Texto: Antonio Manilla. Fotopoema: Elena Rodríguez
Viernes, 19 de Julio de 2019

Tres poemas: Antonio Manilla / Fotografía: Elena Rodríguez

 

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Luz de jazz

 

Media vida vivida en estaciones,

terminales, andenes

en que nadie te espera, ni te despide nadie,            

viendo llegar aviones,

barcos que zarpan, trenes

que nunca son el tuyo —aunque lo fuera,               

y lo tomases, siempre te dejaba

en un lugar hostil y solitario

muy semejante a ti—,

                                       con todo preparado,

ligera el alma de equipaje

y el pasado abolido,

dispuesto a la aventura.

 

Toda una vida así,

bajo su luz de jazz     

aciaga y mortecina,

para dormirte ahora:

era este tu tren y el tren se aleja.

 

Oscura luz de nieve

ilumina la estatua de la noche.

 

 

                                               (Momentos transversales)

 

 

Educación sentimental

 

 

Ambicionábamos la luz. Recorrimos amaneceres y crepúsculos, frecuenta­mos

            madrugadas, consumimos con fruición las tardes, que son de ayer y de

            mañana.

 

Las tardes, por ejemplo, en los jardines públicos de las ciudades: una veloz carrera

            hacia mañana que repuebla el azul del cielo. Se deshacían como un cuadro

            recién pintado bajo la lluvia.

 

La fuente, el lago, las esperanzas de aquel día en Villa Pamphili: los niños se re­­vol-

            caban en la hierba mientras las madres merendaban lonchas de mortadela.

            Había gente corriendo y una extraña pareja tirando fotos a su tristeza. El cielo

            fue tomando la apariencia de un rescoldo.

 

O esas otras tardes lentas y demoradas en las que puedes sentir los anillos del

            silencio creciendo alrededor de ti. Tardes de mar o monte, en las que la calina

            parece quieta mientras el sol se hunde minuciosamente tras la curva del

            horizonte. Entonces se recuerda y se olvida, mientras la noche llega.

 

Éramos jóvenes, ambicionábamos lo perpetuo, pero las tardes son ensoñación y

            cálculo, pausa, promesa y pormenor.

 

 

(Momentos transversales)

 

 

Fulgor oscuro

 

Me recuerdo escribiendo

(siempre, desde muy joven).

 

Ahora que ya no escribo —o lo hago apenas—,

vuelvo la vista atrás

con más tristeza que nostalgia y veo

que envejecí de golpe todos aquellos años

perdidos entre versos, recuerdos y añoranzas.

 

Mas ¿de qué arrepentirme?

 

No tuve como guía un plano del tesoro,                              

ni lo encontré jamás, ni lo buscaba,

pero el fulgor oscuro

de las palabras siempre estaba allí.

Brillaban en la noche.

 

Me llamaban. 

 

(Inédito)

 

 

 

 

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