¿Qué clase de políticos tenemos?
![[Img #46510]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/3306_226.jpg)
El próximo diez de noviembre, millones de ciudadanos estamos llamados a votar nuevamente; es algo que gusta y a lo que es difícil sustraerse. Que lo hagamos con entusiasmo ya es otra cosa. Viendo los movimientos que se han realizado y se siguen llevando a cabo, por la izquierda y por la derecha, hay que ser muy fan de esta mediocre clase política para que haya quien se sienta entusiasmado con ésta puesta en escena, que solo les beneficia a ellos. Lo mismo da optar por la izquierda que por la derecha.
Por tanto, ¿tiene sentido volver a hacer elecciones cuando la mayoría estamos hartos de los políticos y de la política que se nos se nos está ofreciendo en España? Es muy probable que no. Y no solo porque más o menos es previsible su resultado, sino porque el distanciamiento entre los partidos políticos y los ciudadanos cada vez es mayor, algo que nos expone a toda clase de riesgos, puedo pensar que incluso algunos catastróficos a corto o medio plazo.
Los ciudadanos estamos contemplando una grave crisis institucional desde varios escalones por debajo de la clase política, que solo mira por sus intereses, con una incapacidad mental que solo se entiende desde la manipulación encubierta que ofrecen algunos medios, la falta de raciocinio y pensamiento sobre los graves problemas que sufrimos y la vida de consumismo en la que nos han metido y nos ciega.
Encerrada en una habitación con cientos de candados, sin vistas al exterior, la política se consume en un sermón estéril desde el punto de vista de los intereses generales (ahora sacan una momia, mañana cambian los nombres de las calles, pasado vuelven a enterrar a la momia, etc) y mientras seguiremos comprobando cómo ninguno de los principales dirigentes políticos manifiestan en sus expresiones la mínima preocupación por el estado de las cosas. Les importa un bledo lo que pueda pensar de ellos la ciudadanía, van a lo suyo, que es cada vez más pequeño y mezquino. Lo único que les importa es asestar al rival de turno un golpe lo más grande posible y cambiar de colchón en Moncloa. Muy poca cosa si tenemos en cuenta que nuestro país necesita maniobras de altura para salir de esta crisis que existe aunque ellos y sus acólitos nos bombardean con mensajes contradictorios intentando trastocar la realidad.
Todos los partidos, lo mismo da de izquierdas que de derechas, carecen de la honestidad necesaria para olvidar su abatimiento por un momento y explicarnos a los españoles lo que está ocurriendo en nuestro país y en el mundo, los riesgos que corremos y las posibilidades de evitarlos. Ellos prefieren seguir con sus mentiras. La batalla por el poder es para ellos demasiado importante como para perder el tiempo en otras disquisiciones.
Un Gobierno sin la menor autocrítica, nos dice que lo están haciendo extraordinariamente bien, que el PIB crece, que el paro baja, que los españoles estamos mejor que nunca y que por lo tanto cualquier crítica a su labor son solo pataleos sin fundamento.
Para ellos la realidad es imperceptible. Por ejemplo, la tasa real de paro, los necesarios retoques de la Constitución, la reforma de financiación de las Comunidades Autonómicas, la realidad de nuestra deuda pública sobre el PIB que ronda el porcentaje del 100%, la precariedad laboral o el proceso anticonstitucional de Cataluña, por citar solo algunos de los problemas más importantes que nos preocupan a los ciudadanos. De los partidos de la oposición para qué hablar si ninguno da la talla para ponerle las cosas claras al egocéntrico y mesiánico equipo de gobierno. Tampoco se me olvidan los servil-sindicatos, pero en esta ocasión prefiero optar por ignorarlos aunque todos sabemos de qué mano comen y como manipulan a los trabajadores.
Estos problemas y muchos más, para la clase política que tenemos en España son insignificantes, de lo contrario hubieran cerrado urgentemente los pactos necesarios para formar un gobierno fuerte y estable con capacidad para afrontarlos de inmediato. Pero no ha sido así y a lo que nuestra clase política se ha dedicado es a mostrarnos indecentemente sus vetos intransigentes y sus ambiciones personales, en las que anteponen sus intereses particulares a los generales de la ciudadanía, llevándonos a unas nuevas elecciones.
No puedo por menos que preguntarme si estos getas vendrán a pedir nuestro voto sin sentir el mínimo rubor y bochorno después de su incapacidad para llegar a acuerdos, después de decirnos con toda claridad que les importamos muy poco, que carecen absolutamente de ideas y que va a ser muy difícil que las tengas en unas pocas semanas. A cualquier persona medianamente responsable le daría vergüenza, pero la tropa política carece de ella.
Personalmente no creo en las listas, menos aún si son cerradas, y me cuesta mucho hacerlo con los partidos que llevan por delante algo, llamado ideología, prefiero la simple transparencia, honestidad y capacidad de gestión.
Tengo claro que generalizar no es justo y que hay algún político que se pueda librar de mi crítica, aunque no creo que sean muchos, pero lo que también tengo muy claro es que los únicos que no tenemos ninguna culpa de lo que está pasando somos los ciudadanos. ¿O quizás sí?
