Muestras de cine y despoblación
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Hace unos días concluía al 6º Festival de Cine y Televisión ‘Reino de León’, que disponía de dos días dedicados a documentales y largometrajes sobre Despoblación, fenómeno que ha entrado de lleno en nuestra preocupación en todos los ámbitos del país y también de Europa. Ha sido una ocasión propicia para apreciar la visión de cineastas y documentalistas en temas demográficos de actualidad, como antes lo fue el de la Inmigración de Extranjeros. En León tuve ocasión de participar en el coloquio habido después del documental Soñando un lugar, 2018, dirigido por Alfonso Kint e interpretado por él mismo, su mujer y la niña de ambos, nacida en la localidad aragonesa de Torralba, adonde la pareja se dirige a raíz del movimiento surgido en mayo de 2011, huyendo de la metrópoli de Madrid, con el fin de asentarse definitivamente en un pueblo para ellos casi desconocido. Siete años después han cumplido su objetivo migratorio, pero como ‘neo-rurales’, a partir de un empleo como divulgadores de las artes entre los pueblos de la comarca de Calatayud.
Ya han transcurrido más de treinta años desde que en 1985 la primera ‘caravana de mujeres’ se acercara al pueblo aragonés de Plan, reclamada desde El Heraldo de Aragón por los solteros del pueblo, apenados por la salida de sus vecinas en años anteriores, para anunciar su intención de casarse y ‘afincarse’ en su lugar de origen. La cineasta española Icíar Bollaín filmará con este mismo tema y parecida trama Flores de otro mundo, año 1999, en un pueblo de Castilla, abordando una variedad de aspectos relacionados con la soledad de los jóvenes rurales y las dificultades de integración de las forasteras. Unos años después, un documental de Ariadna Pujol, Aguaviva, de 2006, retoma esta misma secuencia inmigratoria y problemas de integración de mujeres sudamericanas en un pueblo semivacío de la provincia Teruel, enclavado en una de las áreas del ‘rural profundo’ ibérico o, si se quiere, de la ‘España vacía’.
Lo que nos importa aquí es que tratan las tres producciones citadas sobre una de las alternativas a la despoblación rural: la llegada a pueblos, sin muchas alternativas, de inmigrantes españoles o extranjeros, como consecuencia de la emigración de los pobladores autóctonos. Las salidas a esta situación, así tratada, son varias para un supuesto inmigrante: desde quedarse en el lugar de acogida y sumarse al vecindario permaneciendo en él indefinidamente, como destino de la cadena migratoria; volver a intentarlo en otro lugar; quedarse y fundar familia para volver a corto o medio plazo a emigrar a la ciudad; o, sin más que una integración aparente, esperar a tener ahorros y volver a su lugar o país de origen…
En cualquier caso, se pone a prueba la dificultad de acoplamiento e integración en un entorno rural de mayor o menor aislamiento. Conocer las experiencias ‘reales’ de muchos de estos casos de la inmigración da mucho de sí a la hora de implementar políticas de atracción migratoria para asentar nueva población, sea extranjera o sea nacional, en el medio rural. De no ser así, siguiendo el escenario tendencial de despoblación impulsado por la infecundidad y el envejecimiento progresivo, buena parte de nuestros pueblos han de terminar despoblándose, surgiendo un hábitat más concentrado y urbanizado tras una reconfiguración paulatina del ‘mítico interior despoblado’, que puede conducir a un poblamiento de mayor racionalidad geográfica, más idóneo para la gobernanza territorial, aunque se pierda, como consecuencia, la territorialidad e identidad de muchos pueblos, no se olvide, casi todos de origen medieval. En este desafío tan relevante para nuestras generaciones y las próximas no está de más contemplar tal fenómeno con la mirada del cineasta, aunque solo sea para contrastarla con la que aparece en la literatura actual y sobre todo con los estudios académicos y periodísticos o con nuestras propias vivencias de un mundo rural en mudanza, cada vez más urbano.
