ENTREVISTA / Juan Matas, catedrático de literatura española y estudioso del siglo XVII
"La enseñanza no puede quedar en manos de las empresas que solo quieren adiestrar técnicos"
Juan Matas presentó este viernes 18 de octubre en Astorga una exhaustiva edición crítica de los 'Sonetos' de Luis de Góngora. El profesor Luis Miguel Suárez conversó con él antes del acto en la Casa Panero y el resultado es esta entrevista.
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Luis Miguel Suárez: Esta nueva edición de los sonetos de Góngora es el fruto de más de dos lustros de trabajo, tal como se dice en el prólogo. Es a todas luces una edición monumental. ¿Qué aportaciones o novedades destacaría en ella?
Juan Matas Caballero: Como novedades yo destacaría que es una nueva edición crítica que aporta el cotejo de nuevos manuscritos que se encontraron después de hecha la edición clásica que se conocía de Biruté Ciplijauskaité en Castalia (y luego publicada ya en un formato mayor en Madison, en Estados Unidos); también tiene como novedoso el estudio preliminar, que es un estudio más extenso que intenta revalorizar la poesía de Góngora conforme a las aportaciones bibliográficas críticas nuevas, porque han transcurrido 40 años desde aquella edición y evidentemente se han aportado nuevas cosas. Por otra parte, se actualiza el texto conforme a la normativa de la RAE, con un criterio más estándar, más uniforme. Además, se proporciona una explicación de cada soneto, con una introducción relativamente amplia o breve, según la importancia o la atención que haya recibido cada poema, que lo contextualiza tanto en la poesía del barroco, de acuerdo con la tradición también clásica, y en la obra del propio Luis de Góngora. Posteriormente se transcribe el soneto, seguido del aparato crítico de variantes y de los testimonios en los que aparece; y finalmente aparece un comentario exhaustivo de ‘loci obscuri’ intentando aclararlos, intentando aclarar asimismo cuestiones del lenguaje, refranes o alusiones a la cultura o la erudición de la época; lo que constituye una anotación bastante más exhaustiva de la que se había hecho hasta ahora.
Y a pesar de esta labor casi titánica, señala usted en su estudio introductorio estas palabras: "con este trabajo no damos por concluido nuestro labor de estudiar y editar los sonetos de Luis de Góngora, que seguirá en curso reuniendo todos los testimonios existentes, si bien es cierto que se trata de una tarea que no conoce fin, ya que no se descarta que sigan apareciendo textos o documentos que recojan poesías de Luis de Góngora."
Ciertamente, hay que pensar que desde el año 92 para acá se descubrieron nuevos manuscritos, algunos de ellos muy importantes, que reunían la poesía completa de Góngora: es lo que llamamos —utilizando un término que ha puesto en circulación Antonio Carreira— ‘manuscritos integri’, que son manuscritos que recogen casi exclusivamente la obra de Góngora y casi toda la obra o toda la obra de Góngora. Teniendo en cuenta que se ha producido eso en unos años, no se descarta en absoluto que puedan aparecer nuevos manuscritos, o bien ‘integri’ o sueltos, que aporten incluso nuevos poemas de Góngora. Desde ese punto de vista es desde el que digo que queda abierta la posibilidad de tener que replantearse una edición crítica. Y ya no solo esto, sino nuevos estudios que arrojen nueva luz, nuevos horizontes. Una obra de un clásico, al ser un clásico, nunca está cerrada ni muerta, sino que está siempre actualizándose. Y el crítico no debe acomodarse y pensar que esto es definitivo; yo creo que desgraciadamente en la vida no hay nada definitivo.
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![[Img #46644]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/6840_sonetos.jpg)
También mencionó usted otras tareas pendientes con relación a los sonetos de Góngora, es decir, reunir aquellos que se le han atribuido y cuya autoría aún no está clara.
