Una luna casi llena
![[Img #44034]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2019/4719_photofunia-1559768705-copia.jpg)
Era una noche de Junio de hace un par de años. Una noche como cualquier otra en nuestra ciudad. El calor del día había dejado paso a una brisa fresca con olor a primavera.
El reloj marcaba las doce y como casi todos los días, salí a dar mi paseo nocturno por la muralla. Un paseo que podría haberse tornado rutinario por el peso de la obligación, pero que no siendo así, mantenía el encanto de hacerme sentir que sigo caminando por la vida, sin prisas, pero sin pausa.
Una luna grande, casi llena, de color amarillo con tonos rojizos, se meneaba sobre las hojas de los árboles, mientras deslumbraba con su brillo mi caminar.
A través de los contrastes de luces y sombras, vi a lo lejos la silueta de una mujer. Los dos caminábamos en el mismo sentido. Sus movimientos al andar eran sutiles, pero metódicos, como mis pies al hacerlo sobre el cemento del paseo. La luz de la luna bañaba nuestros cuerpos y proyectaba sombras que cambiaban de forma, con la dirección errante de nuestros pasos.
Al llegar al final de la zona arbolada, ella cambió su sentido, lo que irremediablemente haría que nos cruzáramos.
Como dice Bob Dylan en una de sus canciones: “Cuantas veces puede un hombre girar la cabeza, y fingir que simplemente no la ha visto. La respuesta amigo mío, está flotando en el viento”.
Yo que en esos momentos caminaba por el péndulo de la imaginación, me di cuenta de inmediato que conocía a aquella mujer solitaria que paseaba bajo la luna de aquella hermosa noche. Desde mi debilidad recordé cuando hace un tiempo, mirándome desde una distancia cercana, me llamó con voz de niña asustada y labios pintados de rojo plastilina. “Ven a dormir conmigo”, me dijo tratando de coger mi hombro, pégate a mí, siente mi piel invisible.
La intensidad de su mirada hizo que en aquel momento no quisiera seguir escuchándola.
Aun así, susurró mi nombre. Sus labios pronunciaron mi nombre, quizás esperando una respuesta.
Aquella noche, el dolor golpeaba cruel e imparable, obligándome a buscar una fantasía, para entre titubeos, compartir mi historia por si al contarla dejaba de ser invisible. Fue entonces cuando ella bajó a consolar mis lágrimas.
Nunca olvidaré sus palabras: “Pensar que somos eternos es una gran mentira que invita a quedarnos sin hacer nada, todos acabaremos muriendo. Estamos en un error si creemos estar a salvo. Ese es el gran engaño que nos creemos y nos hacen creer. Pero es falso. Puede que no tengamos nosotros la culpa de que las cosas no salgan bien, pero eso no es garantía para que no salgan”.
En aquel momento quise crear mundos paralelos donde extraordinariamente florecía la vida. Pero ella seguía en mi mente: “Lo que tienes ahora solo es un tiempo extra, una segunda oportunidad para hacer bien las cosas. Recuerda que solo vivimos cuando admitimos que estamos muertos.”
Todos los sueños de aquella noche quedaron grabados en mi memoria y con frecuencia pienso que quizás esa noche no había venido a buscarme, solo a advertirme.
Continué con mi paseo mientras la luna seguía grande y luminosa. Imponente, como siempre que está llena o casi llena.
La silueta de mujer paso a mi lado sin dirigirme una sola palabra, pero sí una penetrante mirada por el rabillo del ojo, y como ignorándome, siguió su camino con su andar metódico y sutil. Yo escuchando solo el sonido del silencio y de mis pasos, seguí paseando, bebiendo de una sensación mágica de mí alma que me hacía sentir vivo y recordando aquella letra de la canción de Bob Dylan: “Cuántas veces debe un hombre levantar la vista, antes de poder ver el cielo”.
Era una noche de Junio de hace un par de años. Una noche como cualquier otra en nuestra ciudad. El calor del día había dejado paso a una brisa fresca con olor a primavera.
El reloj marcaba las doce y como casi todos los días, salí a dar mi paseo nocturno por la muralla. Un paseo que podría haberse tornado rutinario por el peso de la obligación, pero que no siendo así, mantenía el encanto de hacerme sentir que sigo caminando por la vida, sin prisas, pero sin pausa.
Una luna grande, casi llena, de color amarillo con tonos rojizos, se meneaba sobre las hojas de los árboles, mientras deslumbraba con su brillo mi caminar.
A través de los contrastes de luces y sombras, vi a lo lejos la silueta de una mujer. Los dos caminábamos en el mismo sentido. Sus movimientos al andar eran sutiles, pero metódicos, como mis pies al hacerlo sobre el cemento del paseo. La luz de la luna bañaba nuestros cuerpos y proyectaba sombras que cambiaban de forma, con la dirección errante de nuestros pasos.
Al llegar al final de la zona arbolada, ella cambió su sentido, lo que irremediablemente haría que nos cruzáramos.
Como dice Bob Dylan en una de sus canciones: “Cuantas veces puede un hombre girar la cabeza, y fingir que simplemente no la ha visto. La respuesta amigo mío, está flotando en el viento”.
Yo que en esos momentos caminaba por el péndulo de la imaginación, me di cuenta de inmediato que conocía a aquella mujer solitaria que paseaba bajo la luna de aquella hermosa noche. Desde mi debilidad recordé cuando hace un tiempo, mirándome desde una distancia cercana, me llamó con voz de niña asustada y labios pintados de rojo plastilina. “Ven a dormir conmigo”, me dijo tratando de coger mi hombro, pégate a mí, siente mi piel invisible.
La intensidad de su mirada hizo que en aquel momento no quisiera seguir escuchándola.
Aun así, susurró mi nombre. Sus labios pronunciaron mi nombre, quizás esperando una respuesta.
Aquella noche, el dolor golpeaba cruel e imparable, obligándome a buscar una fantasía, para entre titubeos, compartir mi historia por si al contarla dejaba de ser invisible. Fue entonces cuando ella bajó a consolar mis lágrimas.
Nunca olvidaré sus palabras: “Pensar que somos eternos es una gran mentira que invita a quedarnos sin hacer nada, todos acabaremos muriendo. Estamos en un error si creemos estar a salvo. Ese es el gran engaño que nos creemos y nos hacen creer. Pero es falso. Puede que no tengamos nosotros la culpa de que las cosas no salgan bien, pero eso no es garantía para que no salgan”.
En aquel momento quise crear mundos paralelos donde extraordinariamente florecía la vida. Pero ella seguía en mi mente: “Lo que tienes ahora solo es un tiempo extra, una segunda oportunidad para hacer bien las cosas. Recuerda que solo vivimos cuando admitimos que estamos muertos.”
Todos los sueños de aquella noche quedaron grabados en mi memoria y con frecuencia pienso que quizás esa noche no había venido a buscarme, solo a advertirme.
Continué con mi paseo mientras la luna seguía grande y luminosa. Imponente, como siempre que está llena o casi llena.
La silueta de mujer paso a mi lado sin dirigirme una sola palabra, pero sí una penetrante mirada por el rabillo del ojo, y como ignorándome, siguió su camino con su andar metódico y sutil. Yo escuchando solo el sonido del silencio y de mis pasos, seguí paseando, bebiendo de una sensación mágica de mí alma que me hacía sentir vivo y recordando aquella letra de la canción de Bob Dylan: “Cuántas veces debe un hombre levantar la vista, antes de poder ver el cielo”.