Hace unos días concluía al 6º Festival de Cine y Televisión ‘Reino de León’, que disponía de dos días dedicados a documentales y largometrajes sobre Despoblación, fenómeno que ha entrado de lleno en nuestra preocupación en todos los ámbitos del país y también de Europa. Ha sido una ocasión propicia para apreciar la visión de cineastas y documentalistas en temas demográficos de actualidad, como antes lo fue el de la Inmigración de Extranjeros. En León tuve ocasión de participar en el coloquio habido después del documental Soñando un lugar, 2018, dirigido por Alfonso Kint e interpretado por él mismo, su mujer y la niña de ambos, nacida en la localidad aragonesa de Torralba, adonde la pareja se dirige a raíz del movimiento surgido en mayo de 2011, huyendo de la metrópoli de Madrid, con el fin de asentarse definitivamente en un pueblo para ellos casi desconocido. Siete años después han cumplido su objetivo migratorio, pero como ‘neo-rurales’, a partir de un empleo como divulgadores de las artes entre los pueblos de la comarca de Calatayud.
Ya han transcurrido más de treinta años desde que en 1985 la primera ‘caravana de mujeres’ se acercara al pueblo aragonés de Plan, reclamada desde El Heraldo de Aragón por los solteros del pueblo, apenados por la salida de sus vecinas en años anteriores, para anunciar su intención de casarse y ‘afincarse’ en su lugar de origen. La cineasta española Icíar Bollaín filmará con este mismo tema y parecida trama Flores de otro mundo, año 1999, en un pueblo de Castilla, abordando una variedad de aspectos relacionados con la soledad de los jóvenes rurales y las dificultades de integración de las forasteras. Unos años después, un documental de Ariadna Pujol, Aguaviva, de 2006, retoma esta misma secuencia inmigratoria y problemas de integración de mujeres sudamericanas en un pueblo semivacío de la provincia Teruel, enclavado en una de las áreas del ‘rural profundo’ ibérico o, si se quiere, de la ‘España vacía’.
Lo que nos importa aquí es que tratan las tres producciones citadas sobre una de las alternativas a la despoblación rural: la llegada a pueblos, sin muchas alternativas, de inmigrantes españoles o extranjeros, como consecuencia de la emigración de los pobladores autóctonos. Las salidas a esta situación, así tratada, son varias para un supuesto inmigrante: desde quedarse en el lugar de acogida y sumarse al vecindario permaneciendo en él indefinidamente, como destino de la cadena migratoria; volver a intentarlo en otro lugar; quedarse y fundar familia para volver a corto o medio plazo a emigrar a la ciudad; o, sin más que una integración aparente, esperar a tener ahorros y volver a su lugar o país de origen…
En cualquier caso, se pone a prueba la dificultad de acoplamiento e integración en un entorno rural de mayor o menor aislamiento. Conocer las experiencias ‘reales’ de muchos de estos casos de la inmigración da mucho de sí a la hora de implementar políticas de atracción migratoria para asentar nueva población, sea extranjera o sea nacional, en el medio rural. De no ser así, siguiendo el escenario tendencial de despoblación impulsado por la infecundidad y el envejecimiento progresivo, buena parte de nuestros pueblos han de terminar despoblándose, surgiendo un hábitat más concentrado y urbanizado tras una reconfiguración paulatina del ‘mítico interior despoblado’, que puede conducir a un poblamiento de mayor racionalidad geográfica, más idóneo para la gobernanza territorial, aunque se pierda, como consecuencia, la territorialidad e identidad de muchos pueblos, no se olvide, casi todos de origen medieval. En este desafío tan relevante para nuestras generaciones y las próximas no está de más contemplar tal fenómeno con la mirada del cineasta, aunque solo sea para contrastarla con la que aparece en la literatura actual y sobre todo con los estudios académicos y periodísticos o con nuestras propias vivencias de un mundo rural en mudanza, cada vez más urbano.