Libro de estilo de la Real Academia ante el deterioro de la lengua española
Libro de estilo de la lengua española. Real Academia de la Lengua, Barcelona, Espasa, 2018, 498 pp., 24, 90 €.
![[Img #46528]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/2302_libro-de-estilo-de-la-lengua-espanola-real-academia-espanol-d_nq_np_793163-mco29032393029_122018-f.jpg)
El Libro de estilo de la lengua española fue un proyecto anterior incluso al de otras publicaciones fundamentales de la Academia (el Diccionario Panhispánico de dudas, la Gramática y la Ortografía), pero finalmente se postergó para dar prioridad a estas. En él se trata de ofrecer ahora una respuesta a las dudas lingüísticas más frecuentes —incluidas las que se relacionan con los nuevos soportes de escritura— que se les plantean a los hispanohablantes. Pero, además, como se expone en la presentación (p. 17), pretende estimular una necesaria reacción ante el evidente deterioro de la lengua española, que puede observar se tanto en las intervenciones públicas como en el descuido generalizado con que los jóvenes la utilizan, un uso que ha llegado a ser calificado incluso de «paupérrimo y zarrapastroso» (p. 17).
El primer apartado corresponde a las ‘Cuestiones gramaticales’ (pp. 21-83), es decir, a las cuestiones morfosintácticas, que se agrupan por bloques temáticos: género, número, diminutivos, conjugación verbal, etc. Se suele partir de casos concretos, cuyo fundamento gramatical se explica de forma breve y sencilla, aunque se evita, en general, adoptar normas claras y estrictas, y se opta por indicar las formas preferibles o recomendables, lo que genera en ocasiones ciertas ambigüedades. Especialmente útiles resultan, entre otros, los dos primeros bloques, dedicados al género y al número, pues, por ejemplo, las formas femeninas de ciertos nombres de oficio —entre los que aquí se da carta de naturaleza a pilota, junto al más usual (la) piloto (p. 23)— o los plurales de algunos neologismos y voces procedentes de otras lenguas —así, currículum (p. 26), incorporada en la última edición del DRAE— siguen suscitando no pocas dudas y vacilaciones.
Las ‘Cuestiones ortográficas’ (pp. 85-147) ocupan la segunda parte. La exposición teórica de las normas esenciales va acompañada de sus correspondientes ejemplos, entre ellos los que habitualmente generan más problemas. Por otro lado, es de destacar la inclusión de palabras aún no registradas en el DRAE —kraken, senséi (o sensey), pódcast, batamanta (pp. 92, 93, 97 y 133)…; entre ellas ciertos acortamientos propios de la lengua coloquial como finde, porfa, simpa, etc. (p. 99)—, o la admisión de grafías alternativas —wiski, cordinar o coperar (pp. 93 y 95)— para otras ya existentes.
Se perciben aquí ciertos cambios de criterio, que vienen a modificar, quizás con más rapidez y frecuencia de lo que sería prudente, las decisiones adoptadas por la propia academia en publicaciones anteriores, lo que no deja de generar ciertas contradicciones. Por ejemplo, para designar cierto tipo de café se dan como grafías alternativas moka y moca (p. 89). Es la misma opción que se adoptaba en la Ortografía y que venía a corregir la anterior del Diccionario Panhispánico de dudas, donde se daba preferencia a la segunda. Sin embargo, difiere de la del Diccionario académico que en su última edición sorprendentemente solo admite la segunda. Análogas consideraciones merecen otros vocablos como musaka (p. 89).
Más novedoso resulta el capítulo consagrado a la ‘Ortotipografía (pp. 149-209), esto es, a los recursos tipográficos que intervienen en la composición del texto: tipos y clases de letras, márgenes espacios, títulos, párrafos, citas… Salvo en el caso de aspectos muy concretos como el uso de las cursivas, que deben someterse a reglas más estrictas, las normas de presentación de los textos originales vienen establecidas por las diversas publicaciones y suelen diferir bastante entre sí. Quizás por eso resulte llamativa una afirmación como la que se lee en la página 202: «tradicionalmente, el lugar se separa de la editorial con dos puntos», uso que ni siquiera se observa en todas las publicaciones de la propia Academia. En cualquier caso, sería de desear que las pequeñas pautas que se establecen en estas páginas sean adoptadas por todas las publicaciones.
