La nueva vida de Maruja Iglesias
![[Img #46574]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/1719_mujer-rural.jpg)
En menos de un año Maruja vio morir a su marido y su hija mayor, de tan solo cuarenta años. Palo tras palo. Dos cañonazos directos a la línea de flotación. Pum. Toda una vida de trabajo, toda una vida cuidando gente; padres, tíos, marido, hijas, hermanos, cuñadas… toda una vida, austera, sin ninguna concesión, sin hacer nada más; sin tiempo para aprender, sin tiempo para disfrutar, para vivir, para ocuparse de sí misma. Con el ojo en el campo, con el ojo en el puchero, en las labores, en la compra, en el plato ajeno. Ahora que solo se habla de la ‘España Vaciada’, el empoderamiento femenino, de la igualdad en derechos y oportunidades… quizás nos estemos olvidando de la verdadera precursora de todo, quizás estemos buscando a esa mujer en el lugar equivocado. La tenemos cerca, en nuestro pueblo, en el medio rural, donde llevan siglos dando lecciones de fuerza y valor; y nosotros intentando encontrarla en el parlamento o la tele, en los medios o Instagram, último canal para que muchas puedan “demostrar” su valor como mujer. Y es que, queridos niños, no somos capaces de ver una mierda con tanta tontería delante. Y así nos va.
La historia de Maruja vale por cien. Me da que mucha gracia no le va a hacer, pero es necesario contarla. Es preciso hablar de una poderosa fuerza que ha hecho que con más de 70 años la señora Iglesias esté empezando su vida; con ganas, con ilusión y sin mirar demasiado atrás. No es cuestión de repetir en demasía su historia; la de muchas mujeres de nuestros pueblos, que pasaron de deslomarse en el campo a hacerlo en alguna casa de la ciudad, llevándose la prole con ellas. Historias de magno sacrificio, nunca pagado y jamás agradecido, repetidas hasta la vergüenza de los que miraban impasibles. Se saben. La de nuestra protagonista es una de ellas, una de tantas. A lo que merece dar luz es al pasaje que viene detrás, y que viene a demostrar que la vida es para valientes. Que enseña las garras de lo que una mujer es capaz de aguantar, de tolerar, de reinventar y sobre todo de cómo hay que levantarse cuando la caída ha sido, simplemente, inhumana.
Lejos de ver el tren pasar desde la ventana, Maruja quisocoger el toro por los cuernos y aferrarse a la vida que ya le tocaba vivir, de una vez. Y nunca es tarde. El proceso tuvo su ritmo, siempre constante, intercalando alguna tarde apagada, días tristes, semanas grises; como no podía ser de otra forma. Pero cocinando primero, surtiendo de confitería selecta a quien a su alrededor estaba, paseando después, volviendo a sentarse a charlar en un banco de Obispo Alcolea, yendo a la ‘Frater’, una pequeña asociación de barrio donde la convivencia se hace oro, que hace más por mejorar la vida de sus integrantes que todos los programas del Ayuntamiento, la Diputación y las mil charlas que cuarenta trabajadoras sociales vienen a darles. No sé, llámenme loco, pero creo que un chocolate con churros, o con el famoso roscón light de Maruja, es más terapia para las señoras del barrio que todos los programas de desarrollo personal que tan sesudamente se ponen en marcha, subvención millonaria por delante.
Como decía, la señora María volvía poco a poco a levantarse tras la caída a un precipicio del que no todos salen, como nunca he visto. Nuestra protagonista, además, conduce, y lejos de abandonar la libertad del volante, busca en su Seat Ibiza a las amigas para ir a La Bañeza, a tomar más chocolate con la Frater local. Para enseñarlasque cerca de Benavides, por la carretera de Antoñán, hay una fuente de la que mana un magnifico agua, que recogen encantadas. Vamos, que no solo se levanta ella, que bastante tendría, sino que ya es la animadora número uno de la Puerta del Rey. Tal y como me dijo una señora hace no muchos días: “Con Maruja nos vamos de pingo por ahí”. Brutal.
