Eloy Rubio Carro
Domingo, 28 de Abril de 2019

¿Quién mató a Leopoldo María Panero?

Henar Galán. Yo maté a Leopoldo María Panero. Viaje a Guayaquil con el poeta;Cal-ligraf. Figueres 2018

 

 

 

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Cada vez que sale un libro sobre Leopoldo María Panero uno piensa en más de lo mismo, un aprovecharse del regodeo de la podredumbre de la que nunca se saciarán sus fans. Con esta premeditación y desconfianza abordaba yo este nuevo libro, 'Yo maté a Leopoldo María Panero. Viaje a Guayaquil con el poeta', de Henar Galán, que nos acerca a la figura del escritor y a su escritura a partir de los doce días en que lo acompañó y cuidó con motivo de la invitación que se le hizo para participar en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, en el 2010.


Lo primero que he de decir es que esa sospecha se desvanece al poco de comenzado el libro, que no defrauda en ningún momento.


“Escrito en forma de diario, en tiempo presente con abundancia de diálogo directo, intenta hacerse ecos de la atmósfera literaria que Panero y yo (Henar Galán) Vivimos en Guayaquil” (20).

 

Otra prevención personal que me ha hecho hasta ahora prescindir de vidas y anecdotarios de mis escritores preferidos, y Panero lo fue al menos en sus primeros libros hasta ‘Poemas del manicomio de Mondragón’, es la creencia de que la literatura se explica por sí misma, se vale de sí misma sin innecesarios ingredientes biográficos ni cotilleos. Fue este posicionamiento lo que provocó que tras adquirir ‘El contorno del abismo’, de J. Benítez, sobre la vida y milagros de L.Mª P.,  tardaría más de 15 años en leerlo, y esto solo acuciado por la obligación de entrevistar al autor de la biografía.


Dice Nietzsche que cada individuo interpreta el mundo según su ‘fisiología’, según sus energías vitales, ascendentes o descendentes. Y este libro corrobora y permite vincular la última poesía de Panero con su ‘fisiología’,  y sobre todo con su ‘sociología’  y maneras de estar en el mundo.


No sé si será un atrevimiento decir que a partir de la lectura del libro de Henar podríamos decir que la poesía de Leopoldo María es una ‘poesía fisiológica’; pero de una fisiología tan particular que hace temblar cualquier intento de comunión con ella.


La comunicación siempre es un intento de entender la posición radicada del interlocutor. Si se lee esta poesía con esta intención, se produce un dislocamiento de la propia posición o puesta en escena; pues esa otredad en la que se erige es tan movediza, tan fuera de escena, que “la tierra de la verdad,  circundada por un océano vasto y tempestuoso, el imperio de la apariencia…” vacila, pues allí “tal vez ni siquiera lograríamos un terruño sobre el que edificar una casa.”

 

El libro está dividido en doce días, las doce jornadas en las que Henar acompaña a Leopoldo María Panero desde su salida de Barcelona el 15 de octubre de 2010 hasta el décimo tercer día, miércoles 27 de octubre de 2010, en que embarcan  desde el aeródromo de Gran Canaria con destino a Barcelona.

 

Transcribe luego, casi a modo de diarío, esas 12 jornadas, más cuatro conversaciones telefónicas con L. Mª P., la última fechada el 21 de septiembre de 2013; para reanudar la jornada número 14, el viernes 8 de noviembre de 2013, pasados casi tres años. Señal de que fueron días con huella, por lo que no pudo poner el contador a cero.

 

Tres días permanece en Las Palmas, hasta el decimoquinto día, visitando al poeta a diario en el Hospital Militar de Las Palmas.

 

 

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Dos coloquios telefónicos más, en uno de los cuales se dará cuenta del porqué del título y de una cierta transferencia autoculpabilizadora en un relación de cualquier manera imposible con Panero. (La posibilidad de la imposibilidad cumplida.)

 

Un epílogo al dictado, acorde con la mentalidad de Panero completa del libro. “En el agua que recoges en el cuenco de la mano, Dios está muerto.”

