Textos: Delfín Nava. Foto: Antonio Martínez
Domingo, 15 de Septiembre de 2019

Tres poemas: Delfín Nava. Foto: Antonio Martínez

 

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Memoria de la sombra

Del cajón del olvido del desván,

donde duermen mariposas muertas,

surge una sombra de plata oxidada

y la noche se hace más grande en tu regazo.

 

La memoria es el azabache del olvido

que cuelga de la frente de los niños venideros.

Solo la palabra resucita rosas marchitas,

solo el fuego de la nieve acoge cunas a la deriva;

el corazón sigue latiendo mientras estallan las tormentas de verano

y el agua del bautismo discurre por las venas.

 

La muerte solo existe en la indiferencia de los altares derribados.

Los que no saben interpretar los laberintos del vuelo de los vencejos

están condenados al destino errante de la ceniza.

Y la ceguera…,

la ceguera siempre es atributo de los dioses viejos.

 

 

El somalí (Merops revoilii) es una de las 25 especies de abejarucos que visitan durante la primavera y el verano el continente europeo para reproducirse. Aunque caza todo tipo de insectos voladores, el 80% de su alimentación lo constituye la Apis mellifera, es decir, la abeja productora de miel. Su agudo y constante parloteo anuncia su presencia allá por donde va y la espectacular gama cromática que luce su plumaje hace que sea considerada por los ornitólogos una de las aves más hermosas de cuantas surcan nuestros cielos.

 

El Bazar de los juguetes rotos

Las semillas crecen hacia dentro

y se enquistan en la carne como heridas infectadas,

en los vientres estalla una tormenta de ébano,

el desierto avanza inexorable,

escala muros roídos por el viento rojo de otro tiempo,

la arena es un río de sueño

y la noche un chal de fósforo helado.

 

Wiil yar, la fuente ya no mana,

muerde, si quieres, mis pezones negros,

chupa mi sangre como el kaneecada cuando pica,

sacia tus hambres,

pero no entregues la fresa madura de tu corazón al tirano implacable,

no dejes que se la coma ilaah ee dhimashada,

el dios de la muerte que nunca se sacia.

Te voy a contar un cuento:

Hay, muy lejos, donde viaja el shimbiraha,

ese pajarillo que te he mostrado,

el que lleva en las plumas el arco iris

y solo se alimenta de la shinni, la que fabrica malab

(algún día, samadayda,  probarás la miel

y sabrás que no existe nada más dulce, salvo la muerte,

la dulce paz de dhimasho, algún día…).

Pero solo es un cuento, jacayl, solo es un cuento.

En ese mundo corren ríos de malab y las montañas son de rooti,

un pan blanco y tierno que hace buenos a los hombres.

Chupa, chupa con fuerza mis tetas

y, si no brota una gota de caanaha,

muerde, muerde con rabia mis pezones negros

hasta que sientas en la boca el sabor de la sangre… y traga;

es casi tan dulce como malab.

Vive, jannada, y así, algún día…, algún día serás un shimbiraha

y volarás libre a través de las aguas infinitas

hasta llegar al mundo de mi cuento,

donde los ríos son de miel y las montañas de pan blanco.

Coge fuerzas, porque serán muchas jornadas aleteando

y no habrá una rama donde posarte a descansar;

come mi carne, que también sabe a mar,

y agita, así, así, tus manos

que se te volverán alas con las que volar.

Cuando des el salto, verás que tus plumas se han ido tiñendo

con todos los colores de los arcoíris que irás atravesando en tu viaje.

Vuela, shimbiraha mío, vuela al alto cielo,

no hagas en la tierra nido.

 

Las semillas punzan en los vientres inflamados.

Una tormenta de verano anuncia el fin de los días.

El desierto avanza inexorable

y pronto la arena rosa borrará una tumba diminuta

en mitad de una tierra seca y desnuda.

El otro mundo solo era un cuento

que se cuentan al oído los shimbirahas

para entretener con trinos sus largos vuelos.

En Soomaliya reina Dhimasho.

 

 

 

Una reflexión personal

A veces pienso que me han ganado el pulso, porque ahora soy pacifista, casi políticamente correcto y ya no coreo viejas consignas bélicas; pero, hay veces, que por las ganas…

UN POR.

Por Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años ahogado en una playa de Turquía, cuya fotografía dio la vuelta al mundo y removió conciencias durante un par de días, más o menos.

UN PARA.

Para una persona a la que no conozco, desde el regazo de los insomnios.

UN OJALÁ.

Ojalá este poema no existiera, porque no tuviera razón de ser.

 

 

La costa de los deseos

Cuando nos dábamos la mano entre dos guerras.

Cuando me enviabas, a cobro revertido,

besos a las trincheras.

 

Amada, cuánto ha llovido.

 

La historia, tozuda, como niño travieso,

no para de repetírseme, mamá.

 

Asómate a este mediterráneo

podrido de rosas muertas,

hermano;

y no se te ocurra, ni en bromas,

desearme otra vez la paz.

Mírate a los ojos, padre.

 

La vida es eso que sucede en las heridas

después de la batalla.

Huele a cadáver por aquí.

 

Cuánto hemos llorado

y cuánto nos queda todavía

de andar a palpas

por el laberinto de los ciegos.

 

Paloma, aléjate de los disparos.

Vuela bajo,

a ver si me encuentras en tu ombligo.

 

Esto es lo que puede llegar a ser el Amor,

cuando se vuelve un hombre hecho y derecho.

 

Es como un eco mudo,

las alas lastradas de plomo,

que va arañando la tierra,

de cementerio en cementerio,

para resucitar a los muertos.

 

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