Ciertamente, ahí hay todavía un trabajo por hacer con la poesía de Góngora. Si nos fijamos, por ejemplo, en la edición que hizo Biruté Ciplijauskaité, yo he optado por no dividir la edición en tres apartados, «poesía auténtica», «poesía atribuida» y «de dudosa atribución», como hizo ella. Creo que eso debe decidirlo el lector. Por eso presento todos los sonetos numerados —y ordenados cronológicamente— desde el 1 hasta el 212. Y ahí se incluyen algunos sonetos que tradicionalmente se han considerado dudosos o atribuidos: yo le doy al lector la información de los manuscritos en los que aparece —manuscritos cuya calidad ha sido también valorada— para que sea el propio lector el que decida. Bien es cierto que la publicidad que se ha hecho desde la editorial habla de «212 sonetos auténticos». Realmente no ha sido esa mi estrategia, sino incluir también esos otros sonetos, y luego, como ya he dicho, dejar al lector que decida. Biruté sigue en buena medida lo que fija el manuscrito Chacón, que cifra en 167 los sonetos auténticos de Góngora; el resto son atribuidos. Pero eso es un error. No quiero decir que sea un error de Biruté, sino que la crítica sigue sosteniéndolo. ¿Por qué es un error? Porque hay sonetos de los que no cabe la más mínima duda que son de Góngora, por factura, por estilo, por el idiolecto, por los temas que trata; en algunos porque son defensa clarísima de ataques que ha recibido. ¿Por qué seguir manteniendo que son dudosos, cuando, además, los recogen los mejores testimonios de la obra del poeta? Esos sonetos los he colocado claramente como obra de Góngora. Aun así, digo: que el lector decida. No se descarta, en cualquier caso, que con la aparición de nuevos testimonios puedan surgir poemas atribuidos a Góngora que haya evidentemente que incorporar a la nómina. Teniendo en cuenta que Lope de Vega escribió varios miles de sonetos, que Quevedo tiene en torno a 600, que Góngora escribiera 200 me parecen pocos; así que no cabe descartar que pudieran aparecer muchos más poemas de Góngora.
¿Qué otros retos importantes quedan aún pendientes, a su juicio, para los gongoristas del siglo XXI?
Hay uno importantísimo, desde mi punto de vista, que es editar críticamente las «Soledades». El poema magno de Luis de Góngora no está editado críticamente. Contamos con una excelente edición del profesor Robert Jammes. Pero no es una edición crítica. Está bien comentada, bien explicado el poema, pero no es una edición como esta de los sonetos; o como la que hizo Antonio Carreira de los romances; o como la de José María Micó con la de canciones y otros poemas en arte mayor; o como la de Sara Pezzini, que acaba de salir hace un año, con las décimas. Esto falta por hacer con las «Soledades» de Góngora, nada más y nada menos. Yo colocaría esa como la primera gran tarea y la gran necesidad del gongorismo. Aparte de esto, creo que hace falta seguir luego revisando la obra, seguir estudiándola. Aunque la obra de Góngora reúna ya muchos estudios, todavía faltan cuestiones clave por estudiar; por ejemplo, monografías dedicadas a temas específicos que hagan un recorrido por toda su obra. Góngora es, en cierta medida, un poeta desgraciadamente bastante desatendido todavía por la crítica. Faltan también, por ejemplo, tesis doctorales monográficas sobre la presencia de Góngora en la poesía contemporánea. La trascendencia que tuvo este poeta no está mínimamente estudiada. Hay, eso sí, pequeñas calas. Si una generación tan importante como la del 27 reivindica a Góngora y lo ha estudiado y lo ha incorporado a su obra, creo que todavía queda por hacer ahí una labor tremenda. Y digo el 27, pero los poetas actuales exactamente igual. Un clásico debe ser reactualizado de forma permanente a base de estudios y de buenas ediciones críticas de su obra, y son tareas que hay que hacer todavía con Góngora.
Y entre esos asuntos pendientes ¿no estaría también una biografía solvente de Góngora? Porque no se conocen biografías importantes.
Pues sí, es otra de las grandes tareas del gongorismo, hacer una buena biografía de Góngora. Tenemos un capítulo más o menos extenso de Miguel Artigas que se publicó en 1925, y esta es prácticamente la biografía que tenemos. Luego hay otras notas biográficas de un erudito del XIX que también es una biografía pero muy parcial, muy escasa. Hace tiempo viene anunciando Amelia de Paz, que es una discípula de Antonio Carreira, una biografía. El propio Antonio Carreira anunció que estaba realizando una biografía. Son tareas claramente pendientes que se deben acometer y evidentemente los que acabo de mencionar u otros gongoristas deben animarse a ello.
