Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 28 de Septiembre de 2019

Recuerdos de una lección de periodismo

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Primer año en la Facultad de Ciencias de la Información. Un porrón de tiempo hace. Ilusión, compañera de inquietud, a flor de piel. Aulas repletas. Docencia de cátedra. Amalgama de sensaciones portadas con la ligereza de la juventud. Queríamos, seríamos periodistas, una profesión disfrazada de oficio que se presentaba atrayente porque la historia desfilaba a nuestro paso. Un dictador a las puertas de la muerte y una ciudadanía ansiosa de libertades, nos ponían en una encrucijada única e irrepetible. E íbamos a estar allí como notarios de la actualidad, una definición que enorgullecía.

 

Fue de las primeras clases del curso inicial, como la recitación de vocales en el parvulario. A escala universitaria eso éramos. La asignatura: Redacción. ¿Se podía esperar otra cosa en el naciente periodismo de rango académico superior? Profesor grave, circunspecto, ceremonioso. Un lacónico buenos días precedía a una ortodoxa bienvenida. Sin circunloquios, espetó: noticia es lo novedoso. Escrutó reacciones entre el abundante alumnado. Breve silencio. Medido, meditado. De la sentencia se iba a desprender todo el ramaje de una materia central con ediciones sucesivas en los tres cursos siguientes. Pero aquel fogonazo quedó prefigurado en el espermatozoide más veloz.

 

Cinco años después ya bregaba mi aprendizaje por las redacciones de periódicos y agencias. EFE siguió siendo mi universidad: nunca dejó de serlo. El maestro era colega, pero salvando distancias castrenses. La veteranía no podía ser otra cosa que grado superior tajante. Vaya si lo era. Se mantenía el primer tiempo de saludo hasta cumplimentar infinidad de noticias sorprendentes y bien redactadas para equiparar galones. Jefes y directores de colmillo retorcido, de olfato de podenco y de instinto depredador de la actualidad, se ufanaban en tutelar conocimientos vírgenes y, entre ellos, volvió a retumbar aquel noticia es lo novedoso.

 

Aprendimos a interiorizar la máxima con fe de neófito a base de tachaduras infinitas en nuestros folios escritos con horizonte de Pulitzer, de soportar el sarcástico dale la vuelta, sin apenas levantar la vista para mirarte a la cara. Éramos tropa a la que bastante favor se hacía leyéndole un texto elaborado en la etapa profesional de juntaletras. Una especie de cadena perpetua bien podría ser la sentencia si se deslizaba una leve falta de ortografía o el nombre errado de un ministro; prisión, si la coma caía donde no debía. Orgullo humillado en silencio que el tiempo transformaría en la bendición de impagable enseñanza. El reconocimiento era un escueto no está mal; valdrá para un breve sin firma, faltaría más, en la última de nacional. Escondida para el lector, refulgente para nosotros: nuestras primeras letras en los papeles.

 

Cuando hoy repaso los periódicos y veo la televisión no dejo de preguntarme si se ha enseñado a las nuevas promociones el abecé profesional de noticia es lo novedoso, si el redactor jefe o el editor se mimetizan en la piel docente de enseñar a los que empiezan  y no de cubrir el expediente ramplón de llenar páginas y contenidos con lo primero que cae en sus manos. Basta fijarse en cómo se repiten, hasta el mareo de la perdiz, informaciones, noticias y declaraciones. Noticia, en castellano antiguo, nueva, es hoy grosero concepto de sobado y reiterado. Una segunda edición del telediario es un calco de la primera. ¡¡Qué ironía!!,  Goebels es más actual que nunca, pese a su odiosa doctrina, de la que todos parecen abominar siguiéndola a pies juntillas. Las redacciones han abdicado de su recinto de tormenta de ideas para hacer seguidismo borreguil del dictado del poder y los poderosos. Las exclusivas, las primicias ya no son la mena del mineral; se trata de barrenar hasta la ganga del canutazo, de la rueda de prensa sin preguntas, o de la tertulia vacua en única clave de espectáculo o chismorreo. Has quedado como oyente. Todo bien encarrilado. Remotos los tiempos de la calle como caladero inagotable de informaciones, personajes y sorpresas, mientras se asiste al asedio de la nota diseñada en gabinete de prensa para cortar y pegar sin decoro. La fama se acredita baratísima con un famoseo nauseabundo, mientras la celebridad de la hazaña y del mérito se bate en vergonzosa retirada, porque solo vende el morbo y lo políticamente correcto.

 

Todavía nos miramos el ombligo con los orígenes de una honda depresión de la  credibilidad y un apogeo del tedio trufado de frivolidad, que tiene abiertas todas las vías de agua para el naufragio sin playa salvadora. Nos columpiamos en la revolución digital para extraer una explicación. Achacamos a los nuevos formatos el viraje de oros a bastos en los modos y maneras de este oficio. Estamos fuera de foco. El periodista ha dejado de ser cotilla y mosca cojonera para convertirse en vocero del poder político, financiero o de lobby. Si un verdadero profesional de esta cosa pierde el aguijón, es como la avispa…muere.Nuestro mal se incubó en las redacciones, y ahí sigue, con sus malsanas estelas. Junto a ello, el ninguneo a docentes e informadores que claman en el desierto que, con o sin digitalización, noticia es lo novedoso. Súmense hoy ingredientes como veracidad, rigor, contraste, que aquel profesor eludió por ser entonces dogma sobreentendido.  

                                                                                                                        

 

 

 

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