Entre la coexistencia y la convivencia
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En una Hoja volandera anterior recurrí a la imagen de la ‘fiesta nacional’ para referirme al comportamiento de los líderes políticos nacionales españoles, que en cierta medida se asemejan a los principales actuantes de la fiesta de toros, esto es, los toreros y rejoneadores, si bien estos terminan siempre su cometido -mal o bien- y nuestros políticos pueden dejar pendiente la faena de investidura, como hemos visto en las Cortes el pasado jueves santiaguero.
Es conocido que las relaciones humanas personales y la dinámica de grupos sociales, caso de los grupos políticos y empresariales, transcurren por cuatro estados de ánimo, que van desde el conflicto hasta la unión, pasando por la coexistencia y la convivencia, con bordes y fracturas entre unos y otros estados. El conflicto es un choque abierto o disputa, un disenso radical que puede desembocar en ruptura, pendiente siempre de la intermediación y de un acuerdo de paz. La coexistencia puede alargarse en el tiempo, pero suele ser transitoria y abocar a situaciones de guerra fría como de relaciones de entente cordial ‘a distancia’ y recelosa. La convivencia, se refleja en la amistad, la camaradería y la familiaridad en relaciones estrechas que pueden perdurar en el tiempo. La unión la entendemos todos bien y se traduce en un estado de estrecha e íntima relación entre sujetos y grupos.
Estos estados se pueden seguir, con cierta cautela, en las pautas de comportamiento que venimos observando en los últimos años de las relaciones entre partidos políticos españoles y en particular entre sus líderes, que pasan de la sintonía y la convivencia a la ruptura de relaciones y el conflicto, por poco que se rasque. Lo cual puede ser habitual, en el primer supuesto de consenso, entre fuerzas políticas próximas ideológicamente y, en el segundo supuesto de disenso, entre fuerzas extremas del espectro político, pero no así en el caso de partidos que conviven en la proximidad, como se comprueba en las grandes dificultades actuales para armar un nuevo gobierno, pues la desconfianza de todas las fuerzas políticas respecto del candidato a presidir el Gobierno domina el Congreso, hasta el punto que el Jefe del Estado ha de proponer nuevo(s) candidato(s) en próximas semanas y es de esperar que su papel no desemboque en la nada provisional, como en este primer envite, pues de no variar la situación actual, la segunda votación de investidura solo sería alterada con un ‘nuevo candidato socialista’, apoyado por Podemos o Ciudadanos. De no ser así, cabe rematar el proceso en unas nuevas elecciones generales, pero si apenas cambia la proporción de las cuatro fuerzas mayoritarias actuales el panorama otoñal puede ser aún menos predecible.
Mientras tanto, la investidura de septiembre está a la vuelta de la esquina, los presupuestos en congelación, la cuestión judicial y política catalana al rojo vivo, la Unión Europea en crisis por las consecuencias del Brexit… El papel de los liderazgos políticos ha de ser, por tanto, reducir las relaciones tensas y conflictivas en el Congreso y pasar al menos a un estado de coexistencia próximo al de convivencia. No se puede pedir más, visto lo visto de estos días y los tres meses perdidos para gobernar y aplicar las políticas.
En una Hoja volandera anterior recurrí a la imagen de la ‘fiesta nacional’ para referirme al comportamiento de los líderes políticos nacionales españoles, que en cierta medida se asemejan a los principales actuantes de la fiesta de toros, esto es, los toreros y rejoneadores, si bien estos terminan siempre su cometido -mal o bien- y nuestros políticos pueden dejar pendiente la faena de investidura, como hemos visto en las Cortes el pasado jueves santiaguero.
Es conocido que las relaciones humanas personales y la dinámica de grupos sociales, caso de los grupos políticos y empresariales, transcurren por cuatro estados de ánimo, que van desde el conflicto hasta la unión, pasando por la coexistencia y la convivencia, con bordes y fracturas entre unos y otros estados. El conflicto es un choque abierto o disputa, un disenso radical que puede desembocar en ruptura, pendiente siempre de la intermediación y de un acuerdo de paz. La coexistencia puede alargarse en el tiempo, pero suele ser transitoria y abocar a situaciones de guerra fría como de relaciones de entente cordial ‘a distancia’ y recelosa. La convivencia, se refleja en la amistad, la camaradería y la familiaridad en relaciones estrechas que pueden perdurar en el tiempo. La unión la entendemos todos bien y se traduce en un estado de estrecha e íntima relación entre sujetos y grupos.
Estos estados se pueden seguir, con cierta cautela, en las pautas de comportamiento que venimos observando en los últimos años de las relaciones entre partidos políticos españoles y en particular entre sus líderes, que pasan de la sintonía y la convivencia a la ruptura de relaciones y el conflicto, por poco que se rasque. Lo cual puede ser habitual, en el primer supuesto de consenso, entre fuerzas políticas próximas ideológicamente y, en el segundo supuesto de disenso, entre fuerzas extremas del espectro político, pero no así en el caso de partidos que conviven en la proximidad, como se comprueba en las grandes dificultades actuales para armar un nuevo gobierno, pues la desconfianza de todas las fuerzas políticas respecto del candidato a presidir el Gobierno domina el Congreso, hasta el punto que el Jefe del Estado ha de proponer nuevo(s) candidato(s) en próximas semanas y es de esperar que su papel no desemboque en la nada provisional, como en este primer envite, pues de no variar la situación actual, la segunda votación de investidura solo sería alterada con un ‘nuevo candidato socialista’, apoyado por Podemos o Ciudadanos. De no ser así, cabe rematar el proceso en unas nuevas elecciones generales, pero si apenas cambia la proporción de las cuatro fuerzas mayoritarias actuales el panorama otoñal puede ser aún menos predecible.
Mientras tanto, la investidura de septiembre está a la vuelta de la esquina, los presupuestos en congelación, la cuestión judicial y política catalana al rojo vivo, la Unión Europea en crisis por las consecuencias del Brexit… El papel de los liderazgos políticos ha de ser, por tanto, reducir las relaciones tensas y conflictivas en el Congreso y pasar al menos a un estado de coexistencia próximo al de convivencia. No se puede pedir más, visto lo visto de estos días y los tres meses perdidos para gobernar y aplicar las políticas.