Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 27 de Julio de 2019

Pequeña pesadilla de una noche de verano

 

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Soy enemigo de hacer de las plataformas comunicativas de mi profesión caja de resonancia de mis cuitas y contenciosos con los demás. Entiendo que esta columna abuhardillada está a mi disposición para la simple exposición de hechos lo más asépticos  posibles, ribeteados de la opinión anexa. Como recibo de mis editores plena libertad para escribir, mi propio mandamiento se hace aún más exigente.

 

Pero esta vez no lo puedo evitar. Lo que aquí me trae es un suceso vivido en mis  carnes; bien es cierto que como parte fraccionada de un buen puñado de afectados, pero, lo reconozco, no puedo evitar que en lo aquí narrado se deslice algo de personalismo y de cabreo de mi exclusiva propiedad.

 

El pasado lunes elegí un mal día para salir de Astorga hacia otras poblaciones. Lo hice con el ánimo despreocupado del que hace una excursión y se pega el pequeño homenaje de un condumio nocturno en uno de esos lugares con encanto rústico que tanto nos seducen a los que a diario batallamos con la tosquedad de una populosa ciudad.

 

El retorno fue el propio de una tranquila noche veraniega con buena carretera y escaso tráfico. Todo iba a pedir de boca. Las tribulaciones aparecieron nada más pisar destino.   Me dispongo a entrar en la ciudad por los sitios habituales, la zona de la catedral y el palacio de Gaudí. Primer planchazo: unas vallas me impiden acceder a las calles que me han de llevar a mi vivienda, en la zona céntrica. No hay aviso escrito ni agente que expliquen el motivo del cierre de la vía. Recompongo mi ruta y me dirijo al siguiente acceso, y más de lo mismo: nuevo impedimento y ni explicación ni explicador. De la contrariedad, el ánimo pasa al mosqueo.

 

Se me enciende la luz, y como conozco bien los recovecos de este lugar por mis andanzas ciclistas,  pongo rumbo por callejuelas a otra posible salida por el barrio de San Andrés hacia el Postigo, habitualmente de escasa concurrencia. Nueva, y desesperantemente ya, el obstáculo de rigor, pero esta vez sí, dos personas con el peto de Protección Ciudadana, apoyados de forma indolente sobre la valla, me informan que hay una carrera ciclista. ¡¡Eran más de las doce de la medianoche!! Y ya llevaba mi buena media hora tratando de salir de la ratonera. No puedo dar crédito a lo que estoy oyendo. Lo del ciclismo a todos nos resulta familiar en el sopor posterior a la comida estival, con el tonillo de los locutores del Tour de Francia  meciendo la siesta de orinal y pijama, pero… ¡¡¿a la luz de las estrellas?!! Me pellizco  para cerciorarme de que no estoy soñando. Con voz entre impotente y resignada les pido información para poder llegar a mi casa. Me contestan al más puro estilo de los funcionarios que no funcionan, prefecto remedo del “puestos aquí por el ayuntamiento”, que “pregunte usted a la policía”. Contesto: ¿..y dónde está la policía?. “Ah, no sabemos; estarán por ahí”. Protección ciudadana, ¡¡menudo sarcasmo en semejantes colaboradores!!

 

Salgo de allí como puedo, marcha atrás, por una calle estrecha y algo virada, lo que obliga a mucha precaución en un estado de nervios casi desatados. Tomo salidas en sentido prohibido y llego al cruce de la antigua nacional con El Postigo. ¡¡Albricias, policía!! Me atiende con toda amabilidad y comprensión un agente; hasta tiene el detalle de pedirme disculpas. El mismo requerimiento, por mi parte, de cómo llegar a casa. Me replica: “Imposible, Astorga tiene cerradas todas sus entradas y salidas. Debe esperar aquí. No creo que sean más de quince minutos”. Eran poco más de la doce y media de la madrugada. Atinó, en ese tiempo me abrió la valla y pude continuar  camino. Eso sí, observando cómo montones de coches tomaban rumbo hacia esa carretera en forma de riada rodante. Otros prisioneros de la sinrazón de la calle como permanente espectáculo de pan y circo, a la que tan proclives son en los últimos tiempos los munícipes de ciudades grandes y pequeñas.

 

Toda historia debe tener su moraleja. Primer y enorme disparate: una ciudad nunca puede cerrar todas sus entradas y salidas por importante que sea el evento (en este caso tiene todas las trazas de un capricho de cortas entendederas y nula evaluación de consecuencias). Su corazón late continuamente en forma de servicios (una ambulancia, por ejemplo) que no se pueden supeditar a hacer del entorno urbano una postal. Parece ser, según testimonios ajenos, que lo estuvo desde las ocho de la tarde, ¡¡más de cuatro horas!! Segundo, y no menos disparatado: todo ciudadano (¿habrá que recordar el sustantivo adjunto de contribuyente?) tiene derecho inalienable a llegar a su morada, o salir de ella, sin este tipo de retenciones propias de una autoridad engolada. Tercero: una urbe se anda y se pasea mejor sin obstáculos para nadie y con el reparto equitativo de disfrutes y privaciones. Solo desde este prisma podemos abarcarla como colectivo ciudadano.

 

                                                                                                       

                    

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