En el siguiente apartado, ‘Pronunciación y elocución’ (pp. 211-267), se incluyen útiles recomendaciones y normas ortológicas: desde la correcta articulación de los sonidos y la división silábica, hasta la velocidad de habla, las pausas, el acento, el ritmo, la entonación… En casi todas ellas, junto a las observaciones generales se advierte una especial preocupación por la lengua en los medios de comunicación. De ahí que sean frecuentes las recomendaciones específicas dirigidas a periodistas y locutores (pp. 228-229, 238-239, 266-267…).
Sin duda, la sección más novedosa es la dedicada a la ‘Escritura y comunicación digital’ (pp. 269-312), en la que se aborda la lengua escrita en los más diversos canales: correos electrónicos, redes sociales, blogs, páginas web, chat…, sin omitir el periodismo digital. Ciertamente la escritura en estos modernos medios parece caracterizarse por la más absoluta relajación de las reglas. Sin embargo, como se pone de manifiesto aquí, aun en las comunicaciones más espontáneas y directas, rigen, en principio, las mismas normas que en el resto de los textos, aunque, sobre todo por cuestiones técnicas y en contextos informales, estas puedan relajarse. Pero hasta la escritura de emoticonos y emojis o memes ha de seguir ciertas pautas (pp. 291-293).
En ‘Cómo aprovechar el diccionario’ (pp. 313-334), se sintetizan las características más relevantes y la organización del actual diccionario académico, donde, según se recuerda (p. 313), ni todas las palabras válidas del español tienen cabida (así, algunos términos compuestos y derivados, tecnicismos, regionalismos, neologismos aún no asentados…) ni todas las que aparecen son de uso recomendable (por ejemplo, voces antiguas y desusadas, vulgarismos…). De estas últimas, quizás el caso más paradigmático sea el de almóndiga, vocablo presente desde la primera edición y todavía mantenido, no sin cierta controversia. Además, se explican las diversas informaciones gramaticales y de uso que aportan las marcas que acompañan al significado de las palabras en el diccionario actual, y, entre otras informaciones, se anuncian las diversas novedades del futuro diccionario académico (pp. 331-334).
El capítulo más amplio del manual lo constituye el ‘Glosario’ (pp. 337-474), en el que, a modo de diccionario de dudas, se ordenan alfabéticamente conceptos y palabras —algunos ya tratados en su correspondiente sección— que plantean cualquier tipo de dificultad. También se incluyen algunas voces no incorporadas en la última edición del diccionario académico —aunque posteriormente algunas de ellas sí se han introducido en la actualización digital de 2018— como buenismo, sorioridad, recepcionar —aun reconociendo en este último caso su carácter de «neologismo poco necesario (p. 474)—, etc., con su correspondiente definición. Entre esas voces nuevas se incluyen igualmente las adaptaciones de diversos extranjerismos: espá, jaquear, suvenir, wasap (o guasap)…; adaptaciones tal vez menos justificadas en casos como parquin o ranquin, pues pueden sustituirse fácilmente por palabras españolas equivalentes. Esta última posibilidad es por la que se opta ahora en otros casos: puentismo —equivalente recomendado para puenting—, balsismo —para rafting—, yubutero —para yutuber—, etc.
Además de los cambios de criterio ya citados a propósito de las grafías —y que pueden extenderse a otras ejemplos aquí como crep (p. 374)—, se comprueban asimismo en este glosario las ambigüedades que origina la renuencia a establecer unos límites estrictos entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Así, en la p. 67 sobre las construcciones del tipo detrás suyo, se indicaba que «no se han integrado todavía en la lengua culta general, por lo que es preferible evitarlas». Puesto que solo era preferible, no había de colegirse necesariamente que fueran incorrectas. De hecho, los ejemplos no iban acompañados del pertinente símbolo de uso incorrecto. Además, parecía deducirse que eran más aceptables que las formas correspondientes en femenino (detrás suya, delante mía, etc.), estas sí rechazadas explícitamente (p. 68). En cambio, en este glosario la preferencia se convierte en rigurosa obligación, pues se indica que «no deben utilizarse» (p. 380) y, ahora sí, van acompañadas del pertinente símbolo de incorrección.
El volumen se cierra con cinco apéndices (pp. 475-498) que contienen los modelos regulares de conjugación verbal, una tabla de numerales —buen ejemplo de la flexibilidad normativa, aunque en este caso se recogen solo las variantes más aceptadas—, y sendas listas de abreviaturas, símbolos alfabetizables y símbolos no alfabetizables. En definitiva, aunque en algunas de sus propuestas pueda suscitar cierta —e inevitable— discusión, este manual de estilo constituye sin duda una herramienta útil y de obligada consulta para todos los hispanohablantes mínimamente preocupados por el buen uso de la lengua española.