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El próximo diez de noviembre, millones de ciudadanos estamos llamados a votar nuevamente; es algo que gusta y a lo que es difícil sustraerse. Que lo hagamos con entusiasmo ya es otra cosa. Viendo los movimientos que se han realizado y se siguen llevando a cabo, por la izquierda y por la derecha, hay que ser muy fan de esta mediocre clase política para que haya quien se sienta entusiasmado con ésta puesta en escena, que solo les beneficia a ellos. Lo mismo da optar por la izquierda que por la derecha.
Por tanto, ¿tiene sentido volver a hacer elecciones cuando la mayoría estamos hartos de los políticos y de la política que se nos se nos está ofreciendo en España? Es muy probable que no. Y no solo porque más o menos es previsible su resultado, sino porque el distanciamiento entre los partidos políticos y los ciudadanos cada vez es mayor, algo que nos expone a toda clase de riesgos, puedo pensar que incluso algunos catastróficos a corto o medio plazo.
Los ciudadanos estamos contemplando una grave crisis institucional desde varios escalones por debajo de la clase política, que solo mira por sus intereses, con una incapacidad mental que solo se entiende desde la manipulación encubierta que ofrecen algunos medios, la falta de raciocinio y pensamiento sobre los graves problemas que sufrimos y la vida de consumismo en la que nos han metido y nos ciega.
Encerrada en una habitación con cientos de candados, sin vistas al exterior, la política se consume en un sermón estéril desde el punto de vista de los intereses generales (ahora sacan una momia, mañana cambian los nombres de las calles, pasado vuelven a enterrar a la momia, etc) y mientras seguiremos comprobando cómo ninguno de los principales dirigentes políticos manifiestan en sus expresiones la mínima preocupación por el estado de las cosas. Les importa un bledo lo que pueda pensar de ellos la ciudadanía, van a lo suyo, que es cada vez más pequeño y mezquino. Lo único que les importa es asestar al rival de turno un golpe lo más grande posible y cambiar de colchón en Moncloa. Muy poca cosa si tenemos en cuenta que nuestro país necesita maniobras de altura para salir de esta crisis que existe aunque ellos y sus acólitos nos bombardean con mensajes contradictorios intentando trastocar la realidad.
Todos los partidos, lo mismo da de izquierdas que de derechas, carecen de la honestidad necesaria para olvidar su abatimiento por un momento y explicarnos a los españoles lo que está ocurriendo en nuestro país y en el mundo, los riesgos que corremos y las posibilidades de evitarlos. Ellos prefieren seguir con sus mentiras. La batalla por el poder es para ellos demasiado importante como para perder el tiempo en otras disquisiciones.
Un Gobierno sin la menor autocrítica, nos dice que lo están haciendo extraordinariamente bien, que el PIB crece, que el paro baja, que los españoles estamos mejor que nunca y que por lo tanto cualquier crítica a su labor son solo pataleos sin fundamento.
Para ellos la realidad es imperceptible. Por ejemplo, la tasa real de paro, los necesarios retoques de la Constitución, la reforma de financiación de las Comunidades Autonómicas, la realidad de nuestra deuda pública sobre el PIB que ronda el porcentaje del 100%, la precariedad laboral o el proceso anticonstitucional de Cataluña, por citar solo algunos de los problemas más importantes que nos preocupan a los ciudadanos. De los partidos de la oposición para qué hablar si ninguno da la talla para ponerle las cosas claras al egocéntrico y mesiánico equipo de gobierno. Tampoco se me olvidan los servil-sindicatos, pero en esta ocasión prefiero optar por ignorarlos aunque todos sabemos de qué mano comen y como manipulan a los trabajadores.
Estos problemas y muchos más, para la clase política que tenemos en España son insignificantes, de lo contrario hubieran cerrado urgentemente los pactos necesarios para formar un gobierno fuerte y estable con capacidad para afrontarlos de inmediato. Pero no ha sido así y a lo que nuestra clase política se ha dedicado es a mostrarnos indecentemente sus vetos intransigentes y sus ambiciones personales, en las que anteponen sus intereses particulares a los generales de la ciudadanía, llevándonos a unas nuevas elecciones.
No puedo por menos que preguntarme si estos getas vendrán a pedir nuestro voto sin sentir el mínimo rubor y bochorno después de su incapacidad para llegar a acuerdos, después de decirnos con toda claridad que les importamos muy poco, que carecen absolutamente de ideas y que va a ser muy difícil que las tengas en unas pocas semanas. A cualquier persona medianamente responsable le daría vergüenza, pero la tropa política carece de ella.
Personalmente no creo en las listas, menos aún si son cerradas, y me cuesta mucho hacerlo con los partidos que llevan por delante algo, llamado ideología, prefiero la simple transparencia, honestidad y capacidad de gestión.
Tengo claro que generalizar no es justo y que hay algún político que se pueda librar de mi crítica, aunque no creo que sean muchos, pero lo que también tengo muy claro es que los únicos que no tenemos ninguna culpa de lo que está pasando somos los ciudadanos. ¿O quizás sí?






