Lorenzo López Trigal
Sábado, 12 de Octubre de 2019

De recomendaciones y enchufes

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¿Quién no ha sido alguna vez recomendado o, al menos, enchufado?, que a menudo es término que tiene una acepción más peyorativa por derivarse de la acción de ‘enchufar’, resultado de colocar en un puesto a alguien sin suficientes méritos y que agravia a quien no es agraciado por tal enchufe. En cualquier caso, del enchufe a la recomendación hay escaso trecho, si la recomendación es afortunada.

 

En el ámbito académico y profesional, en particular en el anglosajón, la recomendación es una pieza esencial en el haber curricular de una persona. Una carta de recomendación supone el apoyo de la persona que tiene autoridad en la materia respecto de otra persona que solicita un puesto o trabajo o para darle entrada a estos mismos ámbitos. Asimismo, la laudatio o elogio respecto de un doctorando, en el acto de defensa de una tesis doctoral como de un doctorado honoris causa, es algo recurrente como también a la hora de entrar en un proyecto de investigación. El maestro recomienda al discípulo que trata de buscar otras salidas curriculares o cambia de universidad, lo cual no desmerece el rigor debido en el plano académico. Claro que aquel que no es recomendado lo tiene (más) difícil.

 

Veamos, mi propio caso. La primera vez que me sentí recomendado como escolar fue en el examen de ingreso en el Seminario de Astorga. Entonces, se exigía una edad de entrada a partir de once años. A mí me quedaban seis meses para cumplirlos. Pero con la ayuda del canónigo don Lorenzo del Moral, vecino de mi familia y miembro del tribunal, se facilitó mi acceso directo. Ya de estudiante en el Instituto observaba que mi padre buscaba, en ocasiones, protección para mis notas en alguna de las asignaturas y entre algunos profesores conocidos, aunque a veces esta vía me hacía pasar las penalidades de ciertos profesores, de por sí más castigadores, caso del conocido Abelardo San Román: “creía que era Usted una ermita, pero resulta ser una catedral…” y pluff, una torta. Ya de estudiante en la Universidad de Madrid, tuve recomendación de Felicidad Blanc en relación a los dos profesores-hueso de la Facultad de Políticas, Luis Díez del Corral y José Antonio Maravall, a los que Felicidad les hizo llegar una nota laudatoria al indicarles en una breve nota “la estima que tuvo Leopoldo (Panero) de este alumno astorgano”. Aunque, hace unos días, el profesor Antonio Elorza, ayudante del primero de los catedráticos, escribe una columna en El País que aclara el destino de la recomendación de hace medio siglo: “don Luis nos facilitaba (a sus ayudantes) la lista de recomendados, para si habían sido suspendidos, responder a las cartas”.

 

Pero donde funcionaban bien los enchufes era en la mili, en todas las escalas de mando o incluso entre soldados. Ilustra de nuevo mi caso personal como recluta en El Ferral, cuando unos días antes de obtener destino cuartelero en la Región Militar, me sugiere un soldado amigo destinado en la Unidad de Destinos que pase antes a saludar al Comandante. Cuando llego a su oficina, sin más preámbulos, me da a elegir tres cuarteles, los de Astorga, León o Salamanca. Cualquiera de ellos era válido para mí y elegí el tercer destino porque así estaría más conectado a mis estudios de Filosofía.

 

Experiencias personales, que puede tener también cualquier lector, de hasta dónde llegan los enchufes y las recomendaciones escolares, aunque de incierto resultado para el pupilo agraciado

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