![[Img #46638]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/972_dsc_0076.jpg)
Este mismo año acaba de aparecer un último tomo de una nueva biografía de Cervantes que pretende despojar la figura del escritor de sus adherencias míticas. En el caso de Góngora, ¿existen también algunos mitos en torno a su figura que se han ido transmitiendo a través de la crítica y que hacen que el público tenga algunas ideas preconcebidas que no se corresponden con la realidad?
El retrato de Velázquez fijó un rostro de Góngora realmente huraño, antipático, casi agresivo también, y esa imagen parece que ha pervivido. La polémica que existió con Quevedo —yo siempre digo de Quevedo contra Góngora, porque fue una rivalidad desigual, fundamentalmente por la diferencia de edad, pues pertenecían a generaciones diferentes, y mientras que Góngora era un poeta encumbrado Quevedo era un joven que necesitaba matar al padre, y decidió atacar furibundamente al padre—; esa rivalidad, digo, también ha creado la idea del carácter ácido, agrio de Góngora. Sin embargo, si revisamos el capítulo que le dedica Robert Jammes a la biografía de Góngora, vemos que nos presenta un Góngora que no tiene mucho que ver con un Góngora amargo, frío, duro, pues se trata de un’ bon vivant’, un sujeto que visita las correderas de teatro, que va a los toros y que juega, aficiones prohibidas para un hombre de iglesia. Es decir, que la imagen oscila entre un Góngora díscolo, atrevido y bastante irreverente con los valores sacrosantos de la sociedad de la época, y un Góngora austero, amargo, agrio. Yo me inclino más bien por esta vertiente de un Góngora díscolo. Incluso al final de su vida, cuando está pasando mucha hambre, porque se ha arruinado, Góngora se ríe continuamente de sí mismo en sus poemas. Es verdad que es una sonrisa amarga, pero se toma la vida o da un perfil de que se toma la vida de una manera un tanto estoica, pero sin refugiarse en la melancolía. Como si dijera: hay que pasar los tragos de la mejor manera posible y viene bien siempre una sonrisa. Esta imagen yo la suelo ver en su poesía; es verdad que Góngora se oculta mucho, se oculta casi siempre en sus versos, cuesta trabajo encontrar esa sentimentalidad de Don Luis. Pero cuando se muestra, aparece un poeta zumbón, risueño, alegre, entretenido, nada mitificador… Creo que hay que seguir esa línea para comprender la imagen de Góngora.
Y pasando ya a la tradición literaria de Góngora, la estela que ha dejado en la poesía posterior, parece que su figura suscita cierta reticencia especialmente en determinadas corrientes poéticas. Porque parece ser que hay que militar indefectiblemente bajo la bandera de Quevedo, de Góngora o de Lope de Vega, como si fueran incompatibles entre sí. Y por eso se le tacha de frío, frente a otros poetas que serían más hondos o más humanos, como Quevedo o Lope. Usted recoge, por ejemplo, a propósito de ciertos poemas, algunas palabras de Borges poco condescendiente con Góngora (ya sabemos que Borges tenía preferencia por Quevedo).
Sí, es verdad, Borges siempre ha sido hiriente con Góngora, o con Antonio Machado. Es la actitud iconoclasta de intentar epatar que caracteriza a Borges. Tenemos que cuestionarnos siempre que ese fuera el verdadero pensamiento de Borges. Está claro que Góngora tiene una proyección en la poesía posterior muy poderosa, y es santo y seña de la propia generación del 27, cuyo marchamo se remonta al centenario del fallecimiento de don Luis. Pero incluso en poetas actuales su huella está muy presente. Esto es por lo que yo decía que queda mucho trabajo por hacer. Es un error por parte tanto de los poetas como de los críticos clasificar de forma excluyente a un poeta; como si Quevedo fuera el poeta comprometido y el poeta más —entre comillas— progre, más moderno, cuando resulta que si vamos a los textos de ambos poetas incluso sucede todo lo contrario. Es mucho más reaccionario políticamente hablando, socialmente hablando, Quevedo que Góngora. Que el hecho de que Luis de Góngora escribiera una poesía para un público minoritario y selecto lo excluiría de una perspectiva progresista yo creo que eso es otro inmenso error. Es decir, hay muchos errores de apreciación y de valoración con nuestra tradición clásica, y sobre todo cuando no dejan de ser prejuicios. Cuando nos movemos por prejuicios de carácter moral, ético, político, etc., se hace un flaco favor al arte, y, en este caso, a la poesía.
