Vidas mordidas
![[Img #45165]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2019/5798_vacaciones-bilbao-2019-678.jpg)
Son como el goteo de un grifo siniestro. Generan unos instantes de noticia y escándalo, pero años de dolor para las víctimas.
Entonces se desgarran vestiduras, se elevan voces que defienden y culpan. ¿Son los perros? ¿Son sus dueños? ¿Son (usando un argumento tan del gusto de los que niegan la violencia contra las mujeres) los paseantes o sus mascotas los que van provocando, se meten por donde no deben a horas inadecuadas, los que no saben cómo encarar a un animal con malas pulgas?
Sabemos que el problema existe pero, como tantos problemas en España, nadie parece responsable, nadie está dispuesto a ofrecer soluciones. Legisladores, policía, jueces, criadores y propietarios de perros, ciudadanos de a pie y mordisco… ¿quién debe mover ficha?
La normativa impone para los PPP (perros potencialmente peligrosos) tener la licencia, el chip del animal, un seguro que cubre daños por 120.000 euros y la obligación de llevarlo siempre atado con correa corta y no extensible y con bozal. Sin embargo, las protectoras aseguran que muchos de esos animales (hay 834.537 registrados en España) se hallan sin identificar, sin licencia y en manos de personas sin preparación.
Razas como la bull terrier, tosa inu, american starffordshire terrier o pitbull terrier, entre otras, han sido tradicionalmente usadas (y hasta creadas tal y como hoy las conocemos) para guardar, pelear, para agredir o defender; y también han sido dotadas por la naturaleza y el laboratorio de una envergadura considerable y una posible agresividad digna de precauciones que no siempre se toman. Hay incluso razas a las que la manipulación genética ha producido ciertas taras psicológicas que, como dragones dormidos, solo esperan el momento de mostrarse. No tiene por qué ocurrir, como argumentan quienes defienden que todos los animales en cualquier circunstancia son bondadosos e inofensivos. No tiene por qué pero ocurre, los hechos lo demuestran y es, por lo tanto, una posibilidad que debe ser tenida en cuenta.
Igual que perros, también existen personas agresivas cuyo narcisismo se crece al exhibir un animal que intimida. A través de él llaman la atención de los demás, disfrutan con su miedo, adquieren la superioridad que probablemente falta en sus vidas insípidas. Algo parecido a lo que ocurre con los maltratadores, con los acosadores del colegio. Solo que en este caso sus complejos asoman al extremo de unos colmillos afilados, en los treinta o cuarenta kilos de músculo que controlan y azuzan. Ves el coche que conducen, la música con que taladran, el perro que pasean y ya te haces idea. Mejor mantenerse a distancia. Si se puede.
Existen otros propietarios, más bien indolentes, tan incapaces de educar un perro como a un crío. No saben que en sus hogares, jugando con sus hijos, hay un arma cargada que reviste peligro si no se la sabe manejar. Estos suelen sufrir directamente la desgracia que su ignorancia y desinformación ha provocado mientras repetían el manido“bah, si nunca pasa nada”…
Existe una policía en sus distintos cuerpos y rangos que debe vigilar y sancionar. Existen leyes, políticos que hacen leyes, jueces que las interpretan y aplican. Y existen ciudadanos obligados a cumplirlas. Pero cuando se juntan propietarios matones o irresponsables, policía tibia con lo que considera minucias, legisladores medrosos y jueces con las manos atadas, nos encontramos con situaciones como las que nos hieren la sensibilidad desde los noticiarios, cuando de aquellos polvos (perros sueltos y sin bozal, mal socializados, insuficientemente retenidos y acostumbrados a escaparse) vienen estos lodos (ancianos despedazados, niños desfigurados, mascotas agredidas y sus dueños lesionados por defenderlas). A cambio, el violento, el inconsciente, el que guarda jaurías enteras en su finca, “que esto es el campo, oiga, aquí no son necesarios ni control ni licencia ni seguridad”… ese sale con multas irrisorias; y aunque no lo fueran, ¿cuánto valen un niño sin labios, unos miembros paralizados para siempre, un familiar muerto de modo horrible, cuánto el miedo infinito?
Y es tan fácil como legislar. Como vigilar con eficacia que las leyes se cumplan. Mirar lo que ya se hace en países de todo el mundo donde las cosas funcionan y las leyes se aplican para evitar desgracias humanas, y también el sacrificio de los perros mientras su amo puede volver a hacerse con uno similar y maleducarlo de igual manera.
Sea como sea aquí nadie se pone de acuerdo. Somos especialistas en lanzamiento de pelota a tejado ajeno. En inmovilismo garantista salvo para las decenas de personas que cada año son agredidas y lesionadas por perros de razas que debería estar prohibido criar y tener en casa, que habría que ir dejando extinguir.
Somos especialistas en incumplir las leyes.