Pero esperen, porque ahora, para rematar su gesta, la señora ha decido volver a los libros. Pues sí, ya ven. Yo me pongo a sus pies, directamente. Ha decidido volver a la escuela, y como no quiere perder el tiempo también a la Universidad. Si, a las dos cosas, a la vez, cuadrando horarios y sin un minuto libre. Para qué vamos a desperdiciar tardes. Repasa Lengua y Matemáticas en el Centro de Educación para Adultos; dos horas al día, cuatro días por semana. Ahí estamos. Y como ahora está de moda lo de los dobles grados también se ha inscrito en el Aula de Astorga de la Universidad de la Experiencia, dependiente de la Universidad de León. Allí quiere saber más de arte, literatura, comunicación, historia… y llegada a su cocina de madera, en la silla del Conde Luna mullida con dos grandes cojines verdes y ante una gran mesa con el hule encima, hace deberes, repasa conceptos… ¡bravo!
La mujer de Curillas, de la Sequeda leonesa, la que trabajó el campo y la casa, la que vivió siempre a la sombra de otros decidió que también quería ser; ser y estar. He aquí una Mujer Rural, con mayúsculas. He aquí una fuerza de la naturaleza que sin querer nos da una lección vital, sobre la vida, sobre lo necesario, sobre lo que no lo es; una ‘masterclass’ de empoderamiento, del de verdad. Una mujer de las que, permítanme el atrevimiento, ya casi no quedan. Si a las feministas de turno, con la boca siempre llena, seles ocurre seguir un ejemplo que vengan a nuestros pueblos, que cuenten lo que las de natural rural son capaces de hacer. Porque me parece, repito, que las modelos a seguir las están buscando en el lugar equivocado. Vengan queridas todas, Maruja con gusto les explicará esto de ser mujer, si encuentra un hueco, claro.
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En menos de un año Maruja vio morir a su marido y su hija mayor, de tan solo cuarenta años. Palo tras palo. Dos cañonazos directos a la línea de flotación. Pum. Toda una vida de trabajo, toda una vida cuidando gente; padres, tíos, marido, hijas, hermanos, cuñadas… toda una vida, austera, sin ninguna concesión, sin hacer nada más; sin tiempo para aprender, sin tiempo para disfrutar, para vivir, para ocuparse de sí misma. Con el ojo en el campo, con el ojo en el puchero, en las labores, en la compra, en el plato ajeno. Ahora que solo se habla de la ‘España Vaciada’, el empoderamiento femenino, de la igualdad en derechos y oportunidades… quizás nos estemos olvidando de la verdadera precursora de todo, quizás estemos buscando a esa mujer en el lugar equivocado. La tenemos cerca, en nuestro pueblo, en el medio rural, donde llevan siglos dando lecciones de fuerza y valor; y nosotros intentando encontrarla en el parlamento o la tele, en los medios o Instagram, último canal para que muchas puedan “demostrar” su valor como mujer. Y es que, queridos niños, no somos capaces de ver una mierda con tanta tontería delante. Y así nos va.
La historia de Maruja vale por cien. Me da que mucha gracia no le va a hacer, pero es necesario contarla. Es preciso hablar de una poderosa fuerza que ha hecho que con más de 70 años la señora Iglesias esté empezando su vida; con ganas, con ilusión y sin mirar demasiado atrás. No es cuestión de repetir en demasía su historia; la de muchas mujeres de nuestros pueblos, que pasaron de deslomarse en el campo a hacerlo en alguna casa de la ciudad, llevándose la prole con ellas. Historias de magno sacrificio, nunca pagado y jamás agradecido, repetidas hasta la vergüenza de los que miraban impasibles. Se saben. La de nuestra protagonista es una de ellas, una de tantas. A lo que merece dar luz es al pasaje que viene detrás, y que viene a demostrar que la vida es para valientes. Que enseña las garras de lo que una mujer es capaz de aguantar, de tolerar, de reinventar y sobre todo de cómo hay que levantarse cuando la caída ha sido, simplemente, inhumana.