 

Las jornadas están narradas al hilo del suceder cotidiano, con un añadido reflexivo importante, profundo.  De vez en vez se incorporan al texto, al hilo de los sucesos o de las reflexiones, citas del propio Panero; no sabemos si de sus textos o de la espontaneidad en esos días. Salvo en ocasiones están muy bien traídas, siempre lo están, aunque en ocasiones disturbe la naturalidad del fraseo. Hay algún poema al dictado, como los del segundo día, al describir la ‘plaza de las iguanas’, en la que se sitúa el hotel UNIPARK en que se alojan. Plaza que Panero convierte en una especie de despacho a causa de su compulsión fumadora: “Por pasar el rato, le propongo crear un poema para las iguanas de la plaza. No  titubea”: “Oh  iguana entre mis dedos, /  rata que el viento acaricia, /  serpiente para nada, /  mientras cae la lluvia /  sobre el poema".


En el libro se incluyen también poemas de otros poetas de la familia: el que le dedicada su padre: ‘Introducción  a la ignorancia. (Nana para Leopoldo María)” o ‘El Convidado de piedra’, poema de Juan Luis Panero a su padre, además  de numerosos fragmentos de L.Mª.P. o de otros poetas como Mario Campaña, o E.E. Cumminngs, al hilo de una cita endemoniada de Panero.

 

Resultan curiosas las reiteradas y bien traídas referencias a Bolaño y a sus libros: ‘Los detectives salvajes’ o ‘2666’. 

 

En la página 103 encontramos una descripción que sintetiza la manera en que la escritora contempla a Panero: “La oficialidad menosprecia a Panero, le evita, le abandonan en ‘la plaza de las iguanas’, relegado, sin función. Hasta cierto punto incomprensible. Un personaje molesto, machacón pidiendo tabaco y botellines de agua, que fuma y orina donde no debería, dice lo que no debería y mira como tampoco debería; aunque ninguno escriba como él, único en su especie, iguana del verso.”

 

En el ‘Tercer día’ hay una escena definitoria del personaje o de cómo Henar ve a Panero. Una escena del desbarajuste del monstruo, de la distancia que pone a la humanidad su pose siniestra como de cuento de Lovekraft (61)

 

Hay varios aderezos argumentales en esta no novela, que son como el descansillo de la ansiedad del día a día de la escritora y de su escritura. Uno podría ser el de los exóticos menús que se sirven en el buffet del hotel. Panero come para matar el hambre o la angustia, que es matar su inclinación. Henar Galán lo hace en contrapunto, por el placer estético y por la curiosidad ante los sabores desconocidos. Un ejemplo entre otros, la degustación del ‘Séptimo día’: “Me intereso por la ‘guatita con arroz amarillo y maduro frito’  a base de mondongo (tripas) con papas en una salsa de mani (cacahuetes) con arroz, cebolla, encurtidos, tomate, aguacate y aji (chile) (...) Me decanto por la ‘cazuela verde con marisco, un plato de arroz con pulpo, cangrejos, almejas, plátano, mani…,  a la que el gratinado al horno le da una textura consistente. De postre ‘dulce de zapallo’, calabaza cocida a fuego lento en almíbar de panela (azúcar de caña), canela, clavo de olor y pimiento dulce.” (112)

 

 

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Hay también un hilo argumental detectivesco, que ya se apunta en el título: “Yo maté a Leopoldo María Panero”... la primer migaja, como alpiste a pajarillos, en la página 76: L.Mª.P. está rodeado de sus incondicionales en “una vivienda de cierto sabor colonial”, súbito suelta, en mitad de otras frases sueltas, aparentemente inconexas: “¿Quién  mató a Leopoldo María Panero?”. Indica la escritora que en modo de “desdoblamiento de identidad.”


En la página 234 se desvela el porqué del título, aunque, termine resultando poco convincente, novelesco; pues no siempre lo que antecede a un resultado es la causa de ‘Ello’. (Post hoc ergo propter hoc)


Justo antes del epílogo del propio Leopoldo María Panero, dictado por teléfono, fe de vida y testamento del poeta, introduce Henar una cita de ‘El  hombre que mató a L. Mª: P.”, texto del propio Panero. Una cita que, en el epílogo agolpa al suicidio: “La literatura debe ser un espanto y solo la literatura puede curarnos del mal de la vida.”

 

 

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