Teresa, otra anciana olvidada
![[Img #45168]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2019/4239_vigo-2016-636.jpg)
Teresa es una mujer más bien baja, camina lento y apenas se le escucha el débil hilo de voz que sale a través de sus labios. Sus canas están teñidas de un tono cobrizo y sus ojos vivarachos en otro tiempo, ahora se han tornado de color humo. En cambio, cuando me cuenta que abrió sus piernas cinco veces y parió a dos hijos varones y tres hembras, sola en su casa, con la única ayuda de la mujer del caminero que hacía las veces de matrona, sus pupilas octogenarias se dilatan dejando ver en su interior una chispa de alegría y vida.
Le gusta hablar de Narciso, su compañero durante 69 años, el padre de sus cinco hijos y en el que se apoyó con fuerza cuando la enfermedad le golpeaba con fuerza. Él la cuidaba y mimaba, sus hijos apenas llamaron media docena de veces para interesarse por su estado. Ahora lo echa mucho de menos. El mes pasado hizo un año que una enfermedad, la primera que le hizo pisar el hospital, se lo llevara de golpe. El mismo día del funeral sus hijos decidieron cómo sería el resto de su vida ingresándola en una residencia, olvidándose de todo lo que le debían como madre y de algo muy importante para ella, de su gatita Luna, que en las noches con dolor siempre había estado en su regazo ronroneando.
A Teresa le cuesta aceptar la rutina diaria de la residencia y mientras camina entre los recuerdos y el presente se lamenta de que nadie venga a visitarla a pesar de tener diez nietos y tres biznietos. Se siente incomprendida y rechazada por sus hijos, por su familia.
Por las mañanas, solo levantarse, Teresa le reza a su virgen y pide por sus hijos y nietos, luego se arregla el pelo con desgana, busca el bastón y pasea su cuerpo encorvado, por los pasillos que dan al comedor. Solitaria, con la cabeza agachada y la mirada perdida, repasa los recuerdos de una vida pasada, cuando ella era el centro de un hogar, de una familia. Recuerda con cariño, cuando Narciso la cortejó siendo una niña, mientras el tamboril y la chifla amenizaban la fiesta del pueblo. O cuando Luna se subía a su regazo y sesteaban juntas.
Su vida, y ella lo sabe, se va apagando con la lenta velocidad de la modorra que le provoca un programa de televisión, el recuerdo de un paseo lejano o la espera del almuerzo o la cena. Y cada noche, en su soledad, llora en silencio y recuerda a sus niños, que ahora adultos, tienen tanto trabajo no pueden venir a visitarla. Que como tienen tan poco espacio en sus casas, no pueden llevarla con ellos y dejar que acabe sus días disfrutando de sus biznietos transmitiéndoles sus vivencias, su sabiduría, las historias que tiene para contar… Y recuerda a su gatita, y se entristece pensando que las dos van a la deriva, náufragos de una sociedad, de una familia que los silencia.
Hace unos días, mientras tomaba café, me llegó la noticia de su fallecimiento. Al funeral de Teresa parece ser que, haciendo un hueco en sus vidas, asistieron sus hijos y nietos. Me imagino que muy compungidos por tanto dolor. De su gatita Luna nada se ha vuelto a saber.
Hoy cuando el sol estaba en su punto más alto, haciendo huir cualquier sombra que intentara aparecer me vi, sentado en uno de los bancos cercanos al templete del jardín, intentando abrir mi corazón y leer mis pensamientos, buscando múltiples formas de recordar a Teresa. No encontré otra mejor que verla ir al encuentro de Narciso mientras en las eras del pueblo podía oírse la chifla y el tamboril.
Teresa es una mujer más bien baja, camina lento y apenas se le escucha el débil hilo de voz que sale a través de sus labios. Sus canas están teñidas de un tono cobrizo y sus ojos vivarachos en otro tiempo, ahora se han tornado de color humo. En cambio, cuando me cuenta que abrió sus piernas cinco veces y parió a dos hijos varones y tres hembras, sola en su casa, con la única ayuda de la mujer del caminero que hacía las veces de matrona, sus pupilas octogenarias se dilatan dejando ver en su interior una chispa de alegría y vida.
Le gusta hablar de Narciso, su compañero durante 69 años, el padre de sus cinco hijos y en el que se apoyó con fuerza cuando la enfermedad le golpeaba con fuerza. Él la cuidaba y mimaba, sus hijos apenas llamaron media docena de veces para interesarse por su estado. Ahora lo echa mucho de menos. El mes pasado hizo un año que una enfermedad, la primera que le hizo pisar el hospital, se lo llevara de golpe. El mismo día del funeral sus hijos decidieron cómo sería el resto de su vida ingresándola en una residencia, olvidándose de todo lo que le debían como madre y de algo muy importante para ella, de su gatita Luna, que en las noches con dolor siempre había estado en su regazo ronroneando.
A Teresa le cuesta aceptar la rutina diaria de la residencia y mientras camina entre los recuerdos y el presente se lamenta de que nadie venga a visitarla a pesar de tener diez nietos y tres biznietos. Se siente incomprendida y rechazada por sus hijos, por su familia.
Por las mañanas, solo levantarse, Teresa le reza a su virgen y pide por sus hijos y nietos, luego se arregla el pelo con desgana, busca el bastón y pasea su cuerpo encorvado, por los pasillos que dan al comedor. Solitaria, con la cabeza agachada y la mirada perdida, repasa los recuerdos de una vida pasada, cuando ella era el centro de un hogar, de una familia. Recuerda con cariño, cuando Narciso la cortejó siendo una niña, mientras el tamboril y la chifla amenizaban la fiesta del pueblo. O cuando Luna se subía a su regazo y sesteaban juntas.
Su vida, y ella lo sabe, se va apagando con la lenta velocidad de la modorra que le provoca un programa de televisión, el recuerdo de un paseo lejano o la espera del almuerzo o la cena. Y cada noche, en su soledad, llora en silencio y recuerda a sus niños, que ahora adultos, tienen tanto trabajo no pueden venir a visitarla. Que como tienen tan poco espacio en sus casas, no pueden llevarla con ellos y dejar que acabe sus días disfrutando de sus biznietos transmitiéndoles sus vivencias, su sabiduría, las historias que tiene para contar… Y recuerda a su gatita, y se entristece pensando que las dos van a la deriva, náufragos de una sociedad, de una familia que los silencia.
Hace unos días, mientras tomaba café, me llegó la noticia de su fallecimiento. Al funeral de Teresa parece ser que, haciendo un hueco en sus vidas, asistieron sus hijos y nietos. Me imagino que muy compungidos por tanto dolor. De su gatita Luna nada se ha vuelto a saber.
Hoy cuando el sol estaba en su punto más alto, haciendo huir cualquier sombra que intentara aparecer me vi, sentado en uno de los bancos cercanos al templete del jardín, intentando abrir mi corazón y leer mis pensamientos, buscando múltiples formas de recordar a Teresa. No encontré otra mejor que verla ir al encuentro de Narciso mientras en las eras del pueblo podía oírse la chifla y el tamboril.