Juan Guerrero
Domingo, 27 de Octubre de 2019
ENTREVISTA / Moraina Guanipa, poeta venezolana

Moraima Guanipa: Lucidez del lenguaje poético

La palabra exacta, luminosa y esplendorosamente lúcida se revela en los versos de una poesía construida al borde de los días, del diario andar de una escritura que de manera silenciosa, melancólica y serena, devela al mundo el lenguaje que es alma y sentido de la existencia, del ser de la palabra poética.

La poesía de Moraima Guanipa (Maracaibo, 1961) se abre al mundo para nombrarlo desde su misma esencia. Es una voz que habla desde el fondo de la vida, donde se entrecruzan rostros de una heredad que boga infinitamente en una versificación que alude a lo sacro, la eterna voz del poeta que es profecía en el misterio del verso.

Moraima Guanipa es licenciada en Comunicación Social, egresada de la Universidad del Zulia, con maestría en Literatura venezolana, y candidata a doctor en Humanidades, por la Universidad Central de Venezuela. En esta institución se desempeña como docente-investigador en la Escuela de Comunicación Social, en la categoría de profesor Asociado.

Se ha especializado en información cultural. Es, además de poeta, ensayista en temas vinculados con la comunicación cultural. Se ha desempeñado como redactora cultural en varios diarios nacionales y regionales, donde ha coordinado páginas culturales, así como en la jefatura de redacción y opinión.

Es autora de los libros Hechura de silencio. Una aproximación al Ars Poética de Rafael Cadenas, 2002; La jaula de la Sibila, 2002; Bogares, 1998 (Premiado en Concurso Nacional de Poesía). Igualmente parte de su obra poética ha sido publicada en plaquettes: Bodegón, 2011; Voces de sequía, 1999; Ser de agua, 1997. Es autora del ensayo Imágenes de la Universidad Central de Venezuela: Una casa que es una ciudad que es un país, 1997.

Ha publicado otros ensayos sobre cultura, arte y comunicación en revistas especializadas y arbitradas, así como capítulos para libros sobre periodismo, libertad de expresión y formación de periodistas.

 

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De su obra poética presentamos un poema inédito.

             

Cábala

Vestirás prendas

amarillas

pondrás un vaso de

agua

en el sereno

te persignarás

como tu padre

al salir de la casa.

Pero este día

no es de cábala

ni de suerte

ni de destino humano.

Este día

un niño muere

y no aparece en los

diarios

un anciano respira

quedo

sin que nadie lo abrace

un pueblo sangra

sin que nada lo

redima.

Y tú,

volverás a casa

vencido

por la terquedad

de los almanaques

honestos

en su promesa

cumplida:

dejarte vivir

un día más.

 

 

Juan Guerrero: En uno de tus libros, Bogares, presentas una poética inserta entre la cotidianidad de una heredad marcada por la memoria familiar, lo melancólico y la mirada en detalle que deja la huella de quienes ya no están. Desde ese lenguaje poético construyes, soportas y otorgas plenitud a un tiempo/espacio que cobra existencia y plenitud en el poema. ¿Por qué esta necesidad de recuperar la memoria familiar en lo cotidiano?¿Insistir en y desde el lenguaje hacia ese ‘illo témpore’ –ese eterno presente-?

 

Moraima Guanipa: Esa es una línea que atraviesa buena parte de mi trabajo poético, bien de manera directa, como algunas partes de Bogares, o bien en forma velada, con referencias menos literales o concretas.

Creo que la memoria es una fuente a la que volvemos de muchas maneras. Uno no está sólo con las palabras, los ecos de los mayores están ahí, musitándonos. Incluso como historia, como herencia. Esas voces me acompañan, me alimentan.

En cuanto a lo cotidiano, mi relación con esa realidad pasa, aunque no de manera directa, a lo que escribo. Uno es un ser de ciudad y sus imágenes alimentan visiones, recuerdos que luego pasan por el tamiz de la escritura.

