G.C.C.
Lunes, 19 de Agosto de 2013

Gustavo

Gustavo era un perro especial, parecía consciente de lo que había cambiado su vida al verse fuera de la perrera, en mi casa, y me lo devolvía con una atención y devoción especiales. Desde el primer momento fijó su atención en mis indicaciones, siempre atento parecía no querer disgustarme y a mí eso me desbordaba por dentro. Es cierto que pueden ser mejores que las personas. Gustavo y yo íbamos juntos a todas partes, en Astorga me habrán visto con él muchas personas. Para mí era un orgullo compartir un perro tan excepcional. En estos días que ha estado conmigo ha podido conocer a mucha gente de mi entorno, todos ellos dirán que Gustavo era un perro especial. Tanto es así que en un acto público en la Biblioteca Municipal de Astorga su presencia fue requerida por los participantes, y pidiendo permiso a la sala traje a Gustavo, que estaba tumbado en el coche, a la sombra. Allí todos lo saludaron porque lo conocían y reconocían y admiraban, algunos, sus cualidades y lo que suponíamos el uno para el otro.

Yo fuí a la perrera con deseo de encontrar un perro, no de rescatarlo, no de ofrecer una vida mejor a cualquier perro no, yo buscaba a mi perro, a ese perro que supiese comprender que iba a compartir su vida con otro ser  y que tendrían que entenderse por tanto. Y así fue, acompañado por el personal fui conociendo uno a uno a los animales. Volví a casa y aún medité unos días sobre si Gustavo y yo tendríamos una vida mejor al compartirla.

Cuando fui a buscarlo estuve largo tiempo hablando con el personal sobre el compromiso y responsabilidades y también sobre las cualidades de aquel magnífico animal. Me dijeron que había estado tres  años allí, cosa que yo no puedo comprender ni ellos tampoco. Gustavo era atento, consciente, obediente, tierno, valiente y templado y sabía que yo le quería, por encima de todo lo que nos ocurriese en el tiempo que compartíamos él siempre supo que era a mí a quién debía atender. Yo quería a Gustavo.

El día que acudimos al Hospital del Bierzo hacía una mañana aún fresca, eran alrededor de las 10:00, dejé el coche en sombra y esperaba que los altos chopos del parking de Urgencias también protegiesen del calor al coche.

Fui a visitar a un amigo que está atravesando ya desde hace un tiempo una situación muy delicada con su salud. La palabra es cáncer; antes de su reciente hospitalización había estado sin comer más de cinco semanas y tampoco podía beber, la situación para él y para su gente era límite. Fui a verlo sabiendo que quizá tendría que ayudarle con la entrevista con la médico ya que no habla del todo bien el español.

He de decir que me bajé a fumar un cigarro, deprisa por la posibilidad de tener que acudir a la consulta, al no conocer el Hospital aparqué en el primer sitio, luego me ví que tenía que bordearlo entero para llegar a las habitaciones, mientras fumaba el cigarro no pensé más que Gustavo estaría bien, a la sombra. La visita al médico se vino retrasando hasta las 12:30 aproximadamente. Cuando nos lo requirieron subimos a la tercera planta y allí esperamos, después la consulta tuvo su transcurso, en ella tomaron decisiones muy importantes para esta persona  y de alguna manera fueron positivas. Cuando salimos fuera y aguardábamos a que le bajasen a su habitación me llamaron para decirme que bajase al parking que tenían a mi perro, no me habían dicho que estaba muerto, así que yo iba pensando que se había escapado de alguna forma, aunque tenía el arnés y la correa que se engancha al cinturón ya se había desprendido de él en otra ocasión.

Cuando llegué ví a mi perro tendido en un charco de agua rodeado de gente y un policía local y otro de seguridad del Hospital. De ahí en adelante ocurren cosas que no vienen al caso porque la intención de mi carta es hacer ver a las personas que conocieron a Gustavo pero no a mí que él no estuvo desatendido ni  ignorado y que yo no soy una persona desconsiderada o insensible. Gustavo, mi amigo, se fue por mi culpa, era mi responsabilidad su vida.  

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