Javier Huerta
Sábado, 17 de Agosto de 2019

Narradoras de posguerra

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Que una ciudad no universitaria como Astorga acoja un congreso internacional con casi cuarenta ponentes es un hecho para sentirse orgulloso: de sus gentes, tan interesadas siempre por la cultura, de sus autoridades municipales y de la propia Asociación de Amigos de la Casa de Panero que me honro en presidir; en particular, del comité organizador formado por Clara I. Martínez Cantón, Sergio Fernández, Esperanza Marcos, Sergio Santiago y Javier Domingo: un equipo de verdadero lujo en el que no se sabe cuál es su virtud mayor, si la eficiencia o el entusiasmo. El esfuerzo de organizar un evento así se ve recompensado con el positivo balance que de las 36 intervenciones cabe extraer y que se comprobará cuando se publiquen las actas. Valga ahora una breve noticia de lo que ha dado de sí este congreso Palabra de mujer. Narradoras españolas de posguerra, celebrado los pasados 24 a 26 de julio.

 

El profesor Santos Sanz Villanueva, para quien la novela contemporánea no tiene secretos (remito a la entrevista que le hizo Luis Miguel Suárez en este medio), dictó la conferencia de apertura, que resultó tan amena como provocadora. En primer lugar, puso de relieve la extraordinaria floración de grandes escritoras ?sin parangón con ninguna época anterior? que se da al terminar la guerra civil. Sin discriminación de ningún tipo, son varias las novelistas que se hicieron con los principales premios de entonces: Nadal, Planeta, Café Gijón, Ciudad de Barcelona… Y a la pregunta del millón ?¿existe una escritura femenina con unos rasgos claros que la diferencien de la masculina?? contestó con la voz de su experiencia como jurado que ha sido de muchos premios: los que se atreven a decir, antes de abrir las plicas, si es una mujer o un hombre el responsable, se equivocan en la mayoría de los casos. Como importantísima advertencia hermenéutica avisó del peligro de explicar los textos de ayer a la luz de las ideologías de hoy, es decir, totalmente descontextualizados. Y aportó un dato contundente y para mí desconocido: más del noventa por ciento de los agentes literarios actuales son mujeres.

 

El resto de las conferencias plenarias trataron sobre otras figuras de interés como la muy popular Elena Fortún (Marifé Santiago hizo una extraordinaria aproximación a su entrega póstuma Celia en la revolución, así como al Epistolario con Carmen Laforet), Elizabeth Mulder (la profesora Mar Mañas es una de las mejores conocedoras de su obra) y Mercedes Formica, cuya rebeldía feminista fue destacada por Javier La Beira: a pesar de haber pertenecido a la Sección Femenina, Formica fue una de las grandes defensoras de la mujer y como jurista consiguió que la reforma del Código Civil en 1958 incorporara algunos derechos fundamentales a favor de las mujeres.

 

El resto del congreso estuvo dedicado a otras novelistas; más conocidas unas y menos otras. Entre las primeras, Carmen Laforet, Ana María Matute, Elena Quiroga, Carmen Martín Gaite y Dolores Medio. Entre las segundas, Eulalia Galvarriato, Carmen de Icaza, María Josefa Canellada y Felicidad Blanc, cuyos cuentos, recientemente editados, planearon sobre todo el congreso. Todas ellas supieron desbrozar un camino lleno de obstáculos en aquellos años de hierro de la inmediata posguerra. Representan modelos tanto humanos como literarios para las escritoras que vinieron después. Así, por caso, Rosa Montero, autora de Crónicas del desamor, una de las dos novelas femeninas de la Transición que el profesor Sanz Villanueva consideró de lectura imprescindible.  La otra es El mismo mar de todos los veranos, de la gran Esther Tusquets. Y yo aprovecho, en fin, para recomendársela a mis lectores como provechosa lectura de verano.

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