No obstante, me cuido mucho de lo que el escritor Gustavo Guerrero llamó poetas cotidianistas. Para mí, lo que vivo, lo cotidiano es realidad y existencia. Y es la mirada y es el decir poético lo que lo transforma. Esta es, quizás, la parte abstracta de la escritura, lo que pasa luego a ser imagen y palabra poética.

 

 

El lenguaje es uno de los grandes referentes en tu poética y tema central en tus indagaciones como ensayista. ¿A qué responde esa insistencia tan marcada por el lenguaje?

 

Somos seres de palabras, decían los antiguos. El lenguaje es un material delicado y al mismo tiempo perdurable, es aquello que somos y que nos trasciende.

 

 

Estarías entonces de acuerdo en la afirmación, según la cual “sólo existimos en el lenguaje”. Él nos determina, nos hace esto que somos: humanos.

 

En este ámbito, un poeta como Rafael Cadenas me ha dado lecciones clave. Esa idea de Ars poética, “que cada palabra lleve lo que dice”…es una exigencia vital, cada vez más urgente. Tiene, para mí, condición casi ontológica, existencial, pero también ética. Nietzsche decía que los poetas mienten demasiado. Esa exigencia de autenticidad en el decir tiene que ver con no traicionar la palabra misma.

El lenguaje nos da el sentido humano. Cómo no pensar en Wittgenstein en cuanto a que los límites de mi lenguaje son los límites de mi existencia. Sin convertir al lenguaje en una instancia intocable, es su realidad la que nos constituye.

 

 

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No quisiera dejar pasar la referencia sobre el ‘cotidianismo’ a que hace referencia Gustavo Guerrero. Sobre ello, considero que este es el tiempo de la cotidianidad o sociabilidad –según estudiosos europeos- donde el día a día es de por sí tema que asume protagonismo en los individuos ‘comunes y silvestres’. ¿Qué opinas de ello?

 

Me refiero a que la poesía es un terreno que escapa del día a día, porque transforma esa cotidianidad, la trasciende, justamente con lo más cercano y cotidiano: la palabra.

Lo cotidiano es también existencia, realidad, pero la poesía la transforma, la vuelve experiencia, pálpito. Hay poemas que, pese a poner su mirada en lo cotidiano y su latido, abren un espacio para el misterio.

El poeta habla a lo humano y eso está en la calle, en la vida de todos los días.

 

 

Creo que un poeta tan lleno de cotidianidad, de olores de cocina y enjabonada de baños y amores, como María Mercedes Carranza, trasciende precisamente por su insistir en lo cotidiano. Esa rosa que sólo es rosa.

 

Es que lo cotidiano es crisol de vida y de muerte. En los gestos y quehaceres hay sabiduría y misterio. Eso es materia valiosa y delicada para el poeta. Ahora, es muy distinto cuando deriva hacia lo fácil, hacia la imagen desprovista de hondura, aquella que se queda casi en lo literal, sin más significación.

Ahora, también está el riesgo de vaciar de sentido las palabras y pretender una poesía hermética que defrauda la potencia comunicativa esperable en la poesía.

 

 

El valor que pueda tener el verso de Rafael Cadenas, “que cada palabra lleve lo que dice” es precisamente eso, la luminosa, esplendorosa cotidianidad. El “aquí y el ahora” del ser humano. ¿Lo trasciende la palabra poética o él (se) trasciende merced a ella?

 

Sí, Cadenas es un poeta que transfigura lo cotidiano. Me permito citar uno de sus poemas: “Lo que miras a tu alrededor / no son flores, pájaros, nubes, / sino / existencia. / No, son flores, pájaros, nubes”. ¿Puede haber algo más perdurable?

El poeta va más allá del aquí y del ahora. Y lo hace con la palabra. No la trasciende, se trasciende en el decir.

 

 

Ciertamente. En ello Cadenas es muy cercano a Pessoa en lo trascendente y la trascendencia del ser de la palabra. Los primeros textos de Cadenas así lo parecen.

