Bien común
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“Común ha de ser el viento
Común ha de ser la tierra
Que vuelva común al pueblo
Lo que del pueblo saliera”.
Luis López Álvarez
En un viaje que hicimos con mis padres a Madrid hará cosa de dos meses como de costumbre al médico (mis padres ya solo vienen a Madrid al médico), antes de salir de la demarcación familiar y conocida de la Tierra de Campos donde confluyen las provincias de León y Zamora para adentrarnos en la autovía gris e inexorable del Nordeste, mi padre hizo mención a los pueblos olvidados, (despoblados, fantasmas) que veía a diestra y siniestra. “La España vaciada se llama ahora”, matizó mi marido más puesto en las lides del progreso. Mi padre le replicó: “Qué más da, pal caso”.
Y es verdad. Porque la realidad es que cada vez hay en los pueblos menos médicos, menos transportes, menos densidad de población, menos centros de enseñanza y profesores, menos industria, menos empleo, menos comercio, menos instalaciones deportivas y más viejas, menos asociaciones, y hasta menos fauna y flora, como si entre los dirigentes que desde lugares remotos administran la cosa pública -Ministerios, Consejerías, Subdirecciones, Gerencias- y los habitantes de las zonas rurales se hubiera creado un abismo cada vez más grande, insondable.
Pero ese abismo a veces se produce desde espacios de interlocución mucho más cercanos, el abismo a veces se produce desde los mismos Ayuntamientos. En este punto siempre recuerdo las palabras de Heliodoro Villar Pastor, apodado ‘El fusilado de Villafer’, que decía que los políticos de ahora tenían que ser como los de antes -se refería Heliodoro a la época de la República cuando sastres, ‘kioskeros’, jornaleros, tras dejar el trabajo se reunían para resolver, o intentarlo, las cuestiones que afectaban a su comunidad-. Ya llovió y escampó desde entonces, y la realidad no ha hecho sino empeorar, y más que empeorar pervertirse, volcarse, invertirse, darse la vuelta.
No en todos los casos, es verdad.
Pero pareciera que algunos políticos tras ganar las elecciones y subirse a la poltrona del poder hubieran cumplido con su objetivo o, en palabras del pedagogo Laurence J. Peter, llegado a su “nivel de incompetencia” para quedarse ahí quietos, atrincherados en lo que consideran su cortijo particular, sirviéndose de la capa de todos para hacerse un sayo a su medida, sin tener en cuenta que justo tras ganar las elecciones empieza la ardua tarea, la comprometida tarea también, de arrimar el hombro y velar por el bien común que entre otros ingredientes exige mucha prudencia por parte de los que ejercen la autoridad.
Esto remite a otro término, el de poder, definido como la facultad, habilidad, capacidad o autoridad para llevar a cabo una determinada acción. He visto a lo largo de mi vida individuos que se relamen y hasta ‘orgasmean’ mandando (es lo que se llama erótica del poder). Pero estos hombres y mujeres alfa que albergan en su corazón la ilusión de ser temidos, respetados, admirados, no mandan, manda sobre ellos su ego, el ego es su motor de acción.
Y es que si no hay verdadera vocación de servicio, sino hay interés genuino de aportar al bien común, ese poder no es nada y nada vale.
El poder, en palabras de Foucault, no es esencialmente represivo, puesto que incita, suscita, produce -y crea, añadiría yo, en base a la escucha atenta y genuina, de las necesidades del otro-.
Hoy domingo tarde en mi cocina nueva hago estas reflexiones como quien hace un examen de conciencia política. Todos somos políticos, -nuestros actos, elecciones, silencios, omisiones, nos conforman y definen como ciudadanos de la polis-, y en este sentido yo he optado por apoyar la candidatura progresista de mi pueblo que, bajo la dirección de un líder absolutamente comprometido, cercano, con talante, -no lo digo yo, lo dice su trayectoria profesional y vital-, se enfrenta a la tarea de trasmutar la parálisis y oscurantismo en los que llevamos sumidos años por transparencia y trabajo.
Lo hago con un equipo de personas llenas de ilusión, muchas ganas, responsabilidad y una pizca de miedo, claro está, yo al menos la tengo, no por lo que suceda el próximo día 26 de mayo, el pueblo es sabio y lo que elija será bien recibido, sino por las incógnitas que habrá que resolver, por los asuntos que habrá que abordar -si nos eligen- el día siguiente y el otro y el otro…
Porque es entonces cuando empieza realmente la hora de la verdad.
