Ángel Alonso Carracedo
Viernes, 13 de Septiembre de 2019

Los verbos del tiempo

 

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Me asombra la tiranía que en esta época impone el presente. Se ha convertido en la única conjugación de nuestras vidas. El romano carpe diem es el eslogan universal de una forma de existir únicamente a base del aquí y del ahora. Empobrecemos  conocimientos si nos limitamos únicamente, como se pretende, a refrendarlo.  Me inclino por una sabiduría cimentada en lo actual, por supuesto, pero sin menoscabo del pasado y del futuro. El primero es el acerbo. El segundo, las incógnitas. Ambos son ingredientes ineludibles en la riqueza de las esencias y presencias propias.

 

Son tiempos verbales y se ajustan a su propio verbo. Pero también son las parcelas de las experiencias que conforman vida y carácter. No creo equivocarme si el pasado se asocia a evocar, el presente a vivir y el futuro a prevenir. Son los que tengo más a mano, pero seguro estoy que cada uno podrá aportar una terminología equivalente. Lo que  rechazo es, que lo que no sea vivir el presente, es inservible.

 

El pretérito nos configura. Se puede vivir de él si juega a nuestro favor. Ojo, que amenaza como puerta de entrada a la amargura. Es verdad que es una sucesión de presentes finiquitados, pero tiene la enorme ventaja, desde la perspectiva individual, de ser dúctil y maleable: podemos modelarlo a conveniencia en los recuerdos y en los olvidos; podemos narrarlo como  biografía, con la sinceridad y la autocrítica como bandera, sin dejar de avizorar  que los antónimos tienen, igualmente, su recorrido, a la hora de agitarlos en el debate comunitario.

 

El futuro escuece porque es etéreo. Carece de base temporal. Es imposible abordar  sus medidas. Todo él se basa en conjeturas. Pero tiene el enorme atractivo del sabor de un reto; de si las cosas van mal, pueden enderezarse, y lo harán por el enorme valor de nuestras entendederas y coraje. No es un tiempo cómodo porque no da nada por hecho: hay que fabricarlo. Por eso resulta antipático, fundamentalmente, si el presente no se acompaña de dosis de optimismo.

 

El presente es, por encima de todo, una ilusión, aunque se nos venda como realidad. Medido en tiempo exacto es como un río fluente en el que será imposible bañarse dos veces en las mismas aguas. Una centésima de segundo antes ya es historia, y después, porvenir,  y en ese lapso de tiempo, incluso menor, la vida puede dar un giro. Tiene una acotación imposible, y por eso, la concreción se marca en periodos indefinidos, a ser posible, largos, por aquello de que acontece al gusto y es mercancía vendible desde multitud de tribunas. Cobra todo el rigor eso de más vale lo malo conocido…

 

Las circunstancias imponen el dominio absoluto del presente en la persona y, por extensión necesaria, en la colectividad. Es por eso que los tiempos compañeros de viaje estorban. El pasado se sustenta en la historia, y ésta, aunque intente reescribirse a voluntad, termina demostrando la tozudez y rigor de los hechos. El futuro, simplemente, puede resultar el desencanto de las cuentas de la lechera. Desde la atalaya del epicureísmo dominante son vulgares aguafiestas.

 

Esta especie de latría hacia la actualidad  medible en vigencia sobre el disparate de unos pocos minutos, a eso hemos llegado, es el recurso de una mediocridad planetaria. Los políticos, expertos en mentiras, son ahora auténticos houdinis, en la tarea de librarse de las ataduras de compromisos anteriores con el electorado. El presente es la goma de borrar. En cuanto al futuro, ¿a quién le preocupa la herencia dejada a las nuevas generaciones? Que pechen con los desafíos de su tiempo. Eso de dejar un mundo mejor a los hijos es una utopía de carcamales. Lo urgente es el voto en la inmediata urna, la estadística mensual amable y la encuesta hagiográfica en la edición dominical. ¿Qué pintan en ese entramado abstracciones pretéritas y augurios gaseosos?   

 

Puede extenderse la fábula al orbe económico. Eres empresario de éxito solo si la impaciencia y la agresividad te acompañan; si eres capaz de plasmar beneficios desde el primer cuarto de hora de gestión, incluso dejando tierra quemada en el tejido laboral. El arte de asentar empresas se transforma en un curso por correspondencia de economía en escuelas de negocios que educan con didáctica de microondas, olvidando el grato sabor de un guiso a fuego lento.

 

La cigarra ha dejado KO a la hormiga. Una consecuencia del único tiempo verbal y vital dominante: el presente. Se barruntó en los primeros pasos de las nuevas tecnologías, cuando del hoy se hizo una fugacidad, del ayer, sin desdeñar el día anterior, la prehistoria, y ¿del futuro?, del futuro…un incordio.

                                                                                                              

 

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