Eloy Rubio Carro
Domingo, 02 de Junio de 2019

Aquí en la tierra vida en la reserva

'Valle durmiente' es un libro que es dos, es uno por el asunto, pero son dos por la forma en que se aborda.
La primera parte, 'Aquí en la tierra', es una obra teatral representada ya por la compañía de teatro de la Universidad de León, El Mayal-ULE. Mientras que la segunda parte, 'Vida en la reserva' está constituida por un libro de poemas que pudiera funcionar exento. 
El libro contiene un breve prólogo de Antonio Marcos, y ha sido editado por Marciano Sonoro, de San Román de la Vega, en su tarea minuciosa de rastrear en los márgenes la creación que bulle y se disipa.

Víctor M. Díez. Valle durmiente; Marciano Sonoro Ediciones; San Román de la Vega (León) 2019

 

 

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'Vida en la reserva’ es la segunda parte del libro. Son poemas sin título, por ello a veces me referiré a ellos por el número de la página, o por el primer verso del poema.

 

En estos poemas el asunto es complejo, dividido, troceado, lo mismo que los individuos que duplican el infierno de dentro con el de afuera, lo lizan en dialéctica  y la negativa les lleva al origen de la voz, al paraíso de la hura en la cueva, a su verdad mentirosa etc. 

 

En (97) trata de las costumbres rurales que perduran en los ancianos que vinieron a la ciudad, en una contraposición entre lo que hay (el afuera) -“Donde la ciudad en los huesos empieza.” (el ‘limes’)- y lo que dentro permanece. –“se retira un arroyo que sigue resonando / en los ancianos.”-. En ese lugar cohabitan diferentes planos con distintos contenidos. La  ciudad en los huesos empieza, (‘Terminus continentis inmobilis primus’) Mientras que lo que aún resuena en los ancianos es ‘como un barquichuelo en un río’, algo móvil. El lugar móvil en lo  inmóvil. Ese resonar es resonancia y vida, una vida propia en una vida impropia. Solo donde la ciudad, ‘Leviathanica’ se diluye, en sus afueras, con ese ‘ver desorientado’, se encuentran, “exteriorizan su subjetividad”  y algo encuentran: “Donde  la ciudad falta de riego se pierde /  caminan buscando la era /  y un tiempo que venía a la mano /  y se echaba a sus pies /  y le seguía /  como un perro de casa.” (97)

 

Ya tenemos puesto el escenario, el lugar en el que el barquito se mueve. ¿A qué seguir? El  segundo poema  se inicia en oxímoron, en elogio de la lentitud en la vorágine de la ciudad: “Tan  deprisa nos hicimos lentos.”  Lo que se nos propone es la consideración de esas pluralidades vitales recordadas vicariamente en el lugar del hijo, que todavía oye los sones de los regatos, los toques del ángelus que nunca ha visto ni oído, el hambre que nunca padeció pero que lleva en la memoria: “Cómo resuena la intemperie  / en la campana de la boca.” (98) También un metapoema o un medio metapoema que contiene un deíctico escrito en el aire, vallejianamente. “(...) tarde esta mañana /  en que duele el sol en las sienes.” Un poema que no sabemos, pero sabemos. También en (99) asistimos al poema en construcción, todo ello en un plano único de existencia, la pelota de papel que contiene el borrador agredida por una colilla y el escrito resultante de la descripción del proceso.

 

El lenguaje fluye en un plano distinto de lo real, así sucede en los lugares límite entre dos mundos, entre dos formas de vida o de muerte (cementerio) (100). Los habitantes innominados reciben sin escrúpulos el nombre o el número que les cede su vecino...La vecindad de las palabras, la designación azarosa, en lenguaje independizado del mundo de las cosas.

