Ellas, las camareras
![[Img #46216]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2019/8357_maridaje-chocolates-153.jpg)
En nuestro país hay, más o menos, un bar por cada 176 habitantes y un médico por cada 270. Esto es así básicamente, porque nos gusta más darle a la botella que ponernos enfermos, justo al revés que ocurre con países no civilizados como Noruega o Islandia. Ellos son diferentes.
Desde hace unas décadas el crecimiento de bares, restaurantes y pubs nocturnos han experimentado un crecimiento importante en nuestro país. La gran presencia que tienen las mujeres, como camareras, en estos lugares y debido a sus particularidades, desde el consumo de alcohol hasta los horarios nocturnos, provoca que estén especialmente expuestas a la mala educación, el machismo y los abusos.
Mi amiga Ángela que ha trabajado en varios pubs y una discoteca en Ibiza, pertenece a esos héroes nocturnos, camareros y camareras, que velan nuestras juergas y que, en demasiadas ocasiones, ven cosas que no quisieran haber visto nunca. Son testigos de los más exaltados comienzos de amistad, de reencuentros que hacen historia, de enfrentamientos que cambian la vida. Son las que trabajan mientras nosotros intentamos olvidarnos del trabajo, mientras corre el alcohol y suena la música, pero ellas no pueden olvidarse del suyo.
Es difícil de entender y así lo manifiesta Ángela, el clasismo que muestran algunos clientes en sus interacciones, pensando que por el simple hecho de pagar la consumición, los camareros y camareras son sus sirvientes. Según ella, de las camareras especialmente piensan, que están a su disposición y no solo para aguantar todo tipo de actitudes incorrectas, también gestos inconscientes que se realizan en ocasiones pensando que son aceptables y que en realidad no lo son.
Nos cuenta que cuando aparece un grupo de amigos de esos que “disparan a todo lo que se mueve”, se les suele apreciar tanto su salidismo que si les sonríen por cuestiones comerciales, piensan que ya se han quedado coladas por alguno de ellos, lo que les provoca un autoengaño que suele acabar en tragedia griega, siendo lo más inteligente servirles las copas y no hacerles mucho caso, a pesar de su cansina insistencia.
Ella, que lleva muchos años siendo camarera también se ha acostumbrado, al igual que todos los de la profesión, a vivir situaciones de lo más rocambolescas: que le pidan un gin tonic con ginebra Passport (Passpot es un Whisky), tener un cliente que quiere salir del local por la máquina del tabaco, etc.
Pero Ángela quiere recordar que mientras muchos de sus clientes acaban de salir de las faldas de sus mamás, ella y como ella todas las camareras, vienen montadas en corceles negros de ver brillar la luz temprana en la oscuridad del mar. Y con una sonrisa muy peculiar me dice: “Somos las mujeres alfa por excelencia”.
Trabajan cuando los demás estamos de parranda, y ya solo por eso, merecen respeto. Las camareras saben de casi cualquier cosa. Existe la universidad de la vida, la universidad de la calle y la universidad de la barra. Ésta última te convalida las dos anteriores, además de las tres primeras temporadas de 'Bricomanía', un máster en recursos humanos y un año en el C.N.I. Tienen que hacer de psicólogas, enfermeras, guías espirituales expertas en logística y sin apenas esfuerzo saben quién ha entrado primero, quien el último, en qué orden se han acercado a la barra y qué consumición ha pedido cada uno de ellos.
Siguiendo con su humor, Ángela nos dice que las camareras son más fuertes que muchos clientes. Que mientras que ellos gatean las escaleras para subir al váter, ellas las suben corriendo con tacones, mientras llevan una bolsa de diez kilos de hielo en la mano izquierda y un barril de cerveza en la derecha. Además, si se fijaran en la paliza que le van a dar a los hielos cuando lleguen a la barra, a muchos se les quitarían las ganas de hacer bromas pesadas o vacilarlas.
Su trabajo es intensivo, su ritmo de vida frenético y sus horarios, imposibles, lo que hace que siempre estén en mejor forma que muchas clientas que van al gimnasio. Además para los que se pasan de listos, siempre tienen respuesta.
Si a una camarera le sueltas algo del estilo “Para ser camarera eres muy espabilada”, lo más probable es te que conteste algo parecido a: “Pues tú para ser tonto sabes hablar”. Son como los ferreteros, siempre tienen la última palabra y motivos tienen para ello.
Casi todos hemos pillado uno de esos ciegos en los que a lo peor nos ha hecho cometer tonterías que jamás nos plantearíamos sobrios. Al día siguiente entre resaca y risas, no nos paramos a pensar en la penita que pudimos estar dando y ninguno de nuestros amigos nos lo dirá, porque ellos estaban exactamente igual. La que estaba sintiendo mucha vergüenza viendo como confundías su lugar de trabajo con el ‘Bar Coyote’ o ‘Abierto hasta el amanecer’, era la camarera que estaba detrás de la barra.
Disfrutemos con educación, de esas copas servidas con maestría por las camareras, esas trabajadoras incansables que hacen más horas que los maragatos del reloj, no olvidando que ellas son la Atlántida de la seducción, el Santo Grial del morbo, que tú solo eres un simple cliente y ellas tienen más tablas que Noé.
