Aidan Mcnamara
Sábado, 27 de Abril de 2019

La semana profana

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Ser político es duro. Tienes que ser actor, pensador, cordial, tenaz, dialogante, abrazador, amante de vacas etc. Ya que se ha acabado La Semana Santa (mayúsculas respetuosas), fiesta pre-Reforma idólatra donde las cofradías - astrofísicos, ginecólogos, bioquímicos, cirujanos cardiovasculares, biólogos evolucionarios, sexólogos, filósofos, lexicógrafos, poetas, politólogos, informáticos, ingenieros aeronáuticos, etc. – sacan los muebles sacros a pasear por las calles y los barrios de sus infancias indoctrinadas, podemos dedicarnos plenamente a la temporada de las elecciones durante estas semanas profanas restantes de abril y mayo, empezando con las generales.

 

Entiendo que las tradiciones son, precisamente, tradiciones, porque no cambian con los tiempos. De ahí nace el maldito sentimiento: ¡Viva la fiesta! Sin embargo, La Semana Santa sí tiene algo en común con esta semana profana: todos somos creyentes pendientes de las promesas de los profetas de los debates. Respeto a los indecisos tanto como a los agnósticos: no descartan nada, porque saben muy poco. Y no es culpa suya: la información real es escasa y las interpretaciones son abrumadoramente abundantes. Habrá mentiras, verdades a medias, estadísticas tergiversadas, temas no tocados (el cambio climático, la importancia de la CE, pateras, cementerios para dictadores, etc.), juegos semánticos, y sobre todo el baile entre los programas y la auténtica fuerza de las arcas del Estado.

 

Todo el mundo sabe – y aquí coincide la sabiduría popular con las percepciones de los peritos, profesores y los cuatro poderes del Estado democrático – que, como vivimos en una civilización avanzada bastante consolidada (si la comparamos con Brunei, por ejemplo) la gran preocupación de la mayoría es llegar a fin de mes, y más si tienes hijos. Jesús iba destinado a la Cruz independientemente de la bandera imperial/nacionalista de turno.

 

Sé que el cinismo es el mayor cordón sanitario a la hora de pactar el culo con el sofá, pero no votar merma la sensación de pertenecer (cosa que también une la tradición y la modernidad) y la democracia es la gran hermandad de todos los gremios, todas las cofradías y todas las libertades. Sólo un vago dirá que los políticos son todos iguales. Y sólo un pasota tendrá que callarse al pasar La Virgen de La Realidad.

   

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