
El Orinoco siempre ha sido motivo principal de inspiración de poetas y juglares, quienes han visto en el padre de los ríos venezolanos el símbolo de la permanencia y la fugacidad. El río que se va, pero siempre está allí, serpenteante, pasando por debajo del puente, ha ejercido influencia en la sensibilidad de quienes nacieron en los territorios del río, llegaron, pasaron o nacieron en sus orillas.
Los conquistadores españoles le cantaron con entusiasmo. Durante los tiempos de la Colonia, cuando la angostura del Orinoco se llamaba Angostura [1], el mismo río2 fue llamada a entrar en él, una y dos veces y muchas veces como sentencia siempre abierta y cumplida.
Los que de otras tierras allende el mar llegaron a ver el Orinoco buscaban el resplandor áureo de una ciudad vestida en oro (Manoa), cuyo escenario pronto se convirtió en ilusión. La imagen de la Arcadia ancestral fue la fuerza que los impulsó a la conquista de ese inmenso boscaje después llamado América. Atraídos por el magnetismo de los minerales, llegaron españoles y franceses a las selvas del Orinoco para fundirse con el paisaje orinoquense. Deslumbrados se internaron en los confines de las aguas para hallar el resplandor del oro.
Entre el ensimismado Colón y su tripulación hubo una atracción por descubrir los secretos de ese río que rugía como dragón en la cercanía con el mar. ¿Qué lazo unía al navegante con el infinito Orinoco? Apenas llegó al golfo de Paria imaginó que estaba en la comarca del Paraíso bíblico. Entonces decidió cambiar la búsqueda de la canela y la pimienta por la del oro, que suponía abundante en aquellos parajes surcados por grandes ríos, en cuyos cauces brillaban los más ansiados tesoros. En los ojos alucinados de los conquistadores las pepitas de oro eran imágenes por demás irresistibles, como para no quedarse e internarse en la selva, tras la huella de la quimera dorada: La ciudad de oro, donde “sus reyes se empolvaban de oro o se duchaban en una laguna de arenas áureas, a pocos pasos de las casas y los palacios salvajes de una ciudad llamada Manoa”.
Parte II: Imágenes del río
La noche fluvial es la mirada del ojo: bajo la sombra circular en la orilla del río, la tierra nos ha enseñado inmemorablemente los oficios de la permanencia. Su llamado nos invita a entrar en el secreto de las aguas y piedras que surgieron del fondo del cielo para mostrarnos el alma de los espacios siderales.
La poca luz de la tarde arroja destellos sobre las aguas. Cae el cielo como metáfora de su propia belleza. Es la hora del limbo, bajo la lluvia de la contemplación desde el malecón mojado, mi visión del río se hunde donde los colores del crepúsculo se difuminan y pierden. En ese momento divino, decrece la intensidad. Aparecen las imágenes del agua: fluyen delante de mí fugitivas. No son capiteles de un tiempo pasado. Transcurren veloces cambiando de forma.
Agua de la infancia
El río es la evocación de la infancia: "...En la antigua Angostura, frente al Orinoco en su parte más angosta (ochocientos metros), transcurrió mi segunda niñez y adolescencia. Los morichales, las flores y frutas ardorosas del trópico, los animales, las consejas, comprendieron mi vida de entonces. La vulgaridad siempre estuvo abolida de aquel transcurrir donde me encantaban las nubes, las estrellas auténticas y las "estrellas" del cine, las excursiones a los campos, los sueños. Una vez vi anclada en el Orinoco una goleta llamada Safo, cuyo nombre me atrajo..." ¿Qué queda en la memoria de la poeta de aquel paraíso añorado? El tiempo ido es solo palabra que refleja un instante fugaz, imagen borrosa que se trae desde las profundidades de un pasado que solamente se vive en la recordación. Pero el río, inmenso y poderoso, está allí como siempre. No se ha ido, todavía no ha sido cercenado por el hombre.
La mirada se relaja complacida, llena de imágenes. Sólo la visión del puente contra el cielo oscureciéndose como esqueleto de dinosaurio, se alza a lo lejos entre luces y colores. El extasiado toma en cuenta el paso de las pequeñas gaviotas que pasan a ras del agua, una tras otra, casi silenciosas hacia el oriente. El fin del instante fue para los ojos del poeta, espejismo.
La noche es mancha que se mueve fluvial. Desde el chapitel de una de sus torres, el Señor de la Casa de Cristal lanza sus ojos al dios del agua que se alimenta de hierbas. Ve la luz de un cielo que se inflama como si fuera dragón.