 

‘Al dibujarles les daba muerte’ (104) pretende ser un dibujo de la despoblación, a modo de feed back, en plena ejecución, que viene a decir que lo mejor sería callarse, pues esa consideración por el dibujante de la miseria de los pueblos es la extensión del certificado de defunción de los mismos. El yo poético es plural  y asiste a la constatación del dibujante de la desaparición, pero tiene que resguardarse de su mirada, pues los incluiría en el dibujo de la muerte.; No obstante no lo consiguen, pues su ausencia queda también plasmada “tras el trazo de la sebe”.

 

 

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Hay tres territorios, cuanto menos, en estos poemas, el de la ciudad, el de sus límites o landas periféricas y el territorio rural en la actualidad. Ya hemos dicho que ninguno es territorio puro, ya que en ellos se alberga y conforma memoria y deseo; así en esas landas periféricas todavía esos viejos campesinos encuentran mínimos signos que les asientan en su realidad y que pueden emitir mínimos signos sapienciales con valor vital : “Lleva navaja”. (108).

 

Ahora ya pueden explicarse el por qué del título de estos poemas: ‘Vida en la reserva’,  el merodeo y girovagabundeo propio de la reserva y una memoria evocativa bastante más proustiana de lo que pudiera parecer a primera vista: “Recitas nombres pequeños / de niños cruzando las vías” y enseguida enigmáticos versos de evocación que solo significan para el reservista o sus hijos, pues nadie más tendrá la clave de esa memoria de la campiña que desheredó, que llegará a convertirse en consigna de hermanamiento: “Nos daban agua brillante / que nos hacía crédulos: / humo del desierto / mujeres sin ombligo / telares flotando.” (111)

 

En esa rememoración continua todo ya era, era…”gallos cancionan escarbando en vano”: “No era yo ni eras tú / quien cambiaba / trapos por cacharros, / pero sabíamos dónde. “ (112) o también: “Las madres eran de nieve / haciendo y deshaciendo / y de carbón / sobre la chapa al rojo,” (113).

 

Quienes ya nacieran en la reserva, niño, la niña, son quienes ahora rememoran, con  memoria de oído. Seres anfibios que también aprovechan la diversión de la reserva. Cabe aclarar que la reserva no es el pueblo, es el ‘limes’ espacio-mental urbano, un espacio evocador del más allá de imposible recuperación. “Non habera paraíso”. Solo esa imposibilidad de recuperar lo perdido lo vuelve paraíso.

 

Pero la miseria de esta forma de vida  en la frontera está inscrita en el propio afán vital de los hijos (entre los que se encuentra el ‘yo poético’). Una vida demediada. Un triste cantar es lo escrito: No hay valor de vida / en la frontera.” (117) Lo que queda es lo escrito/inscrito, ensoñaciones melancólicas en un hoy reiterativo que apunta realidad.

 

El pensar no está exactamente en la mente, sino en las cosas, en los “papeles medio arrancados /en paredes enfermas.” En la reserva no existe la grieta entre el pensamiento y la vida cotidiana, la grieta, la separación se encuentra en la pérdida añorada por la generación de los que se fueron, idealizada por sus descendientes: “Y tú qué eres, / sino un cuerpo liso / en el que alguien cuelga / o pudiera colgar / palabras dichas / de otros para otros.” (118). Un mensaje inscrito en el cuerpo para las venideras generaciones...”Amecido es una clave” (119), una palabra consigna, que identifica a los que todavía harían camino hacia la tierra, los que pueden reconocerse en ese nosotros de la tierra, aunque se sientan ahora en esa inclusión excluidos del sentido.

 

 

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En este poemario se entreveran palabras a veces muy técnicas con otras dialectales. Reconoce como hermanos a poetas como Miguel Ullán, Aníbal Núñez o Claudio Rodríguez., que de distintas maneras se atrevieron con lo prohibido: “Lo salvaje es diminuto, pero resiste” (...) “Pero la ciudad sigue siendo / un reino de desmonte y cobardía". (123)

 

“Secreta el delirio una dulce esperanza” (124) es un poema enigmático sobre todo en su cierre.: “Soy ella naciendo / y tengo fiebre de vosotros”. El yo poético es ahora una niña. El delirio es vivir como vivimos, con un bosque y jardines de imitación. El delirio y el sueño son sustancias naturales, y en ellos todavía aprovechan las destrezas campesinas aprendidas de niña: “Solo la voz del mastín / que aprendí a gritar de niña / hizo huir a los lebreles del sueño.”