Libro de estilo de la lengua española. Real Academia de la Lengua, Barcelona, Espasa, 2018, 498 pp., 24, 90 €.
El Libro de estilo de la lengua española fue un proyecto anterior incluso al de otras publicaciones fundamentales de la Academia (el Diccionario Panhispánico de dudas, la Gramática y la Ortografía), pero finalmente se postergó para dar prioridad a estas. En él se trata de ofrecer ahora una respuesta a las dudas lingüísticas más frecuentes —incluidas las que se relacionan con los nuevos soportes de escritura— que se les plantean a los hispanohablantes. Pero, además, como se expone en la presentación (p. 17), pretende estimular una necesaria reacción ante el evidente deterioro de la lengua española, que puede observar se tanto en las intervenciones públicas como en el descuido generalizado con que los jóvenes la utilizan, un uso que ha llegado a ser calificado incluso de «paupérrimo y zarrapastroso» (p. 17).
El primer apartado corresponde a las ‘Cuestiones gramaticales’ (pp. 21-83), es decir, a las cuestiones morfosintácticas, que se agrupan por bloques temáticos: género, número, diminutivos, conjugación verbal, etc. Se suele partir de casos concretos, cuyo fundamento gramatical se explica de forma breve y sencilla, aunque se evita, en general, adoptar normas claras y estrictas, y se opta por indicar las formas preferibles o recomendables, lo que genera en ocasiones ciertas ambigüedades. Especialmente útiles resultan, entre otros, los dos primeros bloques, dedicados al género y al número, pues, por ejemplo, las formas femeninas de ciertos nombres de oficio —entre los que aquí se da carta de naturaleza a pilota, junto al más usual (la) piloto (p. 23)— o los plurales de algunos neologismos y voces procedentes de otras lenguas —así, currículum (p. 26), incorporada en la última edición del DRAE— siguen suscitando no pocas dudas y vacilaciones.
Las ‘Cuestiones ortográficas’ (pp. 85-147) ocupan la segunda parte. La exposición teórica de las normas esenciales va acompañada de sus correspondientes ejemplos, entre ellos los que habitualmente generan más problemas. Por otro lado, es de destacar la inclusión de palabras aún no registradas en el DRAE —kraken, senséi (o sensey), pódcast, batamanta (pp. 92, 93, 97 y 133)…; entre ellas ciertos acortamientos propios de la lengua coloquial como finde, porfa, simpa, etc. (p. 99)—, o la admisión de grafías alternativas —wiski, cordinar o coperar (pp. 93 y 95)— para otras ya existentes.
Se perciben aquí ciertos cambios de criterio, que vienen a modificar, quizás con más rapidez y frecuencia de lo que sería prudente, las decisiones adoptadas por la propia academia en publicaciones anteriores, lo que no deja de generar ciertas contradicciones. Por ejemplo, para designar cierto tipo de café se dan como grafías alternativas moka y moca (p. 89). Es la misma opción que se adoptaba en la Ortografía y que venía a corregir la anterior del Diccionario Panhispánico de dudas, donde se daba preferencia a la segunda. Sin embargo, difiere de la del Diccionario académico que en su última edición sorprendentemente solo admite la segunda. Análogas consideraciones merecen otros vocablos como musaka (p. 89).
Más novedoso resulta el capítulo consagrado a la ‘Ortotipografía (pp. 149-209), esto es, a los recursos tipográficos que intervienen en la composición del texto: tipos y clases de letras, márgenes espacios, títulos, párrafos, citas… Salvo en el caso de aspectos muy concretos como el uso de las cursivas, que deben someterse a reglas más estrictas, las normas de presentación de los textos originales vienen establecidas por las diversas publicaciones y suelen diferir bastante entre sí. Quizás por eso resulte llamativa una afirmación como la que se lee en la página 202: «tradicionalmente, el lugar se separa de la editorial con dos puntos», uso que ni siquiera se observa en todas las publicaciones de la propia Academia. En cualquier caso, sería de desear que las pequeñas pautas que se establecen en estas páginas sean adoptadas por todas las publicaciones.
En el siguiente apartado, ‘Pronunciación y elocución’ (pp. 211-267), se incluyen útiles recomendaciones y normas ortológicas: desde la correcta articulación de los sonidos y la división silábica, hasta la velocidad de habla, las pausas, el acento, el ritmo, la entonación… En casi todas ellas, junto a las observaciones generales se advierte una especial preocupación por la lengua en los medios de comunicación. De ahí que sean frecuentes las recomendaciones específicas dirigidas a periodistas y locutores (pp. 228-229, 238-239, 266-267…).
