Agosto
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A punto de expirar. En su agonía (cuando esto escribo). Mes en la encrucijada del verano; entre el julio de los días largos y el septiembre de los albores otoñales. Los treinta y un días de mostrarse sin complejos y sin sentido del ridículo y la estética. Tiempo de fiestas y anarquía por las rupturas que concentra: con el reloj, con la agenda, con la maldición bíblica del trabajo, con la monotonía de once meses atrás y otros tantos por delante. ¿Oasis? Más bien que no.
Agosto, según cómo y dónde, lleva al clímax o al suplicio, sin zonas francas. Es el mes del afuera para casi todos, léase aglomeración. Es el mes del adentro para unos pocos, pero interiorizar está proscrito en esta calenda. Una bendición de soledad en clave de lotería premiada, si se te presenta deseada. Maldición si la rechazas, pues multiplica la angustia en cálculos exponenciales. Todo echa el cierre en pos de lo epicúreo, menos tu destino, máxime si viene revirado a estoico, porque los azares ignoran el calendario.
Agosto nunca parece tuyo, ni de nadie. ¿Lo es algún mes? Este, creo, menos que ninguno. Si te vas, atente al destino ajeno, dulcificado de familiar, llámese playa o montaña. Padeces las excursiones a trasmano de ese libro que anhelas leer bajo sombra arbórea. Renuncias al paseo a solas que se te encapricha como terapia saludable y silenciosa, antídoto de las estridencias rechinantes de la rutina.
Agosto es el retorno a los tributos familiares que reaparecerán en Navidad con marchamo de invasión; unos, al raso agobiante de las calimas; otros, a la luz de la lumbre y al sonido de la pandereta. ¿Hay diferencias? Te cita la naturaleza, pero cuando quieres penetrar en su hechizo te pone el cartel de no hay billetes. Te llama la víscera que excita el paladar, pero atente a la paciente espera guardando interminable cola, y cuando toca comer, si hay suerte, pecha con especialidad culinaria recalentada en el disparate del microondas, sin conexión posible con el cariño del fuego lento, contenida en ración estrecha y factura anchísima. Si quieres relamerte con una cerveza y la huella acusadora de un rastro de espuma en los labios, pues aguarda en séptima fila de barra y aguanta el ceño fruncido de camareros sobrepasados por el particular agosto de los hosteleros. ¿Que el cuerpo te pide jarana callejera? No queda otra que sumarse a la dictatorial berrea de la masa saciada en aspiraciones por su icónico botellón.
Es agosto, el mes que, por todo esto, nunca podrá dar en la diana de tu punto G vacacional y emocional. Huyes de una marabunta de traje, corbata y modales autoritarios y sumisos, para sumergirte en otra de chanclas, atavíos imposibles y colisiones de libertades. Y si ansías una soledad apacible en tu ambiente o morada habitual, ésta te sacude con maneras de desierto y filosofía de anacoreta. Agosto llena y vacía sin orden ni concierto. Está concebido para sobrepasarte por exceso y por defecto. Para estafarte con el hermoso contenido de las palabras descanso, vacación o reencuentro. No es extraño que a un campo yermo, verdoso jornadas atrás, se le llame agostado. Toda una metáfora. Y en clave de actualidad, se destapa con los repuntes de las estadísticas de divorcios o con la explosión volcánica de huelgas de servicios de transporte, por aquello de que la presión reivindicativa, camuflada en chantaje, cobra fuerza cuando mayor es el número de rehenes. ¡¡Que lo saquen del calendario!!
A punto de expirar. En su agonía (cuando esto escribo). Mes en la encrucijada del verano; entre el julio de los días largos y el septiembre de los albores otoñales. Los treinta y un días de mostrarse sin complejos y sin sentido del ridículo y la estética. Tiempo de fiestas y anarquía por las rupturas que concentra: con el reloj, con la agenda, con la maldición bíblica del trabajo, con la monotonía de once meses atrás y otros tantos por delante. ¿Oasis? Más bien que no.
Agosto, según cómo y dónde, lleva al clímax o al suplicio, sin zonas francas. Es el mes del afuera para casi todos, léase aglomeración. Es el mes del adentro para unos pocos, pero interiorizar está proscrito en esta calenda. Una bendición de soledad en clave de lotería premiada, si se te presenta deseada. Maldición si la rechazas, pues multiplica la angustia en cálculos exponenciales. Todo echa el cierre en pos de lo epicúreo, menos tu destino, máxime si viene revirado a estoico, porque los azares ignoran el calendario.
Agosto nunca parece tuyo, ni de nadie. ¿Lo es algún mes? Este, creo, menos que ninguno. Si te vas, atente al destino ajeno, dulcificado de familiar, llámese playa o montaña. Padeces las excursiones a trasmano de ese libro que anhelas leer bajo sombra arbórea. Renuncias al paseo a solas que se te encapricha como terapia saludable y silenciosa, antídoto de las estridencias rechinantes de la rutina.
Agosto es el retorno a los tributos familiares que reaparecerán en Navidad con marchamo de invasión; unos, al raso agobiante de las calimas; otros, a la luz de la lumbre y al sonido de la pandereta. ¿Hay diferencias? Te cita la naturaleza, pero cuando quieres penetrar en su hechizo te pone el cartel de no hay billetes. Te llama la víscera que excita el paladar, pero atente a la paciente espera guardando interminable cola, y cuando toca comer, si hay suerte, pecha con especialidad culinaria recalentada en el disparate del microondas, sin conexión posible con el cariño del fuego lento, contenida en ración estrecha y factura anchísima. Si quieres relamerte con una cerveza y la huella acusadora de un rastro de espuma en los labios, pues aguarda en séptima fila de barra y aguanta el ceño fruncido de camareros sobrepasados por el particular agosto de los hosteleros. ¿Que el cuerpo te pide jarana callejera? No queda otra que sumarse a la dictatorial berrea de la masa saciada en aspiraciones por su icónico botellón.
Es agosto, el mes que, por todo esto, nunca podrá dar en la diana de tu punto G vacacional y emocional. Huyes de una marabunta de traje, corbata y modales autoritarios y sumisos, para sumergirte en otra de chanclas, atavíos imposibles y colisiones de libertades. Y si ansías una soledad apacible en tu ambiente o morada habitual, ésta te sacude con maneras de desierto y filosofía de anacoreta. Agosto llena y vacía sin orden ni concierto. Está concebido para sobrepasarte por exceso y por defecto. Para estafarte con el hermoso contenido de las palabras descanso, vacación o reencuentro. No es extraño que a un campo yermo, verdoso jornadas atrás, se le llame agostado. Toda una metáfora. Y en clave de actualidad, se destapa con los repuntes de las estadísticas de divorcios o con la explosión volcánica de huelgas de servicios de transporte, por aquello de que la presión reivindicativa, camuflada en chantaje, cobra fuerza cuando mayor es el número de rehenes. ¡¡Que lo saquen del calendario!!