Vuelvo a ti, Moraima Guanipa, en otro tema que es recurrente en tu obra. La heredad y sus infinitas aristas, tanto familiar como aquella de la mirada melancólica sobre el detalle de las cosas. ¿Perduran en tus nuevos textos?

 

Sí, esos temas me rondan y no me resisto. Hay poemas inéditos que vuelven sobre mis ancestros y sus vidas. Están allí con su inmanencia. También está la mirada sobre lo que discurre en los días.

 

 

¿Tu escritura está inserta en un espacio específico, una ciudad acaso?

 

No hay una ciudad concreta, como sí las hubo en algunos poemas de Bogares. Ahora las ciudades son más bien síntesis, acaso fragmentos de muchas otras. También están aquellas que probablemente aluden a sitios antiguos, pero que reactualizo y revisito, diríamos, poéticamente.

 

 

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¿Qué dejaste en cada uno de esos espacios/lugares donde has habitado: Maracaibo, Barquisimeto, Caracas?

 

Creo que más bien son esos lugares los que se han quedado en mí. Son ellos los que me habitan. Pero si intento responder a tu pregunta diría que en Maracaibo dejé a mis muertos, la tierra que tanto dice de lo que soy; la casa en la que crecí, la casa materna que fue construida por mi abuelo. Y el lago, esa masa de agua que sigue siendo mi horizonte, tanto como el perfil montañoso de El Ávila en la Caracas que habito. Barquisimeto es otro espacio entrañable. Allí quedó parte de mi familia, de mis amigos, un montón de recuerdos que son presente. El cielo de Barquisimeto, sus colores, son imágenes que me preservan en días aciagos.

De todas las ciudades tengo aprendizajes. Haberlas recorrido y vivido intensamente me han dado imágenes, olores, voces que alimentan mis poemas.

 

 

¿En qué estás ocupada por estos días? ¿Acaso trabajas en otro texto poético?

 

Comparto el tiempo, y no siempre alcanza, entre mi trabajo como docente en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, y la escritura, bien de poesía, bien de ensayos.

Como la poesía para mí requiere un tiempo más detenido, de cocción más lenta, voy a mi propio ritmo.

Tengo un libro inédito, Ceremonias del decir, además de otro más breve, Lecciones del mirar. Los poemas más recientes todavía no encuentran un nombre que los cobije.

 

 

Me interesa tu reflexión como docente-investigador, vinculada con la enseñanza idiomática y el lenguaje en general. ¿Cuál ha sido tu experiencia, tanto con tus estudiantes como con tus colegas? ¿Existe una consciencia idiomática?

 

No creo decir nada nuevo si señalo la pobreza de léxico y el poco cuidado que hoy se le da a la expresión escrita. En los jóvenes resulta particularmente dramático y preocupante.

 

 

¿A qué crees que obedezca ese descuido por la lengua?

 

Creo que en parte viene del agujero negro del bachillerato y, también, de la falta de atención que estos aspectos tienen en la familia. Si a eso sumamos los procesos de socialización que cumplen los medios de comunicación, el paisaje puede resultar desolador. Sin embargo, también consigues islas de esperanza en jóvenes con un acentuado interés por el bien decir, por la expresión. Eso alienta.

He tenido alumnos, y no son pocos, que incluso han destacado como escritores, como periodistas de fina pluma. Ya como estudiantes entregaban textos muy acabados y maduros. Esto es un privilegio que siempre agradezco.

Creo que en parte se debe a las deficiencias del sistema educativo. Sobran los estudios y diagnósticos en ese sentido. Pero creo que también se debe a un clima general de descuido, de falta de amor por nuestra lengua. Eso pasa por la familia y por la escuela. Los primeros años son clave para iniciar al niño en la lectura, en la comprensión de lo leído, en la secuencia gramatical más básica: sujeto, verbo y predicado.