![[Img #46643]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/7126_dsc_0245.jpg)
En tono un poco de broma, afirmaba Trapiello a propósito de Cervantes que si viviera hoy nunca le hubieran dado el Cervantes, que se lo darían a Lope de Vega siempre antes que a él. Siguiendo esa broma diríamos que Góngora no tendría muchas más posibilidades que Cervantes… Y, sin embargo, ¿quizás Góngora sería el más moderno de los poetas clásicos en el plano del estilo, en el sentido de que él fue el que renovó el lenguaje poético hasta un punto más elevado que sus contemporáneos?
Yo sí lo creo, sobre todo cuando Góngora apuesta en «Las Soledades» por la ruptura de los cánones clásicos, y mezcla un tema que ya no es elevado; o que es elevado pero a un tiempo bajo, que habla sencillamente de gallos y de gallinas, que habla de la naturaleza, que habla de un peregrino que no es un protagonista de linaje sino un desconocido del que ni siquiera sabemos su nombre, y esto lo introduce en un poema supuestamente épico, pero que al mismo tiempo es lírico y bucólico (ya que nos sitúa en un mundo de la pastoral). Cuando Góngora rompe con esos códigos férreos de lo que es la poesía y crea un lenguaje que va de lo sublime a lo vulgar, todo junto en un mismo poema, Góngora está abriendo la poesía a la modernidad. Creo que no es en todo caso una labor de una sola figura; desde esa perspectiva, Góngora está abriendo muchos caminos a la creación literaria. Pero pienso lo mismo de Lope de Vega. Lope con su defensa de la claridad poética frente a Góngora está también rompiendo los códigos, sobre todo en el teatro; y se hace popular y le da al público lo que quiere. No hay una vía ni un único camino, realmente, para abrir horizontes. Así, Lope de Vega está renovando completamente la literatura desde una óptica distinta. ¿Son antitéticos y contrarios? Yo creo que no. Y es que sucede que a veces elevamos a categoría estética rivalidades personales. Si nos olvidamos de eso, con el paso de los siglos están ahí los tres o cuatro poetas: Quevedo, Cervantes, Lope de Vega y Góngora han ido abriendo horizontes a la creación literaria y son realmente los modelos; pero podría decir lo mismo de uno de mis poetas favoritos, Garcilaso de la Vega, con el que, a mi juicio, empieza la modernidad en la poesía española.
![[Img #46642]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2019/4347_dsc_0250.jpg)
Por cierto, ahora que la literatura ha perdido mucho peso en los planes de estudio, ¿es posible que los estudiantes españoles puedan llegar a Góngora? Porque la lectura de los clásicos en la enseñanza secundaria no parece, que cuente con muchos defensores, ni siquiera entre los propios docentes. Ni contamos tampoco con ningún destacado divulgador de los clásicos, por ejemplo, como fue en su tiempo Azorín.
Sí, la verdad es que si Larra había dicho aquello de que “escribir en España es llorar”, estudiar humanidades casi viene a ser la misma experiencia del llanto. Los planes de estudios son realmente penosos. Estoy radicalmente en contra de lo que un político llamó en un artículo escrito muy recientemente en un periódico nacional la ‘McDonalización de los estudios universitarios’: hemos llegado a una 'McDonalización', títulos que se dan como píldoras en cuatro años. Lo mismo se puede decir del bachillerato. La enseñanza no puede estar al servicio de la empresa ni se debe dejar la enseñanza en manos de empresarios que quieren adiestrar técnicos; esto nos lleva realmente al caos. La enseñanza tiene que ser siempre crítica, debe ser lo más completa posible y no puede tener un corto plazo a la vista. Eso implicaría que las humanidades deberían estar en todos los planes de estudios y habría que dedicarles una atención adecuada porque forma la base del pensamiento de la humanidad, en definitiva. Y el futuro trabajador de aeronáutica, el médico o el profesor deben tener una formación humanística sólida; de la misma forma que el humanista debe tener también formación en enseñanzas técnicas. Esa separación, que responde realmente a una sociedad plenamente mercantilista, nos ha llevado por caminos separados, cuando no tienen por qué estar separados; y en este caso la táctica de ese mundo mercantil y empresarial cortoplacista que pretende rentabilizar la enseñanza nos ha llevado a una situación de empobrecimiento radical, que hace que en un aula no quepa Góngora, pero tampoco puedan caber ya Cervantes ni Lope de Vega. Es una tragedia para un país que esto ocurra, y sobre todo un país como España con la riqueza del patrimonio literario artístico y cultural que tiene. Evidentemente estoy radicalmente en contra de este sistema de estudios desde primaria hasta la universidad.