Con cariño para todas las camareras que conozco y para las que jamás conoceré.
En nuestro país hay, más o menos, un bar por cada 176 habitantes y un médico por cada 270. Esto es así básicamente, porque nos gusta más darle a la botella que ponernos enfermos, justo al revés que ocurre con países no civilizados como Noruega o Islandia. Ellos son diferentes.
Desde hace unas décadas el crecimiento de bares, restaurantes y pubs nocturnos han experimentado un crecimiento importante en nuestro país. La gran presencia que tienen las mujeres, como camareras, en estos lugares y debido a sus particularidades, desde el consumo de alcohol hasta los horarios nocturnos, provoca que estén especialmente expuestas a la mala educación, el machismo y los abusos.
Mi amiga Ángela que ha trabajado en varios pubs y una discoteca en Ibiza, pertenece a esos héroes nocturnos, camareros y camareras, que velan nuestras juergas y que, en demasiadas ocasiones, ven cosas que no quisieran haber visto nunca. Son testigos de los más exaltados comienzos de amistad, de reencuentros que hacen historia, de enfrentamientos que cambian la vida. Son las que trabajan mientras nosotros intentamos olvidarnos del trabajo, mientras corre el alcohol y suena la música, pero ellas no pueden olvidarse del suyo.
Es difícil de entender y así lo manifiesta Ángela, el clasismo que muestran algunos clientes en sus interacciones, pensando que por el simple hecho de pagar la consumición, los camareros y camareras son sus sirvientes. Según ella, de las camareras especialmente piensan, que están a su disposición y no solo para aguantar todo tipo de actitudes incorrectas, también gestos inconscientes que se realizan en ocasiones pensando que son aceptables y que en realidad no lo son.
Nos cuenta que cuando aparece un grupo de amigos de esos que “disparan a todo lo que se mueve”, se les suele apreciar tanto su salidismo que si les sonríen por cuestiones comerciales, piensan que ya se han quedado coladas por alguno de ellos, lo que les provoca un autoengaño que suele acabar en tragedia griega, siendo lo más inteligente servirles las copas y no hacerles mucho caso, a pesar de su cansina insistencia.
Ella, que lleva muchos años siendo camarera también se ha acostumbrado, al igual que todos los de la profesión, a vivir situaciones de lo más rocambolescas: que le pidan un gin tonic con ginebra Passport (Passpot es un Whisky), tener un cliente que quiere salir del local por la máquina del tabaco, etc.
Pero Ángela quiere recordar que mientras muchos de sus clientes acaban de salir de las faldas de sus mamás, ella y como ella todas las camareras, vienen montadas en corceles negros de ver brillar la luz temprana en la oscuridad del mar. Y con una sonrisa muy peculiar me dice: “Somos las mujeres alfa por excelencia”.
Trabajan cuando los demás estamos de parranda, y ya solo por eso, merecen respeto. Las camareras saben de casi cualquier cosa. Existe la universidad de la vida, la universidad de la calle y la universidad de la barra. Ésta última te convalida las dos anteriores, además de las tres primeras temporadas de 'Bricomanía', un máster en recursos humanos y un año en el C.N.I. Tienen que hacer de psicólogas, enfermeras, guías espirituales expertas en logística y sin apenas esfuerzo saben quién ha entrado primero, quien el último, en qué orden se han acercado a la barra y qué consumición ha pedido cada uno de ellos.
Siguiendo con su humor, Ángela nos dice que las camareras son más fuertes que muchos clientes. Que mientras que ellos gatean las escaleras para subir al váter, ellas las suben corriendo con tacones, mientras llevan una bolsa de diez kilos de hielo en la mano izquierda y un barril de cerveza en la derecha. Además, si se fijaran en la paliza que le van a dar a los hielos cuando lleguen a la barra, a muchos se les quitarían las ganas de hacer bromas pesadas o vacilarlas.
Su trabajo es intensivo, su ritmo de vida frenético y sus horarios, imposibles, lo que hace que siempre estén en mejor forma que muchas clientas que van al gimnasio. Además para los que se pasan de listos, siempre tienen respuesta.
Si a una camarera le sueltas algo del estilo “Para ser camarera eres muy espabilada”, lo más probable es te que conteste algo parecido a: “Pues tú para ser tonto sabes hablar”. Son como los ferreteros, siempre tienen la última palabra y motivos tienen para ello.
Casi todos hemos pillado uno de esos ciegos en los que a lo peor nos ha hecho cometer tonterías que jamás nos plantearíamos sobrios. Al día siguiente entre resaca y risas, no nos paramos a pensar en la penita que pudimos estar dando y ninguno de nuestros amigos nos lo dirá, porque ellos estaban exactamente igual. La que estaba sintiendo mucha vergüenza viendo como confundías su lugar de trabajo con el ‘Bar Coyote’ o ‘Abierto hasta el amanecer’, era la camarera que estaba detrás de la barra.
Disfrutemos con educación, de esas copas servidas con maestría por las camareras, esas trabajadoras incansables que hacen más horas que los maragatos del reloj, no olvidando que ellas son la Atlántida de la seducción, el Santo Grial del morbo, que tú solo eres un simple cliente y ellas tienen más tablas que Noé.
Con cariño para todas las camareras que conozco y para las que jamás conoceré.