El Orinoco es, con palabras del poeta venezolano Alarico Gómez (1922-1955): Agua del agua de las aguas tiernas, / agua del malecón, agua de frente, / agua de la balandra y de las piernas, / agua del corazón puro y caliente, / agua de mar -que nunca de cisternas-, / agua del toro azul de la corriente, / agua para el marinero de la mina: / aguafuerte, aguamiel, aguamarina, / Y amo tu multitud en las orillas..." ; "...entre los mereyales y en el río..." O el esqueleto de un colibrí sobre la cónsola, / o un escapulario con arena del Orinoco, como bien lo canta otro poeta venezolano, Rafael Pineda (1926)
En toda infancia hay un río, siempre un río, o el recuerdo de un río. O de un mar que se recuerda sin saber si existió o no. Ya desde los primeros años, el agua bautismal y purificadora rodea al poeta que vive a orillas de un río. Las aguas inundan su memoria. Los recuerdos se instalan persistentes como materia del verso. En los comienzos el agua es un elemento concreto que brilla y resuena en el lenguaje que se hace poema.
Más tarde, el agua es sólo la experiencia y el oficio, transmutándose en río convertido en fuente de vida, en ente cósmico y purificador y, sobre todo, en revelación del tiempo: el transcurrir del río es viaje, no hacia la muerte, sino hacia el cambio. El río es la vida que no termina: el agua que gira y transcurre con esperanza de vida eterna.
Desde la infancia sostenida por el agua, el poeta ve la posibilidad de la creación a través del sueño. Pero las aguas del río siempre tocan las orillas de lo que ya ha vivido.
El río va marcando la vida de los que nacen y crecen viendo las aguas de su origen. El poeta reconoce el porvenir del agua y renace en ella. Estas reminiscencias manifiestan la profunda afinidad con el agua que arrastra la infancia. Este renacimiento en el agua, que el poeta siente, puede también interpretarse como bautismo. Los poemas del río muestran los rasgos subjetivos del paisaje: allí el poeta intenta explicar su sentimiento profundo y verdadero. Al hacerlo verbalmente, reconoce lo real y se funde más con lo que el ama profundamente.
La conciencia se desarrolla unida al agua. Percibe el mundo a través de los instintos, que subsiste y aparece en el proceso de creación. Por la vía de la razón el hombre no se transforma en cualquier cosa, sólo en aquello que como posibilidad existe ya en él. Así, la forma de relación más importante de la infancia, la relación con la madre, es compensada por el arquetipo cuando se anuncia el fin de la infancia.
Por tanto, el agua está ligada a los orígenes de los poetas nacidos a la orilla del río, junto a un sentimiento cósmico de universalidad: las imágenes se despliegan para finalmente desembocar en una afirmación de sentido cósmico sobre sus orígenes, que podrían simbolizar también los orígenes de la poesía referida al Orinoco.
Para Bachelard "el sitio en que se ha nacido es menos una extensión que materia; es granito o tierra, viento o sequedad, agua o luz. En él naturalizamos nuestras ensoñaciones; gracias a él nuestro sueño cobra una sustancia justa; a él le pedimos nuestro color fundamental. El agua se convierte en fuente de vida eterna”.
El agua dinamizada es germen que otorga vida a la fuente inagotable: La Poesía, que emerge desde las imágenes más conscientes de las aguas. Lo orgánico constituye la primera sintaxis está sujeta a una gramática de las ensoñaciones.
[1] Se toma como fecha de su fundación en la Angostura del río el 22 de Mayo de 1764. Diego de Ordaz fundó Santo Tomé de Guayana en 1532 en las cercanías de lo que es hoy San Félix. En 1579 desaparece hostigada por los ataques del pirata holandés Adriano Jasón. La reconstruye Antonio Berrío en 1591 y el inglés Kegnals, cumpliendo órdenes de Sir Walter Raleigh la quema en 1618. Los conquistadores españoles la vuelven a reconstruir. En 1764 es mudada a la angostura del Orinoco.
En 1777, la Capitanía General de Venezuela estaba conformada por seis provincias, entre las cuales el estado Bolívar formaba, junto a los estados Amazonas y Delta Amacuro, la Provincia de Guayana, cuya capital recibía el nombre de Angostura (hoy Ciudad Bolívar). Luego de la separación de 1856 del Territorio Federal Amazonas, la Provincia de Guayana pasó, en el año 1864, a llamarse estado Guayana. En 1881 Guayana se convirtió en una de las nueve grandes entidades políticas en que se dividió el país, recibiendo el nombre de Gran Estado Bolívar, conformado por Guayana y Apure. En el año 1887 es segregado de la Provincia de Guayana, actual estado Delta Amacuro. En 1889 se dio la separación y establecimiento de la autonomía de los estados Apure y Guayana y es a partir de la Constitución de 1901 cuando se cambia el nombre de estado Guayana por estado Bolívar
2 Es el río que limita al estado por toda su parte norte y está ligado íntimamente a la historia de Guayana. Su nombre en idioma nativo significa “Padre de todos los ríos” es el principal del estado y su mayor afluente y gran motor de su economía es El Caroní.