Luis Miguel Suárez: Esta nueva edición de los sonetos de Góngora es el fruto de más de dos lustros de trabajo, tal como se dice en el prólogo. Es a todas luces una edición monumental. ¿Qué aportaciones o novedades destacaría en ella?
Juan Matas Caballero: Como novedades yo destacaría que es una nueva edición crítica que aporta el cotejo de nuevos manuscritos que se encontraron después de hecha la edición clásica que se conocía de Biruté Ciplijauskaité en Castalia (y luego publicada ya en un formato mayor en Madison, en Estados Unidos); también tiene como novedoso el estudio preliminar, que es un estudio más extenso que intenta revalorizar la poesía de Góngora conforme a las aportaciones bibliográficas críticas nuevas, porque han transcurrido 40 años desde aquella edición y evidentemente se han aportado nuevas cosas. Por otra parte, se actualiza el texto conforme a la normativa de la RAE, con un criterio más estándar, más uniforme. Además, se proporciona una explicación de cada soneto, con una introducción relativamente amplia o breve, según la importancia o la atención que haya recibido cada poema, que lo contextualiza tanto en la poesía del barroco, de acuerdo con la tradición también clásica, y en la obra del propio Luis de Góngora. Posteriormente se transcribe el soneto, seguido del aparato crítico de variantes y de los testimonios en los que aparece; y finalmente aparece un comentario exhaustivo de ‘loci obscuri’ intentando aclararlos, intentando aclarar asimismo cuestiones del lenguaje, refranes o alusiones a la cultura o la erudición de la época; lo que constituye una anotación bastante más exhaustiva de la que se había hecho hasta ahora.
Y a pesar de esta labor casi titánica, señala usted en su estudio introductorio estas palabras: "con este trabajo no damos por concluido nuestro labor de estudiar y editar los sonetos de Luis de Góngora, que seguirá en curso reuniendo todos los testimonios existentes, si bien es cierto que se trata de una tarea que no conoce fin, ya que no se descarta que sigan apareciendo textos o documentos que recojan poesías de Luis de Góngora."
Ciertamente, hay que pensar que desde el año 92 para acá se descubrieron nuevos manuscritos, algunos de ellos muy importantes, que reunían la poesía completa de Góngora: es lo que llamamos —utilizando un término que ha puesto en circulación Antonio Carreira— ‘manuscritos integri’, que son manuscritos que recogen casi exclusivamente la obra de Góngora y casi toda la obra o toda la obra de Góngora. Teniendo en cuenta que se ha producido eso en unos años, no se descarta en absoluto que puedan aparecer nuevos manuscritos, o bien ‘integri’ o sueltos, que aporten incluso nuevos poemas de Góngora. Desde ese punto de vista es desde el que digo que queda abierta la posibilidad de tener que replantearse una edición crítica. Y ya no solo esto, sino nuevos estudios que arrojen nueva luz, nuevos horizontes. Una obra de un clásico, al ser un clásico, nunca está cerrada ni muerta, sino que está siempre actualizándose. Y el crítico no debe acomodarse y pensar que esto es definitivo; yo creo que desgraciadamente en la vida no hay nada definitivo.
También mencionó usted otras tareas pendientes con relación a los sonetos de Góngora, es decir, reunir aquellos que se le han atribuido y cuya autoría aún no está clara.