“Común ha de ser el viento
Común ha de ser la tierra
Que vuelva común al pueblo
Lo que del pueblo saliera”.
Luis López Álvarez
En un viaje que hicimos con mis padres a Madrid hará cosa de dos meses como de costumbre al médico (mis padres ya solo vienen a Madrid al médico), antes de salir de la demarcación familiar y conocida de la Tierra de Campos donde confluyen las provincias de León y Zamora para adentrarnos en la autovía gris e inexorable del Nordeste, mi padre hizo mención a los pueblos olvidados, (despoblados, fantasmas) que veía a diestra y siniestra. “La España vaciada se llama ahora”, matizó mi marido más puesto en las lides del progreso. Mi padre le replicó: “Qué más da, pal caso”.
Y es verdad. Porque la realidad es que cada vez hay en los pueblos menos médicos, menos transportes, menos densidad de población, menos centros de enseñanza y profesores, menos industria, menos empleo, menos comercio, menos instalaciones deportivas y más viejas, menos asociaciones, y hasta menos fauna y flora, como si entre los dirigentes que desde lugares remotos administran la cosa pública -Ministerios, Consejerías, Subdirecciones, Gerencias- y los habitantes de las zonas rurales se hubiera creado un abismo cada vez más grande, insondable.
Pero ese abismo a veces se produce desde espacios de interlocución mucho más cercanos, el abismo a veces se produce desde los mismos Ayuntamientos. En este punto siempre recuerdo las palabras de Heliodoro Villar Pastor, apodado ‘El fusilado de Villafer’, que decía que los políticos de ahora tenían que ser como los de antes -se refería Heliodoro a la época de la República cuando sastres, ‘kioskeros’, jornaleros, tras dejar el trabajo se reunían para resolver, o intentarlo, las cuestiones que afectaban a su comunidad-. Ya llovió y escampó desde entonces, y la realidad no ha hecho sino empeorar, y más que empeorar pervertirse, volcarse, invertirse, darse la vuelta.
No en todos los casos, es verdad.
Pero pareciera que algunos políticos tras ganar las elecciones y subirse a la poltrona del poder hubieran cumplido con su objetivo o, en palabras del pedagogo Laurence J. Peter, llegado a su “nivel de incompetencia” para quedarse ahí quietos, atrincherados en lo que consideran su cortijo particular, sirviéndose de la capa de todos para hacerse un sayo a su medida, sin tener en cuenta que justo tras ganar las elecciones empieza la ardua tarea, la comprometida tarea también, de arrimar el hombro y velar por el bien común que entre otros ingredientes exige mucha prudencia por parte de los que ejercen la autoridad.
Esto remite a otro término, el de poder, definido como la facultad, habilidad, capacidad o autoridad para llevar a cabo una determinada acción. He visto a lo largo de mi vida individuos que se relamen y hasta ‘orgasmean’ mandando (es lo que se llama erótica del poder). Pero estos hombres y mujeres alfa que albergan en su corazón la ilusión de ser temidos, respetados, admirados, no mandan, manda sobre ellos su ego, el ego es su motor de acción.
Y es que si no hay verdadera vocación de servicio, sino hay interés genuino de aportar al bien común, ese poder no es nada y nada vale.
El poder, en palabras de Foucault, no es esencialmente represivo, puesto que incita, suscita, produce -y crea, añadiría yo, en base a la escucha atenta y genuina, de las necesidades del otro-.
Hoy domingo tarde en mi cocina nueva hago estas reflexiones como quien hace un examen de conciencia política. Todos somos políticos, -nuestros actos, elecciones, silencios, omisiones, nos conforman y definen como ciudadanos de la polis-, y en este sentido yo he optado por apoyar la candidatura progresista de mi pueblo que, bajo la dirección de un líder absolutamente comprometido, cercano, con talante, -no lo digo yo, lo dice su trayectoria profesional y vital-, se enfrenta a la tarea de trasmutar la parálisis y oscurantismo en los que llevamos sumidos años por transparencia y trabajo.
Lo hago con un equipo de personas llenas de ilusión, muchas ganas, responsabilidad y una pizca de miedo, claro está, yo al menos la tengo, no por lo que suceda el próximo día 26 de mayo, el pueblo es sabio y lo que elija será bien recibido, sino por las incógnitas que habrá que resolver, por los asuntos que habrá que abordar -si nos eligen- el día siguiente y el otro y el otro…
Porque es entonces cuando empieza realmente la hora de la verdad.