Sin duda, la sección más novedosa es la dedicada a la ‘Escritura y comunicación digital’ (pp. 269-312), en la que se aborda la lengua escrita en los más diversos canales: correos electrónicos, redes sociales, blogs, páginas web, chat…, sin omitir el periodismo digital. Ciertamente la escritura en estos modernos medios parece caracterizarse por la más absoluta relajación de las reglas. Sin embargo, como se pone de manifiesto aquí, aun en las comunicaciones más espontáneas y directas, rigen, en principio, las mismas normas que en el resto de los textos, aunque, sobre todo por cuestiones técnicas y en contextos informales, estas puedan relajarse. Pero hasta la escritura de emoticonos y emojis o memes ha de seguir ciertas pautas (pp. 291-293).
En ‘Cómo aprovechar el diccionario’ (pp. 313-334), se sintetizan las características más relevantes y la organización del actual diccionario académico, donde, según se recuerda (p. 313), ni todas las palabras válidas del español tienen cabida (así, algunos términos compuestos y derivados, tecnicismos, regionalismos, neologismos aún no asentados…) ni todas las que aparecen son de uso recomendable (por ejemplo, voces antiguas y desusadas, vulgarismos…). De estas últimas, quizás el caso más paradigmático sea el de almóndiga, vocablo presente desde la primera edición y todavía mantenido, no sin cierta controversia. Además, se explican las diversas informaciones gramaticales y de uso que aportan las marcas que acompañan al significado de las palabras en el diccionario actual, y, entre otras informaciones, se anuncian las diversas novedades del futuro diccionario académico (pp. 331-334).
El capítulo más amplio del manual lo constituye el ‘Glosario’ (pp. 337-474), en el que, a modo de diccionario de dudas, se ordenan alfabéticamente conceptos y palabras —algunos ya tratados en su correspondiente sección— que plantean cualquier tipo de dificultad. También se incluyen algunas voces no incorporadas en la última edición del diccionario académico —aunque posteriormente algunas de ellas sí se han introducido en la actualización digital de 2018— como buenismo, sorioridad, recepcionar —aun reconociendo en este último caso su carácter de «neologismo poco necesario (p. 474)—, etc., con su correspondiente definición. Entre esas voces nuevas se incluyen igualmente las adaptaciones de diversos extranjerismos: espá, jaquear, suvenir, wasap (o guasap)…; adaptaciones tal vez menos justificadas en casos como parquin o ranquin, pues pueden sustituirse fácilmente por palabras españolas equivalentes. Esta última posibilidad es por la que se opta ahora en otros casos: puentismo —equivalente recomendado para puenting—, balsismo —para rafting—, yubutero —para yutuber—, etc.
Además de los cambios de criterio ya citados a propósito de las grafías —y que pueden extenderse a otras ejemplos aquí como crep (p. 374)—, se comprueban asimismo en este glosario las ambigüedades que origina la renuencia a establecer unos límites estrictos entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Así, en la p. 67 sobre las construcciones del tipo detrás suyo, se indicaba que «no se han integrado todavía en la lengua culta general, por lo que es preferible evitarlas». Puesto que solo era preferible, no había de colegirse necesariamente que fueran incorrectas. De hecho, los ejemplos no iban acompañados del pertinente símbolo de uso incorrecto. Además, parecía deducirse que eran más aceptables que las formas correspondientes en femenino (detrás suya, delante mía, etc.), estas sí rechazadas explícitamente (p. 68). En cambio, en este glosario la preferencia se convierte en rigurosa obligación, pues se indica que «no deben utilizarse» (p. 380) y, ahora sí, van acompañadas del pertinente símbolo de incorrección.
El volumen se cierra con cinco apéndices (pp. 475-498) que contienen los modelos regulares de conjugación verbal, una tabla de numerales —buen ejemplo de la flexibilidad normativa, aunque en este caso se recogen solo las variantes más aceptadas—, y sendas listas de abreviaturas, símbolos alfabetizables y símbolos no alfabetizables. En definitiva, aunque en algunas de sus propuestas pueda suscitar cierta —e inevitable— discusión, este manual de estilo constituye sin duda una herramienta útil y de obligada consulta para todos los hispanohablantes mínimamente preocupados por el buen uso de la lengua española.