Ciertamente, ahí hay todavía un trabajo por hacer con la poesía de Góngora. Si nos fijamos, por ejemplo, en la edición que hizo Biruté Ciplijauskaité, yo he optado por no dividir la edición en tres apartados, «poesía auténtica», «poesía atribuida» y «de dudosa atribución», como hizo ella. Creo que eso debe decidirlo el lector. Por eso presento todos los sonetos numerados —y ordenados cronológicamente— desde el 1 hasta el 212. Y ahí se incluyen algunos sonetos que tradicionalmente se han considerado dudosos o atribuidos: yo le doy al lector la información de los manuscritos en los que aparece —manuscritos cuya calidad ha sido también valorada— para que sea el propio lector el que decida. Bien es cierto que la publicidad que se ha hecho desde la editorial habla de «212 sonetos auténticos». Realmente no ha sido esa mi estrategia, sino incluir también esos otros sonetos, y luego, como ya he dicho, dejar al lector que decida. Biruté sigue en buena medida lo que fija el manuscrito Chacón, que cifra en 167 los sonetos auténticos de Góngora; el resto son atribuidos. Pero eso es un error. No quiero decir que sea un error de Biruté, sino que la crítica sigue sosteniéndolo. ¿Por qué es un error? Porque hay sonetos de los que no cabe la más mínima duda que son de Góngora, por factura, por estilo, por el idiolecto, por los temas que trata; en algunos porque son defensa clarísima de ataques que ha recibido. ¿Por qué seguir manteniendo que son dudosos, cuando, además, los recogen los mejores testimonios de la obra del poeta? Esos sonetos los he colocado claramente como obra de Góngora. Aun así, digo: que el lector decida. No se descarta, en cualquier caso, que con la aparición de nuevos testimonios puedan surgir poemas atribuidos a Góngora que haya evidentemente que incorporar a la nómina. Teniendo en cuenta que Lope de Vega escribió varios miles de sonetos, que Quevedo tiene en torno a 600, que Góngora escribiera 200 me parecen pocos; así que no cabe descartar que pudieran aparecer muchos más poemas de Góngora.
¿Qué otros retos importantes quedan aún pendientes, a su juicio, para los gongoristas del siglo XXI?
Hay uno importantísimo, desde mi punto de vista, que es editar críticamente las «Soledades». El poema magno de Luis de Góngora no está editado críticamente. Contamos con una excelente edición del profesor Robert Jammes. Pero no es una edición crítica. Está bien comentada, bien explicado el poema, pero no es una edición como esta de los sonetos; o como la que hizo Antonio Carreira de los romances; o como la de José María Micó con la de canciones y otros poemas en arte mayor; o como la de Sara Pezzini, que acaba de salir hace un año, con las décimas. Esto falta por hacer con las «Soledades» de Góngora, nada más y nada menos. Yo colocaría esa como la primera gran tarea y la gran necesidad del gongorismo. Aparte de esto, creo que hace falta seguir luego revisando la obra, seguir estudiándola. Aunque la obra de Góngora reúna ya muchos estudios, todavía faltan cuestiones clave por estudiar; por ejemplo, monografías dedicadas a temas específicos que hagan un recorrido por toda su obra. Góngora es, en cierta medida, un poeta desgraciadamente bastante desatendido todavía por la crítica. Faltan también, por ejemplo, tesis doctorales monográficas sobre la presencia de Góngora en la poesía contemporánea. La trascendencia que tuvo este poeta no está mínimamente estudiada. Hay, eso sí, pequeñas calas. Si una generación tan importante como la del 27 reivindica a Góngora y lo ha estudiado y lo ha incorporado a su obra, creo que todavía queda por hacer ahí una labor tremenda. Y digo el 27, pero los poetas actuales exactamente igual. Un clásico debe ser reactualizado de forma permanente a base de estudios y de buenas ediciones críticas de su obra, y son tareas que hay que hacer todavía con Góngora.
Y entre esos asuntos pendientes ¿no estaría también una biografía solvente de Góngora? Porque no se conocen biografías importantes.
Pues sí, es otra de las grandes tareas del gongorismo, hacer una buena biografía de Góngora. Tenemos un capítulo más o menos extenso de Miguel Artigas que se publicó en 1925, y esta es prácticamente la biografía que tenemos. Luego hay otras notas biográficas de un erudito del XIX que también es una biografía pero muy parcial, muy escasa. Hace tiempo viene anunciando Amelia de Paz, que es una discípula de Antonio Carreira, una biografía. El propio Antonio Carreira anunció que estaba realizando una biografía. Son tareas claramente pendientes que se deben acometer y evidentemente los que acabo de mencionar u otros gongoristas deben animarse a ello.
Este mismo año acaba de aparecer un último tomo de una nueva biografía de Cervantes que pretende despojar la figura del escritor de sus adherencias míticas. En el caso de Góngora, ¿existen también algunos mitos en torno a su figura que se han ido transmitiendo a través de la crítica y que hacen que el público tenga algunas ideas preconcebidas que no se corresponden con la realidad?