 

‘Valle durmiente’ (130) resulta más interesante leerlo en la obra de teatro de la primera parte de ‘Valle durmiente’.

 

‘No sé qué sed de la tierra’ (132) puede ser uno de los poemas clave del libro, pues  la muerte del padre ilumina toda la herencia: “El vino nos supo diferente / y nada más / que los labios negros / y el vaso lleno de raíces.”

 

“Asusta temblar el envoltorio. Pensar (...)” (133) Es un poema importante para la teatralización de ‘Aquí en la tierra'. Desmiente que ya solo fueran superficie, envoltorio, pues quiéralo o no eso sucumbe al lento trabajo de lo negativo del adentro. El poema conecta con el último del poemario: “Edipo en la caverna” (134), texto de interpolaciones de escritos varios, en dos tipos de letra. Se trata de nuevo de la caverna platónica. La salida hacia la luz desde las sombras, de la memoria hacia la luz: “Una ciudad estrecha hasta la asfixia”, recorrido que conlleva el asesinato del significado del padre por ceguera de los tiempos, inesquivable; de negación de lo de antes, como preparación para la negación de la negación y tal vez de lo que la ilustración nos trajo, convierte la maldición en un punto de partida: “Vete, maldito. Vuelve a la hura.” (135)

 

 

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'Aquí en la tierra' es la obra teatral de 'Valle durmiente'. Es la primera parte del libro, antes del poemario  'Vida en la reserva'.

 

Ya en la escena primera ‘El sótano’ (23) detectamos algo insólito (“luz negra. Un hombre ataviado de cartero, seguido de un racimo de personas encapuchadas, que se mueven todas juntas como si fuesen una, con infinidad de brazos, que parecen clasificar correo. Coreografía mecánica sugerente.”)

 

La luz es negra, ¿alguien? no es cartero, sino disfraz. Los encapuchados forman parte de una identidad colectiva, proteiforme, carente de voluntad, desindividualizada.

 

Al poco aparece en escena “una luz cenital que ‘rompe’ la luz negra y suena como si fuese una voz ‘divina’. Los encapuchados se dispersan.”

 

La luz negra se rompe y se abre el  gran teatro del ‘como si’, un teatro entonces dentro del teatro. Una voz ’como si divina’ suena, (automatismo) toca a rebato y queda solo con ella el ‘como si cartero’, con un nombre concentracionario: 329.

 

La voz divina es ciega, mecánica, una digitalización oscura de la luz negra del principio, para militarizar a la horda. ¡Presente! ¡’Sí Señor!, responde Cartero.

 

 

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Ya en este primer cuadro acuden a la ‘memoria involuntaria’ el teatro del absurdo de Beckett, Adamov, Weis, Pirandello y por la misión Imposible a que se ve encaminado Cartero, a ‘El castillo’ de Kafka.

 

Cartero emprende la misión obligado por la voz desconocida y sale para no sabe qué, hacia la zona remota (rural), con un GPS en la mano. Tiene que llevar su último mensaje y antes recita.... Lo que recita forma parte de la segunda parte, de ‘Vida en la reserva’, (poemario incluido en ‘Valle durmiente’). Recitado el poema en este contexto  adquiere mayor concreción, se vitaliza. Hay una alusión fuerte a la memoria, memoria involuntaria que madura y se expande y contamina su continente, el del cartero, o el de los paquetes que ha de llevar.

 

‘El  pueblo elegido’ de esos mensajes es AQUÍ.

