Memoria y política
Hace casi cinco años, cómo pasa el tiempo, acompañé a un autor de mi pueblo en la presentación de su libro. El acto tuvo lugar en un local municipal y las llaves del mismo las tenía una persona ligada al tejido asociativo con la que tuve que contactar los días previos al acto. Esta persona me advirtió que en la presentación no hablara de política refiriéndose con ello a la Memoria Histórica, a la que por razones familiares me siento ligada. Me quedé perpleja pues el libro no iba de política ni de Memoria Histórica. Por supuesto no hablé de ninguna de las dos cosas.
Recientemente otra persona también de mi pueblo me dijo que un conocido suyo me había visto en el acto que todos los años organiza la ARMH con motivo del Día del Desaparecido en Ponferrada. Seguimos conversando de ello y súbitamente me espetó que a él en realidad nunca le interesó la política y que, además, no tenía a ningún familiar represaliado. Le dije que la Memoria no era política, sino identidad, saber de dónde venimos, conocer nuestro pasado. Curiosamente esa persona, aunque ella lo ignore, sí tiene un familiar represaliado, cuyo nombre y apellidos figuran en el panteón de los represaliados de la localidad.
Ambos episodios me han llevado a replantearme la pregunta de si la memoria es política. La respuesta no es sencilla ya desde el concepto mismo del término política. Aristóteles (año 300 a.C) define al hombre como zoom politikón, como animal político, por el mero hecho de formar parte de la polis. Todo lo que hacemos los hombres en tanto seres racionales, lleva detrás un sistema de creencias, responde a una determinada ideología.
Desayunando hace unos días con mi amiga Liliana cuyo sentido del humor y clarividencia van parejos, ambas conveníamos en que vivimos tiempos convulsos, tiempos de retroceso, tiempos vueltos del revés, tiempos dislocados, tiempos en los que hablar de igualdad es política, en los que hablar de los derechos de la mujer –sobre todo si la que habla es una mujer- es política, en los que hablar del colectivo LGBT es política, en los que hablar de inmigración es política, en los que hablar de exhumar a los más de 114.000 desaparecidos que aún yacen en las cunetas de nuestro país y trasladar los restos del dictador del Valle de los Caídos, por citar algunas de las muchas metas pendientes en cuestión de memoria, no solo es lo más candente de la política sino que se convierte, de un tiempo a esta parte, en un acto casi revolucionario.
Esta mañana, 18 de julio de 2019, aniversario de tantas cosas, sentada frente al ordenador sigo dándole al magín para concluir que aunque la política forma parte de nuestro modo de obrar cotidiano, tal vez el ideal para una auténtica reconciliación en materia de Memoria Histórica es que ambos términos estuvieran desligados.
Si esto fuera así habríamos dejado de utilizar a los muertos de uno y otro lado como arma arrojadiza.
Si esto fuera así habríamos pasado del estigma en el que nos sentimos inmersos en ocasiones las familias a la normalidad.
Si esto fuera así nombraríamos a los muertos con sus nombres y apellidos, contaríamos sus vidas, rescataríamos sus biografías.
Si esto fuera así hablaríamos solo y exclusivamente de víctimas, de su dolor, de sus necesidades.
En desentrañar la frase del filósofo del CSID M. R. Mate “Una vez que se entiende a una víctima se entiende a todas las victima” tal vez esté la clave.
Hace casi cinco años, cómo pasa el tiempo, acompañé a un autor de mi pueblo en la presentación de su libro. El acto tuvo lugar en un local municipal y las llaves del mismo las tenía una persona ligada al tejido asociativo con la que tuve que contactar los días previos al acto. Esta persona me advirtió que en la presentación no hablara de política refiriéndose con ello a la Memoria Histórica, a la que por razones familiares me siento ligada. Me quedé perpleja pues el libro no iba de política ni de Memoria Histórica. Por supuesto no hablé de ninguna de las dos cosas.
Recientemente otra persona también de mi pueblo me dijo que un conocido suyo me había visto en el acto que todos los años organiza la ARMH con motivo del Día del Desaparecido en Ponferrada. Seguimos conversando de ello y súbitamente me espetó que a él en realidad nunca le interesó la política y que, además, no tenía a ningún familiar represaliado. Le dije que la Memoria no era política, sino identidad, saber de dónde venimos, conocer nuestro pasado. Curiosamente esa persona, aunque ella lo ignore, sí tiene un familiar represaliado, cuyo nombre y apellidos figuran en el panteón de los represaliados de la localidad.
Ambos episodios me han llevado a replantearme la pregunta de si la memoria es política. La respuesta no es sencilla ya desde el concepto mismo del término política. Aristóteles (año 300 a.C) define al hombre como zoom politikón, como animal político, por el mero hecho de formar parte de la polis. Todo lo que hacemos los hombres en tanto seres racionales, lleva detrás un sistema de creencias, responde a una determinada ideología.
Desayunando hace unos días con mi amiga Liliana cuyo sentido del humor y clarividencia van parejos, ambas conveníamos en que vivimos tiempos convulsos, tiempos de retroceso, tiempos vueltos del revés, tiempos dislocados, tiempos en los que hablar de igualdad es política, en los que hablar de los derechos de la mujer –sobre todo si la que habla es una mujer- es política, en los que hablar del colectivo LGBT es política, en los que hablar de inmigración es política, en los que hablar de exhumar a los más de 114.000 desaparecidos que aún yacen en las cunetas de nuestro país y trasladar los restos del dictador del Valle de los Caídos, por citar algunas de las muchas metas pendientes en cuestión de memoria, no solo es lo más candente de la política sino que se convierte, de un tiempo a esta parte, en un acto casi revolucionario.
Esta mañana, 18 de julio de 2019, aniversario de tantas cosas, sentada frente al ordenador sigo dándole al magín para concluir que aunque la política forma parte de nuestro modo de obrar cotidiano, tal vez el ideal para una auténtica reconciliación en materia de Memoria Histórica es que ambos términos estuvieran desligados.
Si esto fuera así habríamos dejado de utilizar a los muertos de uno y otro lado como arma arrojadiza.
Si esto fuera así habríamos pasado del estigma en el que nos sentimos inmersos en ocasiones las familias a la normalidad.
Si esto fuera así nombraríamos a los muertos con sus nombres y apellidos, contaríamos sus vidas, rescataríamos sus biografías.
Si esto fuera así hablaríamos solo y exclusivamente de víctimas, de su dolor, de sus necesidades.
En desentrañar la frase del filósofo del CSID M. R. Mate “Una vez que se entiende a una víctima se entiende a todas las victima” tal vez esté la clave.