El retrato de Velázquez fijó un rostro de Góngora realmente huraño, antipático, casi agresivo también, y esa imagen parece que ha pervivido. La polémica que existió con Quevedo —yo siempre digo de Quevedo contra Góngora, porque fue una rivalidad desigual, fundamentalmente por la diferencia de edad, pues pertenecían a generaciones diferentes, y mientras que Góngora era un poeta encumbrado Quevedo era un joven que necesitaba matar al padre, y decidió atacar furibundamente al padre—; esa rivalidad, digo, también ha creado la idea del carácter ácido, agrio de Góngora. Sin embargo, si revisamos el capítulo que le dedica Robert Jammes a la biografía de Góngora, vemos que nos presenta un Góngora que no tiene mucho que ver con un Góngora amargo, frío, duro, pues se trata de un’ bon vivant’, un sujeto que visita las correderas de teatro, que va a los toros y que juega, aficiones prohibidas para un hombre de iglesia. Es decir, que la imagen oscila entre un Góngora díscolo, atrevido y bastante irreverente con los valores sacrosantos de la sociedad de la época, y un Góngora austero, amargo, agrio. Yo me inclino más bien por esta vertiente de un Góngora díscolo. Incluso al final de su vida, cuando está pasando mucha hambre, porque se ha arruinado, Góngora se ríe continuamente de sí mismo en sus poemas. Es verdad que es una sonrisa amarga, pero se toma la vida o da un perfil de que se toma la vida de una manera un tanto estoica, pero sin refugiarse en la melancolía. Como si dijera: hay que pasar los tragos de la mejor manera posible y viene bien siempre una sonrisa. Esta imagen yo la suelo ver en su poesía; es verdad que Góngora se oculta mucho, se oculta casi siempre en sus versos, cuesta trabajo encontrar esa sentimentalidad de Don Luis. Pero cuando se muestra, aparece un poeta zumbón, risueño, alegre, entretenido, nada mitificador… Creo que hay que seguir esa línea para comprender la imagen de Góngora.
Y pasando ya a la tradición literaria de Góngora, la estela que ha dejado en la poesía posterior, parece que su figura suscita cierta reticencia especialmente en determinadas corrientes poéticas. Porque parece ser que hay que militar indefectiblemente bajo la bandera de Quevedo, de Góngora o de Lope de Vega, como si fueran incompatibles entre sí. Y por eso se le tacha de frío, frente a otros poetas que serían más hondos o más humanos, como Quevedo o Lope. Usted recoge, por ejemplo, a propósito de ciertos poemas, algunas palabras de Borges poco condescendiente con Góngora (ya sabemos que Borges tenía preferencia por Quevedo).
Sí, es verdad, Borges siempre ha sido hiriente con Góngora, o con Antonio Machado. Es la actitud iconoclasta de intentar epatar que caracteriza a Borges. Tenemos que cuestionarnos siempre que ese fuera el verdadero pensamiento de Borges. Está claro que Góngora tiene una proyección en la poesía posterior muy poderosa, y es santo y seña de la propia generación del 27, cuyo marchamo se remonta al centenario del fallecimiento de don Luis. Pero incluso en poetas actuales su huella está muy presente. Esto es por lo que yo decía que queda mucho trabajo por hacer. Es un error por parte tanto de los poetas como de los críticos clasificar de forma excluyente a un poeta; como si Quevedo fuera el poeta comprometido y el poeta más —entre comillas— progre, más moderno, cuando resulta que si vamos a los textos de ambos poetas incluso sucede todo lo contrario. Es mucho más reaccionario políticamente hablando, socialmente hablando, Quevedo que Góngora. Que el hecho de que Luis de Góngora escribiera una poesía para un público minoritario y selecto lo excluiría de una perspectiva progresista yo creo que eso es otro inmenso error. Es decir, hay muchos errores de apreciación y de valoración con nuestra tradición clásica, y sobre todo cuando no dejan de ser prejuicios. Cuando nos movemos por prejuicios de carácter moral, ético, político, etc., se hace un flaco favor al arte, y, en este caso, a la poesía.