 

  

Siempre se menciona en los procesos de enseñanza idiomática, y también en los de lectura y escritura, al estudiante como “ese usuario del idioma” descuidado por el lenguaje. ¿Y el docente?

 

El docente juega un papel crucial. Y si ese docente asume la tarea de enseñar como “la educación bancaria” de la que hablaba Paulo Freire, pues tenemos como resultado este panorama que lamentamos. Creo que el asunto toca a la cultura misma. La lectura abre mundos, da vocabulario, nos ayuda a organizar ideas y a expresarlas. Si el docente no es un enamorado de su oficio, podemos esperar poco. A eso hay que sumar, insisto, a la familia. En ese espacio comienza todo. La responsabilidad no es sólo de la escuela y de los maestros.

 

 

Con propiedad puedo indicar que Venezuela fue el primer país en Latinoamérica y uno de los cinco primeros en el mundo, que en los años ‘70s., diseñó una Política de Estado para desarrollar los procesos de Lectura y Escritura, aplicado a la Educación Idiomática. Incluso, estos programas fueron copiados por otros países, como Cuba y Sudáfrica. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Por qué, luego de 40 años, apreciamos un deterioro tan acentuado y deplorable en la Educación Idiomática?

 

Y contó con una red de bibliotecas públicas, estadales y municipales. Con la Biblioteca Nacional y las editoriales del Estado, como Monte Ávila Editores y la Biblioteca Ayacucho.

Hubo poca continuidad en programas educativos y culturales. También se dejó a los medios de difusión el encargo no sólo del entretenimiento, sino también de los imaginarios, de los valores. Pero estos, en su mayoría en manos privadas, estaban más volcados a los intereses mercantiles, tanto como hoy, por el control gubernamental, están marcados por la propaganda.

Se optó por un tipo de enseñanza con programas y dinámicas que poco hacían para ganar a la lectura, la escritura y la expresión cuidada. No digo una formación de letrados, sino de ciudadanos con consciencia del idioma.

Hay que incluir en este panorama el fenómeno de Internet y de las redes sociales. Se escribe y se lee como nunca en nuestro presente, pero vemos como también en estos ámbitos predominan los tics idiomáticos, los gritos de las mayúsculas, el reino de los emoticones y las expresiones fuera de tono. Así como digo esto también saludo el hecho de un creciente interés por la poesía, la literatura y la expresión en general. Hay talleres, cursos y eventos a sala llena y creo que eso es un buen augurio en estos tiempos de penuria idiomática.

 

 

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Los medios de comunicación, a tu entender, ¿son corresponsables de este deterioro del lenguaje? Siendo así, ¿siguen propiciando ese deterioro, han sido arrastrados por ese torbellino o se han enmendado?

 

Los medios, desde su proceso de industrialización y expansión, han sido criticados y responsabilizados por su papel en el deterioro del idioma y el empobrecimiento cultural. No es nuevo.

Nietzsche en su tiempo decía que los alemanes hablaban como escribían los diarios. El punto es que los medios son los espacios donde la cultura circula y se legitima en cierto sentido. Eso les otorga un enorme peso cultural y social. Y si la lógica mercantil los domina o los orientan las ideologías, como vemos hoy, viviremos entre el jingle de la publicidad y el eslogan de la propaganda. Es decir, un mundo mediático plagado de mensajes banales y de lemas. Eso no suma a la riqueza expresiva ni a la posibilidad de la gente de contar con referencias del buen decir.

 

 

¿Eso indica para ti la existencia de una literatura, digamos, de “farándula” para satisfacer egos y lecturas/lectores banales?

 

No diría que de “farándula”. Prefiero pensar en la literatura sin adjetivos, la que está hecha de buenos materiales. Cierto que en estos tiempos asistimos a una banalización y a una indiferenciación de productos culturales que hacen muy difícil el discernimiento. La industria editorial se inserta en mecanismos mercantiles que producen best sellers y consagraciones instantáneas. La literatura, la cultura requieren de otros tiempos más pausados, ajenos al consumo rápido y ligero.