Lejos de ver el tren pasar desde la ventana, Maruja quisocoger el toro por los cuernos y aferrarse a la vida que ya le tocaba vivir, de una vez. Y nunca es tarde. El proceso tuvo su ritmo, siempre constante, intercalando alguna tarde apagada, días tristes, semanas grises; como no podía ser de otra forma. Pero cocinando primero, surtiendo de confitería selecta a quien a su alrededor estaba, paseando después, volviendo a sentarse a charlar en un banco de Obispo Alcolea, yendo a la ‘Frater’, una pequeña asociación de barrio donde la convivencia se hace oro, que hace más por mejorar la vida de sus integrantes que todos los programas del Ayuntamiento, la Diputación y las mil charlas que cuarenta trabajadoras sociales vienen a darles. No sé, llámenme loco, pero creo que un chocolate con churros, o con el famoso roscón light de Maruja, es más terapia para las señoras del barrio que todos los programas de desarrollo personal que tan sesudamente se ponen en marcha, subvención millonaria por delante.
Como decía, la señora María volvía poco a poco a levantarse tras la caída a un precipicio del que no todos salen, como nunca he visto. Nuestra protagonista, además, conduce, y lejos de abandonar la libertad del volante, busca en su Seat Ibiza a las amigas para ir a La Bañeza, a tomar más chocolate con la Frater local. Para enseñarlasque cerca de Benavides, por la carretera de Antoñán, hay una fuente de la que mana un magnifico agua, que recogen encantadas. Vamos, que no solo se levanta ella, que bastante tendría, sino que ya es la animadora número uno de la Puerta del Rey. Tal y como me dijo una señora hace no muchos días: “Con Maruja nos vamos de pingo por ahí”. Brutal.
Pero esperen, porque ahora, para rematar su gesta, la señora ha decido volver a los libros. Pues sí, ya ven. Yo me pongo a sus pies, directamente. Ha decidido volver a la escuela, y como no quiere perder el tiempo también a la Universidad. Si, a las dos cosas, a la vez, cuadrando horarios y sin un minuto libre. Para qué vamos a desperdiciar tardes. Repasa Lengua y Matemáticas en el Centro de Educación para Adultos; dos horas al día, cuatro días por semana. Ahí estamos. Y como ahora está de moda lo de los dobles grados también se ha inscrito en el Aula de Astorga de la Universidad de la Experiencia, dependiente de la Universidad de León. Allí quiere saber más de arte, literatura, comunicación, historia… y llegada a su cocina de madera, en la silla del Conde Luna mullida con dos grandes cojines verdes y ante una gran mesa con el hule encima, hace deberes, repasa conceptos… ¡bravo!
La mujer de Curillas, de la Sequeda leonesa, la que trabajó el campo y la casa, la que vivió siempre a la sombra de otros decidió que también quería ser; ser y estar. He aquí una Mujer Rural, con mayúsculas. He aquí una fuerza de la naturaleza que sin querer nos da una lección vital, sobre la vida, sobre lo necesario, sobre lo que no lo es; una ‘masterclass’ de empoderamiento, del de verdad. Una mujer de las que, permítanme el atrevimiento, ya casi no quedan. Si a las feministas de turno, con la boca siempre llena, seles ocurre seguir un ejemplo que vengan a nuestros pueblos, que cuenten lo que las de natural rural son capaces de hacer. Porque me parece, repito, que las modelos a seguir las están buscando en el lugar equivocado. Vengan queridas todas, Maruja con gusto les explicará esto de ser mujer, si encuentra un hueco, claro.
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