En tono un poco de broma, afirmaba Trapiello a propósito de Cervantes que si viviera hoy nunca le hubieran dado el Cervantes, que se lo darían a Lope de Vega siempre antes que a él. Siguiendo esa broma diríamos que Góngora no tendría muchas más posibilidades que Cervantes… Y, sin embargo, ¿quizás Góngora sería el más moderno de los poetas clásicos en el plano del estilo, en el sentido de que él fue el que renovó el lenguaje poético hasta un punto más elevado que sus contemporáneos?
Yo sí lo creo, sobre todo cuando Góngora apuesta en «Las Soledades» por la ruptura de los cánones clásicos, y mezcla un tema que ya no es elevado; o que es elevado pero a un tiempo bajo, que habla sencillamente de gallos y de gallinas, que habla de la naturaleza, que habla de un peregrino que no es un protagonista de linaje sino un desconocido del que ni siquiera sabemos su nombre, y esto lo introduce en un poema supuestamente épico, pero que al mismo tiempo es lírico y bucólico (ya que nos sitúa en un mundo de la pastoral). Cuando Góngora rompe con esos códigos férreos de lo que es la poesía y crea un lenguaje que va de lo sublime a lo vulgar, todo junto en un mismo poema, Góngora está abriendo la poesía a la modernidad. Creo que no es en todo caso una labor de una sola figura; desde esa perspectiva, Góngora está abriendo muchos caminos a la creación literaria. Pero pienso lo mismo de Lope de Vega. Lope con su defensa de la claridad poética frente a Góngora está también rompiendo los códigos, sobre todo en el teatro; y se hace popular y le da al público lo que quiere. No hay una vía ni un único camino, realmente, para abrir horizontes. Así, Lope de Vega está renovando completamente la literatura desde una óptica distinta. ¿Son antitéticos y contrarios? Yo creo que no. Y es que sucede que a veces elevamos a categoría estética rivalidades personales. Si nos olvidamos de eso, con el paso de los siglos están ahí los tres o cuatro poetas: Quevedo, Cervantes, Lope de Vega y Góngora han ido abriendo horizontes a la creación literaria y son realmente los modelos; pero podría decir lo mismo de uno de mis poetas favoritos, Garcilaso de la Vega, con el que, a mi juicio, empieza la modernidad en la poesía española.
Por cierto, ahora que la literatura ha perdido mucho peso en los planes de estudio, ¿es posible que los estudiantes españoles puedan llegar a Góngora? Porque la lectura de los clásicos en la enseñanza secundaria no parece, que cuente con muchos defensores, ni siquiera entre los propios docentes. Ni contamos tampoco con ningún destacado divulgador de los clásicos, por ejemplo, como fue en su tiempo Azorín.
Sí, la verdad es que si Larra había dicho aquello de que “escribir en España es llorar”, estudiar humanidades casi viene a ser la misma experiencia del llanto. Los planes de estudios son realmente penosos. Estoy radicalmente en contra de lo que un político llamó en un artículo escrito muy recientemente en un periódico nacional la ‘McDonalización de los estudios universitarios’: hemos llegado a una 'McDonalización', títulos que se dan como píldoras en cuatro años. Lo mismo se puede decir del bachillerato. La enseñanza no puede estar al servicio de la empresa ni se debe dejar la enseñanza en manos de empresarios que quieren adiestrar técnicos; esto nos lleva realmente al caos. La enseñanza tiene que ser siempre crítica, debe ser lo más completa posible y no puede tener un corto plazo a la vista. Eso implicaría que las humanidades deberían estar en todos los planes de estudios y habría que dedicarles una atención adecuada porque forma la base del pensamiento de la humanidad, en definitiva. Y el futuro trabajador de aeronáutica, el médico o el profesor deben tener una formación humanística sólida; de la misma forma que el humanista debe tener también formación en enseñanzas técnicas. Esa separación, que responde realmente a una sociedad plenamente mercantilista, nos ha llevado por caminos separados, cuando no tienen por qué estar separados; y en este caso la táctica de ese mundo mercantil y empresarial cortoplacista que pretende rentabilizar la enseñanza nos ha llevado a una situación de empobrecimiento radical, que hace que en un aula no quepa Góngora, pero tampoco puedan caber ya Cervantes ni Lope de Vega. Es una tragedia para un país que esto ocurra, y sobre todo un país como España con la riqueza del patrimonio literario artístico y cultural que tiene. Evidentemente estoy radicalmente en contra de este sistema de estudios desde primaria hasta la universidad.