En echarle la culpa al chachachá.
Son como el goteo de un grifo siniestro. Generan unos instantes de noticia y escándalo, pero años de dolor para las víctimas.
Entonces se desgarran vestiduras, se elevan voces que defienden y culpan. ¿Son los perros? ¿Son sus dueños? ¿Son (usando un argumento tan del gusto de los que niegan la violencia contra las mujeres) los paseantes o sus mascotas los que van provocando, se meten por donde no deben a horas inadecuadas, los que no saben cómo encarar a un animal con malas pulgas?
Sabemos que el problema existe pero, como tantos problemas en España, nadie parece responsable, nadie está dispuesto a ofrecer soluciones. Legisladores, policía, jueces, criadores y propietarios de perros, ciudadanos de a pie y mordisco… ¿quién debe mover ficha?
La normativa impone para los PPP (perros potencialmente peligrosos) tener la licencia, el chip del animal, un seguro que cubre daños por 120.000 euros y la obligación de llevarlo siempre atado con correa corta y no extensible y con bozal. Sin embargo, las protectoras aseguran que muchos de esos animales (hay 834.537 registrados en España) se hallan sin identificar, sin licencia y en manos de personas sin preparación.
Razas como la bull terrier, tosa inu, american starffordshire terrier o pitbull terrier, entre otras, han sido tradicionalmente usadas (y hasta creadas tal y como hoy las conocemos) para guardar, pelear, para agredir o defender; y también han sido dotadas por la naturaleza y el laboratorio de una envergadura considerable y una posible agresividad digna de precauciones que no siempre se toman. Hay incluso razas a las que la manipulación genética ha producido ciertas taras psicológicas que, como dragones dormidos, solo esperan el momento de mostrarse. No tiene por qué ocurrir, como argumentan quienes defienden que todos los animales en cualquier circunstancia son bondadosos e inofensivos. No tiene por qué pero ocurre, los hechos lo demuestran y es, por lo tanto, una posibilidad que debe ser tenida en cuenta.
Igual que perros, también existen personas agresivas cuyo narcisismo se crece al exhibir un animal que intimida. A través de él llaman la atención de los demás, disfrutan con su miedo, adquieren la superioridad que probablemente falta en sus vidas insípidas. Algo parecido a lo que ocurre con los maltratadores, con los acosadores del colegio. Solo que en este caso sus complejos asoman al extremo de unos colmillos afilados, en los treinta o cuarenta kilos de músculo que controlan y azuzan. Ves el coche que conducen, la música con que taladran, el perro que pasean y ya te haces idea. Mejor mantenerse a distancia. Si se puede.
Existen otros propietarios, más bien indolentes, tan incapaces de educar un perro como a un crío. No saben que en sus hogares, jugando con sus hijos, hay un arma cargada que reviste peligro si no se la sabe manejar. Estos suelen sufrir directamente la desgracia que su ignorancia y desinformación ha provocado mientras repetían el manido“bah, si nunca pasa nada”…
Existe una policía en sus distintos cuerpos y rangos que debe vigilar y sancionar. Existen leyes, políticos que hacen leyes, jueces que las interpretan y aplican. Y existen ciudadanos obligados a cumplirlas. Pero cuando se juntan propietarios matones o irresponsables, policía tibia con lo que considera minucias, legisladores medrosos y jueces con las manos atadas, nos encontramos con situaciones como las que nos hieren la sensibilidad desde los noticiarios, cuando de aquellos polvos (perros sueltos y sin bozal, mal socializados, insuficientemente retenidos y acostumbrados a escaparse) vienen estos lodos (ancianos despedazados, niños desfigurados, mascotas agredidas y sus dueños lesionados por defenderlas). A cambio, el violento, el inconsciente, el que guarda jaurías enteras en su finca, “que esto es el campo, oiga, aquí no son necesarios ni control ni licencia ni seguridad”… ese sale con multas irrisorias; y aunque no lo fueran, ¿cuánto valen un niño sin labios, unos miembros paralizados para siempre, un familiar muerto de modo horrible, cuánto el miedo infinito?
Y es tan fácil como legislar. Como vigilar con eficacia que las leyes se cumplan. Mirar lo que ya se hace en países de todo el mundo donde las cosas funcionan y las leyes se aplican para evitar desgracias humanas, y también el sacrificio de los perros mientras su amo puede volver a hacerse con uno similar y maleducarlo de igual manera.
Sea como sea aquí nadie se pone de acuerdo. Somos especialistas en lanzamiento de pelota a tejado ajeno. En inmovilismo garantista salvo para las decenas de personas que cada año son agredidas y lesionadas por perros de razas que debería estar prohibido criar y tener en casa, que habría que ir dejando extinguir.
Somos especialistas en incumplir las leyes.
En echarle la culpa al chachachá.