Tomás Valle Villalibre
Viernes, 13 de Septiembre de 2019

Se fue sin decir adiós

 

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No, no es fácil encajar una noticia como la que recibí el pasado día 22 de Agosto a las diez y veintiséis minutos de la noche. Silvia, mi sobrina, la mujer de Javi (Jalisco) me decía que habían surgido complicaciones y Javi había muerto. Se le había parado el corazón.

 

La incredulidad hizo que volviera a llamarla, no podía ser cierto, cinco horas antes, cuando comenzaban a ponerle el chute con la medicación para su enfermedad, estuvimos hablando sobre la proyección de mis cortometrajes en el cine de Astorga y de vernos al día siguiente. “Tío Tomás (así me llamaba siempre cariñosamente), mañana nos vemos, que hoy voy a salir jodido por la medicación”. La respuesta desde el otro lado del teléfono fue la misma: Javi ha muerto.

 

Apenas pude decir una palabra. De repente me sentí pequeño en la inmensidad, mi cielo se nubló y pensé en lo efímeros que somos como pasajeros en este mundo caprichoso, maravilloso y, a instantes como ese, terriblemente cruel. En como todo lo que podemos dar por sentado puede caerse como un castillo de naipes de un día para otro.

 

Pensé en la vida y la muerte y como ambas están separadas por un estrecho hilo que se puede romper en un segundo, en que pasamos por la vida como aquel que pasea un rato por el jardín y cuando se da cuenta se le han pasado las horas sin enterarse.

 

A lo largo de este camino muchas veces duro de nuestra vida, ésta nos regala la presencia de un ser irrepetible al que nosotros tenemos la suerte de conocer. Una persona que su sola presencia irradia tanta paz, que todo aquel que está a su lado se siente dichoso. Desde hace varios años, eso fue lo que me ocurrió a mí con Javi (Jalisco).

 

Tuve la suerte de conocerlo, hace muchos años, cuando siendo un chaval, iba con su cámara de segunda mano a que le explicara el funcionamiento.

 

La misma suerte hizo que se casara con una sobrina de mi mujer y desde entonces nuestra amistad fue a más. Asistió a varios talleres de fotografía de los que yo impartía y se aficionó aún más, llegando a ser muy buen fotógrafo, tanto como ya lo era como músico. La amistad fue creciendo hasta llegar a ser cómplices de nuestros proyectos, de muchos de nuestros pensamientos, de nuestros dolores.

 

En mis días oscuros, cuando mi salud estaba resentida y costaba arrancarme una sonrisa, allí estaba Javi dispuesto a conseguirlo, siempre pendiente, dándome ánimos, brindándome su apoyo y poniendo palabras a las ideas más disparatadas que pudieran surgir de nuestra mente.

 

Apenas había trascurrido dos semanas desde el día que tomando café me decía que estaba mejorando y donde hicimos planes para comenzar en breve a preparar una macro exposición conjunta que moveríamos por distintos lugares. Algo que me hizo pensar que Javier, volvía a ser nuestro Jalisco. El sábado siguiente durante una cena, los dos solos, nos dimos cuenta que su salud proponía ralentizar nuestros proyectos.

 

Describir con palabras lo que se siente cuando has perdido a un amigo con el que has escrito un buen número de páginas del libro de tu vida, resulta difícil. No puedo quitar de mi memoria las largas conversaciones que teníamos sobre fotografía, sobre cosas que se podían hacer en nuestra ciudad, de política y políticos, de su mujer y sus hijos, de los míos, de música.

 

Javi se fue sin decir adiós, sin despedirse, aunque dejando entre nosotros recuerdos de vivencias que nada ni nadie ya podrán borrar.

 

Me he quedado con las ganas de darle un abrazo a mi amigo, aunque hubiera sido el último. Pero me quedo también con la imagen del tipo bonachón que tenía, que siempre sonreía y con el que a pesar la diferencia de edad que nos separaba, tuve la suerte de compartir buenos momentos.

 

Confío que descanse lleno de paz en algún lugar del firmamento donde ya no exista el tiempo. Allí nos encontraremos de nuevo, amigo. Y seguiremos hablando de fotografía, de música, de nuestra gente, de todos a los que hemos querido.

 

 

 

 

 

 

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