El adversario
![[Img #44693]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2019/9047_foto-policial-romand-kmlf-620x349abc.jpg)
Las buenas novelas son aquellas en las que sus personajes trascienden a su autor: Alonso Quijano y Cervantes, Jay Gatsby y Scott Fitzgerald, Emma Bovary y Gustave Flaubert. Hay muchos. Es pueril resaltar semejante hecho. Son grandes novelas porque distinguimos y conocemos a sus personajes. En ocasiones, más que al propio escritor.
Ahora bien, no es habitual que el personaje trascienda tanto al autor que salga del libro y de la cárcel y se recluya en un monasterio benedictino situado en el centro de Francia. Que es lo que acaba de suceder. Cabría señalar, para los más agudos y punzantes, que no es una novela al uso, sino una no ficción novelada. Jean-Claude Romand, el protagonista; Emmanuel Carrere, el escritor; El adversario, el libro.
Fundamentalmente, es la historia de un asesino que mató a su familia después de haber engañado a todo el mundo durante dieciocho años. En su segundo año en la Universidad de Lyon, en la Facultad de Medicina, no se presentó a un examen y desde ahí no volvió a hacer ninguno más. Hizo creer a todos que había terminado la carrera y que trabajaba en la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra.
Vivía en un pueblo cercano y todos los días iba al aparcamiento de allí y se ponía a leer o a hacer otras cosas hasta que regresaba a casa. También fingía acudir a Congresos y hacer viajes de dos o tres días a otros países mientras permanecía en un hotel cercano al aeropuerto. Regresaba con regalos para sus hijos, un niño y una niña, y era amable y educado. Como todos pensaban que trabajaba en Suiza no le fue difícil estafar a sus padres, tíos y amante. Estos le confiaron dinero para pagar menos impuestos que los correspondientes en Francia.
Cuando creyó que lo iban a descubrir asesinó a su mujer e hijos, fue a casa de sus padres, comió con ellos y los mató al terminar. Tampoco se libró el perro. Sí lo hizo su amante. Regresó a su domicilio donde ya dormían para siempre su esposa y los pequeños, de cinco y siete años, y prendió fuego a la casa e intentó suicidarse. Se salvó y gracias a eso descubrieron la verdad: que todo era mentira.
Durante el juicio celebrado en 1996 dijo que “cuando uno está metido en ese engranaje de no querer defraudar, la primera mentira lleva a otra y es toda una vida”. Escudriñar la mente de un criminal, desde la perspectiva de un escritor, sin condenar o absolver previamente, es complicado y conlleva las consiguientes críticas, ya sea por caer en la incomprensión o en la apología a los asesinos. No importa que seas Carrere o Capote. Este último hasta llegó a decir que de haber sabido lo que le esperaba no habría escrito A sangre fría.
Y es que detrás de una mentira siempre suponemos que hay algo más, pero a veces, lo peor, es que no hay nada. En eso la mentira se parece a la muerte: en el asombro que se produce antes de comprender la llegada de la nada y resignarse a creerla.
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Las buenas novelas son aquellas en las que sus personajes trascienden a su autor: Alonso Quijano y Cervantes, Jay Gatsby y Scott Fitzgerald, Emma Bovary y Gustave Flaubert. Hay muchos. Es pueril resaltar semejante hecho. Son grandes novelas porque distinguimos y conocemos a sus personajes. En ocasiones, más que al propio escritor.
Ahora bien, no es habitual que el personaje trascienda tanto al autor que salga del libro y de la cárcel y se recluya en un monasterio benedictino situado en el centro de Francia. Que es lo que acaba de suceder. Cabría señalar, para los más agudos y punzantes, que no es una novela al uso, sino una no ficción novelada. Jean-Claude Romand, el protagonista; Emmanuel Carrere, el escritor; El adversario, el libro.
Fundamentalmente, es la historia de un asesino que mató a su familia después de haber engañado a todo el mundo durante dieciocho años. En su segundo año en la Universidad de Lyon, en la Facultad de Medicina, no se presentó a un examen y desde ahí no volvió a hacer ninguno más. Hizo creer a todos que había terminado la carrera y que trabajaba en la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra.
Vivía en un pueblo cercano y todos los días iba al aparcamiento de allí y se ponía a leer o a hacer otras cosas hasta que regresaba a casa. También fingía acudir a Congresos y hacer viajes de dos o tres días a otros países mientras permanecía en un hotel cercano al aeropuerto. Regresaba con regalos para sus hijos, un niño y una niña, y era amable y educado. Como todos pensaban que trabajaba en Suiza no le fue difícil estafar a sus padres, tíos y amante. Estos le confiaron dinero para pagar menos impuestos que los correspondientes en Francia.
Cuando creyó que lo iban a descubrir asesinó a su mujer e hijos, fue a casa de sus padres, comió con ellos y los mató al terminar. Tampoco se libró el perro. Sí lo hizo su amante. Regresó a su domicilio donde ya dormían para siempre su esposa y los pequeños, de cinco y siete años, y prendió fuego a la casa e intentó suicidarse. Se salvó y gracias a eso descubrieron la verdad: que todo era mentira.
Durante el juicio celebrado en 1996 dijo que “cuando uno está metido en ese engranaje de no querer defraudar, la primera mentira lleva a otra y es toda una vida”. Escudriñar la mente de un criminal, desde la perspectiva de un escritor, sin condenar o absolver previamente, es complicado y conlleva las consiguientes críticas, ya sea por caer en la incomprensión o en la apología a los asesinos. No importa que seas Carrere o Capote. Este último hasta llegó a decir que de haber sabido lo que le esperaba no habría escrito A sangre fría.
Y es que detrás de una mentira siempre suponemos que hay algo más, pero a veces, lo peor, es que no hay nada. En eso la mentira se parece a la muerte: en el asombro que se produce antes de comprender la llegada de la nada y resignarse a creerla.






