Pureza Vega
Domingo, 05 de Mayo de 2019

El amante de silicona

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El amante de silicona
 

Que el tiempo, mi tiempo, ha sucumbido a la lógica de las mercancías y a su valor de cambio, a una sensación difusa que me desintegra y diluye y me desparrama por su misma aceleración, es para mí evidente. Esto me ha sucedido no solo en mis transacciones materiales, sino, digámoslo así, en aquellas más espirituales, los afectos que han naufragado en una economía de satisfacción, con frecuencia en un despilfarro.

 

Mi vida amorosa se ha resquebrajado, hay una grieta como entre frase y frase, que todavía podría saltar mientras el cambio climático no termine de fundir los hielos que flotan entre los confines. El amor, ese querer incondicionalmente, sigue en mí vivo; pero ya no le corresponden las caricias ni el deseo que naufraga en la belleza. El asombro paroxístico y tal vez paradisíaco ha consistido precisamente en perderlo.

 

Una vez consumada la ruptura entre el sexo y el amor, me era posible el sexo sin amor; algo que en mi juventud no hubiera podido ni imaginar. La prostitución nunca fue para mí una salida, pues además de los riesgos venéreos, exigía un trato personal que se desmentía, una comunidad degradante.

 

“Gobierna todas tus acciones y tus pensamientos de modo tal que esas acciones y esos pensamientos atestigüen que la comunidad es imposible”. Este era mi nuevo imperativo. Al parecer esto quedaba tan solo del lado de la máxima, del pensamiento, mientras que en la acción no lo veía posible. “Actúa sin idea”, me repetía en la aporía.

 

Mientras tanto Internet había abolido el tiempo, instaurando la velocidad absoluta. Había abolido los límites de la última galaxia en expansión, caricaturizando la realidad en la farsa de lo políticamente correcto. Todas las mujeres eran mías. Quiero decir sus imágenes desnudas, salaces, provocativas, fornicadoras. La escena primordial del hombre de los lobos se me había vuelto evidente, obsesiva.

 

Hubiera sido inmortal, como si hubiera llegado a ser todos los hombres y mujeres contemplando la escena de sus neurosis, el vacío de la escena. El fuera de escena se planificaba. La contemplación masturbatoria del mirón no era más que el exorcismo del terror. La acción era diferida a un plano imaginario en el cual se descartaba el suceso, no comprometiendo a nada.

 

A la busca de una imagen y tiempo perdido en el que todavía fuera posible la excitación sexual, encontré una información en un periódico cuyo título decía: “¿Irías? Así luce el primer burdel de muñecas sexuales de Madrid”, que a mayores incluía un vídeo: ‘La luxury Agency Dolls’. Esto era algo más que una imagen y evitaba el tú a tú, suprimiendo de golpe mis repulgos. Decían los moralistas en el artículo que “sería una sexualidad mecánica, que se salta el deseo de amar a otras personas, los olores, los sabores, etcétera”. Perdónalos porque no saben lo que hablan.

 

Seguí indagando sobre el asunto en Internet y vi que por poco más de 1000 € había una gama de muñecas preciosas. Eran ángeles de ‘silicona médica’, con esqueleto metálico y juntas flexibles para muchas posiciones…

 

El Apólogo del fabricante parecía un sarcasmo. Abogaba por el hedonismo y la salud, y proclamaba el ‘homo ludens’. ‘Unde aderítica mens’: “Creemos que las personas anhelan una variedad de experiencias sexuales y que no debe haber ningún juicio, estigma o vergüenza sobre ese deseo.”…”Creemos que el placer sexual, la intimidad y la satisfacción son la esencia del ser humano.”  Esas proclamas me importaban una higa, justificaciones de mercaderes.

 

 Me volví a repetir mí consigna imposible: “actúa sin idea”.

 

Volví al catálogo. Lo primero era decidir el tamaño de la muñeca: 1,70 cm. Luego entre las diferentes modelos de ese tamaño. Lo cierto es que todas eran adorables y así surgía la duda del ‘Asno de Buridan’. Cada muñeca aparecía en diversas posturas y con varios grados de desnudez. Tuve que elegir entre 48 modelos y opté por una de 1,71 cm, “Culo redondo de silicona realista adulto, muñeca sexual”. Una morena impresionante. Ahora comenzaba mi propio diseño personalizado, pues sobre ese modelo base yo tomaría decisiones. Primero el color de los ojos, aceitunados. De piel bronceada. Uñas rosadas. ¿Tendría vello púbico o no? Sí, 43,76 € más. Modelo de vello púbico nº 2, negro, con los labios al descubierto. Tipo, color y longitud del pelo: castaño oscuro, largo, rizado.

 

El  paquete incluía la muñeca sexual, peluca elegida, ropa de lencería sexy, peine, condones, guantes, robot de calentamiento USB, kit de limpieza, generador acústico y palangana de limpieza.

 

El  prospecto aclaraba: “estas muñecas sexuales de amor tienen una apertura vaginal de simulación realista, un tacto suave a la vez que rugoso, lubricado, para que tu placer sea lo más realista posible. La experiencia es cómo tener relaciones sexuales con una chica de verdad (...) Nuestras verdaderas muñecas sexuales despertarán tu lado travieso, ayudándote a realizar tus más sucias fantasías.”

 

La vagina era reponible, de quita y pon, para poder lavarla al grifo.

 

Hice el pedido y pasados veinte días llegó el paquete: una caja grande, inidentificable. Lo  primero fue donde la escondería. En la cochera, entre una pila de trastos, no fueran a preguntar mi mujer e hijos.

 

Al sábado siguiente a la noche, cuando todos dormían, abrí la caja y me dispuse a armar el modelo, la vestí, le acaricié la calva, conecte el calentador, adapté la vagina, la besé de refilón. La encontré fría, inerte. Su aspecto me resultaba familiar a la vez que extraño. La volví a acariciar, la besé en la boca. Faltaba ponerle la peluca, pero no había peluca por ninguna parte. Se la habían olvidado. Salí del garaje hacia la casa en busca de un sombrero, se lo puse. Entonces no fue preciso que hablara ni que le instalara los jadeos de mi mujer en el amor. Fue cuando me di cuenta que la muñeca que había diseñado era lo más parecido a ella cuando éramos novios.

 

Empaqueté de nuevo la muñeca, escondí la caja entre otros cachivaches. Subí a la habitación donde mi mujer dormía profundamente. Me desnudé, entré en la cama y me apreté junto a ella. Le acariciaba el pelo.

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