 

 

¿Quiere decir que la “pausa” es sinónimo de buena literatura, y su contrario, de un mal producto?

 

No, no me refiero a la lentitud, a lo pausado como sinónimo de calidad, sino a la capacidad del lector formado e informado de poder formarse un juicio, de disfrutar a consciencia de un texto literario o de una obra artística. Para ello tiene que contar con posibilidades para decantar, para discernir, para no dejarse llevar por las modas o los impulsos del mercado editorial. Si optas por el ‘fast food’, consumes pero te pierdes la riqueza de los sabores. 

Lo anterior supone formación, educación. Y no estoy hablando de educación sólo como escolaridad. Hay muchas personas formadas en “la escuela de la vida”, como decían antes, que son lectores con criterio y pasión lectora.

 

 

¿No será, acaso, que ese ‘fast food’ es una característica del neo lector? ¿Que las nuevas tecnologías de la comunicación lo representan, y por el contrario, existe un lector acartonado en el reposo que indigesta?

 

Quizás no sea tan dicotómico. Hay de todo. Las tecnologías de la comunicación y el poder expansivo de las redes introdujeron cambios en nuestra manera de leer y de consumir cultura. Ahora podemos tener cantidades inimaginables de bibliotecas de libros y objetos culturales descargados de Internet, pero nos faltaría vida para encontrar el tiempo de su lectura.

Y si se opta por no acceder a estas fantásticas posibilidades también se pierde la opción de elegir por cuenta propia. Lo importante es poder elegir y que esa elección no provenga del desconocimiento.

 

 

En ese orden de ideas, Moraima, las indagaciones que realizas como investigadora de la comunicación, ¿a qué reflexiones te han llevado?

 

Desde hace varios años vengo trabajando en temas relacionados con periodismo, cultura y comunicación. En particular, el periodismo cultural, los cambios que se vienen registrando en la agenda y la cobertura informativa de la cultura.

También me he dedicado a la reflexión sobre la relación entre cultura y comunicación, así como los entornos artísticos y comunicativos de la cultura digital.

 

 

Esas reflexiones, ¿a qué te han llevado? ¿Qué conclusiones, al menos preliminares, tienes para compartir?

 

Un primer aspecto tiene que ver con el periodismo cultural y la forma en la que se informa sobre cultura. Llama la atención la manera como las agendas informativas han migrado a los ámbitos de la farándula y el espectáculo, lo cual no está mal per se, puesto que hoy la cultura mediática es en buena parte la cultura de nuestro tiempo. El problema se deriva del tipo de abordaje informativo, marcado por notas breves, a veces sin indicación de su autor y con escasas fuentes informativas. Como advierte el periodista colombiano Germán Rey, en el periodismo cultural la cultura es entendida como lenitivo.

Otro punto tiene que ver con el mayoritario uso de géneros periodísticos, como el breve y la noticia. Prácticamente han desaparecido géneros mayores, como el reportaje y ni se diga la opinión y sus géneros, como la columna y la posibilidad de la crítica especializada.

 Eso también guarda relación con el cierre de medios y la desaparición forzada de las ediciones impresas de algunos de los diarios más antiguos. A eso sumamos el poco espacio que recibe la cultura en los nuevos medios digitales. Por fortuna están surgiendo medios incluso especializados en formato digital.

 

 

Quisiera dejar la última parte de esta entrevista para que nos centremos en los aspectos literarios y específicamente, en tu hacer poético. Tus primeras vivencias o cercanías con la poesía, ¿de dónde te vienen? ¿Acaso familiares o escolares?

 

La poesía estuvo en el ámbito familiar. En la casa había una biblioteca que tenía la obra completa de Andrés Eloy Blanco, además de unos libros de Gustavo Adolfo Becker, la poesía de Lorca y una enciclopedia con una sección de literatura que contenía fragmentos de poemas de Rilke, Antonio Machado, entre otros. Como desde niña me gustó la lectura, leía y releía esos libros.

