Tres poemas: Antonio Manilla / Fotografía: Elena Rodríguez
![[Img #44685]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2019/3160_680-img-20190309-wa0073.jpg)
Luz de jazz
Media vida vivida en estaciones,
terminales, andenes
en que nadie te espera, ni te despide nadie,
viendo llegar aviones,
barcos que zarpan, trenes
que nunca son el tuyo —aunque lo fuera,
y lo tomases, siempre te dejaba
en un lugar hostil y solitario
muy semejante a ti—,
con todo preparado,
ligera el alma de equipaje
y el pasado abolido,
dispuesto a la aventura.
Toda una vida así,
bajo su luz de jazz
aciaga y mortecina,
para dormirte ahora:
era este tu tren y el tren se aleja.
Oscura luz de nieve
ilumina la estatua de la noche.
(Momentos transversales)
Educación sentimental
Ambicionábamos la luz. Recorrimos amaneceres y crepúsculos, frecuentamos
madrugadas, consumimos con fruición las tardes, que son de ayer y de
mañana.
Las tardes, por ejemplo, en los jardines públicos de las ciudades: una veloz carrera
hacia mañana que repuebla el azul del cielo. Se deshacían como un cuadro
recién pintado bajo la lluvia.
La fuente, el lago, las esperanzas de aquel día en Villa Pamphili: los niños se revol-
caban en la hierba mientras las madres merendaban lonchas de mortadela.
Había gente corriendo y una extraña pareja tirando fotos a su tristeza. El cielo
fue tomando la apariencia de un rescoldo.
O esas otras tardes lentas y demoradas en las que puedes sentir los anillos del
silencio creciendo alrededor de ti. Tardes de mar o monte, en las que la calina
parece quieta mientras el sol se hunde minuciosamente tras la curva del
horizonte. Entonces se recuerda y se olvida, mientras la noche llega.
Éramos jóvenes, ambicionábamos lo perpetuo, pero las tardes son ensoñación y
cálculo, pausa, promesa y pormenor.
(Momentos transversales)
Fulgor oscuro
Me recuerdo escribiendo
(siempre, desde muy joven).
Ahora que ya no escribo —o lo hago apenas—,
vuelvo la vista atrás
con más tristeza que nostalgia y veo
que envejecí de golpe todos aquellos años
perdidos entre versos, recuerdos y añoranzas.
Mas ¿de qué arrepentirme?
No tuve como guía un plano del tesoro,
ni lo encontré jamás, ni lo buscaba,
pero el fulgor oscuro
de las palabras siempre estaba allí.
Brillaban en la noche.
Me llamaban.
(Inédito)
Luz de jazz
Media vida vivida en estaciones,
terminales, andenes
en que nadie te espera, ni te despide nadie,
viendo llegar aviones,
barcos que zarpan, trenes
que nunca son el tuyo —aunque lo fuera,
y lo tomases, siempre te dejaba
en un lugar hostil y solitario
muy semejante a ti—,
con todo preparado,
ligera el alma de equipaje
y el pasado abolido,
dispuesto a la aventura.
Toda una vida así,
bajo su luz de jazz
aciaga y mortecina,
para dormirte ahora:
era este tu tren y el tren se aleja.
Oscura luz de nieve
ilumina la estatua de la noche.
(Momentos transversales)
Educación sentimental
Ambicionábamos la luz. Recorrimos amaneceres y crepúsculos, frecuentamos
madrugadas, consumimos con fruición las tardes, que son de ayer y de
mañana.
Las tardes, por ejemplo, en los jardines públicos de las ciudades: una veloz carrera
hacia mañana que repuebla el azul del cielo. Se deshacían como un cuadro
recién pintado bajo la lluvia.
La fuente, el lago, las esperanzas de aquel día en Villa Pamphili: los niños se revol-
caban en la hierba mientras las madres merendaban lonchas de mortadela.
Había gente corriendo y una extraña pareja tirando fotos a su tristeza. El cielo
fue tomando la apariencia de un rescoldo.
O esas otras tardes lentas y demoradas en las que puedes sentir los anillos del
silencio creciendo alrededor de ti. Tardes de mar o monte, en las que la calina
parece quieta mientras el sol se hunde minuciosamente tras la curva del
horizonte. Entonces se recuerda y se olvida, mientras la noche llega.
Éramos jóvenes, ambicionábamos lo perpetuo, pero las tardes son ensoñación y
cálculo, pausa, promesa y pormenor.
(Momentos transversales)
Fulgor oscuro
Me recuerdo escribiendo
(siempre, desde muy joven).
Ahora que ya no escribo —o lo hago apenas—,
vuelvo la vista atrás
con más tristeza que nostalgia y veo
que envejecí de golpe todos aquellos años
perdidos entre versos, recuerdos y añoranzas.
Mas ¿de qué arrepentirme?
No tuve como guía un plano del tesoro,
ni lo encontré jamás, ni lo buscaba,
pero el fulgor oscuro
de las palabras siempre estaba allí.
Brillaban en la noche.
Me llamaban.
(Inédito)