Eloy Rubio
Sábado, 09 de Noviembre de 2019

La cosmización de la poesía y la música en Rabanal del Camino

La escritora maragata Mercedes G. Rojo y el luthier y músico madrileño Manuel Bonilla, afincado en Priaranza de la Valduerna ofrecieron este sábado, dentro del II Ciclo de Versos en la Somoza, un recital en la iglesia Nuestra Señora de la Asunción de Rabanal del Camino.

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El hecho de que estos recitales se celebren en el interior de los templos actualiza el marco de lo sacro, el ámbito del culto; aunque luego la acción no tenga en principio nada que ver con ello y sea totalmente profana. Se ocupa un espacio sagrado y el templo propicia una apertura hacia lo alto, como asegurando la comunicación con los dioses. Tal vez la poesía y la música en su ensamblaje no pretendan otra cosa. Por otra parte esta acción poético-musical se desenvuelve entre los objetos habituales de uso litúrgico: se lee sobre un facistol y parece que quien lee, predica. Solo la máscara despersonalizaba, hería, negaba la imposición ambiental, pero se la quitó.

 

Veamos las imágenes en blanco y negro y con el volumen muy bajo, incluso en el silencio. Oigamos lo que pasa en el silencio. Parece que alguien predica, por detrás y bien alzaprimado, acompañando la lectura de ‘Pecado de omisión’, un dios disidente frente al acoso de las diferencias. (El Cristo crucificado)

 

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Subamos un poco el volumen, oigamos la improvisación de Manuel Bonilla: Visiones cósmicas de un tiempo reversible, sagrado; fluencias que circundan la bóveda de nuestra Señora de la Asunción. La cosmización de un espacio anhelado.

 

Ensordezcamos de nuevo la melodía. A la espalda de Bonilla, a su derecha, la imagen de la Virgen le protege como el atributo de un dios griego, pongamos por caso Orfeo. Subamos ahora el volumen. Si no fuera por la lengua española, -“Búscame allí / donde el color de la hierba / se vuelve más brillante, / donde las mayas juegan al corro / al llegar la primavera.”-, pensaríamos en Alepo, o en Berlín tras de la última batalla de la última Guerra Mundial. Por dios ¿no habrá dinero para adecentar esta ruina?  

 

 

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Dejemos alto el volumen, muy alto mientras se suceden los versos de ‘Pecado de omisión’. Oigamos el grito, el miedo, la protesta ante la injusticia que siguen padeciendo las mujeres. Luego las pateras errantes, como ataúdes, naufragando en la playa; todavía habrá desalmados que los hagan objeto de sus imposturas. Palabras como letanías contra las enfermedades socialmente creadas que nos asolan: la soledad, la demencia, la pobreza de espíritu. Leyó por último un epílogo de sanación. Añadió unas letanías como en tiempos de oscuridad, para vencer el miedo, el dolor e incluso la muerte.

 

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No desmerecía el poema la advertencia que se haría desde ese facistol si se predicara un dios diferente, un dios que confirmara a cada cual en sus diferencias. Eso que hubiera abolido la ‘lucha a muerte’ por la identidad y todos esos nacionalismos que ofenden.

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