Tres poemas: Víctor M. Díez / Fotografía: J.R. Vega
![[Img #45204]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2019/7829_670-victor-textos.jpg)
A mi hija escarbando con los dedos
en la tierra del patio encontré a mi hija
escarbando con los dedos en la tierra
como un eco entre el falso jazmín
y el rosal medio muerto.
Tiré de ella
recién nacida como de una extraña palabra
la saqué de la tierra a mi hija hecha saliva
y la puse a secar entre cuatro cuerdas.
Ella sola se prendió al mundo
como un dibujo sonoro
de piedrecitas botones y caldo.
Ser, somos solo un manojo de miedos.
Familia ataviada de mazorcas. Antiguos
de una estirpe ronca, buscando
la canción de vuelta.
Abrimos ojos con puñales en el cartón
de la noche; casi no deja respirar
esta careta azul oscuro.
El rebaño de las cosas íntimas
nos sigue como un clima
solo nuestro. Nada sabemos
de tiempo.
Idos
En los que hablan solos
hay un nido de pan duro.
Ese decir, percutiendo contra la pared vacía.
Los otros, acarreamos al pasar
palabras recién hechas y rozamos
a un ser solo,
al que sobrevuelan cometas invisibles.
Murmurantes como fuentes, los idos
desembocan, abren sus gestos
ante la corriente de los escaparates.
En los que hablan solos
vamos todos, esperando soltar nuestra
frase. Somos su olvido,
la mera periferia de su melopea
con forma de enjambre.
![[Img #45204]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2019/7829_670-victor-textos.jpg)
A mi hija escarbando con los dedos
en la tierra del patio encontré a mi hija
escarbando con los dedos en la tierra
como un eco entre el falso jazmín
y el rosal medio muerto.
Tiré de ella
recién nacida como de una extraña palabra
la saqué de la tierra a mi hija hecha saliva
y la puse a secar entre cuatro cuerdas.
Ella sola se prendió al mundo
como un dibujo sonoro
de piedrecitas botones y caldo.
Ser, somos solo un manojo de miedos.
Familia ataviada de mazorcas. Antiguos
de una estirpe ronca, buscando
la canción de vuelta.
Abrimos ojos con puñales en el cartón
de la noche; casi no deja respirar
esta careta azul oscuro.
El rebaño de las cosas íntimas
nos sigue como un clima
solo nuestro. Nada sabemos
de tiempo.
Idos
En los que hablan solos
hay un nido de pan duro.
Ese decir, percutiendo contra la pared vacía.
Los otros, acarreamos al pasar
palabras recién hechas y rozamos
a un ser solo,
al que sobrevuelan cometas invisibles.
Murmurantes como fuentes, los idos
desembocan, abren sus gestos
ante la corriente de los escaparates.
En los que hablan solos
vamos todos, esperando soltar nuestra
frase. Somos su olvido,
la mera periferia de su melopea
con forma de enjambre.