 

Se da una doble contraposición entre lo de dentro, la memoria inscrita  a fuego, y el afuera -“Lo de fuera es el camino del pensamiento.”-; entre  el mundo unidimensional de la urbe y el rural (AQUÍ), con una gran tensión entre ambos. En los poemas de ‘Vida en la reserva’ ese interior es la caverna a la que Edipo-Cartero ha de volver, ya que  el mundo de luz platónico, el camino del pensar es deslumbrante, falsificador, enceguecido, ciego. La hura es un castigo, un castigo alrededor de sí, una forma de autoconocimiento. Algo que medra en el interior propio de un infierno perdido. Esa imposibilidad de recuperar lo perdido que lo hace paraíso.

 

Ya en ‘AQUÍ’ (Referente vivo y transformado de ese infierno perdido) van apareciendo los personajes rurales, siempre con doble faz, aunque Alicia sea invisible para el Cartero, pues fue afantasmada en su experiencia urbana. Es Alicia un poco como Meursault, como Murphy, tratando de encontrar la supervivencia en la desaparición.

 

Serán personajes aislados del resto del mundo, desconfiados de ese mundo del que llega Cartero. Esa desconfianza que despierta la curiosidad y el asombro de los ciudadanos de dimensión única que intentarían captarlos para la autopista Internacional del turismo y hurtarles su imagen, desalmándoles a golpe de foto de móvil. Lástima que Cartero no sea japonés.

 

 

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La nomenclatura bíblica de ‘el pueblo elegido’ se enfrenta al temor a la vuelta de algún mesías. Siendo Cartero un contra-Mesías o peor dicho, un contra-Mesías-espurio, lo mejor será darle viático en su afán de liberación. Viene con designios divinos para el pueblo, el cual sabe por experiencia lo que esto significa. No obstante estos sobrevivientes viven en otro modo temporal, en un ‘tiempo lento’, casi parado, sin qué ni cómo ni dónde: AQUÍ. Carecen de futuro, pero no sé ocultan su conciencia de finitud ni de la muerte, saben que Cartero es mensajero de la muerte y le revertirán el mensaje. (Viene a cuento AQUÍ la pregunta de ‘El innombrable’,  en la novela de Samuel Beckett: “¿Qué sentido tienen las aspiraciones y los fines que se persiguen para los que no se encaminan a ningún objetivo ni tienen conexión ninguna con nada ajeno a sí mismos?”

 

Son en este limbo testigos de la tierra y manifiestan el insulto insoportable que los emisarios le han proferido. Alicia, que es invisible para los turistas, gritará ¡Basta! al público: “Deteneos, para eso será demasiado tarde (...). Somos el mapa del caos al que nos dirigimos.”

 

En ‘Aquí en la tierra’ se incorporan versos de ’Vida en la reserva’, poemario  de la segunda parte de ‘Valle durmiente’, creando un sentido circunscrito por la peripecia teatral, versos circunstanciados que proporcionan claves a la lectura posterior del libro de poemas.


En la página 81 las palabras del chamán (Remedios) expresan la relación del campesino con el campo antes de la separación, antes del lenguaje que las enuncia, el viático a esa religación es el hongo alucinante, luego todavía perdura la distancia, al menos mientras haya canción: “Ver por...Qué sea paisano el caballo, / el reno y el águila.” Terminando en la fusión: “Que vibren dulces los ramajes del cuerpo  /   al morder el fuego.” 

 

 

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En 87 se anticipa el poema de (130) cuyo primer verso es ‘Valle durmiente’. La historia de Judas como un chivo expiatorio,  el Judas que será el Cartero y que era Cristo. A fin de cuentas todos los que no sean de AQUÍ son intercambiables. 


En fin,  los pueblos ya no son ni su sombra; pero prefieren permanecer invisibles a ser “muñecos, títeres bailando con su música(...)”

 

“No se acerquen por aquí.”

 

 

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