Aidan Mcnamara
Sábado, 25 de Mayo de 2019

Umbraltales

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A los seres humanos nos gusta etiquetar, como si ello fuera comprender, explicar y/o aceptar. Vivimos en la Era de la Fantasía, desde la pornografía hasta Juego de Tronos; este último, que tiene un toque retro hipster erótico, nos recuerda a las carátulas de algunos de los elepés de los años setenta. Plus ça change, plus c'est la même chose. En ambos las estadísticas lo confirman: 20 pechos femeninos desnudos por cada pene y pico. No sé lo que es ‘un pene y pico’, pero suena bien. Igual es una erección en ciernes, una fantasía en peligro de ‘hacerse’ real.

 

De todos modos, exagero (total, ésta es la era de la fantasía): nunca vi un pene en las carátulas de los años setenta, por mucho que lo sintiera entre los bafles… ¿Se acuerda de la época aquella cuando era normal escuchar un elepé entero de una sentada, sin pantallas y sin alertas? ¿Se acuerda de saludar a los vecinos en el chigre sin GLOVO (Tu Ciudad a Domicilio es su consigna)? ¿Se acuerda de respirar sin tener que sacar fotos?

 

Internet es la sombra de Dios. Tan sólo. Pero es bastante. Te deja meditar y medir tu pensamiento o tus convicciones. Te invita a escoger tu espejo y te lo santigua según los ecos de los demás. Internet ya es tan real que nos hace falta la fantasía.

 

El Smartphone con cámara (en términos de ventas, uso y popularidad) es del año 2012/13. Esto mola, porque justifica y subraya mi tesis sobre la era de la fantasía coincidiendo, al menos en EEUU y Canadá, con el estreno de ‘Tronos’.

 

Con el Smartphone empezamos todos a convertirnos en cineastas con mascotas como protagonistas. Pero supimos en seguida que ese tinglado era demasiado real. Queríamos no sólo una trama rara sino algo más allá de nuestra imaginación cotidiana. Los seres humanos no estamos contentos con el pan y el techo: siempre anhelamos un diálogo con el arte/ Dios/la muerte/el azar etc.

 

La crisis, y desde luego en sus años más fuertes (y para muchos sigue), también coincide con la era de la fantasía. Porque, irónicamente, cuando te falta el pan y el techo eres muy capaz de volverte supersticioso. Y cuando la barriga no está llena, la cabeza (la imaginación) tiende a compensar: o naturalmente, o mediante drogas, con el consumo evasivo (otra droga), o unas tardes de vuelta al cine (caverna) de Platón/Internet.

 

-Ya, listillo y ¿Umbraltales?

En la Edad Media, rodeados todos por plagas y absolutismos (véase un cuadro de El Bosco), la perfección era más importante que la originalidad. Con el perfeccionismo, que es el motor del progreso, vives más. Desde Marco Polo hasta el marcapasos.

 

Hoy en día volvemos a algo parecido al mundo de El Bosco. La fantasía es normal: puedes pensar en algo, plasmarlo en palabras o en imágenes y luego copiar y pegar lo que has ideado en Google. Google te contestará.

 

Te frustrarás: todo está pensado. Pues lo pensaré mejor. No soy original pero sí perfeccionista.

-Al grano.

He estado pensando en los nativos digitales. Tengo uno en casa y me cae bien, al menos cuando falla el wifi. Y me he preguntado: ¿Cómo se llaman los que sabemos manejar las nuevas tecnologías, incluso vivirlas, y que a la vez todavía controlamos nuestros recuerdos (y algunas conductas) de cómo era la vida vivida sin ellas? (A veces la envidia que sufro es tremenda cuando me topo con los que pasan OLIMPICAMENTE de ellas.)

 

Y entonces se me ocurrió la expresión nativos fronterizos: los que somos capaces de disfrutar de la existencia con o sin el bicho que vibra en la mano cada quince segundos.

 

Pero quería ser más original. Porque la era de la fantasía también coincide con un narcisismo atroz.

(Arranca una banda sonora de los años setenta en off mientras cambia el tiempo verbal.)

Luego - porque todas las máquinas en casa estaban apagadas o fuera de cobertura, excepto la nevera (no soy neandertal) - di con la palabra Umbraltales, pensando en Tales de Mileto, quien no dejó nada escrito, pero que para muchos representa la frontera entre la superstición y la razón.

 

No me pude resistir: encendí mi ordenador y tecleé la palabra en Google y me contestó:

Your search - "Umbraltales" - did not match any documents/ Su búsqueda - "Umbraltales" – no ha producido ningún documento.

 

 

Lejos de llorar por sentirme solo en este mundo (o ése) seguí con mi fantasía de poder tranquilizarme con una etiqueta, y celebré que Google me hubiese dejado en paz.

 

Por supuesto que había visto la sombra de Dios, pero como Dios manda: no vi nada.

 

Volví a un documento virgen de Microsoft Word que había abierto -una blanquísima nevada simbólica - para confeccionar mi artículo sin tener que preocuparme por su originalidad.

 

Les dejo a ustedes perfeccionarlo, siempre que se acuerden de que Europa no puede ser un sueño: hay que mimarla sin fantasías feudales, porque es tan buena (y bastante mejor que las trincheras de hace cien años) que no nos son necesarias.

 

 

 

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