 

Luego vino la escuela y también allí encontré textos que seguían alimentando mis lecturas, no sólo de poesía, sino también narrativa, biografías.

 

 

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Me permito intercalar en tu respuesta una imagen que es casi recurrente en mí desde que pisé la casa familiar: el arpa en la sala. ¿Esa cierta musicalidad en tu poética viene de la “gesta musical” familiar?

 

Seguramente. Tenía familiares que tocaban algunos instrumentos. Un tío abuelo tocaba guitarra y durante mi infancia el cuatro fue un instrumento muy presente. Quizás allí estuvo una semilla de eso.

El arpa al que te refieres y que aún sigue en la sala la construyó mi tío Humberto, quien era ebanista. Él era muy intuitivo con la manera de darle forma a la madera y siguió las indicaciones del novio de una prima, quien era músico y sobrino de Eneas Perdomo, el compositor de “Fiesta en Elorza”.

 

 

Tu poesía, Moraima Guanipa, tiende a una cierta vinculación con el trazo y la línea, más que a crear u otorgar color. ¿Acaso es por la experiencia que tienes con el dibujo?

 

Creo que esa suerte de mirada de dibujante que está presente en algunos de mis poemas me viene de mi trabajo con el dibujo y la pintura pasa a la poesía. A veces el punto de partida de un verso es una imagen. Sí, primero la imagen y después la palabra que la dibuja.

 

 

¿Sientes que tu poesía ha estado vinculada con tus lecturas poéticas? ¿Cuáles autores han influido en tu obra?

 

Las que funcionan como sedimento, como ecos e influencias. En mi caso, soy una mixtura de lecturas diversas que se fueron quedando y que llegaron en momentos vitales distintos. Van desde Borges pasando por Octavio Paz y Alejandra Pizarnik. Poetas como Whitman, Emily Dickinson y Kavafis. Pero también Neruda, Miguel Hernández, Martí. Entre los venezolanos, Ramos Sucre, Paz Castillo, Cadenas y Montejo. Y no dejo de recordar la música y la poesía popular.

 

 

La poesía venezolana actual está marcada por la voz femenina. Tú eres vivo ejemplo de ello. ¿A qué crees que se deba esa tendencia?

 

Creo que la presencia de las mujeres en la poesía debe verse en el contexto de una mayor y más activa participación de la mujer venezolana en los más diversos ámbitos de las artes y la cultura. Esto viene desde la segunda mitad del siglo XX venezolano. Recordemos que la mujer luchó y ganó su pleno derecho al voto en los años 40 del siglo pasado.

La poesía venezolana tiene una larga y fructífera línea de poetas mujeres, excelentes poetas que han enriquecido el panorama literario. No son ni voces aisladas ni solitarias. ¡Qué bueno que así sea!

 

 

Para cerrar esta entrevista, Moraima. Me gustaría tu reflexión sobre el intelectual y su oficio en una sociedad, como la venezolana, marcada por la absoluta escasez de recursos culturales y sometida a la constante agresión y censura del Estado totalitario.

 

Más que nunca necesitamos la voz de los creadores, de los críticos y de los intelectuales. En estos tiempos de inopia, cuando la argumentación y el debate civilizado han sido desplazados por los discursos huecos resulta urgente rescatar el lugar del intelectual. Pero este no debe autoexcluirse o replegarse en un mundo de redes y explosión ‘tecnocomunicativa’. Por el contrario, debería servirse del potencial de las redes sociales, de los propios medios, para entablar su diálogo con audiencias necesitadas de otros referentes.

Hay que perder el temor, la prevención a los medios. Yo recuerdo con agradecimiento a un Aquiles Nazoa hablando en TV, como agradecí los programas de Adriano González León. El intelectual tiene un papel que jugar hoy en estos tiempos aciagos, para aportar sus puntos de vista, para debatir y para poner su inteligencia, su capacidad crítica al servicio de los ciudadanos, para oponerse a los abusos, las agresiones y la censura, como bien dices.

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