Las paradojas del Kamikaze virtual
![[Img #46036]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2019/7334_dsc_0203.jpg)
A Max Alonso.
Los pozos de tráfico brotan antes del sol y yo no me he acostado aún. Iba a escribir sobre Greta, pero Blancanieves ha ido a pedir perdón a los toros muertos más allá de La Peñota y Beaujolais Johnson sigue esquiando (mal) por las pistas de su pelo. ¡Debo centrarme! Mientras decido qué decir o escribir me entretengo con un juego a cuya invención (pero totalmente copyleft: sólo cobro por mis lágrimas) he aludido en artículos de opinión previos, sin estipular exactamente sus reglas.
Tengo miedo a repasar aquellos artículos por aburrirme con placer o avergonzarme sin culpa… la triste verdad es que no me acuerdo de casi nada de lo que escribo, lo cual es el motor que me hace seguir, como un huérfano de una obra de Beckett, hacia este año nuevo (y los niños deben mandar más) que nos amenaza con más comedia aún.
El juego se llama La trampa del Camicace y consiste en el reto de atreverse uno/a a destacar, o incluso jactarse, mediante la lupa de la humildad y la transparencia de la competitividad no comercial proporcionadas por este nuevo mundo que se llama WWW, uno por uno por uno por uno, o el mundo cúbico según los tres mosqueteros de Freud. (No hay nada nuevo sobre la faz de la tierra sino la configuración entre el nacimiento y la muerte) Pero ¡paciencia! Y un inciso.
Dios no sólo tiene un fino sentido del humor (justo cuando los años empiezan a notarse en los espejos -la vanidad es plural cuando no poliamoroso, amigos- al salir de la ducha te das cuenta de que su bondad eterna te bendice con más dioptrías aún, y esas son casi bienvenidas), sino que su generosidad abundante nos lo reparte con equidad y frecuencia: casi todos los días me rio de su parte, ángel sicofante (rebelde sin sueldo) que soy. Los domingos (o los sábados o los viernes, según la juerga espiritual de cada tribu), descansa Dios, naturalmente (el adverbio más tonto de la existencia humana), porque a la risa también le hace falta un poco de solemnidad para pulirse y cargar pilas.
En realidad, para este ateo no practicante, Dios es la suma de tus amores y amistades, los ojos de tus hijos y la esperanza que te brinda la posibilidad de posponer el suicido: el gran placer de la vida es estar vivo. (¡Joder! Debo hacerme influencer o mejor coach…no, ¡Ya lo sé! Coach de los influénceres. Ya veo, mi pensión me espera en Puerto Banús.) Así que, a mi manera, entiendo el duelo y me callo respetuosamente, y espero que el estado ponga todos sus recursos para los demás ciudadanos desaparecidos menos olímpicos y, quizá, más animalistas sin ánimo de lucro subvencionado.
Volviendo a mi juego. Si ganas no pintas nada, y serás especial, pero nadie lo sabrá. Y si pierdes, ganas una vida, pero una solamente, tan única como las del montón. Jugar es fácil. Y apostar es optativo. Por ejemplo, ayer introduje la palabra “anarcristo” en el buscador de Google habiendo apostado 500, pero sólo conseguí 88 resultados. Sin embargo, no me desanimé gracias, en parte, a la mirada misericordiosa de mi perro, un sabueso en paro llamado Algoritmo y se me ocurrió ofrecer un cambio de sexo (perdón, de género) a Jesús y probé con “anarcrista”, un juego de palabras más fiel, esta vez apostando 88. Pues muy mal. Sólo salieron 9. De todos modos, en ambas apuestas, y según las reglas, no había conseguido la muerte. Porque la muerte es cuando alcanzas la invisibilidad, metafóricamente, en internez… y ganas la vida eterna de la originalidad, aunque, insisto, nadie más se entere.
Pero esta locura sublime me llamaba la atención sobre todo porque no estoy en Twitter, gracias a los consejos de Algoritmo, que me ha informado que casi todos los ladridos suenan igual a pesar de las circunstancias - la soledad, el hambre, las pulgas, los intrusos, la carne mal mechada, el deshielo de la perrera – que pueden causar leves cambios de tono o de decibelios. Probé en otra categoría, hablando de Twitter: la de introducir una frase entera, eso sí, siempre entrecomillada. "La primera vez que hablé con él, sentí esa onda que es el halo de la empatía".
Biennnnnnnn!!! Nada de nada. Google, por supuesto, como si yo no tuviera algo más urgente que hacer con mi vida (tras haberme ganado ‘una vida’ conforme con la normativa del juego) me propuso buscar la misma frase fuera del ‘ring’ de las comillas, pero desistí: estaré como una cabra, pero morir por una causa me parece una insolencia divina. Eso lo dejo en manos de los ilusos fanáticos que valoran una bandera más que la solidaridad o un rincón sin la querencia del mártir anónimo.
Este juego también se puede desarrollar mediante dibujos, imágenes o incluso melodías. No obstante, acuérdense: este es el único juego en la historia donde los laureles son totalmente de índole inútil por ser soñados… eficazmente.
