Texto: Tirso Priscilo Vallecillos. Foto: Marc GreenBase
Viernes, 09 de Agosto de 2019

Tres poemas: Tirso Priscilo Vallecillos / Foto: Marc GreenBase

 

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Natación sincronizada

 

Sí, me gusta la natación sincronizada.

Soy un hombre, pero no me callaré

ni debajo del agua.

Y no acepto que sea un deporte para niñas.

 

Llegamos juntos al dormitorio,

uno detrás del otro,

en la esquina de la cama nos separamos.

No caminamos con la cabeza alta,

ni siquiera la espalda va recta;

ni levantamos los muslos en ángulos

de noventa grados;

ni tiramos la mirada para dejarla perdida;

ni sonreímos como si fingiéramos sonreír.

 

Nos sumergimos en las sábanas

y comenzamos el ejercicio

con movimientos imperfectos

en giros conjuntos.

Mejoramos en la ejecución

de los desordenados abrazos.

Penalización si uno tarda en dormirse más que el otro.

Hasta que iniciamos las series de sueño profundo

y entonces, las respiraciones se buscan

los cuerpos se acoplan

y se desplazan en sincronización perfecta.

 

Nadie diría que somos dos hombres.

 

 

Recomendaciones para decir te quiero

 

Es más fácil insultar que decir te quiero:

solo eso da mucho que pensar

a saber por qué nos cuesta tanto expresar lo que sentimos

por qué enseñamos a los niños a desaprender el afecto...

No hay tiempo que perder:

 

COJA A LA PERSONA

MÍRELA A LOS OJOS

PRONUNCIE LAS PALABRAS

 

Parece fácil, ¿verdad?

Si no está preparado para mirar a los ojos hágalo a quemarropa.

Si no está preparado para el instante solemne procure que parezca un juego.

Si no está preparado para exponer su cuerpo escóndase en el abrazo.

Si no está preparado para la presencia grave busque un mensajero.

 

Recuerde que es muy importante que prevalezcan

valentía y amor, y decirlo en frío,

no escondido en un acontecimiento.

Tenga en cuenta que para decir te quiero

cualquier día es el más adecuado.

 

Y ahora les pondré un ejemplo

un ejemplo propio, personal

—que son los que surten más efecto—

y del que se desprende una última recomendación.

 

Procedo:

Hoy quiero agradecerte tus actos,

tu generosidad, tu sacrificio...

y disculparme por todo lo que te haya podido herir.

Eres el mejor padre que puedo imaginar

mereces todo lo que está al alcance de mis manos

(atentos, ahora va lo difícil)

Te quiero, papá.

Repito:

Papá, te quiero.

 

Recuerde:

hay que decirlo antes de que el tiempo se acabe...

 

Una noche soñé que tenía a mi padre delante

y solo me dio tiempo a escribir este poema.

 

 

La Subnormal  (A Antonio Orihuela)

 

Marta tiene cincuenta años

y un peluche de Dora la exploradora.

 

Esta mañana no pudieron bajarla de la cama

porque su hermano tiene la espalda destrozada de cargar con ella.

Su cuñada tampoco puede hacer esfuerzos

—se lesionó en la ducha: Marta se le cayó encima—.

Aunque tienen buenos trabajos, malviven:

con bastante frecuencia, más de la asimilable,

es imprescindible contratar ayuda externa.

Últimamente se preguntan qué será de Marta cuando falten

(esa pregunta fue lo único que heredaron de sus padres).

 

Por la tarde pasean a Marta en su silla de ruedas.

Ella lo celebra porque a sus cincuenta años

no ha perdido ni la espontaneidad, ni la sonrisa.

 

Entonces, recién llegada de la peluquería

acompañada por tres personas

—veinticuatro horas a su entera disposición—

aparece la Subnormal

(la llamamos así porque es la palabra que pronuncia

cuando baja del coche oficial y se lanza hacia donde está Marta).

            La acaricia mientras sonríe a la cámara

            y disfruta de la prolongada ovación.

Luego le pregunta a su hermano cómo se “apañan”

y este hace una rápida enumeración, sin perder la sonrisa,

de las dificultades que se les presentan a diario.

La Subnormal se mira los dedos mientras escucha,

parece que los utiliza para recordar

siguiendo alguna sofisticada regla nemotécnica.

 

De vuelta al coche, pensativa,

se hace cargo de lo que ha visto

y toma una importante decisión:

añade “manicura” a su complicada agenda.

 

(Poema Inédito)

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