Mercedes Unzeta Gullón
Domingo, 21 de Abril de 2019

¿Qué esperamos de los políticos?

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De los políticos esperamos que nos ofrezcan confianza y precisamente los políticos no nos ofrecen ninguna confianza. Ninguna. Vociferan, susurran, sonríen, arengan, insultan, desacreditan, mienten y miente sin pudor, insultan, y vuelven a insultar sin ninguna moderación. Y los otros, es decir nosotros,  los individuos que vivimos allende la frontera de los privilegios políticos, vemos y oímos y no entendemos nada. No entendemos si van o vienen, si piensan en nosotros o en ellos mismos, si se acuerdan que hay otra vida más allá del gueto político, si hay otro lenguaje más allá de las palabras vanas, más allá de las apariencias.

 

Somos tan ingenuos que todavía prestamos atención, y esperanza, a los prometedores ofrecimientos que exhiben esta tribu humana en su acotado tiempo de campaña electoral. En esos momentos previos a la elección de nuestro dirigente los aspirantes al puesto caminan por las calles con expresiones conciliadoras (nunca vistas fuera de esta coyuntura), montan en bicicleta, en moto, van al mercado a comprar pescado,  se pasean entre las amas de casa prodigando sonrisas, besos, fotos… Un postureo tan evidente que no entiendo cómo no les da cierto pudor protagonizar esa pantomima ya que es notorio que después de la foto se van a olvidar de todo ese mundo exterior del que hace tiempo no forman parte.

 

Y, después, ‘los discursos’. Aquel que censura las actuaciones del adversario para hacer, más tarde, lo mismo que ha reprochado al competidor. Y las promesas ¿Quién puede creerse ya esos magníficos compromisos, que exponen todos los aspirantes a la batuta gubernamental, con gran fuerza de determinación, para un futuro mejor de los ciudadanos, si luego, una vez acabada la maratón, el que gana no recuerda?

 

Qué pena que ni la medicina científica, ni la alternativa (antes de ser eliminada), hayan podido erradicar ese tenaz virus que ataca directamente a la memoria y transmuta a los comprometidos políticos ganadores del Gran Sillón en persistentes amnésicos. El “Puedo prometer y prometo” es muy fácil y gratificante de proclamar, sale sólo y con fuerza de los chorros discursivos de los aspirantes al bastón de mando, pero el “Puedo hacer y hago” se queda atascado en la glotis, en la cabeza y en la intención. No sale.

 

Lema político: De mis pasos en la tierra responda el cielo no yo.

 

A mi sensibilidad como espectadora, y como parte platónica del Gran Teatro de la Política, me ofenden profundamente estos modos y maneras de los que aspiran a gobernantes y a gobernarnos. Me ofenden y me cabrean.

 

Las campañas electorales me resultan invariablemente un gran fraude. Las promesas que con calor y ardor nos ofrecen son pura palabrería. Una engañifa.  Parole, parole, parole. Un río de palabras que van a dar al olvido que es el morir.

 

Ejemplos de promesas incumplidas tenemos a montones. No hay más que ver el antes y el después, de todos los que han subido a la palestra. Pero, entonces, yo me pregunto ¿Qué hacemos los que estamos fuera de ese gueto político que seguimos participando de su pantomima sin plantarnos y propiciar un cambio radical en la res publica? ¿Es desidia? ¿Es desesperanza? ¿Es impotencia?

 

Es un poco de todo.  Quedarse fuera del circo significa otorgar más espacio a los comediantes. Participar de la comedia es resignarse o desbordar esperanza.

 

 El poder corrompe y esa dinámica ancestral es un frente difícil de combatir.

 

Arriba o abajo. Dentro o fuera. Incrédulo o crédulo. Esperanza o desesperanza.

Expectación y decepción.

 

¡Dios salve la ilusión!

 

O témpora, o mores.

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