A Max Alonso.
Los pozos de tráfico brotan antes del sol y yo no me he acostado aún. Iba a escribir sobre Greta, pero Blancanieves ha ido a pedir perdón a los toros muertos más allá de La Peñota y Beaujolais Johnson sigue esquiando (mal) por las pistas de su pelo. ¡Debo centrarme! Mientras decido qué decir o escribir me entretengo con un juego a cuya invención (pero totalmente copyleft: sólo cobro por mis lágrimas) he aludido en artículos de opinión previos, sin estipular exactamente sus reglas.
Tengo miedo a repasar aquellos artículos por aburrirme con placer o avergonzarme sin culpa… la triste verdad es que no me acuerdo de casi nada de lo que escribo, lo cual es el motor que me hace seguir, como un huérfano de una obra de Beckett, hacia este año nuevo (y los niños deben mandar más) que nos amenaza con más comedia aún.
El juego se llama La trampa del Camicace y consiste en el reto de atreverse uno/a a destacar, o incluso jactarse, mediante la lupa de la humildad y la transparencia de la competitividad no comercial proporcionadas por este nuevo mundo que se llama WWW, uno por uno por uno por uno, o el mundo cúbico según los tres mosqueteros de Freud. (No hay nada nuevo sobre la faz de la tierra sino la configuración entre el nacimiento y la muerte) Pero ¡paciencia! Y un inciso.
Dios no sólo tiene un fino sentido del humor (justo cuando los años empiezan a notarse en los espejos -la vanidad es plural cuando no poliamoroso, amigos- al salir de la ducha te das cuenta de que su bondad eterna te bendice con más dioptrías aún, y esas son casi bienvenidas), sino que su generosidad abundante nos lo reparte con equidad y frecuencia: casi todos los días me rio de su parte, ángel sicofante (rebelde sin sueldo) que soy. Los domingos (o los sábados o los viernes, según la juerga espiritual de cada tribu), descansa Dios, naturalmente (el adverbio más tonto de la existencia humana), porque a la risa también le hace falta un poco de solemnidad para pulirse y cargar pilas.
En realidad, para este ateo no practicante, Dios es la suma de tus amores y amistades, los ojos de tus hijos y la esperanza que te brinda la posibilidad de posponer el suicido: el gran placer de la vida es estar vivo. (¡Joder! Debo hacerme influencer o mejor coach…no, ¡Ya lo sé! Coach de los influénceres. Ya veo, mi pensión me espera en Puerto Banús.) Así que, a mi manera, entiendo el duelo y me callo respetuosamente, y espero que el estado ponga todos sus recursos para los demás ciudadanos desaparecidos menos olímpicos y, quizá, más animalistas sin ánimo de lucro subvencionado.
Volviendo a mi juego. Si ganas no pintas nada, y serás especial, pero nadie lo sabrá. Y si pierdes, ganas una vida, pero una solamente, tan única como las del montón. Jugar es fácil. Y apostar es optativo. Por ejemplo, ayer introduje la palabra “anarcristo” en el buscador de Google habiendo apostado 500, pero sólo conseguí 88 resultados. Sin embargo, no me desanimé gracias, en parte, a la mirada misericordiosa de mi perro, un sabueso en paro llamado Algoritmo y se me ocurrió ofrecer un cambio de sexo (perdón, de género) a Jesús y probé con “anarcrista”, un juego de palabras más fiel, esta vez apostando 88. Pues muy mal. Sólo salieron 9. De todos modos, en ambas apuestas, y según las reglas, no había conseguido la muerte. Porque la muerte es cuando alcanzas la invisibilidad, metafóricamente, en internez… y ganas la vida eterna de la originalidad, aunque, insisto, nadie más se entere.
Pero esta locura sublime me llamaba la atención sobre todo porque no estoy en Twitter, gracias a los consejos de Algoritmo, que me ha informado que casi todos los ladridos suenan igual a pesar de las circunstancias - la soledad, el hambre, las pulgas, los intrusos, la carne mal mechada, el deshielo de la perrera – que pueden causar leves cambios de tono o de decibelios. Probé en otra categoría, hablando de Twitter: la de introducir una frase entera, eso sí, siempre entrecomillada. "La primera vez que hablé con él, sentí esa onda que es el halo de la empatía".
Biennnnnnnn!!! Nada de nada. Google, por supuesto, como si yo no tuviera algo más urgente que hacer con mi vida (tras haberme ganado ‘una vida’ conforme con la normativa del juego) me propuso buscar la misma frase fuera del ‘ring’ de las comillas, pero desistí: estaré como una cabra, pero morir por una causa me parece una insolencia divina. Eso lo dejo en manos de los ilusos fanáticos que valoran una bandera más que la solidaridad o un rincón sin la querencia del mártir anónimo.
Este juego también se puede desarrollar mediante dibujos, imágenes o incluso melodías. No obstante, acuérdense: este es el único juego en la historia donde los laureles son totalmente de índole inútil por ser soñados… eficazmente.